martes, 26 de junio de 2012

El desnudo exquisito

 Fotografía de Antonie Popuel

 Ahora que el "burleque" está de moda, volvemos la vista hacia un clásico del cabaré: Crazy Horse, en París, cumple 60 años. Además, el director norteamericano Frederick Wiseman ha realizado un documental sobre su historia, y sus 18 bailrinas se trasladan por primera vez a Madrid para recrear su ambiente "sexy" y elegante.
Por Manuel Cuéllar


 Las imágenes en color de este reportaje corresponden al espectáculo, a lo que los espectadores contemplan. Las fotografías en blanco y negro, excepto la de arriba, muestran el mundo entre bambalinas de Crazy Horse, un terreno vedado a los hombres.




Como todas las tardes, Alain Bernardin saludó al portero vestido de guardia montado de Canadá a la entrada de su negocio. La recepcionista le dedicó un pizpireto bonjour y lo vio perder­se escalera abajo, sorteando los 20 pelda­ños, dispuestos en una suave curva y enmo­quetados en rojo, en busca de ese mundo que había creado para la fantasía y el delei­te. Atravesó el salón principal, sembrado de mesas y sillones tapizados en terciopelo e iluminado con esa tonalidad encarnada que es sinónimo de pasión, energía y liber­tad. Tal vez se detuvo unos instantes para admirar por última vez el pequeño escena­rio donde cada día en dos funciones, de tar­de y noche, se celebraba lo que él denomi­naba su "absoluta admiración por las mujeres". Con decisión, continuó hacia su oficina, cerró la puerta, se puso un revólver en la cabeza y apretó el gatillo.

Al día siguiente, el 16 de septiembre de 1994, el diario The New York Times publicó el siguiente texto: "Alain Bernardin, pro­pietario del Crazy Horse Saloon, fue encon­trado muerto en su oficina en lo que, apa­rentemente, parece un suicidio. Tenía 78 años. Trabajadores del club entraron en la oficina del señor Bernardin después de que este no apareciera para la primera función de la tarde y le encontraron muerto con un arma de fuego junto a su cuerpo, según ex­plicó su socio Louis Camiret. No dejó ninguna nota de suicidio. El señor Bernardin, un pintor retirado, reivindicaba el desnudo






como un arte. 'Encontré mi camino en la vida con una chica desnuda, Miss Fortunia', dijo una vez Bernardin. 'Fue al desnudarla una noche, tras una gala, cuando compren­dí que en el cuerpo de una mujer era donde residiría mi fortuna".

EL CRAZY HORSE abrió sus puertas hace 60 años (el 19 de mayo de 1951), cuando aquel francés nacido en Dijon e inspirado por el burlesque y la mítica cultura del saloon del viejo Oeste estadounidense comenzó a la­brarse la leyenda que le sitúa hoy como el creador del strip-tease moderno. Fue preci­samente la idea de traducir al gusto euro­peo lo que había visto en EEUU lo que le llevó a bautizar un amplio sótano de la ave­nida de George V, junto a los Campos Elí­seos de París, con el nombre de Caballo Loco, jefe de la tribu sioux, uno de los más bravos guerreros indios. Un lugar ya mítico que tiene a gala haber sido anfitrión de per­sonalidades como J. F. Kennedy, Madonna, Almodóvar, Spielberg y el mismísimo Elvis, por nombrar algunos de una lista casi in­terminable. Un lugar que ha seducido al documentalista y padre del llamado "cine directo" Frederick Wiseman en su última cinta, un retrato del club parisiense de dos horas de duración, que ha podido verse





este año en los festivales de cine de Venecia, San Sebastián y Nueva York. Esta Navidad, la maison que se enorgullece de su refina­miento y elegancia llega por primera vez a España con un espectáculo titulado Fore­ver Crazy, que, según sus creadores, "ha sido concebido como tributo a Alain Ber­nardin, preservando la herencia artística del mítico cabaré y añadiendo un toque de modernidad, humor y sofisticación".

"LO ENCONTRARON MUERTO en ese mismo sofá en el que está usted sentado", confiesa al periodista Andreé Deissenberg, actual directora general del Crazy Horse. "Y no, sus más allegados no creen que se encon­trara especialmente deprimido en aquellos días, ni enfermo... Mi opinión personal res­pecto al enigma de su muerte reside sim­plemente en que él tenía la sensación de que había cumplido su misión en el mundo y decidió marcharse. Tal vez incidieran los daños colaterales de la primera guerra del Golfo y cierta crisis económica, o que él veía que sus facultades físicas estaban mer­madas. Pero yo creo que en su alma anida­ba el convencimiento de que había con­cluido aquello por lo que había venido a este mundo".

Asistir a una representación del resulta­do de aquello por lo que un hombre "había venido a este mundo" supone una cura de prejuicios. A las ocho de la tarde de un oto­ñal, pero cálido, miércoles de noviembre, están va ocupadas las 250 localidades con las que cuenta el Crazy Horse. Sobre las mesas, cubiteras transparentes iluminadaspor un foco desde abajo en las que un abun­dante hielo cubre una botella de champán. La mayoría del público son hombres entra­dos en la cincuentena. Tan solo unas 40 mujeres acompañan a sus parejas. La pri­mera fila está ocupada casi en su totalidad por hombres orientales. El rojo, los dora­dos, los espejos, la iluminación, los brillos del telón que todavía esconde el escenario, ayudan a un despliegue inicial de sospe­chas infundadas. Pero de pronto se apagan las luces, se levanta el telón y todo comien­za a cambiar. Por la cabeza pasan los nom­bres de grandes de la fotografía que, sin duda, han inspirado gran parte de este show, como Helmut Newton, David Lacha-pelle, Bill Brandt, Richard Avedon y Vitto­rio Storaro. Casi todos los fetiches están: el ejército, las astronautas, las ataduras de bondage, la mucama, las ejecutivas agresi­vas, ciertos (pocos) tintes de lesbianismo... Pero es cierto que las 18 bailarinas evolu­cionan en cuadros que recuerdan la imagi­nería kitsch de los cincuenta y los sesenta, los títulos de crédito de las películas de Ja­mes Bond o aquel vídeo de Addicted to love de Robert Palmer. Tanto, que es cierto el tópico: llega un momento en el que a uno se le olvida que las mujeres que tiene delante se desnudan. Al final del espectáculo, uno ha de admitir que donde reside real­mente lo importante es precisamente en lo que viste a esas mujeres: las coreografías, las luces, los decorados, la intención, la se­ducción.

Tras la muerte de Bernardin, sus hijos Sophie, Didier y Pascal asumieron las rien­das del negocio. En 2001, Le Crazy Horse emprendió un triunfal camino de vuelta hacia EE UU, el país que había obsesionado a su fundador, implantando la visión fran­cesa y chic del desnudo femenino en el ca­sino MGM Grand de Las Vegas. Pero la des­cendencia del creador no heredó la pasión femenina de su padre, y en 2005 los tres ca­chorros decidieron vender el negocio fami­liar. Es entonces cuando entra en escena Deissenberg, una profesional que venía de una experiencia de más de 12 años como responsable de mercadotecnia y ventas del Cirque du Soleil. Ella sería la encargada de modernizar Crazy Horse, destinado "a una audiencia más joven, no necesariamente masculina y que ame el glamour, la música, el diseño y la moda".

PODRÍA TOCARLO todo menos una cosa. El canon estético impuesto por Alain Bernardin respecto a los cuerpos de las bailarinas. "Deben medir entre 1,68 y 1,72 metros; la distancia entre los pezones ha de ser de 21 centímetros, y de 13 entre el pubis y el om­bligo", confirma Deissenberg de carrerilla. "Ese es un legado intocable. Se trata de la marca de la casa. En EEUU le dan mucha importancia al pecho, pero en Francia le aseguro que lo más importante es el trase­ro. Aunque lo realmente importante es que hemos renovado por completo las herra­mientas con las que contamos para vestir a las chicas. Desde 2007 tenemos un nuevo sistema de sonido envolvente y de ilumina­ción con proyectores de alta definición y otros elementos técnicos en los que este cabaré ha sido pionero".

Además, llamó a un hombre que ya co­nocía, al bailarín y coreógrafo francés Phi­lippe Decoufl é, un tipo acostumbrado a grandes encargos, como las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpi­cos de invierno de 1992 en Albertine (Fran­cia). Resultaba, además, ser el hombre per­fecto para crear 10 nuevas coreografías que habían de desarrollarse en el minúsculo escenario del Crazy Horse (seis metros de ancho por dos de alto y tres de fondo, y que se trasladará tal cual a Madrid), pues se ha­bía especializado trabajando con el maestro estadounidense Merce Cunningham precisamente en eso: geometría, proble mas de distancia, ilusiones ópticas y movi miento.








 'BURLESQUE' Y `SALOON' DEL LEJANO OESTE.
Las chicas, en los camerinos, descansando, calentando y haciendo estiramientos antes de comenzar la representación en el famoso local junto a los Campos Elíseos, con aforo para 250 personas. En la página de abajo, uno de los números de lo que ya es un clásico del cabaré.



Como colaborador y codirector artístico fichó al polifacético y exigente fotógrafo, ci neasta y artista plástico Ah Mandavi, toda una leyenda en París. Llega casi una hora y media tarde a su cita con El País Semanal En París hay huelga de metro y dice haber estado atrapado en un atasco. Aparece ves tido de negro riguroso y, tras saludar, se despacha de un solo trago un whisky doble con hielo. "Hoy ha sido un día muy triste" se excusa. "Vengo del funeral de Loulou de la Falaise, la musa indiscutible de Yves Saint Laurent, con la que trabajé mucho en foto grafía y moda, y estoy destrozado". Mandavi es un ser extraño que habla por los codos pero con un universo interior que impregna todo el espectáculo. "Uno de los viajes más bonitos de mi vida han sido mis 17 años de psicoanálisis. Los procesos de creación no son fáciles, y Crazy Horse ha sido una de las grandes obsesiones de mí vida. Fue algo que me poseyó desde el primer día. No exa gero nada si le digo que temblé de emoción y comencé a venir una noche detrás de otra

Pude ver este show más de 200 veces, se lo aseguro. Y les forcé a que me contrataran. No paré hasta que me dieron la oportuni­dad. Tengo la suerte de ser muy amigo de Dita von Teese (exmujer de Marilyn Man­son y reina indiscutible del burlesque con­temporáneo), que fue una de las estrellas
invitadas por el Crazy Horse y me dejó ha­cerle un número. Tuvo tanto éxito, que An­dreé Deissenberg me permitió ser el codi­rector artístico del nuevo espectáculo".

NO TODAS LAS PRIMERAS aproximaciones a esta casa han sido siempre tan fáciles. Loa Vahina (nunca se da el nombre real de nin­guna de las bailarinas para preservar su in­timidad) tiene 26 años y es francesa. Lleva seis trabajando en el Crazy Horse: "La pri­mera vez que vi el show pensé que no era un trabajo para mí. Era muy tímida. Así que antes de los ensayos lo pasé un poco mal...
Lloré mucho. Pero mis amigos me convencieron para que probara, que viera de qué se trataba y decidiera después de saber a qué me estaba enfrentando. No has de firmar de entrada tu contrato. Tienes dos me­ses de ensayos y entrena­miento, y le aseguro que terminé enamorándome del todo de este espectácu­lo. Así que, ya ve, aquí me tiene seis años después y con ganas de estar mucho tiempo".

¿Y qué hay de las críti­cas feministas contra este espectáculo? Contesta la bailarina Dita Novita, de 22 años: "No puedes discutir o hablar con gente que tiene una imagen preconcebida de lo que es este espectáculo sin haberlo visto. Sobre todo porque lo que tienen en la cabeza es sencillamente un error tremen­do. No puedes criticar al Crazy Horse sin haber venido. Si vienen, seguro que cam­biarán de opinión". •

El espectáculo "Forever Crazy' estará en Madrid, en los Teatros del Canal, del 21de diciembre al 8 de enero.



El Pais Semanal nº 1837 domingo 11 de diciembre de 2011

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