domingo, 17 de abril de 2022

El grifo de Astérix, en el British Museum


El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


 El Pais sábado 26 de marzo de 2022

De manera un poco espuria he formado parte intermitentemente del proyecto Animales invisibles, que codirigen los escritores y viajeros Jordi Serrallonga y Gabi Martínez y que consiste en rastrear por distintos medios y en distintos formatos las huellas de fauna legendaria, extinta, en peligro o muy esquiva. Estuve con ellos al principio, hace años, cuando pensábamos partir los tres camaradas juntos, el escritor, el científico y el periodista, como mosqueteros o personajes de El mago de Oz, en pos de quimeras, criptofauna, animales huidizos, necesitados de protección o desaparecidos. No sé muy bien que pasó pero la triada devino dúo (juntos han publicado un libro preciso con una selección de los bichos favoritos de cada uno), y me convertí yo mismo en un animal o un amigo invisible, acaso extinto.

Ahora, Jordi y Gabi han lanzado la web Animales invisibles explorers, que suma al proyecto la simpática posibilidad de que la gente se involucre como “exploradores” con sus propios animales y de que, rellenando una ficha y aportando el relato de su experiencia, los voluntarios contribuyan a iluminar el mundo con sus seres misteriosos.

Curiosamente todo esto ha coincidido en la búsqueda empecinada de un animal -convenientemente invisible- que me ha llevado de cráneo varios meses.


Desde que leí Astérix, tras las huellas del grifo (Salvat, 2021), el último álbum del personaje, me obsesioné con la idea de que yo me había encontrado antes en algún sitio con el legendario animal que centra la aventura del galo. El cómic, con texto de Jean-Yves Ferri y dibujos de Didier Conrad, lleva a Astérix, Obélix y Panorámix a los confines del Imperio Romano, al este de Europa (tan de moda gracias a Putin), las tierras de los sármatas, las legendarias amazonas y los no menos míticos grifos. Alli, también viaja una expedición enviada por César en busca de uno de esos animales. Aparecen varios grifos, uno en un vaso griego, pero los interesantes son los tallados en altos postes de madera que marcan el territorio sagrado de los sármatas.

Unas palabras sobre el grifo, es un animal fabuloso compuesto por la mezcla de los dos que más representan el poder y la nobleza: el león y el águila. Aunque hay variaciones, el grifo digamos canónico tiene el cuerpo del primero y cabeza y alas de la segunda.

A los feroces grifos se los situaba más allá del país de los escitas, camino de la tierra de los hiperbóreos. Primero, tras pasar a los saurómatas, el mar Caspio y a los masagetas, te encontrabas a los isedonios y luego a los arimaspes, junto a los que estaban los grifos, guardianes que los filones de oro. Vamos, que solo faltaban los cimerios de Conan.

Sea como sea, yo tenía la certidumbre de haber visto en algún sitio bestias como las de madera dibujadas por Conrad. ¿Dónde sería? Tras buscar infructuosamente la imagen original, hace una semanas en una visita al British Museum en Londres me topé con el grifo.

En el museo siempre aprovecho para visitar y saludar a algunos viejos conocidos: la momia de la mala suerte, los cascos de parada de la caballería romana y la insólita armadura ceremonial de piel de cocodrilo que vistió un soldado también romano en Manfalut, Egipto. Fue ver esa armadura y sentir un chispazo. Los saurómatas, tenidos por antepasados de los sármatas y descendientes de amazonas y escitas, se denominaban así, de sauros, lagarto, a causa de su costumbre de llevar corazas de escamas. Así que si estaba en territorio saurómata no debían estar muy lejos los grifos. Esa es una deducción típica de tratar de recorrer todo el British Museum a la carrera en ayunas.

El caso es que salí de la sala 49 entré en la 41 (la de Sutton Hoo y la Europa del 300 al año 1000) y ahí en un rincón estaba mi grifo. Estuve a punto de desmayarme de la impresión. Una alta talla de madera de una bestia fabulosa, una criatura feroz con el pico abierto amenazadoramente. Me pareció indudablemente la inspiración de los grifos de Astérix. Hallado en el rio Escalda en Bélgica, se creía que era un mascarón de barco vikingo hasta que los análisis revelaron que es más antiguo, del año 300 o 400. No está claro si fue tallado por artesanos galo-romanos o germanos. ¿Y por qué no podemos creer que fue a raíz de las descripciones de algún vapuleado legionario superviviente de una extraña aventura en el remoto Barbaricum? De allí donde cabalgan las amazonas, los grifos custodian el oro y dos galos y su druida ponen límite a las ambiciones de Roma y desatan nuestra imaginación.

Todo vuestro mi grifo, Jordi y Gabi. ¡Buena caza!


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