Es la representación del arte con mayúsculas y también el motivo de inspiración para campañas de publicidad y decenas de productos horteras. Un retrato mítico y atípico del que aún se ignora casi todo. Hoy, lo más importante de 'Mona Lisa' es su leyenda. Por Joseph A. Harris.
En el siglo XX, el arte ha ido evocando preguntas cada vez más prácticas, tales como: ¿cuánto vale? El rey Francisco I compró Mona Lisa para las colecciones reales de Francia por 4.000 escudos de oro (alrededor de 16 millones de pesetas). Hoy, los responsables del Louvre afirman que el valor monetario del cuadro es incalculable. Sin embargo, en 1911, la obra se encontraba en una categoría intermedia: era una pintura valiosa, pero todavía no era una obra tan famosa en el mercado mundial que resultara imposible venderla. Es decir, valía la pena intentar robarla.
Ese año se produjo el mayor golpe de la historia del arte. El 23 de agosto, los parisienses se despertaron con titulares tan estridentes como el del diario Excelsior: "La Joconde del Louvre, robada. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién?". Las respuestas tardaron mucho tiempo en llegar, pese a que un ejército de investigadores franceses, alemanes, rusos, griegos e italianos dedicaron dos años a una búsqueda que les proporcionó gran entretenimiento, pero que resultó infructuosa. Entonces, cuando el público empezaba a resignarse, un trabajador italiano llamado Vincenzo Perugia se hartó de guardar el cuadro en el doble fondo de un baúl.
Perugia, que había trabajado en el museo, había aprovechado sus conocimientos sobre el edificio para llevarse la pintura. Le había convencido de ello un estafador argentino llamado Eduardo de Valfierno, que consiguió que un falsificador muy habilidoso realizara seis copias. Vendió esas copias a una serie de coleccionistas ávidos y poco escrupulosos -cinco en Norteamérica y uno en Brasil-, que creyeron que compraban el original, directamente procedente del Louvre. La estafa le permitió ganar a Valfierno el equivalente a 10.000 millones de pesetas. Cuando Valfierno no reclamó el original -porque lo irónico es que no lo necesitaba para su operación-, Perugia lo ofreció ingenuamente a un marchante florentino y le atraparon. Mona Lisa regresó a Francia el 31 de diciembre de 1913, en un compartimento especial del expreso Milán-París. La obra no había sufrido ningún daño físico.
En cambio, sí sufrieron daños la ciega veneración y el respeto que habían rodeado al retrato durante siglos. La aventura y su cobertura en la prensa, hecha en tono informal e irreverente, eliminaron parte de la mística de Mona Lisa. Fue el comienzo de la era de la giocondoclastia.
Dado que lo que estaba de moda eran la irreverencia y la reacción contra los valores burgueses, el cuadro que había sido la imagen de una belleza perfecta e inalcanzable se convirtió en objetivo ideal para artistas iconoclastas desesperadamente modernos, como los dadaístas, a quienes repugnaba la mera idea de obra maestra. Marcel Duchamp, líder extraoficial del movimiento antiartístico propugnado por los dadaístas, resumió el nuevo zeitgeist en 1919 con unas cuantas pinceladas. Utilizó una postal en la que figuraba una reproducción corriente, dibujó un bigote puntiagudo y una barba de perilla al sagrado rostro y añadió una leyenda subida de tono. En aquel momento, el mundillo oficial del arte se quedó estupefacto y horrorizado.
Hoy día, Mona Lisa se encuentra ante la paradoja de ser, al mismo tiempo, símbolo del arte y fuente de inspiración para horteradas. Los artistas pugnan por ver quién hace la parodia más escandalosa, las agencias de publicidad discurren la forma más divertida de utilizar la imagen para vender de todo. Los coleccionistas de objetos relacionados con La Gioconda tienen catalogados 400 usos publicitarios de la imagen y 61 productos denominados Mona Lisa, fabricados en 14 países.
¿Alguien quiere burlarse del comercialismo de Dalí? No hay más que realizar un montaje con sus ojos y su bigote sobre la cara de Mona Lisa, y colocar las manos de él, llenas de dinero, en lugar de las de la dama. Touché! ¿Alguien desea tomarse a la ligera a algún personaje público como Stalin, De Gaulle o el príncipe Carlos? Sólo hay que caricaturizarlo como Mona Lisa. ¡Qué gracioso! El cuadro se ha convertido también en el preferido de los especialistas en digitalizar imágenes por ordenador. En París, Jean-Pierre Yvaral ha construido más de 150 Mona Lisa sintetizadas, formadas por dibujos geométricos que son abstractos cuando se ven de cerca, pero se convierten en La Gioconda cuando se ven de lejos.
A pesar de no ser crítico ni historiador del arte, Jean Margat tiene su propia respuesta al poder mítico de este cuadro sobre nuestra imaginación. Margat es un geólogo retirado que vive en Orleans (Francia) y preside la asociación Amigos de Mona Lisa, un club de coleccionistas de objetos relacionados con La Gioconda al que pertenecen asimismo personas tan alejadas entre sí como Pierre Rosenberg, director del Louvre, o una mujer en Ann Arbor, Michigan (Estados Unidos).
Margat y otros miembros de la asociación se reúnen para hablar de sus colecciones y compararlas. La de Margat ocupa gran parte de los dos pisos que tiene su casa, y abarca desde camisetas, carteles, bolígrafos, tazas, posavasos, condones, medias, relojes, cajas de cerillas y dedales con el rostro de Mona Lisa hasta objetos únicos, y muy caros, como una cortina de cuentas procedente de Vietnam, una alfombra persa y una escultura de tamaño natural hecha en dos clases de mármol. Su trofeo más reciente es una horterada creada en Brooklyn y conocida como la almohada risueña de Mona Lisa, que estalla en carcajadas cuando se la oprime en el centro. Los Amigos están creando una página en Internet y confían en asesorar a los responsables de una gigantesca exposición en torno a Mona Lisa que se pretende inaugurar en París para conmemorar el año 2000.
Para entonces es posible que el cuadro disponga de su propia sala en el Louvre, una sala en la que será más fácil admirarlo, gracias a la donación de 615 millones de pesetas que ha realiza-do una cadena de televisión japonesa. Ante esta muestra de patrocinio cultural, la mayor jamás habida en Francia, los conservadores del Louvre tienen sentimientos contradictorios. Prisioneros del mito, no pueden tocar Mona Lisa ni para limpiarla, por miedo a las protestas, pese a que el cuadro está sucio y cubierto de una gruesa pátina amarillenta y sería muy conveniente esa limpieza. "La nueva sala mejorará algo las cosas", asegura Cécile Scailliérez, conservadora de pintura del siglo XVI en el Louvre, "pero, por desgracia, aumentará su carácter de superestrella, al apartarla de las demás obras". A Jean Margat, el proyecto le resulta in-diferente. "La verdad es que no me gusta mucho el cuadro. Ni es expresivo ni parece una persona real. Pero supongo que es una obra intemporal, helas".
Joseph A. Harris, que vive en París, colabora frecuentemente con Smithsonian y afirma que aún intenta desentrañar la enigmática sonrisa de Mona Lisa.
Publicado en El Pais Semanal número 1.209 domingo 28 de noviembre de 1999
'GIOCONDAMANÍA'. La sala del Louvre que la alberga es el punto de referencia para los novatos del museo.
FOTOGRAFÍA DE STEVE MUREZ
Me dejo llevar por la corriente y sigo el calor humano que procede de la cripta cavernosa situada bajo la pirámide de cristal del Louvre. En la segunda planta, el murmullo de fondo se convierte en clamor. El público lucha por acercarse lo más posible a una vitrina a prueba de balas y con aire acondicionado en la que se encuentra el retrato, pintado hace 500 años por Leonardo da Vinci, de una dama florentina.
La multitud ignora, en gran medida, las demás obras maestras de la pintura clásica italiana que ocupan la sala -sus espléndidos tintorettos, veroneses y tizianos- y enfoca sus cámaras hacia la vitrina. Muchos se colocan al lado para hacerse una fotografía, como si estuvieran ante la torre Eiffel. Me recuerda las ocasiones en las que, cuando era un joven periodista, tenía que cubrir conferencias de prensa de celebridades, siempre caóticas y tumultuosas. Salvo que aquí la superestrella no dice nada. Se limita a devolver las miradas con una sonrisa fría y suficiente. Mona Lisa es la obra de arte más famosa de los 40.000 años de historia de las artes visuales, según el historiador del arte Roy McMullen, que ha estudiado el fenómeno. "La reconocen inmediatamente en todos los continentes, desde Asia hasta América", observa. "Ante ella, la Venus de Milo y la Capilla Sixtina quedan reducidas a la categoría de meras maravillas locales. Vende tantas postales como un paraíso tropical y es objeto de interés para tantos investigadores aficionados como lo sería un asesinato a escala internacional sin resolver". Como ocurre con muchas celebridades, Mona Lisa, hoy, es famosa por ser famosa. Las autoridades del Louvre opinan que la mayoría de los que visitan el museo por primera vez, lo hacen sobre todo para contemplar esta mezcla de arquetipo cultural y símbolo del kitsch. Es indudable que el cuadro ha pasado a formar parte de nuestro subconsciente colectivo.
Su categoría de símbolo mundial quedó confirmada en 1963, cuando el entonces ministro de Cultura francés, André Malraux, para quien el cuadro era "el tributo más sutil que ha rendido jamás el genio a un rostro viviente", envió la obra a Estados Unidos -10 años después iría a Japón- como una especie de embajador itinerante de la cultura francesa, a pesar de sus orígenes italianos. Al llegar a Estados Unidos, en enero de 1963, en su propio camarote del SS France, su recibimiento fue más propio de un potentado que de un cuadro. El presidente John F. Kennedy, de esmoquin, y Jacqueline Kennedy, con vestido de noche, le dieron la bienvenida formal a la National Gallery of Art de Washington, cuyo director, John Walker, la denominó "la obra de arte más famosa que jamás ha cruzado el océano". Aunque, por primera vez en su historia, el museo dejó sus puertas abiertas hasta por la noche, las muchedumbres tuvieron que aguantar esperas incluso de dos horas para ver el famoso rostro; un hombre preguntó a un vigilante para qué se utilizaba aquel edificio tan grandioso cuando la Mona Lisa no estaba allí. En febrero y marzo hubo multitudes semejantes en el Metrópolitan Museum of Art de Nueva York, con colas que se extendían por varias manzanas de la Quinta Avenida. En total, más de dos millones de norteamericanos pudieron echar un vistazo a La Gioconda.
REINVENTAR LA OBRA DE ARTE, 'Mona Lisa' es motivo de inspiración de todo tipo de productos. Desde 400 usos publicitarios hasta 61 artículos denominados Mona Lisa. Sobre estas líneas, retratos de Jean Ache al modo de Gaugin, Picasso y Modigliani.
Sin embargo, esa locura no fue nada en comparación con la de Japón. Cuando la Mona Lisa llegó al Museo Nacional de Tokio, en abril de 1974, 1,5 millones de visitantes invadieron el edificio y se sometieron a los empujones para poder lanzar una mirada de 10 segundos. Un guardia uniformado, encima de un estrado, dirigía el tráfico. En el exterior, la locura se convirtió en histeria. Docenas de bares y clubes decidieron llamarse Mona Lisa, y un local anunció un espectáculo de strip tease con ese nombre. Había un número de teléfono al que se podía llamar para oír una grabación en la que la dama decía, en italiano, que estaba encantada de encontrarse en Japón. Las japonesas empezaron a llevar vestidos oscuros y escotados, con manga larga, y a peinarse con raya en medio; algunas recurrieron a la cirugía plástica para obtener un aspecto más parecido a Lisa.
La imagen que inspira todas esas conductas tan extrañas queda definida en esa sonrisa firme y enigmática que ha suscitado miles de interpretaciones eruditas, explicaciones lúcidas y análisis absurdos. El famoso crítico de arte Bernard Berenson marcó la pauta de los debates llenos de seriedad al proclamar que Mona Lisa es el mejor ejemplo de la técnica de sfumato sutil y el modelado de luces y sombras de Leonardo. Durante siglos, muchos artistas han intentado igualarla como una especie de desafío definitivo, el Everest de la pintura al óleo. Uno de ellos, el artista francés Luc Maspero, se arrojó desde la ventana del cuarto piso en su hotel de París, a mediados del siglo XIX, y dejó esta nota de despedida: "Lucho desesperadamente desde hace años con su sonrisa. Prefiero morir".
La sonrisa no siempre ha suscitado deseos de morir, pero a menudo ha provocado perplejidad. ¿Es "más divina que humana", como decía un autor italiano del siglo XVI, o "mundana, vigilante y satisfecha", como dice el historiador británico de arte Kenneth Clark? En el siglo XIX, el pensador positivista francés Hippolyte Taine, al parecer, no pudo llegar a una conclusión, y la llamó, según las ocasiones, "dubitativa, licenciosa, epicúrea, deliciosamente tierna, ardiente, triste", mientras que el novelista Lawrence Durrell la calificó, lleno de picardía, como "la sonrisa de una mujer que acaba de devorar a su marido". La feminista Camille Paglia ha ido más allá: "Lo que dice Mona Lisa, en definitiva, es que los varones son innecesarios". Salvador Dalí, siempre provocador, llegó a responsabilizar a la sonrisa de la agresión sufrida por el cuadro en 1956, cuando un joven boliviano le arrojó una piedra que dejó una pequeña cicatriz en el codo izquierdo. La teoría de Dalí era que el joven, "enamorado subconscientemente de su madre, destrozado por su complejo de Edipo", se había quedado "asombrado al descubrir un retrato de su propia madre, transfigurado por la máxima idealización de la mujer. ¡Su propia madre, allí! Y, peor aún, una madre que le dirigía una sonrisa ambigua... La agresión era la única respuesta posible a esa sonrisa".
PERDER EL RESPETO. Desde que el cuadro fue robado por un ex empleado del Louvre perdió su carácter sacro. A su regreso, empezaron a mofarse de ella. Arriba, 'La Gioconda' a la manera de Leger, pintada por Warhol y a la manera de Gris.
En nuestra era, menos poética, se tiende más a buscar explicaciones fisiológicas para la sonrisa. ¿Era Mona Lisa -fuera quien fuera- asmática? ¿Era una mujer de su casa, encinta y satisfecha? Varios investigadores han llegado a la conclusión de que su sonrisa de labios cerrados se debe, probablemente, a que estaba siguiendo un tratamiento con mercurio, habitual en el siglo XVI para los casos de sífilis; de acuerdo con esta teoría, el mercurio le habría dejado los dientes horribles y ennegrecidos y la boca totalmente inflamada. Un médico danés opina que la modelo tenía una parálisis congénita que afectaba al lado izquierdo de su rostro, y, para apoyar su teoría, señala que tiene unas manos muy grandes, características de quienes sufren dicha enfermedad. Después de un estudio exhaustivo, un cirujano ortopédico de Lyón (Francia) concluyó que la media sonrisa de la dama era consecuencia de que estaba medio paralizada, ya fuera de nacimiento o por un derrame cerebral; en su opinión, así lo indica el hecho de que su mano derecha esté relajada, pero la izquierda esté extrañamente tensa.
Sin embargo, más intrigante que la razón por la que sonríe la modelo es el misterio de quién es exactamente la que sonríe. Una de las primeras menciones de una mujer llamada Lisa la hizo, en el siglo XVI, el historiador italiano del arte Giorgio Vasari, que en realidad nunca vio el cuadro en persona. En un texto escrito alrededor de 1550, 40 años después de la presunta fecha de realización del cuadro, Vasari relata: "Leonardo empezó a pintar, para Francesco del Giocondo, un retrato de Monna [variación de mona o madonna (doña)] Lisa, su mujer". Los historiadores saben que una tal Lisa Gherardini, de Florencia, se casó a los 16 años, en 1495, con Francesco di Bartolommeo di Zanobi del Giocondo, un funcionario florentino que tenía 35 años y había enviudado ya dos veces. No obstante, no existen pruebas de que Del Giocondo encargara el retrato a Leonardo, ninguna evidencia de que pagara al artista, ni, más importante, indicios de que le entregaran el cuadro, puesto que Leonardo lo conservó consigo hasta su muerte, en Amboise (Francia), en 1519. Tampoco menciona Leonardo el proyecto en ninguno de sus voluminosos cuadernos.
Por todo ello, los historiadores del arte han estado muy ocupados intentando adivinar a quién representa el retrato. Algunos apuestan por Isabella d'Este, a la que Leonardo conoció estrechamente en Milán y cuyo retrato dibujó a lápiz, quizá como estudio para un óleo. Otros proponen a Costanza d'Avalos, duquesa de Francaville, de quien se menciona, en un poema de la época, que Leonardo la pintó de luto, "bajo el hermoso velo negro". Incluso existen especulaciones sobre la presunta existencia de un segundo retrato de Mona Lisa. Sería un cuadro que encargó Giuliano de Médicis, quizá porque le gustó tanto el retrato original que decidió tener uno propio. Existen pruebas de que pidió a Leonardo que la pintara, por lo que es posible que el artista hiciera dos Mona Lisa, una para el marido de la dama, Francesco, y otra para Giuliano, que tal vez era su amante. Eso sí es motivo para una sonrisa.
A esto hay que añadir los métodos de alta tecnología. Lillian Schwartz, especialista en gráficos por ordenador en los laboratorios Bell de Lucent Technology en Nueva Jersey, ha aplicado técnicas informáticas al misterio. Después de invertir el autorretrato de Leonardo para que el artista aparezca mirando hacia la izquierda, y ajustar el tamaño de la imagen para superponerla con la de Mona Lisa (que también mira hacia la izquierda) en la pantalla del ordenador, Schwartz ha descubierto que la nariz, boca, frente, mejillas, ojos y cejas de ambos encajan a la perfección. Conclusión: Leonardo empezó el retrato de una mujer, y cuando se encontró sin modelo, se utilizó a sí mismo, sin la barba. Para respaldar su hipótesis, se fija en los dibujos de nudos, como de cesta, que decoran el corpiño de Mona Lisa. Teniendo en cuenta que a Leo-nardo, como a tantos poetas y artistas del Renacimiento, le encantaban las adivinanzas y los juegos de palabras, Schwartz establece una relación entre su nombre, Vinci, y vinco, la palabra italiana que designa las ramas de mimbre utilizadas en cestería. Y con eso establece una teoría: "Esa famosa sonrisa, tan enigmática durante varios siglos, es el reflejo de la sonrisa del propio Leonardo", asegura con confianza.
ARTE U HORTERADA. Al mismo tiempo que decenas de expertos del mundo se afanan en descifrar sus secretos, otros muchos la utilizan. De izquierda a derecha, convertida en un teleñeco, utilizada como un reloj de pared, y la original, pintada por Leonardo.
FOTOGRAFÍA DE THE JIM HENSON COMPANY Y STEVE MUREZEse año se produjo el mayor golpe de la historia del arte. El 23 de agosto, los parisienses se despertaron con titulares tan estridentes como el del diario Excelsior: "La Joconde del Louvre, robada. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién?". Las respuestas tardaron mucho tiempo en llegar, pese a que un ejército de investigadores franceses, alemanes, rusos, griegos e italianos dedicaron dos años a una búsqueda que les proporcionó gran entretenimiento, pero que resultó infructuosa. Entonces, cuando el público empezaba a resignarse, un trabajador italiano llamado Vincenzo Perugia se hartó de guardar el cuadro en el doble fondo de un baúl.
Perugia, que había trabajado en el museo, había aprovechado sus conocimientos sobre el edificio para llevarse la pintura. Le había convencido de ello un estafador argentino llamado Eduardo de Valfierno, que consiguió que un falsificador muy habilidoso realizara seis copias. Vendió esas copias a una serie de coleccionistas ávidos y poco escrupulosos -cinco en Norteamérica y uno en Brasil-, que creyeron que compraban el original, directamente procedente del Louvre. La estafa le permitió ganar a Valfierno el equivalente a 10.000 millones de pesetas. Cuando Valfierno no reclamó el original -porque lo irónico es que no lo necesitaba para su operación-, Perugia lo ofreció ingenuamente a un marchante florentino y le atraparon. Mona Lisa regresó a Francia el 31 de diciembre de 1913, en un compartimento especial del expreso Milán-París. La obra no había sufrido ningún daño físico.
En cambio, sí sufrieron daños la ciega veneración y el respeto que habían rodeado al retrato durante siglos. La aventura y su cobertura en la prensa, hecha en tono informal e irreverente, eliminaron parte de la mística de Mona Lisa. Fue el comienzo de la era de la giocondoclastia.
Dado que lo que estaba de moda eran la irreverencia y la reacción contra los valores burgueses, el cuadro que había sido la imagen de una belleza perfecta e inalcanzable se convirtió en objetivo ideal para artistas iconoclastas desesperadamente modernos, como los dadaístas, a quienes repugnaba la mera idea de obra maestra. Marcel Duchamp, líder extraoficial del movimiento antiartístico propugnado por los dadaístas, resumió el nuevo zeitgeist en 1919 con unas cuantas pinceladas. Utilizó una postal en la que figuraba una reproducción corriente, dibujó un bigote puntiagudo y una barba de perilla al sagrado rostro y añadió una leyenda subida de tono. En aquel momento, el mundillo oficial del arte se quedó estupefacto y horrorizado.
Hoy día, Mona Lisa se encuentra ante la paradoja de ser, al mismo tiempo, símbolo del arte y fuente de inspiración para horteradas. Los artistas pugnan por ver quién hace la parodia más escandalosa, las agencias de publicidad discurren la forma más divertida de utilizar la imagen para vender de todo. Los coleccionistas de objetos relacionados con La Gioconda tienen catalogados 400 usos publicitarios de la imagen y 61 productos denominados Mona Lisa, fabricados en 14 países.
¿Alguien quiere burlarse del comercialismo de Dalí? No hay más que realizar un montaje con sus ojos y su bigote sobre la cara de Mona Lisa, y colocar las manos de él, llenas de dinero, en lugar de las de la dama. Touché! ¿Alguien desea tomarse a la ligera a algún personaje público como Stalin, De Gaulle o el príncipe Carlos? Sólo hay que caricaturizarlo como Mona Lisa. ¡Qué gracioso! El cuadro se ha convertido también en el preferido de los especialistas en digitalizar imágenes por ordenador. En París, Jean-Pierre Yvaral ha construido más de 150 Mona Lisa sintetizadas, formadas por dibujos geométricos que son abstractos cuando se ven de cerca, pero se convierten en La Gioconda cuando se ven de lejos.
A pesar de no ser crítico ni historiador del arte, Jean Margat tiene su propia respuesta al poder mítico de este cuadro sobre nuestra imaginación. Margat es un geólogo retirado que vive en Orleans (Francia) y preside la asociación Amigos de Mona Lisa, un club de coleccionistas de objetos relacionados con La Gioconda al que pertenecen asimismo personas tan alejadas entre sí como Pierre Rosenberg, director del Louvre, o una mujer en Ann Arbor, Michigan (Estados Unidos).
Margat y otros miembros de la asociación se reúnen para hablar de sus colecciones y compararlas. La de Margat ocupa gran parte de los dos pisos que tiene su casa, y abarca desde camisetas, carteles, bolígrafos, tazas, posavasos, condones, medias, relojes, cajas de cerillas y dedales con el rostro de Mona Lisa hasta objetos únicos, y muy caros, como una cortina de cuentas procedente de Vietnam, una alfombra persa y una escultura de tamaño natural hecha en dos clases de mármol. Su trofeo más reciente es una horterada creada en Brooklyn y conocida como la almohada risueña de Mona Lisa, que estalla en carcajadas cuando se la oprime en el centro. Los Amigos están creando una página en Internet y confían en asesorar a los responsables de una gigantesca exposición en torno a Mona Lisa que se pretende inaugurar en París para conmemorar el año 2000.
Para entonces es posible que el cuadro disponga de su propia sala en el Louvre, una sala en la que será más fácil admirarlo, gracias a la donación de 615 millones de pesetas que ha realiza-do una cadena de televisión japonesa. Ante esta muestra de patrocinio cultural, la mayor jamás habida en Francia, los conservadores del Louvre tienen sentimientos contradictorios. Prisioneros del mito, no pueden tocar Mona Lisa ni para limpiarla, por miedo a las protestas, pese a que el cuadro está sucio y cubierto de una gruesa pátina amarillenta y sería muy conveniente esa limpieza. "La nueva sala mejorará algo las cosas", asegura Cécile Scailliérez, conservadora de pintura del siglo XVI en el Louvre, "pero, por desgracia, aumentará su carácter de superestrella, al apartarla de las demás obras". A Jean Margat, el proyecto le resulta in-diferente. "La verdad es que no me gusta mucho el cuadro. Ni es expresivo ni parece una persona real. Pero supongo que es una obra intemporal, helas".
Joseph A. Harris, que vive en París, colabora frecuentemente con Smithsonian y afirma que aún intenta desentrañar la enigmática sonrisa de Mona Lisa.
Publicado en El Pais Semanal número 1.209 domingo 28 de noviembre de 1999
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