¿Cómo se convierte en un éxito una tira de prensa que apenas llega a los diez años y que le da la espalda al merchandising? La pregunta del millón.
Watterson era uno de esos cientos de dibujantes de prensa en busca no de la gloria, pero sí de la publicación (que en muchos casos es la gloria), hasta que un día propuso una idea que le fue rechazada a medias; no a los personajes principales, sí a los secundarios. Y así nació el mundo de un niño, Calvin, y de un tigre de peluche, Hobbes, que apenas necesitó de secundarios (al contrario que otras series de prensa) para convertirse en una, llamémosle, serie de culto. Por supuesto que en cuanto a longevidad e incluso popularidad, Calvin y Hobbes no tiene mucho o nada que ver con dos precedentes tan raros a Watterson como Peanuts o Pogo. La tira diaria y la página dominical se publicó en muchos periódicos del mundo, pero cuando podía haber cruzado la línea que separa el reconocimiento de cierta parte el público y de toda la crítica de la que marca el oropel de la popularidad en el sentido más amplio de palabra (ésa que reconoce hasta el hombre más gris de la calle), Watterson decide que no tiene nada más que contar. Curioso personaje Watterson, que prohíbe utilizar a sus creaciones para que se transformen en objetos de papelería y juguetería, rechazando una importante pecunia, y luego nos comunica que la vida de sus personajes ha finalizado. Si Calvin y Hobbes ya era una serie de culto, ahora lo será por la eternidad.
Pero volvamos al principio, a la pregunta. Watterson es un buen dibujante, un artista que controla el movimiento, la expresión y la dinámica de los personajes. Un tipo que dibuja en estilo caricaturesco y sencillo. Watterson es un escritor que sabe dotar de personalidad propia a sus personajes, hasta el punto de que toman conciencia de que lo son y lo transmiten al lector, que sencillamente se los cree. Watterson es un autor que con una idea básica sencilla y manida explota el mundo infantil, miedos, ansiedades y esperanzas incluidos, confrontándolo al de los adultos, marcando la diferencia, y denunciando la zafiedad y vulgaridad de la cotidianía más que delirante que nos invade.
En definitiva, es posible que el éxito de Calvin y Hobbes resida en que todos hemos querido alguna vez en nuestra vida tener un compañero de juegos como Hobbes; alguien a quien sólo nosotros podemos ver y que ejemplifica la sagrada libertad que la sociedad nos niega por unos supuestos principios de convivencia que no tienen sentido
ANTONI GUIRAL
U#20 junio 2000
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