mondo bulldog
JORDI COSTA
Cuando era adolescente y, en consecuencia, tonto, tendía a mostrar un desenfrenado entusiasmo ante todo dibujante de maneras hiperrealistas. Poco después, al centrárseme el paladar, me fui al polo opuesto: los maestros de la radicalidad y la estilización extrema eran para mí los reyes de la pista... hasta que me topé con Drew Friedman, hiperrealista de una realidad inexistente, fotógrafo de un mundo que no estaba allí -en todo caso, debajo o más allá.... en otras palabras: el Luis García del Otro Lado.
Objetivamente, a cualquier degustador sensato de grafismos más o menos personales le debería repugnar el particular corpus estético de un tipo que practica el puntillismo-polaroid del gran Friedman: un estilo que le convierte en el anti-caricaturista por excelencia, porque lo suyo no son reducciones a lo esencial/grotesco sino fotografías dibujadas detallistas hasta lo enfermizo. Sólo que, a través de la mirada de Friedman, el mundo que nos rodea se revela especialmente horrible y los famosos que lo pueblan devienen, directamente, freaks.
En todas y cada una de sus viñetas publicadas en las páginas de Spy o Entertainment Weekly, Friedman se muestra demoledor: Natalie Cole en el estudio de grabación con el cadáver de su padre, George Bush contando chistes obscenos a sus colegas, Bill Cosby sisando la calderilla que alguien olvidó en una cabina telefónica, unos decrépitos Jack Nicholson y Warren Beatty paseando a sus flamantes bebés, Ronald Reagan practicando el nudismo o babeando sobre su pastel de cumpleaños ... Si alguien se gastara esta bilis en nuestro país otro gallo nos cantaría.
Discípulo del gigante Harvey Kurtzman, Drew Friedman creció en un clima propicio a este tipo de pensamiento sardónico: su padre era el maestro del humor negro Bruce Jay Friedman y el mismísimo Groucho Marx solía estar frecuentemente invitado a las veladas familiares. Su hermano también supo aprovechar ese microclima capaz de comunicar, por puro efecto de ósmosis, toneladas de talento: durante un tiempo formó tándem con Drew y ambos realizaron una historieta antológica sobre Jules Feiffer, en la que el respetado auteur -descrito como un tipo cuya principal fuente de inspiración era la pelusilla de su ombligo- quedaba bastante malparado.
El máximo problema de la obra de Friedman -y la razón última de que su trabajo permanezca inédito por estos lares- es el extremo localismo o la excesiva "especialización" de su catálogo de referencias: conozco a muchos enfermos -catalanes, vascos, madrileños, valencianos- familiarizados con los nombres de personajes como Tor Johnson, Rondo Hatton, Ed Wood jr. y Ed Gein pero -hay que reconocerlo- no son precisamente una imagen representativa de la sensibilidad del lector medio de historieta en nuestro país. Muchas páginas de Friedman nos sonarían aquí a chino: y es una lástima, porque ante un genio como el suyo nos convendría aprender chino.
El leit-motiv de su trabajo es la fealdad llevada a sus últimas consecuencias: es capaz de imaginar -y dibujar con precisión fotográfica-los tipos más feos del planeta y agruparlos por categorías útiles, como en la doble página «Hombres Blancos Feos a los que les Gusta la Televisión, Pero ¿Cuáles son sus Programas Favoritos?» o esa inmortal plancha que se diría infestada de supurante acné, «Dependientes de Tiendas de Cómic de Norteamérica», verla es creerla. A la hora de diseñar la portada de «WARTS AND ALL», recopilación de sus trabajos prologada por el gran Kurt Vonnegut, Friedman logró convencer a su editor de que no quedaría nada mal dotar de cierto relieve los granos verdes que animaban los cataclísmicos cutis de los cuatro vejestorios que había elegido como "rostro" del álbum: así, en un impresionante «gimmick» editorial, logró que todo lector pudiese disfrutar de un irrepetible contacto táctil con esa varicela mutante. El muchacho ha ideado otras gamberradas: por ejemplo, la «Barfo Family», una línea de golosinas diseñadas para la empresa Topp consistentes en diminutos acordeones rematados por una cabecita de enfermizo rictus.
Una leve presión en la base del acordeón hacía que el muñequito, literalmente, vomitase la viscosa golosina en la boca de cualquier chaval amigo de las emociones fuertes. ¿Cuántos artistas conceptuales pueden presumir de haber abocado a la infancia americana a la regurgitofobia?
Revista Viñetas nº5 Mayo 1994
Ediciones Glenat
Barcelona
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