por Josep M. BEA
Aparecer en la España de la postguerra, era como nacer durante el trayecto de regreso de un enterramiento; en el que la gente ya ha llorado casi todo lo que tenía que llorar; en el que ya nadie habla del muerto y en el que el luto aconseja y obliga a vivir en sepulcral silencio, en un silencio de cine mudo, de blanco y negro. Y uno, que aparece en aquel entierro sin haberlo deseado y sin haber sido invitado, ansia gritar y reír, pero nadie le hace caso, es como salir de paseo con los muertos vivientes: infinitamente aburrido.
Quizás, aquel grisáceo y plúmbeo entorno vital obligara a muchos, o a pocos, a utilizar la imaginación como mecanismo defensivo ante la mediocridad reinante. Pero era difícil jugar a imaginar, conjugando las depauperadas piezas que ofrecía aquella triste realidad ambiental. Se precisaba la aportación de nuevos elementos que posibilitaran a la imaginación ilimitados procesos combinatorios. Una de las puertas de entrada o de huida a un universo de realidad compensatoria fue el cómic: microespacio de color sobre aquel siniestro panorama sociocultural que, como una fofa y pegajosa carpa circense color radiografía, cubría el país. Y del cómic, mi aliado en un constante viaje imaginativo fue "El Inspector Dan de la Brigada Volante, agente de Scotland Yard".
Carlos Giménez: "La prueba", en Rambla núm. 3, 1982.
LA ETERNIDAD Y OTRAS DISTRACCIONES
Aparecer en un colegio religioso de la postguerra española, era como nacer en el núcleo genético de un misterio divino; en el que la gente era adiestrada a comprender lo incomprensible y a eludir la tangibilidad de los hechos reales.
Un día, por primera vez, y ante toda la clase, mientras todos permitíamos voluntariamente que el hermano maestro actuara en el aula como un hipnotizador, pensando por nosotros y manejando nuestra conciencia como si fuera suya, aquella vertical mancha negra en forma de joven sacerdote, poseedor de la verdad y preceptor de nuestros incipientes pasos por la vida, se inclinó sobre mis ocho años de vida diciéndome: "Trinidad de Dios quiere decir que en Dios hay tres personas iguales, realmente distintas, que una persona no es otra, siendo, sin embargo, todas tres un solo Dios. Las tres divinas personas, teniendo en común la única naturaleza divina, que es eterna, son igualmente eternas. Nosotros no comprendemos ni podemos comprender, cómo las tres personas divinas, aunque realmente distintas, son un solo Dios: es un misterio, y misterio es una verdad superior, mas no contraria a la razón, que creemos porque Dios lo ha revelado..."
Bueno, me quedé pensativo, pero no estupefacto ante el planteamiento expuesto. No suponía aquel cura, que le estaba hablando a un profesional habituado a los misterios. Era tal mi soberbia en dicho género, que el críptico asunto de la Trinidad, me pareció un misterio bastante sencillo, sobre todo muy aburrido, y que, de proponérmelo, en un par de semanas podría resolverlo sin grandes dificultades, pues tratábase de un entramado en el que sólo participaban tres personajes. ¡Para misterios, los del Inspector Dan! Aquello sí que eran asuntos difíciles y peligrosos; auténticos misterios que semanalmente me proponía el agente de Scotland Yard: "El misterio del museo siniestro", "Noches de pesadilla", "Morir cuesta tres peniques", "Satán vuelve a la tierra". ¡Qué fuerte! ¡Qué pavor! ¡Qué miedo!
BIENAVENTURADOS LOS QUE NO TIENEN QUE IMAGINAR PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LA TIERRA
El Inspector Dan era un personaje que aparecía en el semanario infantil "El Pulgarcito", de editorial Bruguera; la magistral creación gráfica corrió a cargo del dibujante Eugenio Giner, consiguiendo en: aquellas sombrías páginas, tan densas en texto y dibujo, un clima lúgubre, angustioso y asfixiante de tan alta intensidad que, a lo largo de todos mis años vividos, no he podido hallar en cómic otra obra que, abordando el mismo género temático, haya alcanzado tan elevado nivel de interés, como la mencionada serie. Jamás he podido experimentar el efecto de tanta concentración de pavor, como la que Eugenio Giner llegó a proyectarme en una sola página de su Inspector Dan.
No es mi intención entrar en disgresiones analíticas sobre el contenido ideológico de la mencionada obra, pero sí es mi deseo considerar los efectos causales del proceso psicológico desencadenado durante su lectura y constatar, como respuesta, una marcada variante en la determinación de mis recursos imaginativos.
La serie en cuestión aparecía semanalmente desarrollada en una sola página, utilizando la "cruel" fórmula de interrumpir la narración en el punto más alto de interés que coincidía irremediablemente con la última viñeta de la página, de tal forma que me sometía como lector a un angustioso e interminable compás de espera semanal hasta la aparición del posterior capítulo. Esta circunstancia, propuesta semanalmente en mi infancia durante varios años, implicaba en mí, un continuado ejercicio de imaginación, dando conformación, como resultado de tal práctica, a una peculiar forma de capacidad fabulatoria. El esquema de la última viñeta del Inspector Dan, formulaba un planteamiento que se convertía para mí, en un motivo existencial, alterando sensiblemente los niveles de mi realidad perceptiva durante siete días. La búsqueda mental de una respuesta descontextualizada de lo real me obligaba a transfigurar mi entorno habitual en conceptos manejables por mi imaginación. Era también muy frecuente, durante el tránsito onírico, la presencia simbólica de elementos aglutinados con contenidos inconscientes de mi propia realidad y fantasías elaboradas conscientemente en estado vigil. Una vez agotadas todas las alternativas de especulación, en busca de la posible solución al desenlace de la situación planteada en el capítulo de la anterior semana, me dirigía con temor a adquirir el nuevo
Eugenio Giner: El inspector Dan, de la patrulla volante. en Pulgarcito, 1947.
Neuróptica 2 Estudios sobre el comic, abril 1984
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