Laberintos
Charles Burns
Reservoir Books
Estados Unidos
Cartoné
64 págs.
Color
Traducción: Carlos Mayor
Obras relacionadas
Agujero negro
Charles Burns
(Ediciones La Cúpula)
Vista final
Charles Burns
(Reservoir Books)
Más allá del valle de Richard
Michael DeForge
(Editorial Barrett)
Serie de Frank
Jim Woodring
(Fulgencio Pimentel)
El arriba firmante leyó por primera vez a Charles Burns en verano de 1983, en las páginas del n.o 41 de la revista El Víbora. Era una de las primerísimas historias del autor, y la impresión que causó en aquel lector de diez años (esa viñeta en la que, de una herida en la mano, surgen huevos de insecto) fue imborrable y posiblemente traumática. La historia se titulaba «Mal criado», la dibujó en 1979 (unos años después de que Cronenberg estrenase su Vinieron de dentro de..., lo cual puede que no sea casual) y releyéndola hoy se aprecia una importante consistencia con la carrera artística que Burns ha desarrollado a lo largo de más de cuatro décadas: ahí están ya la narración en primera persona, la ambientación en las décadas de los cincuenta o primeros sesenta, la profanación del cuerpo, el terror psicológico... Incluso, como en el Laberintos que nos ocupa, la pantalla de cine como eco de la realidad. Burns descubrió muy pronto su personal fórmula de la Coca-Cola (puede que ese descubrimiento temprano y duradero sea la esencia de todos los artistas), una fórmula que otros pueden imitar, pero jamás reproducir con exactitud. Así pues, que nadie espere Seven-Up o Fanta de esta nueva obra del autor. Es, para lo malo y para lo bueno, más de lo mismo.
La primera parte de Laberintos es tan solo un atisbo de lo que será la trilogía al completo y se resiste a la sinopsis argumental, se limita a ser una presentación de personajes y situación que puede resumirse en un «chico conoce a chica», pero con sabor a Burns, con regusto a chamusquina. El chico es indistinguible del resto de protagonistas jóvenes del autor. Burns, capaz de esos retratos tan precisos de famosos para la revista The Believer, hace de los «héroes» de sus tebeos personajes anodinos, casi abstractos. Son héroes de papel, bidimensionales, en sentido literal, como también lo es la chica, por mucho que sea pelirroja y haga una entrada a lo Mary Jane Watson, quizá en un homenaje, consciente o no, a John Romita. Pero algunos elementos comienzan a prefigurar el fondo de la historia, entre ellos, y de forma notable, el propio título. Aunque el término español Laberintos es sugerente y alude tanto a la confusión y al encierro como a las circunvoluciones del cerebro, carece de algunas de las connotaciones del Screens original (difícilmente traducible y poco atractivo como título en nuestro idioma; se agradece la adaptación), que puede entenderse como «pantallas» (el cine está muy presente en la historia), pero también como «membranas», como esa fina lámina que separa el interior del exterior. Por ejemplo, del cuerpo humano. O como la que define la cápsula en la que se envuelven algunos insectos durante su proceso de metamorfosis. Y solo con esto, por no hablar de la importancia que tiene en Laberintos la película La invasión de los ladrones de cuerpos, ya tenemos sobre la mesa el clásico tema de Burns: la separación entre el mundo interior y exterior de sus personajes, o, dicho de otro modo, el cuerpo como límite entre dos mundos irreconciliables y la posadolescencia como la época en la que esa alienación o bien se asume o bien se hace insoportable. Para encajar, sus personajes adoptan una apariencia de «normalidad», pero siguen siendo incapaces de reprimir la realidad «anormal» que se desarrolla en su interior y recurren como vía de escape a la ficción, donde pueden plasmar o encontrar, plasmadas por otros, sus miedos y fantasías. Ese es el caso de Laberintos.
En una escena onírica de Laberintos, que transcurre en un bosque oscuro (la metáfora al escenario de lo subliminal es obvia), la protagonista femenina le dice al personaje masculino: «Todo este rollo de la ciencia ficción ya cansa, ¿eh? ¿No se te ocurre nada más original? Ah, calla... A lo mejor es una simple excusa para verme desnuda». Da la sensación de que Burns se estuviera hablando a sí mismo, explorando el motivo por el que dibuja (¿para dibujar chicas desnudas?) y cuenta las cosas que cuenta. Esa sensación se intensifica en otra frase del libro: «No mires nunca a cámara». Es decir, no rompas la suspensión de la incredulidad, no abras una puerta entre el subconsciente y el yo consciente, no obligues al lector a confesarse que la fantasía —enquistada, malsana— que habita en su interior es de algún modo tan real como el mundo que lo rodea, por- que es entonces cuando suceden cosas inquietantes, tanto dentro como fuera de la pantalla, del laberinto, de la mente. En Laberintos, los niveles de realidad se superponen y entremezclan: Burns dibuja escenas de una película, dibuja los dibujos del protagonista en una libreta... El autor «mira a cámara» (mirar, lo visual, es un aspecto fundamental en su obra: la imagen, primero mental y luego plasmada en el papel, como punto de partida), abre la puerta que conecta los dos mundos, rasga la membrana. Utiliza el género (la ciencia ficción, el terror) para apelar al inconsciente del lector, con la esperanza de que en sus estereotipos se oculte una verdad que va más allá de aquella transmitida por documentales y libros de historia. La verdadera historia oculta de los Estados Unidos, la vida secreta de los jóvenes. La fórmula de la Coca-Cola.
Jot Down Comics nº7 Año 2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario