domingo, 29 de diciembre de 2019

Fortuny, los pliegues de la melancolía


Josep Casamartina i Parassols


 Modelo con abrigo tres cuartos de terciopelo de seda con motivos cretenses sobre vestido Delphos gris y teja. GÉRARD AMSELLEM / LYON

3 NOV 2016

Mariano Fortuny y Madrazo cerró con broche de oro la historia de dos familias de artistas. Fue pintor, escultor, fotógrafo y escenógrafo, pero el mundo se rindió ante su genio como autor de telas y vestidos. Entre ellos, la túnica Delphos, emblema del talento de uno de los creadores más influyentes de la primera mitad del XX.


EL GENIO NACE, no se hace, pero para desarrollarse necesita de una atmósfera o de circunstancias que le sean favorables. Al contrario de la belleza, que se puede heredar aunque a veces dure poco, la genialidad no suele transmitirse fácilmente de padres a hijos, por más que se hayan empeñado en ello muchos clanes familiares a lo largo de la historia. Empeñarse a ultranza en el genio heredado parece condenado fatalmente a la decrepitud. Sin embargo, siempre hay excepciones para confirmar la regla, y los Fortuny y los Madrazo, dos familias de artistas que se acabarían mezclando, son un ejemplo estupendo de pervivencia. En realidad el eje vertebral de esta nutrida saga de pintores serían los Madrazo, pues de Fortuny tan solo hay dos, pero de Madrazo siete, y su origen como artistas se remonta al siglo XVIII, entre Santander –en donde nació José Madrazo y Agudo, pintor de cámara de Fernando VII– y la región polaca de Silesia –de donde procedía su esposa, Isabel Kuntz Valentini, a su vez hija del pintor Tadeusz Kuntz–. Y esa mezcla de culturas quizá sería el motivo de que, a lo largo del siglo XIX, el espectro de los Madrazo se extendiera por media Europa, cosechando amistades, relaciones, éxitos y honores con desigual fortuna, de Madrid a Roma pasando por Múnich y Berlín, y de Granada a París para terminar en Venecia. Es en este contexto ilustre, cosmopolita y estético donde nace, y también se hace, Mariano Fortuny y Madrazo, el enigmático e hipersensible mago de Venecia que sería además quien acabaría cerrando el prolífico clan con un espectacular broche de oro.

Fortuny y Madrazo se dedicó con ahínco a la pintura, siguiendo de cerca a todos sus antepasados, pero no llegó a ser un genio de los pinceles. Como pintor fue digno y nada más, no destacó demasiado, incluso fue bastante aburrido, dada la época en que vivió, aunque como grabador tiene bastante más interés. Su olimpo sería de otro talante, más etéreo y superficial y, a la larga, paradójicamente mucho más duradero y moderno. Fuera de España es posible que ya nadie se acuerde de quiénes eran los Madrazo, ese nombre curioso que ostentan calles de Madrid y Barcelona. También a escala internacional y a nivel popular, poca gente debe conocer al otrora famosísimo y cotizado Mariano Fortuny i Marsal, más allá de algunos buenos connaisseurs y conservadores y directores de museo. Pero al Fortuny de las telas y vestidos se le conoce en todo el mundo, incluso al margen de su nombre, por alguna de sus magníficas realizaciones o por las fotografías de actrices y modelos que lucieron, o siguen luciendo, con glamur sus hermosos trajes plisados de suave seda japonesa y colores argentados que se ajustan con delicadeza al cuerpo femenino y lo dejan, a su vez, libre, creando sinuosidades sin hacer caso de las tallas. Vestidos túnica, de una o dos piezas, sin decoración alguna más allá de una simple cinta ancha, con algún toque dorado ligeramente estarcido, para realzar busto y caderas, y del juego de luz y sombra de centenares de pequeñas aristas que, como una tierra arada, recorren toda la superficie de la tela en sentido vertical adaptándose mórbidamente a la orografía femenina.


Fortuny y Madrazo fue el príncipe de la luz, inventó un sinfín de patentes relacionadas con ella y se esmeró en captarla en todas las disciplinas artísticas posibles, con todo su esplendor y magnificencia. Por eso no se quedó solo en el ámbito de la pintura. Fue el primero en dedicarse a la incandescencia indirecta para iluminar de manera fluida y continuada interiores palaciegos, techos con frescos sublimes, tiendas, salones, boudoirs y escenarios. Fiel seguidor de Richard Wagner y su idea de un arte total, intervino decisivamente en escenografías y atrezos de ópera, ballet y teatro. Creó una cúpula, que llevaría su nombre, precursora de los cicloramas, esos cielos iluminados sin ángulos que son, ya desde hace mucho tiempo, fundamentales en la escenografía moderna. Ideó diferentes tipos de lámparas, de pie, techo y sobremesa, en tela o metal, que aún se producen en la actualidad y decoran interiores exquisitos en todo el mundo. También, evidentemente, relacionada con la luz fue su dedicación a la fotografía. Pero, sobre todo, su mayor y más celebrada ocupación fueron los tejidos y la indumentaria en los que la luz tampoco era un factor ausente, sino todo lo contrario, pues Fortuny trabajó siempre con sedas y terciopelos para captarla mejor.


Mariano Fortuny y Madrazo nació en Granada en 1871, bajo la estela de la Alhambra, hijo del pintor orientalista y grabador catalán Mariano Fortuny i Marsal y de Cecilia de Madrazo y Garreta, hija de Federico de Madrazo Kuntz y hermana de los también pintores Ricardo y Raimundo. Muy pronto la familia se trasladó a Roma, y allí Fortuny i Marsal instaló su fabuloso estudio, repleto de antigüedades, tapices y tejidos, que tanta influencia ejercería en pintores y coleccionistas coetáneos. Este espléndido taller romano duró poco, ya que en 1874 falleció su artífice, cuando el pequeño Fortuny y Madrazo tenía solo tres años. Entonces Cecilia con sus dos hijos, Mariano y María Luisa, decidió trasladarse a París y tuvo que desmantelar el fabuloso estudio de su marido y vender en subastas buena parte del contenido, entre el que figuraba la colección de tejidos orientales y renacentistas que ella también había ayudado a recopilar. No se vendieron todos, lo que, junto con la propia afición y grandes conocimientos en la materia que tenía Cecilia, favoreció que ella creara otra colección. Fue sin duda esta iniciativa la que familiarizó al pequeño Fortuny con las granadas de oro y terciopelo, de origen italiano y también valenciano, los pájaros y claveles otomanos y los arabescos y grafías andalusíes.

En 1889, Cecilia y sus hijos dejan París y se instalan en Venecia, en el palazzo Martinengo, y recrean allá su personal universo bajo la sombra mítica del malogrado Fortuny padre, viviendo en una atmósfera suspendida en el tiempo, pero también recibiendo numerosas visitas de celebridades del mundo de la cultura, ya fueran italianos, franceses o españoles. Desde allí, Fortuny y Madrazo despliega sus habilidades con línea directa en París y empieza a darse a conocer, primero como pintor, participando en alguna de las primeras ediciones de la Bienal veneciana, de la que ya será, a partir de entonces, un artista habitual. También expone en los salones de Múnich y, sobre todo, de París. En uno de sus viajes a la capital francesa, en 1897, conoce a Henriette Negrin y el flechazo es fulminante. Mantiene en secreto relaciones con ella, pues Henriette estaba casada, pero en 1902 ella decide divorciarse para irse a vivir con Mariano a Venecia y ambos se instalan en otro palazzo, el Pesaro degli Orfei, porque ni Cecilia ni María Luisa aceptan bien esa relación.


Un Delphos fotografiado por Cecil Beaton en 1971.CECIL BEATON

La influencia de Henriette será también fundamental en la vida de Fortuny, tanto desde un punto de vista afectivo como creativo y empresarial, especialmente en todo lo que se refiere al mundo textil, que al fin y al cabo será el más importante y decisivo para el autor. Henriette se implica y trabaja personalmente con sus propias manos en los estampados de las telas, con sistemas inventados por su compañero. Y seguramente se debe en parte a ella la creación del mayor éxito de Fortuny, la túnica Delphos, que aparece hacia 1907 y marca una revolución absoluta en la indumentaria femenina de todo el siglo XX, porque, habiendo sido pensada y producida al margen de la moda, mantendrá su actualidad hasta hoy. Es algo parecido, aunque diferente, de lo que estaba barajando desde París Paul Poiret, amigo de Mariano y Henriette, y desde Viena Gustav Klimt, su amiga la modista Emilie Flöge y el arquitecto Josef Hoffmann y sus seguidores.

Desde Venecia, la pareja consolida una industria artesanal que, desde finales de la primera década del siglo XX, vende a todo el mundo, y será en Estados Unidos, país moderno donde los hubiere, donde tendrán mejor clientela. Una empresa emergente que durante los años treinta empezó a sufrir problemas por la imposibilidad de importar seda de Japón y algodón de Inglaterra como consecuencia del proteccionismo de Mussolini con la industria italiana. En la década siguiente, la fábrica Fortuny entra en bancarrota, a pesar de los esfuerzos sobrehumanos de Henriette para salir adelante. En 1949 muere en Venecia Mariano Fortuny y Madrazo y deja parte de la herencia al Estado español, que renuncia a su legado, que consistía en el palazzo Pesaro degli Orfei con su interior abarrotado de telas, trajes y muestrarios. En 1956, Henriette lo legó entonces al Ayuntamiento de Venecia, y en la actualidad es el Museo Fortuny, orgullo de propios y extraños.

Peggy Guggenheim (mecenas y coleccionista), vestida con un Delphos, en la entrada de su palacio veneciano, actual sede de su fundación.EDITORIAL NEREA

En 1980, el Musée des Tissus de Lyon –institución que en estos momentos, incomprensiblemente, está a punto de ser desmantelada por el Estado francés– organiza una gran exposición sobre Mariano Fortuny y Madrazo, una iniciativa que marca el reconocimiento universal a su figura. Ese mismo año, el historiador y futuro galerista Guillermo de Osma publica su primer libro sobre el mago de Venecia; posteriormente, y como principal especialista en Fortuny, editó algunos más. El volumen que acaba de aparecer de la mano de la editorial Nerea representa la culminación de su trabajo. Una historia fascinante, muy bien documentada y explicada, con un tempo de novela, profusamente ilustrada, que es lo esencial si hablamos de tejidos y moda, y con un melancólico final muy adecuado a esa otra Venecia –al margen de Casanova, Canaletto y el carnaval– crepuscular del fin de siglo, teñida de azul, plata y oro viejo, que, como Fortuny y Madrazo, supieron captar a la perfección Thomas Mann y Luchino Visconti.


El Pais Semanal Nº 2.092 30/10/2016

Fortuny, los pliegues de la melancolía

Mariano Fortuny y Madrazo cerró con broche de oro la historia de dos familias de artistas. Fue pintor, escultor, fotógrafo y escenógrafo, pero el mundo se rindió ante su genio como autor de telas y vestidos. Entre ellos, la túnica Delphos, emblema del talento de uno de los creadores más influyentes de la primera mitad del XX.

Josep Casamartina i Parassols

3 NOV 2016

1 Fortuny en 1900. Archivo Museo Fortuny

2 Mariano Fortuny en 1890, en la terraza del palacio Martinengo. Archivo Museo Fortuny

3Muestrario de plisados Guillermo de Osma

4 Gérard Amsellem / Lyon

5 La soprano Colette Alliot-Lugaz con un manto de terciopelo de seda. Gérard Amsellem / Lyon

6 Retrato de Muel Gore vestida con un Delphos y retratada por sir Oswald Birley en 1919. Guillermo de Osma

7 Fundación Caja de Burgos

8La modelo y actriz Lauren Hutton con un Burnous de terciopelo de seda. Guillermo de Osma

9 La actriz Julie Christie en 1973 con pantalón y túnica plisados. Alfa Castaldi

10 Geraldine Chaplin en 1979, con vestido y sobrevesta de gasa ligera que pertenecieron a su madre, Oona Chaplin. Guillermo de Osma

11A la derecha, Mariano Fortuny y Madrazo, en una imagen captada en 1930. De fondo, tejido de satén de algodón con motivo floral inspirado en un diseño italiano del siglo XVII. Fundación Caja de Burgos

12 'Interior del palacio Orfei', obra pictórica de Mariano Fortuny y Madrazo (1940).



El Pais Semanal Nº 2.092 30/10/2016


Clara Peeters, la pintora que inventó el ‘selfie’


Estrella de Diego


Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre. JORDI SOCÍAS

24 OCT 2016

Clara Peeters fue la primera mujer que expuso en el Prado. Maestra del bodegón, de origen flamenco, vivió en el siglo XVII y se ignora casi todo de ella. Su obra creó escuela. Además, sus cuadros encerraban un gran secreto: ella misma aparecía retratada en ellos. El museo madrileño le dedica una exposición.


DURANTE MUCHOS años la pintora de Amberes Clara Peeters (Amberes, 1594-La Haya, 1657) fue la única mujer artista colgada en las paredes del Museo del Prado, si bien eran pocos los que reparaban en este hecho nada frecuente. No obstante, el visitante atento podía descubrirla, destacada, en la entonces rebosante sala de bodegones. Aquel lugar era casi un remedo de las mesas flamencas del XVII, donde alimentos y utensilios se agolpan en una peculiar construcción espacial, la que corresponde a este género pictórico, denostado por la historia del arte más conservadora al excluir la figura humana. Allí, en la sala del Prado y pese a lo extraordinario del conjunto de bodegones conservados en la pinacoteca madrileña, la obra de ­Peeters sobresalía entre tantas maravillas de caza, pescados, dulces, cristales, metales brillantes, cestas o hasta flores y jarrones que hablaban de las diferentes maneras de entender el mundo en las distintas sociedades y épocas.



La figura de la pintora reflejada en la copa y la jarra de peltre de dos de sus bodegones.JORDI SOCÍAS

Destacaba sobre todo un cuadro –composición exquisita–, en el que las flores del jarrón, primorosamente pintadas, rivalizaban en destreza con la elegante copa de plata, la bandeja con los frutos secos y los dulces, el transparente vidrio al fondo y la jarra de peltre. El trabajo exhibía una habilidad poco común, minuciosa y precisa, subrayada en los pétalos de cada flor: el jarrón de Peeters tenía mucho de pericia botánica, aquella que cultivarían, pocos años después y también en los Países Bajos, otras artistas como Maria Sibylla Merian o Rachel Ruysch. La primera, alemana de origen, sería la autora de Metamorphosis insectorum Surinamensium, transformaciones de insectos que poco tenían que ver con Systema naturae, el posterior catálogo seco y obsesivo de Carl Linnaeus. Las láminas de esta mujer que pintaba insectos y, más aún, los criaba y los observaba, capaz de marchar hacia Surinam con 52 años cumplidos para llevar a cabo sus investigaciones, eran vibrantes, llenas de vida, igual que las composiciones pictóricas de Rachel Ruysch, hija del conocido anatomista, al cual, se cuenta, compró su colección médica el propio Pedro el Grande de Rusia.

Quizá fue la atmósfera particular en los Países Bajos durante 1600 –en especial en Amberes, donde Peeters desarrolla su actividad– la que posibilitó la consolidación de esos bodegones planteados como la representación de una clase en ascenso, burguesa y moderna –los ricos comerciantes– que a ratos remedaba las costumbres de la aristocracia tradicional. Alrededor de esta aparente paradoja –modernidad y tradición– se desarrollaba un género pictórico que traza un retrato social muy preciso. Entre las riquezas y rarezas importadas y atesoradas se delineaba además la fina frontera entre abundancia y exceso, y se apelaba, de alguna manera, a la caducidad del mundo y las cosas del mundo.


Bodegón con pescado, gambas, ostras y cangrejos de río.JORDI SOCÍAS

Pese a la atmósfera de modernidad que se vivía en los Países Bajos, ser mujer pintora en el siglo XVII, incluso en una sociedad cuya clase en ascenso retaba algunas viejas costumbres, no era fácil. No lo era, entre otras cosas, porque las artistas encontraban grandes trabas para su formación, a menos que aprendieran con el padre –ocurre con Artemisia Gentileschi–; o con un maestro particular, supervisada la estancia por su esposa –es el caso de Sofonisba Anguissola, también expuesta hoy en las salas del Prado–. Las mujeres no podían frecuentar un taller, fórmula habitual para convertirse en pintor, pues era impensable para las jóvenes compartir cotidianidad con otros muchachos. Además, al salir serían demasiado viejas para casarse. Por si fuera poco, el acceso a las clases de desnudo, la manera de aprender a dibujar la figura humana y pasaporte para la “alta pintura” de escenas de batallas o religiosas, estuvo vetado a las artistas durante siglos. Dedicar los esfuerzos a los bodegones, incluso a finales del siglo XIX, era un modo de llevar adelante la carrera para muchas mujeres.

Esta particular situación de las artistas hace aún más intrigante el gesto reiterado en algunas obras de Clara Peeters, de la que, por otro lado, se tienen pocas noticias verificables, salvo que fue una pintora precoz especializada en bodegones, que trabajó en Amberes y que su época de máxima creatividad se desarrolló en torno a 1611-1612. Reflejada en los metales brillantes de algunas de sus obras, Peeters se pinta. A veces se pinta incluso pintando. Es una imagen apenas perceptible –camuflada quizá por decoro, para no parecer demasiado descarada en tanto mujer– que Peeters despliega con coraje infinito y una implacable seguridad en su oficio.


Bodegón con arenque, cerezas, alcachofa, jarra y plato con mantequilla.JORDI SOCÍAS

Retomando el juego de reflejos, muy arraigado en la época –El matrimonio Arnolfini es una buena muestra de ello, al desvelar en el espejo al fondo el retrato del pintor y la parte no visible del cuarto–, Clara Peeters subraya en su autorretrato una poderosa afirmación de su destreza. Pintar su efigie desde diferentes puntos de vista adaptados a la superficie de las copas o las jarras descubre un absoluto control sobre los ángulos, la escala, la perspectiva, la minuciosidad… y un orgullo sobre una autoría que a veces rubrican también las pastas con la forma de la “P” en su apellido.

Sus maravillosos selfies avant-la-lettre –autorretratos camuflados que evocan a Cindy Sherman cuando su rostro se descubre reflejado en unas gafas o el espejo de una polvera– hacen pensar, además, en las estrategias sofisticadas de tantas mujeres, a menudo obviadas por pintar géneros menores. La pregunta surge insidiosa: ¿desde dónde se establecen los criterios de calidad, el canon? ¿No vuelven a ser restricciones de un discurso que es necesario revisar? Los bodegones de Peeters lo dejan claro: nunca hay que quedarse en las meras apariencias. Una segunda mirada, más atenta, puede desvelar cierta señal radical de modernidad, oculta tras el reflejo de una copa. Por ese gesto, también ahora, desde las salas del Prado Clara Peeters nos desconcertará en su audacia.


El Pais Semanal Nº 2.091 23/10/2016


El tiempo congelado




FABIAN OEFNER
8 OCT 2016

NO EXISTE ser ni objeto en este mundo que no sea esclavo de la entropía. Todo, incluido este espectacular Bugatti 57 SC de los años treinta, está sujeto al eventual abrazo del caos. Aunque en este caso, ese desorden sea simulado. En una combinación de ciencia y creación, el suizo Fabian Oefner ha producido dos series de imágenes de automóviles bajo el título de Disintegrating. Una a una, el artista fotografía las piezas que componen cada coche –en miniatura– y las recoloca digitalmente en un proceso que dura hasta dos meses. Con sus obras, Oefner plantea cuestiones sobre el paso del tiempo, la percepción de la realidad y la esencia de los fenómenos que escapan al radar del ojo humano.


El Pais Semanal Nº 2.089 09/10/16


El ojo insomne de la ciudad

Pocos han visto tanta muerte como Enrique Metinides, el fotógrafo que retrató durante seis décadas el crimen y el horror en México, hoy convertido en leyenda.


 
Domingo, 27 Noviembre 2016



En el mundo de Enrique Metinides (Ciudad de México, 1934) la realidad presenta contornos difusos. Hay que sentarse a su lado y escucharle un rato para entenderlo. El fotógrafo que durante décadas retrató la muerte en carne viva es ahora un jubilado simpático, que se desliza por las habitaciones de su abigarrado apartamento como un pequeño duende pop. Con orgullo casi paternal va mostrando su colección de figuritas de ranas verdes (a destacar la que conduce un deportivo limón), sus máscaras venecianas, sus monedas conmemorativas, las incesantes fotos de sus tres hijos, cinco nietos y dos bisnietos, las escayolas de cristos y vírgenes… y así hasta alcanzar una puerta lateral, casi imperceptible desde el salón.

Al abrirla, se llega a la cámara del tesoro de Metinides. Dentro, encapsulados en el tiempo, hay más de 3.000 coches de juguete. Un delirio barroco, donde el único espacio libre es una minúscula senda que conduce a otra puerta, aún más misteriosa y detrás de la cual el artista guarda la verdadera trastienda de su alma: los diarios donde a lo largo de medio siglo aparecieron sus fotografías. El material sobre el que ha edificado su leyenda. Su obra. "Artista no sé si soy, pero desde luego he sido el que más ha publicado en la prensa mexicana", bromea.

Metinides ha vuelto al salón y se ha sentado cómodo en su sofá. Viste de beige. Con delicadeza comenta sus instantáneas y, de vez en cuando, se detiene a señalar lo imposible. Por ejemplo, toma la imagen del incendio de una estación de servicio, posa el índice derecho en la llamarada y dice que ahí se observa el perfil del diablo. "Fíjese en la boca, los ojos, el cuerpo; ahí está, sea verdad o mentira".



DESTINO.
Jarambalos Enrique Metinides Tsironides es un hombre antiguo. De modales clásicos y muy religioso. Nueve vírgenes de Guadalupe y dos cristos ocupan la cabecera de su cama. No le gusta que le recuerden la edad y, si a una "dama" se le cae algo, es el primero, pese a sus 82 años, en recogerlo. Con esa filosofía, escucha antes de hablar y, cuando habla, en su rostro asoma una sonrisa larga, casi circular, de esas que acaban formando ondas en el ambiente. A nadie le cabe duda de que es un tipo especial.

Su destino era haber nacido en Estados Unidos. Ahí se dirigían sus padres, Teoharis y María, inmigrantes griegos, cuando su barco hizo escala en Veracruz y, tras ser desvalijados, tuvieron que quedarse en México y probar fortuna. En la capital, en la populosa colonia de Santa María la Ribera, su padre abrió un restaurante. Eran los años veinte y todo se tambaleaba a su alrededor, pero el negocio le fue bien, extendió su familia y cuando el pequeño Jarambalos Enrique cumplió nueve años, le regaló un sueño. Una Brownie Junior, de fabricación alemana. Doce fotos en blanco y negro. Cañón de caja. Su padre le conocía bien.



En aquel tiempo, el niño no dejaba de ver películas de gánsteres. Le gustaban especialmente las de Edward G. Robinson y James Cagney. "Yo siempre que podía iba al cine; y claro, luego quería hacer mi propia película", rememora Metinides.

Con la cámara, el pequeño empezó a salir a la calle a tomar fotos de coches accidentados. Capós hundidos, chapas desfiguradas, granizo de cristales. Poco a poco, su precocidad llamó la atención.

Al restaurante de su padre acudían a menudo los agentes de la comisaría de Santa María la Ribera. Entre taco y tequila, no tardaron en ver las imágenes del pequeño y, medio en broma, darle permiso para acudir al centro policial. A los 11 años, Metinides fotografió su primer cadáver. Un hombre había sido abandonado inconsciente en la vía del tren. Al entrar en el patio de la comisaría, encontró su cuerpo decapitado. Sacó la Brownie e hizo su trabajo. La cabeza en los pies. Para la colección.

Convertido en una pequeña celebridad local, un día coincidió en un accidente con Antonio Velázquez, El Indio, un veterano fotógrafo de La Prensa. El hombre vio lo que hacía ese crío prodigioso y le invitó a trabajar. Con 12 años, Metinides sacó su primera portada. Arrancaba la leyenda.



Durante seis décadas el niño de ojos curiosos hizo de los accidentes, catástrofes, suicidios y crímenes su vida. No hubo tabloide y revista de crónica roja para los que no trabajase. La Prensa, Crimen, Guerra al Crimen, Zócalo, Alarma… En blanco y negro. En color. Sus composiciones le distinguían. "Trataba de tomar fotografías que lo contuvieran todo. Seguía queriendo hacer una película, como cuando era niño. Intentaba que se viese al asesino, a la víctima, a la policía, al público…". A diferencia de sus colegas, evitaba el primer plano. A veces le bastaba con una solitaria madre llevando un pequeño ataúd en brazos; otras, con la vista cenital de un suicida estrellado contra el suelo, pero con decenas de mirones, ahí abajo, girando sus cabezas hacia la cámara, hacia el fotógrafo, hacia el lector.

Siempre un paso atrás, Metinides hacía de la muerte un paisaje. Sin demasiada sangre, sin apenas dolor. Un pie o una carta podían ser suficientes. La historia brotaba por sí sola.

Así trabajaba su cámara. Implacable y silenciosa. Un arma que incluso en el vacío encontraba su carga. Pero eso muy pocos lo advirtieron en su día. Durante su vida profesional nunca alcanzó la fama. Tampoco le pagaron bien. Sus recuerdos son amargos. Le despidieron de dos periódicos. Los colegas lo trataron mal. "Hasta me llegaron a echar agua en el revelador". Pero él siguió. Trabajando tuvo 19 accidentes graves, se rompió siete costillas, fue atropellado dos veces y sufrió un infarto. Pero siguió. Volaba con las ambulancias. Nunca desconectaba de las frecuencias policiales. Parecía tener a la muerte en nómina."Lloraba al irme a dormir, pensando en lo que había visto durante el día. Aún ahora sigo soñando, son pesadillas terribles, me despiertan y no puedo volver a la cama".




Metinides cree que en esta vida ha dado mucho más de lo que recibió. Le hubiera gustado hacer dinero. Comprarse una vivienda más grande que la que ocupa en la plomiza avenida de la Revolución. Haber alcanzado la fama antes. No tener tantas cicatrices.

En 1997, después de más de 50 frenéticos años de trabajo, aquel niño insomne se bajó de su propia película y se retiró. Fue entonces cuando la gloria le empezó a merodear. El paso del tiempo amarilleó las portadas, pero no sus fotografías. Lo que había sido despreciado tomó cuerpo de reflexión. Se publicaron recopilaciones y catálogos; se filmaron documentales. México, una tierra poblada de espectros, descubrió en Metinides a uno de sus grandes retratistas. Expuso en Nueva York, Berlín, Madrid, Zúrich, San Francisco, Arlés, Helsinki, París… Sus imágenes se volvieron arte.


El Pais Semanal Nº 2.087 25/09/2016


Dibujando la complejidad de la vida

Chris Ware atrapa el vaivén entre la trivialidad y el enigma de las vidas corrientes en ‘Rusty Brown’, una novela gráfica con vocación de clásico de la literatura

TEREIXA CONSTENLA

Madrid 29 DIC 2019

Una viñeta de 'Rusty Brown', de Chris Ware.

¿Quién es Chris Ware? Un señor que dibuja 47 copos de nieve en una introducción y los hace todos diferentes, únicos. Un dibujante que se ríe de sí mismo mostrándose en su último cómic como un personaje algo maniático, algo adicto, desdeñado por alguien como “tonto del culo”. Un autor que aspira a atrapar la complejidad de la vida en unos libros a los que dedica largos años y que suelen celebrarse como una nueva visita del cometa Halley a la Tierra. En Rusty Brown (Reservoir books, traducido por Rocío de la Maya Retamar), su reciente criatura publicada en español, pasa todo eso.
Están las 47 estructuras irrepetibles de copos, la autoparodia y la densidad de varias biografías que giran alrededor de un personaje, un niño excluido que se protege tras un superpoder imaginario. Hay humor, sofocos, tedio, sueños y melancolía, que se despliegan en 360 páginas de colores vivos repletas de recovecos narrativos, callejones sin salida y caminos secundarios. Ware no ha nacido para fomentar la comodidad de sus lectores: puede ofrecer dos historias en paralelo en la misma página, expresar sentimientos con formas geométricas o incluir 176 viñetas en el comprimido espacio que marcan 16x32 centímetros. “Trato de producir, con imágenes y palabras en una página, la intensidad más compleja del sentimiento humano que pueda, así como crear la sensación de vida más abrumadora e inmersiva posible”, expone en una entrevista por correo electrónico.


Hay alguna pista que explica de dónde viene Ware (Omaha, Nebraska, 51 años) y esa forma de narrar que deslumbró con Jimmy Corrigan: el chico más listo de la Tierra o Fabricar historias. Descontado su talento como dibujante, lo que convierte sus libros en palabras mayores es su ambición clásica, su afán por desmenuzar una biografía desde lo insignificante a lo trascendental, de la hormiguita aplastada por un niño a la obsesión por el sexo, del cupcake (magdalena) a la discriminación racial. Lo que hay es una herencia que viene de algunos rusos y franceses (entre otros) y que Ware ha acomodado a su lenguaje expresivo: “En los últimos 20 años, he intentado leer lo que se consideran las mejores obras de literatura, desde Flaubert a Tolstói, Proust a Angelou, Joyce, Chéjov y Nabokov, y supongo que me imagino trabajando en esa tradición, pero con imágenes en lugar de palabras”.


El dibujante Chris Ware, en Bolonia (Italia). ROBERTO SERRA GETTY IMAGES

En casi ninguno de ellos ha encontrado una visión optimista y tranquilizadora de la existencia, sin que por ello se les reproche un afán de “fastidiar al lector”. “Esto parece ser un problema contemporáneo, tal vez porque hemos perdido la noción del intenso sentimiento del paso de la vida en el ataque de todas las distracciones digitales, entretenimiento y tonterías que fluyen a través de nuestras mentes y ojos por segundo, cada hora de vigilia de cada día”, añade Ware.

Los protagonistas de Rusty Brown proceden de una pequeña comunidad escolar de Omaha: un niño repudiado que vive y sueña para Supergirl, un profesor con tantas frustraciones profesionales como afectivas, un alumno que envuelve en agresividad sus escaras más íntimas y una maestra negra que busca en el banjo lo que no encuentra en los demás. El tiempo corretea por las páginas, van y vienen estaciones, saltos cronológicos, infancias y vejeces, tontunas y dramas. No hay linealidad narrativa en una puesta en escena trazada con precisión arquitectónica. Sobre ese halo de tristeza que envuelve la atmósfera, Ware reflexiona: “Si la hay, está codificada en los puntos de vista frustrados de los personajes. La obra de arte, el color y las composiciones están ahí para contradecir y ofrecer un argumento opuesto a ese sentimiento, si he hecho mi trabajo correctamente. La vida está llena de tristeza, arrepentimiento e incertidumbre, y si ignorase esa verdad, estaría mintiendo. Nunca miento, a menos que no me dé cuenta”.



Dibujando la complejidad de la vida

La primera historia de Rusty Brown comenzó a escribirse en 2000. La última se culminó en 2018. Acaso preocupado, acaso irónico, Ware añade una pequeña nota aclaratoria al final de su novela gráfica: “El seguidor caritativo y perspicaz observará que el autor se ha dedicado a diseñar otros proyectos y experimentos artísticos durante los últimos 18 años, no solo este único, triste e inexplicable trabajo”.

—¿Alguna vez le ha preocupado ser un autor de maduración lenta? ¿Envidia a los prolíficos?

—Por supuesto; mis amigos escritores Zadie Smith, Aleksandar Hemon y Dave Eggers publican libros prácticamente una vez al año, lo cual envidio. Los cómics son, sin duda, una manera muy laboriosa y bastante ineficiente de contar historias. Los cómics también son una experiencia muy densa y de múltiples capas, que operan con mecanismos de lectura y visión para producir una experiencia que creo que puede estar más cerca de la cociencia humana que cualquier otro medio visual existente.

—¿Le quedan caminos por explorar en el cómic?

—Sinceramente, siempre siento que recién estoy comenzando. Aunque nunca experimento formalmente por el simple hecho de hacerlo; tales esfuerzos siempre están al servicio de tratar de obtener una calidad de experiencia incierta que de otro modo no podría expresar con palabras o imágenes, como lo que se siente al estar dentro de un cuerpo humano o cómo un olor aleatorio particular podría afectar a mi visión del mundo y mis recuerdos.




lunes, 23 de diciembre de 2019

Una segunda vida para el Buscón de Quevedo

Un cómic de Juanjo Guarnido y Alain Ayroles continúa la historia del pícaro en el Nuevo Mundo

Viñeta de 'El Buscón en las Indias', de Juanjo Guarnido.

RUT DE LAS HERAS BRETÍN


Madrid 23 DIC 2019

Todo empieza por el final. A bordo de un galeón navegando hacia tierras desconocidas. Nada tiene que ver con Arya Stark, Juego de tronos quedaba muy lejos cuando Quevedo embarcó al Buscón hacia las Indias para terminar el relato de la vida de uno de los grandes pícaros de la literatura española.

Fiel al segundo mandamiento del padre (de su padre): “No trabajarás”, Pablicos continúa sus desventuras guiado por Alain Ayroles y Juanjo Guarnido. Ellos —los textos del primero y las viñetas del segundo— también se embarcaron en una aventura al atreverse a continuar la novela de Quevedo con El Buscón en las Indias (Norma editorial). Hace 10 años que hablaron de ello por primera vez, un largo camino hasta dar con Pablos de Segovia, al que Guarnido llama Pablicos, a pesar de sus Eisner por distintos álbumes de la exitosa saga Blacksad, del Premio Nacional del Cómic en 2014 y de su larga trayectoria, dice que es el personaje que más le ha costado encontrar. Un día por casualidad, y tras cientos de pruebas, dio con él. “Dibujé sin pensar, vacié la mente y vi que lo había hecho. Me gustó, no parecía mío, se escapaba de mis tics de dibujante”. Describe Guarnido a su protagonista por teléfono: “Flacucho, narigudo, con cara de gamberrete pero a quien no puedes evitar coger cariño”. Lo hace desde Bruselas, donde ha firmado su reciente publicación, en una gira que le ha llevado por multitud de librerías francesas, españolas y belgas.

Ni Quevedo ni El Buscón son muy conocidos en Francia ni en Bélgica —“de la literatura del Siglo de Oro español a quien se conoce es a Cervantes”, explica el dibujante— y Ayroles (Lot, Francia, 51 años) tampoco los conocían, pero no dudó en aceptar la propuesta de Guarnido cuando terminó de leer la obra de Quevedo. En realidad, el ilustrador le dio esta idea para reconducir la que había tenido el francés al ver un Don Quijote en Ecuador. El Buscón tenía un final abierto y resucitar a Alonso Quijano para recorrer tierras americanas no era de recibo.

El Buscón, de Juanjo Guarnido y Alain Ayroles.

Lo que pensaban que fuera un cómic de 80 páginas se ha convertido en un volumen de 160 láminas, estéticamente muy bellas, en las que para crear a Pablos, Guarnido ha querido huir de su característico dibujo. La documentación ha sido fundamental, los autores han visitado museos de los dos lados del Atlántico, han visto fotografías, grabados antiguos y películas bien documentadas. El ilustrador recorrió los parajes que forman parte de esta historia. Fue a Perú: “Para transmitir la sensación de los lugares hay que conocerlos”. Y así este virtuoso de la acuarela —la técnica que domina y en la que se siente cómodo— representa en viñetas las ciudades y paisajes por los que pasó El Buscón para encontrar El Dorado, uno de los objetivos de Pablos, ¿hay algo más quevedesco que el “Poderoso caballero es don dinero”? Siempre según sus preceptos, los mismos que ya le impuso Quevedo: mantenerse vivo y no trabajar. Las referencias a la obra original son constantes: personajes, flash-backs a episodios de la novela, la manera de hablar barroca y el humor, uno de los objetivos de los autores es recordar que “nuestros clásicos son amenísimos”, insiste Guarnido (Granada, 52 años). Hay viñetas pícaras con el lector, la narración dice una cosa, los personajes otra y el dibujo muestra una diferente. El lenguaje juega un papel fundamental —Guarnido también ha estado a cargo de la traducción: “Había que dedicarle mucho cariño y esmero”, recuerda el dibujante al señalar que trabajaba con material de su guionista favorito—.

Viñetas de Guarnido para 'El Buscón en las Indias'.

La ambición de esta obra se palpa según avanza el relato y la propia ambición del protagonista, los giros, las sorpresas van in crescendo hasta llegar a un final digno de entrar en los libros de historia. Sin embargo, recalca Guarnido que no hay ninguna intención pretenciosa en continuar la obra de Quevedo. Es un homenaje, al autor, a la novela picaresca y a la literatura española. “Aportar un granito de arena para que haya interés por los clásicos”, incide mientras cuenta que le han dicho que en algunas librerías francesas hay gente que al leerse el cómic vuelve buscando la novela.

También hay homenajes a otros artistas del Siglo de Oro, la clarísima es a Velázquez y a sus meninas. Los autores vieron mucha pintura costumbrista, que Guarnido se ha quedado con ellas se refleja en viñetas como las de las bodegas de los galeones que cruzaban el Atlántico a las que solo le falta el hedor, no hay que olvidarse de la falta de higiene y del hacinamiento en esos reducidos espacios durante semanas en altamar. Cuida los detalles al máximo desde un bebé mamando mientras su madre duerme, hasta la representación de la flora y fauna del Nuevo Mundo, parece hacer una panorámica a los lugares —fotografías de 360 grados—. Se adentra en ellos, también osa a hacerlo en Las meninas. Todo esto es el fruto de la primera colaboración entre Guarnido y Ayroles (Garulfo, De capa y colmillos, D. Diario de un no muerto), dos grandes del cómic que volverán a trabajar juntos, aún sin fecha pero ya con una idea rondando en sus cabezas. Antes el granadino tiene que acabar los dos próximos números de Blacksad, no cree que pueda ser para 2020. Lo que sí ocurrirá en marzo de este año es que inaugurará, Juanjo Guarnido. Secretos de taller de un maestro, una exposición en el Museo del Cómic de Bruselas con mucho de su material de creación: bocetos, trabajos previos, documentación antigua…

SOBREPRODUCCIÓN FRANCESA, POCA DEMANDA EN ESPAÑA

Juanjo Guarnido cree que está mejorando la salud del cómic español: "El catálogo es muy bueno y variado, pero el mercado es lo que es, va aumentando poco a poco". Cree que en parte gracias a dibujantes como Paco Roca que publicó Arrugas en un momento "adecuadísimo" y jugó un papel importante para popularizar el tebeo a través de un tema que conmueve e interesa.

Aun así, el mercado dista del de Francia, país donde vive. También allí encuentra problemas a pesar de que tiene mucho más público: "Mientras en España cojea la demanda en Francia la oferta es casi excesiva. Hay una sobreproducción de la que nos venimos quejando desde hace años".

Guarnido dibuja 'Las meninas' desde dentro.


El Pais

domingo, 22 de diciembre de 2019

Las mejores viñetas de 2019: cuando el cómic abandonó el papel

La tradición ha recluido a la historieta en los límites de la hoja impresa, pero dos exposiciones han demostrado que su lenguaje rebosa cualquier frontera

'Inframundo', Pep Brocal (Astiberri).

ÁLVARO PONS
20 DIC 2019

Antes de comenzar la lista de jugosos títulos que nos han llegado durante los últimos 12 meses, me van a permitir reflexionar sobre el que es, a mi entender, el gran hito del año: 2019 será recordado en el mundo de la historieta como el año en el que los cómics abandonaron el papel. Las exposiciones Viñetas desbordadas, de Sergio García, Max y Ana Merino (Centro José Guerrero), y El dibujado, de Paco Roca (IVAM) han demostrado que el lenguaje del cómic es incontenible. La tradición y la convención ha recluido a la historieta en los límites de la hoja impresa, pero sus potencialidades y capacidades rebosan cualquier frontera impuesta. Las dos exposiciones que han coincidido este año abren nuevos caminos apasionantes de exploración para el noveno arte.

Pero despertemos porque, de momento, el papel todavía está ahí. Y dando excelentes momentos de lectura, como los aportados por tres grandes del cómic que han coincidido en llegar a nuestras librerías con obras que solo admiten el calificativo de magistrales. Jaime Hernández continúa atrapando la vida en viñetas en su saga Locas, que se permite en ¿Es así como me ves? (La Cúpula) el difícil ejercicio de mirar al pasado sin nostalgia. Un repaso a la trayectoria vital en el que coincide el canadiense Seth con la monumental Ventiladores Clyde (Salamandra Graphic) y que Chris Ware certifica con Rusty Brown (Reservoir Books), brillante despliegue de investigación formal que contrasta con la demoledora visión que el autor americano tiene sobre la naturaleza humana. Pero hay otras miradas: alejadas de cualquier juicio más allá del que dará el tiempo, como la de Tadao Tsuge en Mi vida en barco (Gallo Nero); brillantes deconstrucciones de un futuro desquiciado como el que plantea el siempre estimulante Olivier Schrauwen en Vidas paralelas (Fulgencio Pimentel), o reflexiones que son capaces de reescribir los ritos de paso desde la mirada desprejuiciada de la ciencia-ficción, como Tillie Walden en En un rayo de sol (La Cúpula).


'Bezimena', Nina Bunjevae (Reservoir Books).

Pero la realidad siempre estará ahí para reflexionar sobre ella: Michael Kupperman repasa la vida de su padre en Niño prodigio (Blackie Books) para definir (y humanizar) el manido concepto de “juguete roto” de los niños en manos de los mass media. Un mundo real que puede ser espantoso y desasosegante, como muestra Nick Drnaso en Sabrina (Salamandra Graphic), o de una crueldad tan cercana e ignorada como la guerra de Yemen que investigan Pedro Riera y Sagar Fornies en Intisar en el exilio (Astiberri). Realidades que obligan a la evasión a otros mundos, quizás a cuentos que solo retienen su apariencia ingenua hasta que se revelan como pesadillas, obligando al arte del cómic a exprimirse en busca de nuevos caminos expresivos: lo hacen Nina Bunjevac con Bezimena (Reservoir Books) y Emily Carroll en La noche que llegué al castillo (Sapristi), con historias que ahondan en el maltrato y la agresión desde inocencias rotas. Aunque ese escape puede llevarnos a terrenos completamente ignotos como En otro lugar, un poco más tarde (Astiberri), donde David Sánchez crea un mundo de reglas propias entre lo lisérgico y el delirio en el que la lectura es un ejercicio de saboreo de sensaciones desconocidas.

Ha sido año de obras que dan nueva vida a personajes clásicos allí donde los dejaron sus autores originales, como el sorprendente El buscón en las Indias, de Guarnido y Ayroles (Norma Editorial), que trasladan con éxito la picaresca de Quevedo a las normas actuales del género, sorpresa incluida (divertidísima y acertada, añado); el inesperado Blake y Mortimer de François Schuiten, Van Dormael, Gunzig y Durieux, que en El último faraón se atreven a situar a los personajes de Jacobs en el universo de las Ciudades Oscuras; o la esperadísima vuelta de Émile Bravo a Spirou, que con La esperanza pese a todo (Dibbuks) sigue reflexionando con lucidez sobre los horrores de la guerra (sin olvidar lanzar alguna genial puyita a Hergé y Tintín).

'Ventiladores Clyde', de Seth (Salamandra Graphic).

También en 2019 Jen Wang demostró que los cuentos pueden seguir siendo cuentos sin caer en los lugares comunes del tópico con El príncipe y la modista (Sapristi), mientras que Roberto Massó cuestionaba los límites de la historieta como arte narrativo para entrar en los terrenos de una abstracción rítmica en Cadencia (Fosfatina). Hemos leído la afortunada reescritura de Dante en términos de cultura popular que propone Pep Brocal en Inframundo (Astiberri) y el inspirado y motivador cuaderno de viajes de David B., Diario de Italia (Impedimenta), aunque pocos viajes como el contemplativo e interior de Tú, una bici y la carretera, de Eleanor Davis (Astiberri). Un año de cómics donde la diversidad ha mandado, desde obras como Intensa (Astiberri), en la que Sole Otero se adentra en esa marcianada (literal) llamada amor, hasta las que descubren la complejidad de las adopciones en Asia, como Palimpsesto, de Wool-Rim Sjöblom (Barbara Fiore Editora). Y todo sin olvidar autores clásicos como Pazienza (Corre, Zanardi, Fulgencio Pimentel), Chaland (El joven Alberto, Dibbuks), Josep Mª Beà (Peter Hipnos, Trilita Ediciones) o el siempre admirado Flash Gordon, de Dan Barry (Dolmen). No ha sido un mal año, no.


El Pais. Babelia Nº 1.465 Sabado 21 de diciembre de 2019


sábado, 21 de diciembre de 2019

EL PODER DEL DIBUJO


Julio A. Gracia Lana

«En nuestra sociedad hay un tabú sobre que la única manera de transmitir ideas complejas es la palabra. Y pese a ello, todos los autores de cómic se basan en la concepción de que el dibujo es una perfecta forma de trasmisión del pensamiento». Ambas sentencias resumen perfectamente la trayectoria de Max y fueron pronunciadas por el autor en el curso «Tendencias recientes en el cómic y la novela gráfica. Encrucijadas con otras artes», impartido en Benalmádena en 2016. Un dibujo en el que lo importante no es la belleza, la recreación en el dominio del lápiz, el modelado del personaje o el detallismo del escenario, sino la capacidad para transmitir.

Francesc Capdevila (Max) es uno de los pilares fundamentales del cómic adulto en España. Prácticamente todas las transformaciones del medio desde finales de los años setenta hasta la actualidad, pueden estudiarse a través de su producción. Fue el creador de personajes tan icónicos del boom de las revistas como Gustavo o Peter Pank. Cuando los magacines periódicos empezaron a decaer, creó junto a Pere Joan la mítica publicación de cómic independiente Nosotros somos los muertos. Apostó también por la ilustración y, tanto en historieta como en libro ilustrado, se hizo con un Premio Nacional. En todas las actividades que emprendió, mantuvo siempre una fuerte libertad autoral. Rey Carbón conserva la fidelidad del historietista al poder del dibujo y va un paso más allá en su recorrido profesional, en esa libertad que siempre ha buscado.

De esta manera, en el libro el protagonista absoluto es el trazo. La línea clara característica de toda la trayectoria de Max se depura hasta un nivel difícil de superar. Los diálogos, los bocadillos de texto, prácticamente desaparecen. Tan solo se permiten en el cierre y con una excusa humorística. La historieta queda reducida a sus bases más claras: dibujo y narración, articuladas en torno a una fábula de Plinio sobre el origen del dibujo. Se construye de este modo un relato en el que se sobreponen una gran cantidad de influencias, recabadas durante todo el recorrido del dibujante
En su blog, Max habla del influjo del propio Marcel Duchamp en la idea original del libro. En 1913, el artista cortó tres hilos de un metro y dejó que cayeran desde una distancia también de un metro sobre tres lienzos pintados de azul. Tal y como quedaron, se fijaron. Se transmitía así la concepción del azar como condicionante de la expresión artística. Los hilos se entienden como las diferentes referencias que afloran des- de el subconsciente de Max y que construyen la ficción. Diferentes capas que se convierten en distintos niveles de lectura.

Todo ello se traduce en una obra para degustar. Inteligente y delicada. Un cómic que exige, eso sí, un esfuerzo de atención, la presencia de un lector que huya de convencionalismos narrativos de introducción, nudo y desenlace y que se deje llevar por su propia capacidad para interpretar y completar la historia. La ruptura de la cuarta pared se produce desde el propio inicio con la destrucción o el juego con los elementos característicos de la narrativa del cómic. A partir de ahí comienza una suerte de teatro, de figuras que remiten a la inmediatez de los gags gestuales de Buster Keaton o a las notas de una melodía. El humor es algo consustancial a la gráfica de Max, pero también la música, como demuestran colaboraciones entre las que destaca El canto del gallo (escrita por Santiago Auserón). Gestos y música en un perfecto ritmo capaz de enganchar rápidamente al lector. Aconsejamos, de hecho, una lectura sosegada para no terminar la obra demasiado pronto.

Rey Carbón
Max
Ediciones La Cúpula España
Rústica
160 págs.
Blanco y negro

Obra relacionada

Hechos, dichos, ocurrencias y andanzas de Bardín el superrealista
Max
(Ediciones La Cúpula)
Paseo astral
Max
(Ediciones La Cúpula)
Vapor
Max
(Ediciones La Cúpula)

No obstante, si la lectura se produce aun así de manera fugaz, siempre se pueden rastrear las co- mentadas influencias de la trayectoria de Max y las distintas capas de lectura existentes en un nuevo regreso al libro. El estilizado dibujo de Rey Carbón logra el objetivo de transmitir, no una, sino muchas veces. Y eso es algo al alcance de pocas obras de arte.


Comics esenciales 2018
Un Anuario de ACDCómic & Jot Down


viernes, 20 de diciembre de 2019

CÓMICS SOBRE CÓMICS SOBRE CÓMICS (SOBRE CÓMICS)

Por Jose Valenzuela

Veamos.

En primer lugar tenemos a Dott Spot, un pringado de tres al cuarto que pretende obtener su primer poder en un mundo en el que todo cazarrecompensas ya tiene, como mínimo, un poder. Comparte piso con compañeros de profesión que se pitorrean de sus nulos avances y, para colmo, de que esté enamorado de Imán, una atractiva delincuente. Dott Spot lee cómics todas las noches en su cama preguntándose porqué la vida no es como en los cómics.

Luego está el doctor Gedanken, personaje que aparece en una sección dentro de los cómics de Dott Spot. Su papel es el de divulgador científico, que explica las peculiaridades de la luz y del color, del continuo espacio-tiempo y de la física que rige el (los) universo(s).

Tenemos a Scott, el dibujante de Dott Spot, pero no el dibujante original, sino el que heredó la co- lección tras dos reinicios, una muerte, tres spin-off y ciento cincuenta números. Spinelli fue el creador. Un creador al que decidirá visitar junto a Mina, la colorista, cuando el editor le informe de que su personaje debe morir en el siguiente número.

Y por último tenemos a Matt, Matt Morris, escritor de la biografía no autorizada de Scott.

Ah, no, claro. Aún nos faltan dos personajes: Jordi Pastor y Danide. Jordi es el guionista de Máculas, un artista polivalente que ha abordado obras como autor completo (Reacción, Encuentro, Vaquero), como dibujante (Khalid) o como guionista (Catálogo de bunkers). Danide ha dibujado cómics guionizados por su hermano Raúl Deamo (Telekillers, asesinos a domicilio, Serie B), Marcos Prior (Fagocitosis, Potlatch) y algunas historias cortas de Jordi Pastor.

Vale. Ya están todos. O casi todos. Porque aún nos faltaría añadir a Sandro Mena, editor de Spaceman Project, primera plataforma española de crowdfunding especializada en la edición de cómic, y a los cientos de lectores que han aportado su granito de arena para que el cómic saliera adelante. Y, si nos ponemos escrupulosos, aún tendríamos que sumar otro personaje llamado Jose Valenzuela, que soy yo, y otro, u otra, que serías tú, lector o lectora. Y deliberadamente no mencionaré a otro personaje que es la clave de que todos estén (estemos) comunicados.

Y ya solo nos faltaría unir todas las piezas, lo que vendría a ser algo así: Dott Spot fue creado por Spinelli, o también por J. Berny e incluso por un autor desconocido para panfletos difundidos en tiempos de guerra, pero eso fue antes de que Scott se encargara de la serie, y eso fue antes, a su vez, de que Matt no se dedicara a dibujar tal como esperaba su padre, sino a escribir sobre la vida de las personas reales, reales en su universo, claro, y realizara la biografía de Scott, quien al tener que acabar con Dott Spot decide visitar a Spinelli, mientras que Dott Spot, perdedor irremediable, se encuentra ante la oportunidad de su vida cuando un misterioso personaje —que aun- que no directamente, tendrá una gran relación con el doctor Gendanken— le abra las puertas a otros mundos, otros universos que no dejan de ser otra cosa que otros cómics, lugares donde, como algunas teorías sobre física de multiversos explicarían, otras versiones de Dott Spot viven, y Dott las va conociendo mientras Scott va investigando, y en las páginas vamos entremezclando tramas y estilos —porque esa es otra, menuda



Máculas
Jordi Pastor y Danide
Spaceman Project España
Cartoné
144 págs.
Color

Obra relacionada

El arte de Charlie Chan Hock Chye
Sonny Liew
(Dibbuks/Amok Ediciones)

Fagocitosis
Marcos Prior y Danide
(Ediciones Glénat)

Picasso en la Guerra Civil
Daniel Torres
(Norma Editorial)

Catálogo de Bunkers
Marcos Prior y Jordi Pastor (Astiberri Ediciones)


versatilidad la de Danide, que lo mismo te hace un manga que un neonoir que un infantil que un clásico de superhéroes, y todo con un extraordinario juego de colores y composiciones, como no podía ser de otra manera, ya que hablamos de máculas, que nos sumergen más si cabe en esta suerte de epopeya pop interdimensional—, decíamos que se entremezclan tramas sin que parezca que unas y otras se conecten, es decir, sí que se conectan, y con gran maestría además, pero me refiero a que no lo hacen entre páginas, o sea, entre viñetas dentro de una misma página, pero entonces, de golpe, sí, y unos influyen sobre los otros hasta que empiezan a entender que se encuentran en un mismo universo, pero no por- que sean conscientes de encontrarse dentro de un cómic, sino simplemente porque están, o creen estar, en un universo que mezcla a personajes de cómic y personajes reales, o inventados, porque reales, lo que se dice reales, solo podríamos decir que son Jordi Pastor y Danide, y Sandro, y los patrocinadores, y Jose, y tú, aunque si nos paramos a pensarlo desde un punto de vista epistemológico y tenemos en cuenta la naturaleza ontológica que rodea la creación ya no de este cómic, sino de esta reseña, tú, yo, Sandro, los patrocinadores y los autores también seríamos a su vez personajes de otro relato, este relato que estás leyendo en este mismo momento y que, al hacer referencia a personas reales, está ofreciendo el andamiaje de construcciones simbólicas que, en tu mente, adquieren el estatus de personas o, como mínimo, de entidades con deseos y motivaciones propias.

Sencillo, ¿verdad?

Pues en resumen, y para no liarnos más, que ya te estoy viendo la ceja levantada, Máculas es un cómic sobre cómics creado para lectores bien entrenados y que destila un enorme cariño y respeto por este noble arte en cada una de sus viñetas, personajes y juegos metaficcionales. Que mira que soy complicado, con lo sencillo que era decir eso desde el principio.


Comics Esenciales 2018
Un Anuario de ACDCómic & Jot Down



El corazón del Martillo

En este nuevo volumen, Jeff Lemire y amigos nos van mostrar el pasado, presente y futuro de los defensores de la ciudad de Spiral


JOSÉ LUIS VIDAL
19 Diciembre, 2019

Un anciano ex boxeador, una poderosa niña con malas pulgas, una robot muy servicial, un marciano con un lado oculto, un desquiciado viajero de las estrellas y una misteriosa bruja…

Ellos fueron los mayores héroes de Spiral, pero la llegada del Anti-Dios lo cambió todo y, junto al adalid de la justicia, Martillo Negro, desaparecieron de la faz de la Tierra…


Black Hammer. Calles de Spiral
Jeff Lemire, VV. AA.
Cartoné
128 págs.
16,00 euros
Astiberri/Sillón Orejero

Para aparecer en el apacible pueblecito de Rockwood, que sin tener barrotes ni muros a su alrededor se convirtió en la peor de las prisiones.

Pero imagino que esa historia ya la conocéis, ¿no? Black Hammer, el cómic, se ha convertido en una puerta de entrada a un mundo que muchos teníamos casi abandonado, el género superheroico, servido desde la particular visión de Jeff Lemire, verdadero arquitecto de esta monumental obra que no solo engloba la serie principal, sino que a base de miniseries, está cubriendo otras épocas y personajes de vital importancia para entender la trama principal. Siempre volcándose, aunque hable de fantasía o ciencia ficción, en el lado más humano de los protagonistas: Sherlock Frankenstein, Doctor Star, La Era Quantum son los títulos de estas obras que junto a este nuevo volumen, titulado Calles de Spiral, se convierten en un mapa con el que guiarnos por esta absorbente trama.

En este nuevo tomo vamos a encontrar mucha, pero que mucha variedad, ya que contiene números especiales como el Giant Size Annual, en el que Lemire, junto a un buen grupo de dibujantes, muchos de ellos ya han trabajado con él, nos plantea un relato que comienza con el casi siempre ido Coronel Weird que, tras iniciar uno de sus habituales paseos por la Para-Zona, se da cuenta de que hay una presencia extraña. Persiguiéndola a través del espacio y el tiempo vamos a conocer un poco mejor a este grupo de héroes.

De ahí saltamos a un one shot dedicado a una criatura muy especial, Cthu-Louise, que protagoniza una historia que enternecería al mismísimo Howard Phillips (¿Sabéis a quién me refiero, no?).

En vez de ricitos de oro, la niña-monstruo tiene tentáculos, y su color verdoso no ayuda, convirtiéndola en la diana de los insultos y vejaciones de sus compañeros de instituto. En casa las cosas no es que vayan mejor, con unos padres que no la comprenden, así que finalmente tomará una drástica decisión que va a cambiar su vida para siempre…

Y entonces, este imaginario paseo nos lleva a uno de los platos fuertes, La Enciclopedia del Universo de Black Hammer, donde los profanos y los fans de la serie van a encontrar todos los datos necesarios sobre sus héroes y villanos preferidos, con fichas ilustradas por lo mejorcito de la profesión.

Como broche de oro, Madame Libélula nos invita a su Cabaña de los Horrores para contarnos un par de relatos. El primero sucedió en la Segunda Guerra Mundial y el segundo implica a un jovencito no muerto, en cuyo futuro se vislumbra una conexión con uno de los héroes del relato.

¿Qué queréis que os diga? Con esta serie me sucede como con la buena comida, nunca me canso de consumirla, así que no importa que vayan saliendo más y más platos, siempre van a ser recibidos con entusiasmo.


Malaga Hoy


jueves, 19 de diciembre de 2019

El final del período de entreguerras

'Rapsodia húngara' (1982), de Vittorio Giardino, es el primer cómic de Max Fridman, un exespía retirado, que llega a la ciudad de Budapest, donde es obligado a realizar una misión


GERARDO MACÍAS
18 Diciembre, 2019

'Rapsodia húngara'. Guion y dibujos: Vittorio Giardino. Norma Editorial, 2004.

Max Fridman es un comerciante judío, de origen francés, que había trabajado para el Deuxième Bureau, servicio de espionaje galo, pero que en 1938, cuando comienza esta historieta, solamente se dedica al cuidado de su hija, y de su próspero negocio en la ciudad suiza de Ginebra. Dichas circunstancias son aprovechadas para chantajear al espía retirado con su expulsión de Suiza si no llevase a cabo un último trabajo de investigación: el grupo Rapsodia, una célula de espionaje del servicio secreto francés en Budapest, ha sido eliminado casi en su totalidad, y será tarea de Fridman averiguar quiénes han ejecutado el atentado. Europa está al borde la Segunda Guerra mundial; los nazis y los soviéticos son señalados como los principales sospechosos de la autoría de una masacre que podría llegar a ser el preámbulo de otras de proporciones más elevadas.

La publicación de la primera historia de Max Fridman supuso todo un acontecimiento que llevó a su autor, el italiano Vittorio Giardino, a ocupar un lugar entre los mejores historietistas de todos los tiempos. Con un guion y unas ilustraciones que desbordaban con creces la calidad de casi todos los cómics que en aquel momento se realizaban en toda Europa, Rapsodia húngara obtiene un éxito casi sin precedentes tras su recopilación en álbum en 1982 a la vez que fue colmada con algunos de los premios más importantes de la industria, entre los que se pueden contar el Yellow Kid del Salón Internacional del Cómic de Lucca y el St. Michel de Bruselas a la mejor obra del año.

Rapsodia húngara es una obra colmada de referencias de autores del género negro literario y cinematográfico. Además de estar reconocidas por el propio autor, se adivinan entre las páginas de la historia pasajes de John Le Carré y Graham Greene y escenas cinematográficas de directores como Orson Welles o Alfred Hitchcock. El gusto por la Historia de Giardino sitúa a sus personajes en un entorno plagado de referencias históricas, que abarcan desde el desarrollo del guion hasta la caracterización, ademanes y vestimentas de una pléyade de secundarios de lujo que deambulan por unas calles de Budapest dibujadas con un preciosismo sorprendente.

Vittorio Giardino presenta una historia de espías de dimensión internacional que durante noventa páginas nos traslada por París, Zurich y Budapest y nos pasea también por Grecia, Rumanía, Austria y Alemania, no da un respiro ni al lector ni al protagonista y cumple a la perfección con la tarea de hacer creíble un relato de estas características.

Vittorio Giardino (Bolonia, 1946), tras licenciarse como ingeniero electrónico y trabajar nueve años en esta profesión, la abandona para consagrarse al cómic. En 1978, aparecen sus primeras historietas, recogidas bajo el título genérico de Storie da dimenticare, en el semanario La città futura. En 1979 pasa a la revista Il mago, donde crea al investigador privado Sam Pezzo, que más tarde se traslada a las páginas de Orient Express. Para dicha publicación, Vittorio Giardino crea en 1982 otro detective, Max Fridman, que supone para el autor la consagración internacional.

En el álbum La puerta de Oriente (1985), el segundo de esta serie, Max Fridman se vuelve a embarcar a la fuerza en una misión, esta vez rumbo a Estambul. La historia vuelve a beber de las fuentes del mejor John Le Carré y nos cuenta la cacería de un ingeniero fugitivo de la Unión Soviética, cuyos conocimientos de aeronáutica y de aviación se disputan varios países.

En la trilogía ¡No pasarán! (2000-2008), Max Fridman, que fue combatiente de las Brigadas Internacionales, se ve obligado a regresar a Barcelona en plena guerra civil española, en busca de un antiguo compañero de armas desaparecido. Su periplo le lleva hasta la batalla del Ebro, y le obliga a poner en riesgo su propia vida para conocer toda la verdad sobre cuál es el destino de su amigo.

En 1983, Vittorio Giardino cambia de registro con la historieta Little Ego, una revisión del clásico Little Nemo, de Winsor McCay. Giardino ha recibido numerosos premios por su carrera, incluyendo el Yellow Kid del Salón de Lucca en 1982, el Alfred del Salón de Angulema y el Premio Harvey en la San Diego Comic Con.


Malaga Hoy


Fin a una mítica serie

JAVIER FERNÁNDEZ
18 Diciembre, 2019


'Las crónicas de Conan, 34: Alas infernales sobre Zamora'. Roy Thomas, Mike Docherty y otros. Planeta Cómic. 248 pág. 25 euros.

Y colorín, colorado... Con el trigésimo cuarto volumen de Las crónicas de Conan concluye la reedición de las aventuras del cimerio en la mítica colección Conan the Barbarian, publicada por Marvel entre los años 1970 y 1994. La mala noticia es que el último número de la serie, el 275, quedó en un continuará resuelto en La espada salvaje de Conan que no se incluye aquí; la buena es que esta fase final de la colección contó con guiones de Roy Thomas y dibujos de Mike Docherty, entintado en este tomo por Ricardo Villagrán y dos históricos como Alfredo Alcalá y Ernie Chan. Junto a Conan, en estas páginas, y demostrando el amor de Thomas por la continuidad retroactiva, personajes clásicos como el Devorador de Almas o Isparana.


Malaga Hoy


La factoría en el cine

JAVIER FERNÁNDEZ
18 Diciembre, 2019

'Marvel, ¡Qué hermosa eres!'. Arturo González-Campos. Minotauro. 272 págs. 15 euros.

El monologuista, actor, locutor y escritor Arturo González-Campos repasa sucintamente la historia cinematográfica de Marvel en el tomito Marvel, ¡qué hermosa eres! El libro de Minotauro está dividido en tres actos (más un cuarto que es un pequeño epílogo y una introducción): La historia de Marvel contada en asteriscos; Antes del UCM: cuando los héroes rompieron las viñetas y El universo cinematográfico Marvel: camino al infinito. Cuenta, además, con ilustraciones en blanco y negro de José Fonollosa, un prólogo de Juan Gómez-Jurado y una bonita cubierta de Carlos Pacheco, reproducida también junto a un dibujo a color de Fonollosa en una postal de regalo. Se incluyen seis fichas de películas de la denominada fase 1, otras seis de la fase 2 y hasta once de la fase 3, y curiosidades como una tabla con las apariciones cinematográficas de Stan Lee.


Malaga Hoy