EL PÉNDULO DE FOUCAULT. Umberto Eco
Uno se va cansando ya de escribir siempre de los mismos, de defender, descubrir, siempre a los mismos, pero es que se viene hablando mucho últimamente de Nueva Historieta, de vanguardia incluso, y es curioso comprobar el pobre contexto en que tan peligrosos conceptos salen a la luz: la obra de gentes como Bill Sienkiewicz, Ted McKeever o Dave McKean, esa última corriente de dibujantes catalanes demasiado influenciados por el glamour de ciertos aires trasatlánticos e intelectualmente marcados por la indeleble impronta del profesor Jiménez del Oso. Hay entretanto un puñado de autores que continúan su silencioso trabajo en una suerte de miserable solipsismo (creo, luego existo) por falta no de un público receptor, que debe haberlo, sino más bien del adecuado vehículo para llegar a él. Son, si, aquellos de los que antes hablaba, esos de siempre, los que permanecen en sus mágicas guaridas de alquimista luchando con esa elusiva materia prima, dando forma a los sueños, inventando mundos que nadie, me temo, parece interesa¬do en explorar. No sé, en fin, si existe o no una Nueva Historieta; sí estoy seguro, en cambio, de dónde no debemos buscarla. Lo que sigue no es más que algún esbozo para aclarar conceptos, un pobre intento más de desbrozar el jardín.
UNO
Hay que ser absolutamente modernos.
Rimbaud
Recuerdo la época en que me perdía todas las mañanas en la Casa del Libro con cierto agradable escalofrío. Allí, entre mil volúmenes desconocidos que contenían quién sabe qué tesoros maravillosos, pasaba horas enteras curioseando, husmeando entre las páginas, escarbando tras las estanterías, hojeando libros que aún hoy continúan ejerciendo fascinación sobre mí. Aprendí entonces a amar el tacto de papel, el olor de la tinta; podía pasarme toda una tarde sentado en alguna parte simplemente acariciando el lomo de mi última adquisición, retrasando el placer de la lectura con otro más intenso si cabe, el de la anticipación, la espera casi voluptuosa. Hay nombres cuya sola mención me hace retroceder a aquellos días maravillosos de exploración y sorpresa, nombres como Proust o Lawrence, Henry Miller, Lovecraft y Poe. Nombres que aún hoy venero.
Datan de esa época también otros descubrimientos: una profesora de dibujo sorprendentemente ceñuda y morena, seca, los libros de Frazetta, HEAVY METAL, la música punk y un tomo gigantesco (de proporciones casi míticas, o eso me parecía entonces) titulado THE SMITHSONIAN COLLECTION OF NEWSPAPER COMICS. Recuerdo nítidamente haber pasado horas codo a codo con Aisa (éramos, en el fondo, tal para cual), estudiando esas páginas repletas de maravillas, Herriman y Sterrett, Segar, Gottfredson, Grane y Crockett Johnson, mil nombres y un millón de planetas lejanos¿ todos hermosos y vibrantes justo ahí, entre las tapas de ese libro ciclópeo que en la memoria se confunde a veces incluso con el místico Necronomicón. Era tal el hechizo que aún hoy, cuando he podido volver a localizarlo y lo tengo en casa, bien a mano, no puedo evitar un escalofrío cada vez que lo abro.
Y escalofríos produce, por supuesto, la cantidad ingente de creatividad y talento que un puñado de artistas derrochaban en aquellos años. Hablo de obras como KRAZY KAT, claro, o LITTLE NEMO, o de THIMBLE THEATRE y BRINGING UP FATHER, de POLLY y tantas otras. Hablo de poesía, de libertad expresiva, de experimentación desbocada. De un tiempo en que todo estaba permitido, cuando había que construir de la nada un nuevo lenguaje. Hablo de miles de páginas que aún hoy permanecen en la cúspide de un medio que no parece, desgraciadamente, capaz de ir más allá.
La única vanguardia cierta es la vanguardia muerta, dicen, lo que no deja de tener cierto sentido cuando uno contempla el actual panorama USA, presunta patria del cómic y punta de lanza aparente de su actual renacimiento, si es que hay tal, y lo compara con todas esas planchas aplastantes de las que hablaba. Dios santo, ni siquiera gentes como Kirby o Toth, Krigstein, Wood, que trabajaron en esa fábrica masificadora que es el comic-book, parece que vayan a ser superados.
¿Qué tenemos, pues? Competentes ilustradores multimedia completamente incapaces de narrar, autobiógrafos compulsivos y humoristas con mucho cianuro entre los dientes. Apenas cuatro nombres se me vienen a la boca si pienso en cosas con un cierto pulso de novedad, y todos son más que discutibles, en el fondo: Waterson (que se limita a ejercitar su amplio conocimiento de un medio y un género clásicos como pocos), Dave Sim (maestro de la parodia y experimentador suicida de formas y tiempos narrativos), Matt Wagner (un tipo raro que aún no tengo claro qué hace aquí) y Kyle Baker (otro que tal, pero jamás me separaré de mi ejemplar de WHY I HATE SATURN, la comedia de mi vida). Y es que claro, ¿qué es vanguardia? Especialmente si hablamos de un medio como el nuestro, mestizo y bastardo, mezcla de lo plástico y lo literario, hijo de poetas y mercachifles...
DOS
Pero lo importante es comprender. Dibujar puede ser un buen sistema.
LA ORILLA F. del Barrio
¿Pintar las páginas, usar óleos, acrilicos, ceras, hacer de cada viñetita un minúsculo cuadrito impresionista, expresionista, tanto da? (A los americanos, y al resto del mundo por analogía, osmosis o cualquiera que sea ese extraño mecanismo que extiende por el planeta su mal gusto, les encantan las acuarelas, les quedan unos tebeos tan chic, tan adultos, tan terriblemente maduros e importantes.) ¿El collage, acaso? Convendría recordar que ya Steranko y Kirby lo usaron para multiplicar el impacto visual de sus planchas. Por no hablar del viejo y sabio Breccia, que lo utilizó con fines muy poco decorativos y sí narrativos de verdad, meditadamente. ¿Lo interdisciplinar, entonces, eso de aplicar al propio recursos característicos de medios ajenos? ¿Eso que tan de moda se puso cuando lo moderno era ser posmoderno y que se remonta en realidad a las vanguardias de verdad, las históricas? ¿De verdad seguimos hablando de tebeos?
Ruptura de códigos narrativos o gráficos, subversión gramatical, dinamitar tradiciones. Todo está muy bien, sin duda, muy bonito, hasta necesario. Pero, ¿hay alguien que realmente lo haga de forma racional, con inteligencia, sabiendo dónde y por qué se mete? O, mejor aún, ¿hay alguien que lo haga, sin más?
Hay, sí, quien no lo hace pero parece pretender lo contrario. Excelentes dibujantes empeñados en construir sus historietas a la maniera de los Moore y Miler que rompieran esquemas en un entorno anquilosado y pútrido completamente ajeno al de aquí. Uno lee declaraciones de algún joven valor (el tal De Felipe, además, que parece el más razonable y serio) y se le llena la boca de puro asombro cuando se entera de que WATCHMEN y DARK KNIGHT le abrieron el cielo y le demostraron que se puede hacer aún muchas cosas en el medio. Y me pregunto, ¿se ha dado alguien cuenta de que aquí, en este continente nuestro tan viejo ya, hay una tradición historietística más antigua incluso que la de allí? ¿Se han molestado los chavales obnubilados por los herederos de Kirby (que pocos tiene, en el fondo, que merezcan tal nombre) en buscar un poco en el amplio mercado europeo? Nombres como Loustal o Boucq, Chaland, Moebius (bueno, a este le conocen de la edición yanqui), el Caza de los buenos tiempos, Tardi, Mezieres, Bilal, Franquin y tantos otros merecen algo más que un gesto de compromiso. Porque, a lo que vamos, si hoy existe algo parecido a la vanguardia no es merced a la escuela nacida del comic-book norteamericano. Muy al contrario, hunde sus raices en la tradición europea, en sus logros expresivos, en sus formatos comerciales, incluso (¿sabia alguien que lo de la novela gráfica se llama álbum y lo inventamos aquí hace ya muchos, muchos años?).
Y TRES
Hay que ser absolutamente modernos.
Baudelaire
Empecé este artículo sin rumbo claro. Mucho que decir, un montón de certezas que me hubiera gustado comunicar. Pero me vi enredado en la inevitable diatriba de lo yanqui que nos acecha y avanza y nos come terreno. No he podido resistirme a la tentación de poner un par de cosas en claro, aún a riesgo de pisar algún otro texto, pero es que hay todo un público ahí fuera convencido de que Claremont es el colmo de lo literario y que en toda su vida jamás se ha acercado a un álbum de aspecto mínimamente inteligente. Las revistas del país no ayudan: lo que se vende es generalmente basura sin interés, material masturbatorio de baja estofa y poco más. Con un panorama tan alentador, no es extraño que la gente se desentienda del medio, mientras los que de verdad trabajan en él con sensibilidad e imaginación se ven abocados al barbecho de lo minoritario.
Existe, sí, una necesidad de ruptura, eso lo sabe absolutamente todo el mundo. Es necesario dinamitar todo el aparato de producción, demoler tantos años de adocenamiento. Si se puede hacer con la elegancia de Federico del Barrio, bienvenida sea la vanguardia. Porque es importante que haya belleza e inteligencia. Porque todas esas gentes que mencioné antes, todos esos clásicos merecen un relevo digno, alguien que de verdad recoja su herencia y la lleve aún más allá.
Los nombres los conocéis ya. Confiemos en que no nos abandonen jamás.
Urich Nº17. Mayo 1991
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