viernes, 15 de junio de 2018

SPIROU y El SULFATO ATÓMICO


Jordi Canyissà


Este álbum no es únicamente uno de los mejores del año, sino uno de los mejores de la historia del cómic. Tanto es así que no resulta sorprendente que, en 2012, la prestigiosa revista francesa Lire escogiera QRN en Bretzelburg como el décimo mejor cómic de todos los tiempos, ni que lo calificara como la mejor aventura de la serie protagonizada por Spirou. Su autor, André Franquin, fijó el canon humorístico de la historieta francobelga —y, por extensión, de buen parte de fuera de esas fronteras— y, a pesar de ello, su obra ha pasado excesivamente desapercibida en nuestro país. Un error que la nueva edición integral y comentada de este álbum debería ayudar a corregir. Presentado en páginas de dos tiras para respetar su formato de creación, el libro re- produce con exactitud el luminoso y fértil trazo del dibujante belga, a menudo amortiguado por un uso poco afortunado del color. No es inoportuno recordar que el propio Franquin lamentó el coloreado de algunas secuencias del episodio, con lo que esta edición en blanco y negro tiene algo de justicia poética.

Publicado originalmente entre 1961 y 1963, QRN en Bretzelburg es ante todo una divertida y ágil historieta en donde la aventura y el humor están perfectamente engarzados, desde el prólogo que protagoniza el simpático Marsupilami hasta las páginas que relatan la incursión de Spirou en un hermético país —Bretzelburg— sometido a una permanente escalada armamentística para protegerse del país vecino. Franquin, junto con su guionista Greg, construyen un efectivo relato antimilitarista y denuncian con humor temas nada frívolos: desde la manipulación de los gobernantes por parte de oscuros asesores hasta el enriquecimiento generado por la venta de armas, pasando por el castigo que las dictaduras infligen a su pueblo. Una evocación de la tensión de los años de la Guerra Fría explicada con una comicidad deliciosamente absurda y atemporal. Si Hergé supo plasmar el enfrentamiento de dos países vecinos en El cetro de Ottokar, la causticidad de Franquin y Greg consigue aquí ridiculizar el estamento militar al completo.

QRN en Bretzelburg supone un punto de inflexión para la serie, que entona aquí el fin de su inocencia, al tiempo que marca un antes y un después para Franquin. Gráficamente, el autor ha ido abandonando la claridad de álbumes anteriores como La Máscara para introducir una mayor densidad en sus viñetas y un trazo más barroco y nervioso, que aquí alcanza una saturación gráfica extrema. Las páginas son una enorme demostración de destreza: castillos, trenes, bosques y grutas son dibujados con un detallismo febril, mientras que los personajes adoptan una expresividad inédita. El dibujo de Franquin, tierno y mordiente a la vez, es capaz de elaborar secuencias antológicas como la persecución de los protagonistas en la estación de tren o la batalla campal en la cocina del doctor Kilkil. Su dinamismo es frenético. El álbum es un hito estético con el que cualquier dibujante humorístico de historieta deberá medirse a partir de entonces. Cada viñeta, cada secuencia, sirve como lección de dibujo y de narrativa gráfica. El iconoclasta Marcel Gotlib —uno de los pilares de la revista Pilote— aseguraba haber aprendido a dibujar leyendo esta historia y sostenía, nada más y nada menos, que la segunda y muy discreta viñeta de la plancha 15.a era la mejor de toda la historia del cómic porque gracias a una gestualidad adecuada lograba sugerir un mensaje inequívoco aunque implícito.

Fuera del ámbito francófono, QRN en Bretzelburg ejemplifica mejor que ningún otro álbum el impacto que el cómic francobelga tuvo sobre la tradición historietística española y, más concretamente, sobre la llamada escuela de Bruguera. A partir de 1968, la célebre editorial en donde publicaron Francisco Ibáñez o Manuel Vázquez tomó esos álbumes de cuidada factura como modelo para renovar el estilo de sus series más conocidas. El caso más claro es la primera aventura larga de Mortadelo y Filemón, El sulfato atómico, cuyos puntos de contacto con QRN en Bretzelburg saltan a la vista. El país que visitan los dos detectives de la TIA, Tirania, es un trasunto de Bretzelburg: las casas, los uniformes de los soldados, los coches de lujo o los autobuses desvencijados, recuerdan inevitablemente a la aventura dibujada por Franquin, de quién también toma la idea del sulfato —vista en El prisionero de los 7 budas— aunque añadiéndole una vis cómica endiablada. La influencia, reconocida por Ibáñez, se explica también por las imposiciones editoriales de la época, por la obligación de producir muchas páginas en muy poco tiempo y por de la necesidad de apoyarse en documentación gráfica, que no era fácil de conseguir antes de la llegada de Internet.

En la historia personal de André Franquin, la gestación de QRN en Bretzelburg está marcada por la fricción con su editor —que le obligó a cambiar el guión con el episodio en marcha— y por el bloqueo sufrido a mitad del álbum, cuando se sintió incapaz de seguir dibujando y tuvo que abandonarlo durante quince meses. Milagrosamente, el resultado final no se resiente de esos problemas, aunque acabarán provocando que Franquin abandone la serie para dedicarse exclusivamente a Gastón Elgafe, una obra más personal. Los comentarios a pie de página del periodista y crítico Hugues Dayez ayudan al lector a conocer estos y otros detalles de una obra por fin editada con el cariño y el rigor que los clásicos merecen.




QRN en Bretzelburg Franquin y Greg
Dibbuks Bélgica
Rústica
136 págs. Blanco y Negro

Obra relacionada

La máscara André Franquin
(Dibbuks)
El sulfato atómico Francisco Ibáñez
(Ediciones B)
Aquiles Talón Greg
(Trilita Ediciones)
Gastón Elgafe André Franquin
(Norma Editorial)



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Un anuario de ACDCCOMIC & JOTDOWN
primera edición abril 2018


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