Tino Reguera
La sempiterna pregunta del huevo o la gallina viene al pelo cuando se trata de dilucidar cual de las dos culturas, la oriental o la occidental, ha tenido una influencia primeriza en la otra. Realmente, y a pesar de que el despertar económico del país del sol naciente haya sido llevado a cabo durante el presente siglo, cuando se comienza a conocer algo de su cultura se puede descifrar fácilmente el porqué los amigos nipones son los reales propietarios de alguno de los más importantes símbolos de la cultura occidental moderna. Realmente, los tiempos en los que la única imagen que poseíamos de dicha cultura era la de un malvado amarillo con afiladas uñas y alargada perilla han quedado realmente obsoletos.
La auténtica verdad es que llevamos varios siglos conviviendo juntos, aunque ninguna de las culturas quiera reconocerlo. ¿Que hubiera sido de la "inspiración" impresionista francesa si no hubiesen existido los antiguos grabados de Utamaro, auténtica semilla revolucionaria para los primeros?o, por el contrario ¿Dónde esta ría la historieta nipona si un buen día el maestro Tezuka no hubiese decidicido asimilar una determinada estética, casualmente occidental? Un momento, amigos lectores, antes de que comiencen a tirarse de los pelos por estas afirmaciones, que seguro más de uno considerará profanas, les permitiría que me proporcionasen la oportunidad de explicarme. Vamos por partes.
La introducción del cinematógrafo Lumière en Japón siguió pautas muy similares a la de otros países. En 1897, el empresario Shotaro Inahata desembarca en tierras niponas lo que muchos consideran la clave cultural más importante para Occidente en este ya moribundo siglo. De esta forma, y sin que en esta parte del mundo sepamos nada al respecto, comienza a desarrollarse, por lo menos en este país, una cultura cinematográfica paralela a la del otro lado del océano. Tendremos que esperar aproximadamente medio siglo para comenzar a conocerla.
A pesar de los iniciales problemas de choque cultural que producía el que originariamente muchas de las proyecciones fuesen poco comprensibles para el público, obligando a crear la figura de un narrador, llamado benshi, lo cierto es que enseguida floreció una industria propia al respecto. En 1912 se creaba la primera de las majors japonesas, la Nikkatsu, para dar, a finales de este decenio, comienzo a lo que se puede llamar edad de oro del cine nipón, abarcando hasta principios de los sesenta, época en la que Occidente se marcaría uno de sus mejores tantos, con la invasión de la televisión, verdadera causa del declive de esta industria, aunque al mismo tiempo responsable del nacimiento de otras actualmente omnipresentes.Pero no nos adelantemos, vamos por partes.
La precisión de la escritura cinematográfica del sacrosanto triunvirato formado por Mizoguchi, Ozu y Naruse dió a Japón la anteriormente mencionada edad oro.Estos tres grandes creadores, de los que en nuestro pais apenas conocemos nada, salvo por ocasionales pases de sus más conocidas obras a las tantas de la mañana, consiguieron plasmar toda la intensidad (y porqué no decirlo, la crueldad) del desarrollo industrial de un país que hasta aquel momento había dado la espalda al resto del mundo. Sus historias de odios, ambiciones, venganzas y violencia, plasmadas como solo sabe hacerlo la mentalidad nipona, quedaron sepultadas, pese al actual intento de recuperación que existe actualmente en Europa, tras la llegada del mercado americano, en una de las mayores y más inconscientes profanaciones culturales que se han hecho jamás.
Por suerte, no todo en esta revolución habría de ser negativo, y la aparición del más occidental embajador nipón en la mostra de Venecia de 1951 permitió el desembarco de parte de la cultura nipona en Occidente. Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), Cuentos de la luna pálida (Kenji Mizoguchi, 1953) y La puerta del infierno (Teinosuke Kinugasa, 1953) fueron en concreto las obras que abrieron las puertas a dicho desembarco, por otro lado modesto, antes de significar el canto de cisne para esta industria, ya volcada en fabricar productos que pudiesen competir con los hechos en América. Aunque no todo estaba perdido.
Retrocedamos ahora un poco en el tiempo, hasta 1947, año en el que aparece en Japón La nueva isla del tesoro, primera obra del gran artesano renovador de la historieta nipona, Osamu Tezuka, poseedor de un talento sólo comparable al volumen de su obra. Tezuka, a quien volveremos en la próxima entrega de este panfleto, es responsable del nacimiento y desarrollo de las dos artes que marcarán la cultura nipona en la segunda mitad de siglo: la historieta y la animación.Su ingente fuerza creativa aceleró el nacimiento de un mercado todavía virgen a nivel industrial, posibilitando su preparación ante el posible acoso de presencias extranjeras. Así, a partir de este momento, y gracias también a que los costes de producción en estas dos industrias son sensiblemente inferiores a los de las producciones cinematográficas, el país entero se volcó, quizas inconscientemente, en dichas manifestaciones culturales, dando acaso por perdida la batalla del cine. Una buena muestra de que habían aprendido la lección es que el pueblo japonés no descubrirá al amigo Superman, máximo icono de la cultura popular americana, hasta 1956. Las puertas, tras la primera invasión, se habían cerrado.
Un nuevo salto en el tiempo nos llevará a 1957, año en que Yoshihiro Tatsumi inventa y define un nuevo tipo de historietas, llamadas gekiga, poseedoras de un estilo completamente realista, e influenciadas por las técnicas narrativas cinematográficas. Tatsumi, conocido en nuestro país gracias a Ediciones La Cúpula, continuará, consciente o inconscientemente, la labor de los pioneros cinematográficos anteriormente citados, adquiriendo grados de denuncia que lo convertirán en un ídolo a ojos de los estudiantes contestatarios de los años 70.Su labor, además, será continuada por autores como Tatsuhiko Yamagami (Hikaru kaze, 1970) o Keiji Nakazawa (Hadashi no gen, 1972) antes de ser condenada al ostracismo por las generaciones siguientes, en parte por la caducidad de su discurso, aunque sobretodo, y de nuevo, aplastados por la lucha de cifras llevada a cabo por las grandes compañías.
Volvamos por un momento a la industria cinematográfica, abandonada a su suerte tras la definitiva irrupción de la cultura occidental por medio de la televisión, el, mejor instrumento político jamás creado. Tras una primera sacudida cultural, los japoneses, feroces salvaguardas de su milenaria herencia, deciden desempolvar algunos de sus mitos y, tras barnizarlos adecuadamente para parecer occidentales, deciden combatir al enemigo con sus propias armas. nace así Gojira, rebautizado entre nosotros como Godzilla, sin que su principal creador, el director Hinoshiro Honda, llege a comprender la importancia de su operación, ni la fortuna histórica que le reportaría. Honda, junto con algunos de sus mas avispados ayudantes, Jun Fukuda entre ellos, acababa de crear un entrañable monstruo capaz de competir en las plateadas pantallas americanas con el poderío del ubicuo mago Corman.
De esta forma casual, y tras comprobar que el éxito económico bendecía a dicha empresa, el cine nipón sufrirá una total remodelación hacia su vertiente mas industrial, obviando a propósito a directores herederos de su más gloriosa etapa, como Hiroshi Teshigahara, Shotaro Inamura o Nagisha Oshima, frecuentemente relegados a produciones minoritarias, cuando no viéndose obligados a exiliarse donde se les diese trabajo. Casualmente, y en este continuo pulso cultural, eran los propios americanos los que acababan reivindicándolos, como en el tan famoso caso del maestro Kurosawa y sus referencias occidentales. Los nipones, mientras tanto, se dedicaban a gestar mitos que, hoy por hoy, continúan incombustibles andaduras, tipo Ultraman.
Poco a poco, considerando que la batalla estaba perdida, la industria cinematográfica nipona fue cayendo en un declive que la acompañaría hasta la actualidad, en la que las antiguas productoras se han reconvertido en distribuidoras, limitándose a recoger los beneficios cedidos por otras culturas. Salvo en el campo de la animación.
Pero volvamos de nuevo al ruedo historietístico, donde sigue planeando la sombra del maestro Tezuka, quien en 1962, justo tras el comienzo de la invasión occidental, decide contraatacar en otro campo, el de la animación, fundando Mushi Productions, y consiguiendo llevar a la fama a su más conocido personaje, Tetsuwan Atomu. La evidente ventaja que poseen este tipo de producciones sobre las cinematográficas es su más bajo coste. Además, hay que tener en cuenta que Japón ha sido desde siempre cuna de artistas plásticos, hasta poderse considerar el equivalente a Italia o España en Occidente. Así pues y de una forma no tan inocente, nace los que los nipones llaman media-mix, consiguiendo la llave para el desembarco en el mercado occidental, comenzando siempre por el mercado americano, el más grande y dificil de conquistar. todo estaba preparado para el desembarco.
Desde 1960, fecha de la aceleración del proceso productivo japones, tras pasar la práctica totalidad de títulos mensuales a semanales, hasta 1980, fecha del comienzo de la respuesta nipona, el mercado japonés de manga y anime se dedica a crecer, conquistando primero, y de una forma totalmente exitosa, a sus propios ciudadanos, para luego decidirse a invadir el mundo. La principal desventaja de este increíble desarrollo es la férrea estructura editorial que conlleva, obligando muchas veces a obviar la creatividad por encima de la productividad.
De todos es conocido el sistema de trabajo de los mangakas, a los que casi siempre sería más acertado llamar artesanos que artistas. Pese a ello, el sistema funciona, y los mercados internacionales comienzan a comprar series de animación nipona, que resultan sensiblemente más baratas que las de producción propia. Un último detalle significativo a comentar, aunque este punto vuelva a desarrollarse en sucesivas entregas, sería el estudiado enfoque que los nipones otorgan a sus productos audiovisuales, al conectar, bajo la óptica antes señalada, autores y temas entre sí, permitiendo una más fácil identificación de sus productos. A esto añadir que, para la mentalidad japonesa, al menos para la comercial, es mucho más importante dar credibilidad y empaque a un producto que el hecho de estudiar y desarrollar unas lineas argumentales "a la occidental". Las diferencias de mentalidad son considerables, así que de lo que se trata es de fabricar productos de fondo básicamente japonés, aunque deba sacrificarse parte de la forma para acceder a otros mercados. ¿Es esta una estudiada operación, o por el contrario, nace de la demostrada admiración que los nipones poseen por la cultura occidental? En todo caso y de aquí en adelante, llamaremos a este fenómeno "La herencia de Gojira".
La última parte de esta no declarada batalla la conocen ustedes de sobra. a principios de los años 80 los adolescentes americanos comienzan a conocer a los primeros discípulos historietísticos de Inoshiro Honda, encargados de depositar la herencia de Gojira en estas tierras.No por casualidad los elegidos serán Katsuhiro Otomo y Masamune Shirow, auténticos adalides de la cultura oriental convenientemente tamizada para el público occidental. El resto, Akira y Appleseed incluidos, forma parte de la historia reciente. Eso sí, al igual que la primera vez, con Kurosawa, el desembarco europeo llega por aguas mediterraneas, las más fáciles de conquistar, culturalmente hablando. Esta vez la lección esta aprendida. Han llegado para quedarse.
Falta, sin embargo, ver qué nos deparará el futuro. Un futuro para nada lejano, en el que descubrimos a Musashi, Otomo colabora con Jodorowsky, Moebius hace lo propio con Miyazaky, otro genio por descubrir, o en el que un japones recoge la herencia de E.M. Forster que Ivory resucita para los supuestos modernos" occidentales. Aparte, claro, del despertar económico y cultural de China, a la que va a haber que tener en cuenta a partir de ahora, con Ching Siu Tung, Ang Lee, Chen Kaige, Lilian Lee o Zhang Yimou como principales arietes de la herencia de Gojira, aunque en este caso, el monstruo deba servir de puente entre dos culturas no demasiado lejanas. Así pues, continuara…
Revista Viñetas nº4 Abril 1994
Ediciones Glenat. Barcelona
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