viernes, 25 de octubre de 2024

Irvine: el pie, la bota y el calcetín

 El faro del fin del mundo/ Jacinto Antón


La bota y el calcetín, con el pie dentro, de Sandy Irvine.

Jimmy Chin (AP/LaPresse)


No seré yo quien niegue la relevancia de los pies en nuestra consideración de los héroes. Ahí están sin ir más lejos los de Aquiles. Pero he de reconocer que la por otro lado excitante noticia del hallazgo en el Everest de un pie de Sandy Irvine (1902-1924), con sus correspondientes calcetín y bota. me ha dejado, como a muchos, con el paso cambiado, e insatisfecho. El descubrimiento es extraordinario, pero no hay duda de que incompleto. Aparte de que lanza nuevas y acuciantes preguntas -¿dónde está el resto de Irvine?, ¿cómo se separó del pie?-, no sirve para aclarar por fin si Irvine y George Mallory llegaron a la cumbre de la montaña aquel 8 de junio de 1924, 29 años antes de que Edmund Hillary y Tenzing Norgay, sus conquistadores oficiales. Un pie y una bota no te dicen si Mallory e Irvine habían hecho cima antes de matarse, y la famosa cámara que se supone que portaba Sandy y con la que habrían registrado el triunfo no estaba en el calcetín, claro.

La vida hace esas cosas, nos proporciona sorpresas maravillosas -el pie, la bota, el calcetín, ya tan famoso como el de Tàpies- pero que a menudo no son suficiente para que sepamos todo lo que nos gustaría saber. Ya pasó con el hallazgo, mucho más completo, por así decirlo, de Mallory hace 25 años (apareció el cuerpo entero), que también nos dejó el regusto amargo de los enigmas sin resolver, con la única pista de que el alpinista sénior de la pareja no llevaba en los bolsillos la foto de su mujer que había dicho que dejaría en la cumbre. Mallory portaba muchas cosas encima (incluidas unas tijeras de manicura, que ya me dirás si hasta te las quitan en el avión), pero nada que indicara si lograron la cima.

El equipo de ataque al Everest en 1924: de izquierda a derecha (de pie) Irvine, Mallory, Hazard, Odell, Hingston; debajo: Shebbeare, Bruce, Somervell, Beetham.

Royal Geographical Society (Royal Geographical Society via G)

Eramos conscientes desde que encontraron a Mallory, en un golpe de suerte, pues mira que el Everest es grande, de que quizá tendríamos un día la fortuna de dar con Irvine. Y el chico -relativo: 22 años al tratar de ascender la cumbre, hoy tendría 122- ha ido a aparecer , bueno, su extremidad. El descubrimiento, aparte de que confirma absolutamente la muerte del escalador (siempre podías imaginar que había encontrado Shangri-La), tiene una enorme carga sentimental, aunque se trate solo de un pie, y en consonancia han reaccionado los parientes de Irvine, que se ha mostrado "confortados".

El hallazgo del pie ha servido al menos para situar a Irvine: en el glaciar de Rongbuk, 2.100 metros por debajo del lugar donde se encontró a Mallory, que yacía congelado en una pendiente a 8.156 metros. Los restos se han identificado por el nombre del alpinista cosido en el calcetín, una medida que probablemente su propietario tomó pensando no en que le reconocerían así tantos años después sino en no perder el calcetín, como nos pasa tan a menudo en la lavadora.

Sandy Irvine.


Yo ya no soy un recién llegado a la mítica de Mallory e Irvine como lo era cuando hallaron a Mallory, pero sigo sintiéndome un intruso y un puro aficionado en la band of brothers del alpinismo, entre otras cosas porque sufro de vértigo. Pero no puedo dejar de hablar en este contexto del hallazgo parcial del cuerpo de Irvine de las dos ocasiones en las que he vivido algo parecido. Una fue la vez que en la sede de National Geographic en Washington, en 2013, me dejaron tomar en las manos una bota de otro alpinista de leyenda, Barry Bishop, el noveno en pisar la cumbre del Everest, en 1963, y que perdió todos los dedos de los pies en la escalada. No estaban dentro de la bota (lo miré), y tampoco en el calcetín. Los que sí estaban eran los dedos (y todos lo huesecillos) del pie del teniente Eduardo Laucirica cuando el 19 de noviembre de 2002 encontré su calcetín durante la excavación de la ciénaga de El Prat donde se había estrellado el piloto con su caza Messerchmitt Bf 109 en una exhibición aérea 62 años antes. Lo deposité todo en manos de su emocionado sobrino. El espacio que va de El Prat al Everest, como el de un piloto a un escalador, es grande (aunque hay que recordar que el hermano de Mallory, Trafford, alto mando de la RAF, se mató en un accidente aéreo en los Alpes en 1944), pero el sentimiento de encontrar el pie y el calcetín de un aventurero del aire o de la montaña debe ser parecido: alucinante. Esperemos dar con más trozos de Irvine hasta tenerlos completos, a él y a su misterio.

El Pais. Cultura. Sábado 19 de octubre de 2024


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