CALAVERA LUNAR
Albert Monteys
Lamento no poder ser más original, pero debo reconocerlo: mi número favorito de Calavera Lunar es el 237. Cuando apareció en 1996, fue como si viera por vez primera la serie, como si percibiera en ella un montón de cosas que hasta el momento no había detectado. Ni siquiera las había imaginado.
Tal vez se deba a que "¡Canallas del abismo!" supone la apoteosis del Niño Mina, un volátil personajillo que tiene uno de los más indescriptiblemente patéticos papeles que he visto en historia alguna, sea en cómic o en cualquier otro medio. O puede que sea por la carismática personalidad (¿personalidades?) del villano, ese García de Clueca y Losillo de pétrea masa y unimente mal remendada. El mismo Calavera es, sin embargo, quien se eleva por encima de todos (especialmente por encima del irritante Coronel Zit y su abrupta epidermis, y especialmente en el desenlace) con su mezcla de heroísmo inconsciente y apocado, vanidad infantil y optimismo ciego y sin fundamento.
La clara esponjosidad de un dibujo nítido y hábil, la perspicacia del ritmo narrativo (espléndida la página del tropezón del atolondrado Niño Mina) y el cuidado detallismo de la edición, repleta de imprescindibles llamadas al pie para enmarcar correctamente la aventura dentro de la gran saga de Calavera Lunar (mis favoritas son "*Ver número 202, "Mudanzas"" y 'Calavera Lunar num. 100- 101, "Calavera Lunar salva la Luna un par de veces.") contribuyen a elevar este tebeo por encima de la nutrida legión de tebeos de aventuras-humor comerciales, mensuales y con personajes carismáticos que han inundado el boyante mercado de la historieta española durante la segunda mitad de los 90, recuperando una vez más al público infantil, siempre ansioso de emociones sencillas ("Eres mi héroe más favorito," dice el pequeño Migue, de 6 años, en ¡Conexión Estelar!, la estafeta de los miles de admiradores de Calavera).
Quince veces me he leído Calavera Lunar n° 237 desde que salió, y quince veces me he reído con los mismos chistes, a veces esperándolos y jaleándolos, a veces sorprendiéndome todavía como si fueran inesperados. Su vigor cómico permanece inalterable, inmarcesible, infatigable como su mismo e inmortal protagonista.
Era de justicia: si había que destacar un solo número de Calavera Lunar de todos los publicados a lo largo de los 90, no podía ser otro.
TRAJANO BERMÚDEZ
U#20 Junio de 2000
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