Las ilustradoras arrasan con libros que caricaturizan la vida cotidiana propia o cercana
El fenómeno, que explotó en Internet, es un maná para el estrangulado mercado editorial
Ilustrar lo cotidiano
TEREIXA CONSTENLA 16 AGO 2015
Si un día Agustina Guerrero, por esas cosas tontas de la vida, se encuentra a los ladrones que entraron en su piso y se llevaron ilustraciones y tecnologías, excepto un viejo cacharro informático donde almacenaba una serie de dibujos protagonizados por La Volátil, podría abrumarles con un libro dedicado. “Si no me hubiesen robado, no estoy segura de que hubiese mostrado aquellos dibujos”, recuerda ahora. Las congojas de La Volátil son un éxito de masas. En Facebook superan el medio millón de admiradores. En el mundo físico, tan depreciado pese a que traduce la admiración en ingresos (los dibujantes también comen), el libro Diario de una volátil (Lumen) va por la sexta reimpresión, más de 20.000 ejemplares vendidos en un año y distribución en diez países. El segundo, La Volátil. MammaMía!, diario gráfico de sus vicisitudes de embarazada, está en la calle desde primavera y con ganas de repetir el éxito del anterior (tres reimpresiones, unos 10.000 ejemplares).
El caso de Agustina Guerrero (Chacabuco, Argentina, 1982) no es único. Junto a ella se expanden tanto en la Red como en la realidad las obras de Alejandra Lunik (otra argentina aunque nacida en Chile, otra evidencia de la inagotable cantera creativa en la patria de Quino, Maitena o Liniers), Sara Fratini, Paula Bonet o Sara Herranz. Tendencia, fenómeno, moda, llámese como se quiera, lo cierto es que arrasan con caricaturas de sus propias vidas o de las observadas. Las autoras se sacuden demonios, ajustan cuentas y coquetean con personajes que conocen a fondo porque en el fondo tal vez son ellas. Y sus pifias, aciertos, miedos, gracias y desgracias son compartidas por miles y miles de seguidores.
En el mundo líquido de Internet, el termómetro de los me gusta se dispara en las páginas de Facebook de Agustina Guerrero (524.775), Alejandra Lunik (310.904), Sara Herranz (92.363) o Sara Fratini (70.617). En el mundo sólido de la imprenta, donde las tiradas medias de una novela han caído hasta igualar las de un cómic (alrededor de 2.000), sus libros se despachan con alegría, disputando espacio a cualquier best-seller en las tiendas del aeropuerto. “Todo esto ha sido posible gracias a las redes sociales. Aunque siempre ha habido mujeres creando, con las redes se ven más. Y hay un círculo de seguidores, que más allá de tener las ilustraciones disponibles en Internet, quiere tenerlas en papel”, defiende Sara Fratini, autora de La buena vida (Lumen), que agotó su primera tirada de 4.000 ejemplares al mes —febrero— de la edición.
El libro de Fratini (Puerto Ordaz, Venezuela, 1985) es una antología de viñetas autoconclusivas, protagonizadas por una mujer optimista con caídas regulares en la duda. “A veces soy yo, a veces no. Yo soy muy insegura y estos dibujos son una forma de darle la vuelta a esa inseguridad”, cuenta por teléfono desde Italia, donde dirige el festival de cine de La Guarimba, en la localidad calabresa de Amantea. “Una de las cosas que he visto en común en este grupo de autoras es que dibujan la vida cotidiana”, añade Fratini, que estudió Bellas Artes en Madrid.
Escriben y dibujan pegadas al ahora. “Que la vida es demasiado corta para no besar con lengua”, proclama un personaje en la novela gráfica Todo lo que nunca te dije lo guardo aquí (Lunwerg). Su autora, Sara Herranz (La Laguna, 1986), deseó ser periodista hasta que la crisis —se licenció en 2009 en Comunicación Audiovisual— se encargó de retorcerle el camino. “El dibujo fue una válvula de escape. Se convirtió en una forma de liberarme, de expresar que no estamos solos, que todos sufrimos de manera parecida y al final lo único que nos queda es ser fieles a nosotros mismos”, reflexiona por correo electrónico. Estrenó un diario-blog ilustrado, que poco a poco se fue llenando de seguidores hasta que un día un editor de Random House le pidió que ilustrase la portada de la novela Un buen chico, de Javier Gutiérrez.
Otro buen día, mientras tomaba el primer café, recibió un correo con dos frases. La segunda decía así: ‘¿Hacemos un libro?’. “Recuerdo quedarme mirando la pantalla del ordenador un buen rato incrédula. Fue como si volviese a ser una niña el día de Navidad”. Su obra, que va por la tercera reimpresión (salió este año), expone un territorio íntimo. “Escribo sobre mi universo y en ese sentido hay mucho de mí en mis historias. Sí que me gusta jugar con la línea que separa la ficción de la realidad”, sostiene.
Alejandra Lunik (Santiago de Chile, 1973) es caso aparte. Acaba de sacar a la calle Lola (Lumen), su primer libro como autora total —guion y dibujo—, pero su trayectoria abarca más de dos décadas en la ilustración profesional, numerosos títulos infantiles y varias exposiciones individuales (Buenos Aires, Münster, Washington). Hasta llegar aquí, pasó de todo. “Cuando empecé algunos chicos que hacían fanzines me decían que no podía publicar porque era mujer. O también encontré comentarios que decían ‘dibujás muy bien, dibujás como un hombre”. Ahora la última revelación (en España) del lápiz argentino, Liniers, se rinde a su lápiz: “Alejandra hace algo que no es tan común: dibuja gracioso y dibuja bien”.
“No. Yo no soy Lola”, zanja Lunik sobre su protagonista. O no solo. “Todos los personajes tienen algo de mí o características de gente que me rodea. Estoy en todos”, añade por teléfono desde su casa de Buenos Aires. También en La Hormona Asesina, que caricaturiza los subidones y bajones femeninos de la menstruación. “Con mis amigas siempre había comentarios de cómo se sentían y quería encontrar la manera de representarlo. El tema del síndrome premenstrual fue usado primero como un arma en nuestra contra. Yo creo que esa pulsión animal que tenemos y que tenía que representar de alguna manera, tiene cosas negativas y alguna positiva”, explica Lunik, que tiene previsto completar una trilogía con Armando, la pareja de Lola, y La Hormona Asesina.
Elena Odriozola (San Sebastián, 1967) acumula más de un centenar de libros ilustrados. Su estilo, más pictórico, nada tiene que ver con las anteriores. Pero su último hito apuntala el momento de gloria que viven las autoras en España. Este año recibió el Premio Nacional de Ilustración. Es la tercera mujer que lo consigue desde que se creó en 2008.
El fenómeno, que explotó en Internet, es un maná para el estrangulado mercado editorial
Ilustrar lo cotidiano
TEREIXA CONSTENLA 16 AGO 2015
Autorretrato de Alejandra Lunik, realizado para EL PAÍS.
Si un día Agustina Guerrero, por esas cosas tontas de la vida, se encuentra a los ladrones que entraron en su piso y se llevaron ilustraciones y tecnologías, excepto un viejo cacharro informático donde almacenaba una serie de dibujos protagonizados por La Volátil, podría abrumarles con un libro dedicado. “Si no me hubiesen robado, no estoy segura de que hubiese mostrado aquellos dibujos”, recuerda ahora. Las congojas de La Volátil son un éxito de masas. En Facebook superan el medio millón de admiradores. En el mundo físico, tan depreciado pese a que traduce la admiración en ingresos (los dibujantes también comen), el libro Diario de una volátil (Lumen) va por la sexta reimpresión, más de 20.000 ejemplares vendidos en un año y distribución en diez países. El segundo, La Volátil. MammaMía!, diario gráfico de sus vicisitudes de embarazada, está en la calle desde primavera y con ganas de repetir el éxito del anterior (tres reimpresiones, unos 10.000 ejemplares).
El caso de Agustina Guerrero (Chacabuco, Argentina, 1982) no es único. Junto a ella se expanden tanto en la Red como en la realidad las obras de Alejandra Lunik (otra argentina aunque nacida en Chile, otra evidencia de la inagotable cantera creativa en la patria de Quino, Maitena o Liniers), Sara Fratini, Paula Bonet o Sara Herranz. Tendencia, fenómeno, moda, llámese como se quiera, lo cierto es que arrasan con caricaturas de sus propias vidas o de las observadas. Las autoras se sacuden demonios, ajustan cuentas y coquetean con personajes que conocen a fondo porque en el fondo tal vez son ellas. Y sus pifias, aciertos, miedos, gracias y desgracias son compartidas por miles y miles de seguidores.
Caricatura de Sara Fratini.
En el mundo líquido de Internet, el termómetro de los me gusta se dispara en las páginas de Facebook de Agustina Guerrero (524.775), Alejandra Lunik (310.904), Sara Herranz (92.363) o Sara Fratini (70.617). En el mundo sólido de la imprenta, donde las tiradas medias de una novela han caído hasta igualar las de un cómic (alrededor de 2.000), sus libros se despachan con alegría, disputando espacio a cualquier best-seller en las tiendas del aeropuerto. “Todo esto ha sido posible gracias a las redes sociales. Aunque siempre ha habido mujeres creando, con las redes se ven más. Y hay un círculo de seguidores, que más allá de tener las ilustraciones disponibles en Internet, quiere tenerlas en papel”, defiende Sara Fratini, autora de La buena vida (Lumen), que agotó su primera tirada de 4.000 ejemplares al mes —febrero— de la edición.
El libro de Fratini (Puerto Ordaz, Venezuela, 1985) es una antología de viñetas autoconclusivas, protagonizadas por una mujer optimista con caídas regulares en la duda. “A veces soy yo, a veces no. Yo soy muy insegura y estos dibujos son una forma de darle la vuelta a esa inseguridad”, cuenta por teléfono desde Italia, donde dirige el festival de cine de La Guarimba, en la localidad calabresa de Amantea. “Una de las cosas que he visto en común en este grupo de autoras es que dibujan la vida cotidiana”, añade Fratini, que estudió Bellas Artes en Madrid.
Autorretrato de Agustina Guerrero.
Escriben y dibujan pegadas al ahora. “Que la vida es demasiado corta para no besar con lengua”, proclama un personaje en la novela gráfica Todo lo que nunca te dije lo guardo aquí (Lunwerg). Su autora, Sara Herranz (La Laguna, 1986), deseó ser periodista hasta que la crisis —se licenció en 2009 en Comunicación Audiovisual— se encargó de retorcerle el camino. “El dibujo fue una válvula de escape. Se convirtió en una forma de liberarme, de expresar que no estamos solos, que todos sufrimos de manera parecida y al final lo único que nos queda es ser fieles a nosotros mismos”, reflexiona por correo electrónico. Estrenó un diario-blog ilustrado, que poco a poco se fue llenando de seguidores hasta que un día un editor de Random House le pidió que ilustrase la portada de la novela Un buen chico, de Javier Gutiérrez.
Otro buen día, mientras tomaba el primer café, recibió un correo con dos frases. La segunda decía así: ‘¿Hacemos un libro?’. “Recuerdo quedarme mirando la pantalla del ordenador un buen rato incrédula. Fue como si volviese a ser una niña el día de Navidad”. Su obra, que va por la tercera reimpresión (salió este año), expone un territorio íntimo. “Escribo sobre mi universo y en ese sentido hay mucho de mí en mis historias. Sí que me gusta jugar con la línea que separa la ficción de la realidad”, sostiene.
Alejandra Lunik (Santiago de Chile, 1973) es caso aparte. Acaba de sacar a la calle Lola (Lumen), su primer libro como autora total —guion y dibujo—, pero su trayectoria abarca más de dos décadas en la ilustración profesional, numerosos títulos infantiles y varias exposiciones individuales (Buenos Aires, Münster, Washington). Hasta llegar aquí, pasó de todo. “Cuando empecé algunos chicos que hacían fanzines me decían que no podía publicar porque era mujer. O también encontré comentarios que decían ‘dibujás muy bien, dibujás como un hombre”. Ahora la última revelación (en España) del lápiz argentino, Liniers, se rinde a su lápiz: “Alejandra hace algo que no es tan común: dibuja gracioso y dibuja bien”.
Sara Herranz, dibujada por ella misma.
“No. Yo no soy Lola”, zanja Lunik sobre su protagonista. O no solo. “Todos los personajes tienen algo de mí o características de gente que me rodea. Estoy en todos”, añade por teléfono desde su casa de Buenos Aires. También en La Hormona Asesina, que caricaturiza los subidones y bajones femeninos de la menstruación. “Con mis amigas siempre había comentarios de cómo se sentían y quería encontrar la manera de representarlo. El tema del síndrome premenstrual fue usado primero como un arma en nuestra contra. Yo creo que esa pulsión animal que tenemos y que tenía que representar de alguna manera, tiene cosas negativas y alguna positiva”, explica Lunik, que tiene previsto completar una trilogía con Armando, la pareja de Lola, y La Hormona Asesina.
Elena Odriozola (San Sebastián, 1967) acumula más de un centenar de libros ilustrados. Su estilo, más pictórico, nada tiene que ver con las anteriores. Pero su último hito apuntala el momento de gloria que viven las autoras en España. Este año recibió el Premio Nacional de Ilustración. Es la tercera mujer que lo consigue desde que se creó en 2008.
El Pais Revista de Verano 16 de agosto de 2015
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