sábado, 1 de junio de 2024

El conde Almásy y Tutankamón

 El faro del fin del mundo/ Jacinto Antón

Ralph Fiennes, en El paciente inglés (1996)

El conde Almásy está en el aire y valga la frase para un tipo que fue un excelente piloto y, pese a lo que mostraba El paciente inglés (novela y película), nunca se estrelló y se abrasó en el desierto como en la ficción. Es posible que el nuevo acenso de nuestro aventurero favorito, Lászlo Almásy (Borostyanko, actual Bernstein, 1895 - Salzsburgo, 1951), sea como la estrella de Belén el anuncio del nacimiento de algún futuro gran explorador. De momento, decía, Almásy está muy presente estos días. No solo porque me acabo de leer un libro suyo que por fin se ha traducido al inglés del húngaro, With Motorcar to the Sudan (BoD 2022), sino porque el jueves asistí en Barcelona a una interesante charla sobre el personaje, Tras las huellas de El paciente inglés: por el Sahara más inaccesible. Fue una curiosísima experiencia dada que yo mismo, sin ir más lejos, he dado este año una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre el tema bajo el título Almásy, el romántico conde de las arenas. A ver: que coincidan dos charlas sobre el posprocés, la IA o la crisis del Barça no es sorprendente, pero ¿dos conferencias sobre el conde Almásy?

La charla la daba el relevante economista Juan Corona en su avatar de explorador y aventurero, y era nada menos que en el exclusivo Círculo Ecuestre de Barcelona. Lo que me llevó a preguntar por el dress code y si podía llevar el gorro y las gafas de vuelo. "Bastará con una americana", me informaron. Afortunadamente, el Club Zerzura (el de los exploradores que buscaban la legendaria ciudad del desierto, entre ellos Almásy) era más casual. Corona, que es miembro de la Royal Geographical Society británica y de la Sociedad Geográfica Española, ha viajado por los lugares que exploró Almásy, entre ellos sitios tan a desmano como el Jebel Uweinat o el Gran Mar de Arena, que es realmente grande. Yo no he estado en esos sitios - ni de momento me esperan- pero en cambio tengo un botón de la guerrera del conde y he pasado la noche (hablando) con su sobrina en el castillo de la familia.

Corona empezó poniéndonos la música de El paciente inglés e imágenes de la película, con lo que se metió ya de entrada en el bolsillo a la audiencia. Fue una velada muy interesante, aunque Corona, ay, priorizó la parte histórica y geográfica sobre la leyenda romántica. Su PowerPoint fue desde luego mucho mejor que el mío, que se quedó clavado en la primera foto, e incluyó las magníficas imágenes en las que aparece el propio Corona en sus expediciones posando en los mismos sitios donde estuvo Almásy, como el Gil Kebir o la Cueva de los Nadadores (afortunadamente no en la bañera de El Cairo donde se metía con Katherine en la película; en la realidad, Almásy, que era homosexual, debía bañarse con su amante alemán Hans Entholt). Puestos a criticar la impecable conferencia, muy documentada, quizá la falta de adjetivos (en la mía desde luego sobraban).

Pasando al libro, With Motorcar to the Sudan tiene la gracia de que es el relato de la primera aventura africana de Almásy y su encuentro con las tierras en las que desarrollaría su pasión exploradora. En 1926 nuestro conde realizó un arriesgado viaje de Alejandría a Jartum en coche (un Steyr, marca austríaca para la que Almásy hacía de piloto de pruebas) mano a mano con su amigo y futuro cuñado el príncipe Antal Esterházy. Fue una empresa que duró dos meses y medio, en la que acabaron haciendo 3.000 kilómetros y que impresionó en el ámbito deportivo internacional.

Sobre el papel, son mucho más interesantes los otros dos libros del conde, pero With Motorcar to the Sudan es apasionante y no solo por lo que tiene de iniciático en el interés (y verdadero enamoramiento) de Almásy por el desierto: durante el viaje ¡Almásy visita la tumba de Tutamkamón! (¡dos de mis iconos juntos!), que había sido descubierta tan solo cuatro años años antes y estaba siendo investigada (se tardó ocho años en vaciarla). Podemos suponer hasta qué punto esa visita fue decisiva en la segunda de las obsesiones posteriores del conde -además de Zerzura-: la búsqueda de otro de los grandes misterios arqueológicos de Egipto, el ejército perdido del rey persa Cambises II.

Su primer contacto con el desierto sobrecoge a Almásy. "La primera impresión del desierto infinito aturde. En la luz roja del sol naciente, la planicie sin límites proporcionaba una visión majestuosa. Hasta donde la mirada alcanzaba no había nada más que olas de dunas de arena anaranjada. Era extraño adentrarse en el temible vacío". El alma de Almásy se va contagiando del hervor de las arenas, un ansia que no le abandonará nunca. Al llegar a Jartum, los viajeros se retratan a los pies del monumento a Gordon Pasha subido en camello. Es sabido que todos los aventureros y los exploradores siguen los pasos de otros que le precedieron: una cadena áurea que destella deslumbrante como las dunas del Gran Mar de Arena bajo el sol del desierto.



El Pais. Cultura. Sábado 18 de mayo de 2024


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