miércoles, 2 de febrero de 2011

Durero, mago del dibujo


Era capaz de caminar días enteros persiguiendo una liebre, o de pasarse horas muertas estudiando los an­dares parsimoniosos de un cangrejo. Du­rero sentía auténtica pasión por dibujar la naturaleza y los animales. En 1515, un sultán de la India envió como regalo al rey de Portugal un rinoceronte. La noticia de su llegada en barco a Lisboa despertó una inusitada expectación, y en Núremberg, la ciudad de Durero, se vivió como una le­yenda. Un amigo del pintor vio al animal en el puerto lisboeta y se lo describió con pelos y señales. A Durero no le hizo falta más. Se lo imaginó. Lo dibujó con un gran cuerno y un lomo como si llevara silla de montar. La xilografía del rinoceronte fue una de las más vendidas en Alemania, y el artista envió uno de sus dibujos al Papa de Roma con la idea de que éste montara un zoológico en el Vaticano. Este dibujo es uno de los pocos de Durero que no conser­va el Museo Albertina de Viena, la insti­tución que atesora los mejores dibujos y estampas del artista alemán. Ochenta y cinco de estas obras, una selección impor­tante, salen por primera de la Albertina y se exhibirán en el Museo del Prado.

Alberto Durero (Núremberg, 1471-1528) fue uno de los grandes artistas del Renaci­miento, el Leonardo alemán. Inquieto, cu­rioso y viajero, heredó de su padre. un or­febre de origen húngaro, la maestría en el manejo del buril, una habilidad decisiva para Durero años después. Grabar un di­bujo no se diferenciaba mucho de grabar una inicial o un adorno en los cubiertos, pero a nadie antes que Durero se le había ocurrido hacer impresiones en papel en vez de adornos sobre metal.

Durero siempre se sintió mucho más seguro como artista gráfico que como pin­tor -su firma, un elegante monograma con una A mayúscula que encierra la D de su apellido, es el primer diseño de la his­toria-. Una inclinación que posiblemente también tuviera que ver con el coste de los materiales. En aquellos años era más eco­nómico grabar, dibujar, tallar tacos de ma­dera para las xilografías (grabados en re­lieve) que comprar, por ejemplo, piedras preciosas como el lapislázuli, de donde los pintores sacaban el polvo para los colores. Las líneas tenían para Durero mayor sig­nificado que los colores. Además, con los grabados, Durero era dueño y señor de sí mismo. no necesitaba encargos para poder vivir. Él creaba su propia obra y podía venderla haciendo muchas copias. Com­prar un grabado era algo que estaba al al­cance de muchos bolsillos. En la Alemania de la Reforma existía un mercado para los dibujos y grabados, como lo había también para los libros.

A Durero le gustaba escribir desde niño en sus diarios. Llevaba su pequeña crónica familiar y gracias a ella hoy sabe­mos que a Durero El Viejo, su padre, le apasionaban las pinturas de Jan van Eyck y de Rogier van der Weyden, gusto que transmitió a su hijo, quien aprendió a di­bujar a una edad muy temprana. A los 13 años dibujó su autorretrato, el primero de la historia del arte que se conserva. "¡Pintado por un chico de 13 años!, el más anti­guo dibujo infantil europeo conocido", se admira Ernst Rebela, un especialista en Du­rero que participa en el catálogo de la ex­posición del Prado. Pasado el tiempo, un maduro Durero que guardaba en su colec­ción personal este dibujo añade la leyenda: "Dibujé este autorretrato de un espejo en 1484. cuando yo era todavía un niño". Pero lo que no dejó explicado es cómo para di­bujar su rostro escogió la punta de plata, un instrumento muy utilizado por los ar­tistas de Flandes que precisa de un trazo muy seguro. ya que no permite borrar ni hacer correcciones sobre el papel.


RETRATOS. Maximiliano l', su protector, dibujado por Durero en 1518, un año antes de que el emperador falleciera. En el centro, `Retrato de su padre', realizado dos años después de su infantil autorretrato. Durero sólo tenía 15 años, pero su maestría en el dibujo de las manos, las sombras, era absoluta. Otro retrato, el de `Anciano', de 1521, es el reflejo del tiempo. La vejez en toda su crudeza.

Grabado "Melancolía I" (1514), grabado sobre metal. Es la reflexión más profunda de Durero sobre el tema del arte, y posiblemente su último autorretrato. Una de sus obras maestras

José Manuel Matilla, comisario de la muestra de Durero y conservador de dibu­jo y estampas del Museo del Prado, califica esta exposición de "excepcional". Organi­zada en ocho apartados. permite ver, a su juicio. "cuáles han sido las constantes en la obra de Durero". Las 85 obras de la Alber­tina, más las cuatro pinturas que el Prado posee (Adán. Eva, Autorretrato y Retrato de personaje desconocido), permiten un reco­rrido por sus viajes, el estudio de la natu­raleza, la religión, las proporciones del cuerpo humano y el desnudo... la obra más personal de uno de los primeros artistas que teorizó con la idea de lo nuevo.

Buen observador de la realidad, Durero poseía también una gran inventiva. En­tre el corazón y el cerebro. Durero aposta­ba por la técnica, el estudio. Dibuja desnu­dos femeninos, manos, animales, objetos... De todo aprende y todo le sirve. "Aplasta y estruja una almohada para darle seis for­mas diferentes y anota cuidadosamente las variaciones", señala Erwin Panofsky, su gran biógrafo.

Sus contemporáneos le adularon y le vilipendiaron a partes iguales. Para los pintores italianos, Durero "no sabía ma­nejar el color". Goethe lo admiró mucho en su juventud, pero desaprobó sus graba­dos del Apocalipsis, su obra cumbre: "Du­rero no llegó nunca a sacudirse totalmen­te al aprendiz de orfebre de Nuremberg. Hay en sus trabajos una diligencia rayana en ansiedad que jamás le permitió alcan­zar la visión amplia y la sublimidad... Pro­serpina raptada por Plutón a lomos de un macho cabrío. Diana apaleando a una nin­fa en brazos de un sátiro... todo esto reve­la una imaginación extraviada, si bien en otros aspectos es un maestro competente, lleno de fuerza y energía".

Erasmo de Rotterdam es más con­tundente. Él siempre pensó que Durero era un genio: "Qué será lo que no exprese en monocromía, esto es, con líneas ne­gras... Observa con exactitud las propor­ciones, las armonías y aun llega a repre­sentar lo que no se puede representar, el fuego, la luz, el trueno, el relámpago, el rayo, o. como dicen, las nubes en una pa­red, todas las sensaciones y emociones, todo el espíritu del hombre... Si sobre ellas se extendieran pigmentos, se estropearía la obra".

Núremberg, la ciudad imperial, en el corazón del Sacro Imperio Romano Ger­mánico, asistió a la trayectoria de su ar­tista con división de opiniones. Para unos, la imagen de Durero era la de un hombre piadoso y en paz con Cristo: para otros, sus turbaciones. la búsqueda de una perfección inalcanzable, se reflejaban en muchas di sus obras, como en el grabado Melancolía Pero el artesano artista, paciente observador de animales y paisajes, realista hasta los menores detalles, que ideaba artilugios capaces de proporcionar perspectivas correctas y sometía al cuerpo a un sistema de líneas y círculos, era, según propia confesión, un visionario "lleno de figuras interiores". El contacto con artistas como Bellini. Mantegna, Rafael o Leonardo da Vinci le hizo tomar conciencia de su conflicto entre la inspiración y la creación.

Pionero en tantas cosas, Durero lo fui también en los viajes. Terminada su formación con el mejor pintor de Nuremberg Michael Wolgemut, marchó a Basilea, don de le surgieron oportunidades de publica sus dibujos con los grandes maestros. Peri la familia reclamó su vuelta a Nuremberg Su padre le había arreglado una boda con una joven de la localidad, Agnes Frey. leyenda del matrimonio desdichado de Durero se alimenta con versiones de varios historiadores que consideran a Agnes Frey una auténtica arpía, una chupasangres que no entendió el genio de Durero "Ella no comprendía que la dejara sola en casa para irse a discutir sobre teoría de las proporciones humanas o la geometría descriptiva en lugar de ha­cer lo que ella hubiera llamado trabajos prácticos". (Edwin Panosfky, Vida y arte de Durero). Durero, en plena luna de miel, decidió emprender a solas su pri­mer viaje a Italia.

En el siglo XV, la meca para los ar­tistas germanos eran Brujas y Gante; Durero abrió el camino de Italia y del Renacimiento en los países del norte. Regresó de Italia en 1495, y los cinco años siguientes fueron los de mayor in­tensidad creadora. Durero siente la ne­cesidad de estudiar la teoría de las pro­porciones y la perspectiva y alejarse de obras "robustas, pero irreflexivas". Ma­neja el buril con tal delicadeza que los grabados de esta etapa presentan el do­ble o el triple de líneas por centímetro cuadrado que los anteriores.

La aparición de un cometa en 1503 ("el mayor portento que yo he visto") llenó la mente de Durero de siniestros presagios. El ánimo de Durero está tan encogido que sólo dibuja rostros an­gustiados de Cristo. Persigue hacer un retrato a Lutero: "Lo grabaré como re­cordatorio perdurable del cristiano que me ha ayudado a salir de grandes an­siedades". Se adhirió a la causa del pro­testantismo de tal forma que abandonó todo contenido profano en sus obras.

En 1512 entra al servicio del em­perador Maximiliano I. Cuando éste murió, en 1519, Durero estuvo a punto de viajar a España para entrevistarse con su sucesor, el emperador Carlos V, y renovar su pensión, pero le dio pere­za y esperó hasta que Carlos se despla­zó para su coronación a los Países Ba­jos. Fue uno de sus últimos viajes.

Durante su estancia en Gante le ha­blaron de una ballena varada. Su pasión por los animales le hizo ponerse rápi­damente en camino hacia la costa. No vio a la ballena y Durero enfermó de fie­bres, posiblemente de malaria, que poco a poco minaron su salud. Murió el 6 de abril de 1528. Su tumba en Núremberg tiene inscrito el epitafio que le dedicó su amigo Pirckheimer: "Cuanto de mor­tal hubo en Alberto Durero queda cu­bierto por este sepulcro". La que fuera su casa, al pie de la soberbia muralla de Nuremberg, es visitada cada año por miles de turistas que compran a manos llenas reproducciones de su famoso di­bujo de la liebre, convertido ya en el símbolo de la ciudad y de Durero. •

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La exposición Duero, obras maestras de la Albertina' puede verse en el Museo del Prado del 8 de marzo al 29 de mayo. Para visitas y entradas: www.museoprado.es.


Tres de sus acuarelas dibujadas en diferentes etapas de su vida:"Vista del castillo de Innsbruck"(1494) "Ala de una carraca"(1512) y "Manos"(1508).

Un artista moderno por Francisco Calvo Serraller

Alberto Durero dejó un inmenso le­gado artístico no sólo por la exce­lencia de su calidad como pintor, di­bujante y grabador, que le convierten en uno de los mejores maestros del Renacimiento europeo, sino por la amplitud de sus intereses intelec­tuales y su fascinante personalidad. Durante mucho tiempo se le consi­deró la culminación del arte alemán, sacándole de las estrechas miras de un verismo prolijo y la dureza de su contorno lineal, pero esta reivindica­ción estrictamente nacionalista de su aportación, alimentada desde el sur­gimiento del romanticismo germánico, no hace justicia con otras dimensiones complementarias de su fecundo talento. Durero, que viajó a prácticamente todos los lugares que un artista de su época necesitaba idealmente visitar, tuvo la posibilidad de contrastar lo que significó cada uno de los núcleos del nuevo arte renacentista y hacer una original síntesis de todo ello. Consciente de lo que el artista moderno debía tener de científico y humanista, no sólo estudió la doctrina artística clásica, sino que escribió sendos tratados so­bre el arte de medición geométrica, sobre las proporciones del cuerpo hu­mano y sobre la manera de fortificar ciudades, castillos y burgos.

Si todos estos datos aproximan la figura de Durero a la de su gran contemporáneo, Leonardo da Vinci, el artista alemán fue, si se quiere, más ordenado y sistemático, pero no por ello menos apasionado y original que el también genial italiano. Por otra parte, le tocó vivir, desde dentro, la crisis del humanismo y la Reforma, que le llevaron al luteranismo, que in­fluyó no sólo en sus ideas, sino en la manera de renovar la imagen religio­sa. Por último, su forma de relacio­narse con la naturaleza tuvo un acen­to decididamente moderno, como lo puso en evidencia con su diario ilus­trado a través de los Países Bajos, donde su intensa mirada supo ob­servar lo más exótico y lo más trivial. La personalidad y el arte de Durero se forjaron en cuatro pilares. En primer lugar, la influencia de su padre, que era un consumado orfebre que le enseñó los rudimentos del arte y le mantuvo siempre atado a una mirada perspicaz, que no desprecia el por­menor más insignificante; en segun­do lugar, su maestro Michael Wolge­mut, que le enseñó la técnica de la pintura y el grabado; en tercer lugar, su padrino Anton Korberger, un eru­dito impresor y editor de libros, y en cuarto, el escritor Willibald Pirckei­mer, que le mostró la senda del hu­manismo clasicista. A partir de estos fundamentos, Durero logró romper la dicotomía del arte alemán entre la tradición local y el cosmopolitismo, demostrando que cabía fundirlos creativamente. En Italia sacó provecho de Mantegna, Giovanni Bellini y Pollaioulo, acercándose a Leonardo y, sobre todo ,a la herencia clásica. En este sentido, su dibujo está cargado de una vigorosa energía, pero no fue indiferente al brillante cromatismo veneciano; sus figuras irradian la grandeza y compostura clásicas; sus composiciones están animadas por un profundo sentido dramático, y, en fin, fue un gran "in­ventor" de temas, a los que dotó de una profunda intensidad.

Es uno de los primeros artistas modernos en ahondar en la intros­pección, como lo revelan sus mara­villosos autorretratos, pero también en la observación atenta de la natu­raleza, a la que miró con ojos de ma­temático y de físico. Su zozobra es­piritual en un mundo cambiante no le restó objetividad ni profundo sentido histórico. No es extraño los elogios que le dedicaron las principales ca­bezas de la agitada época que le tocó vivir, entre ellas la del mismo Erasmo, que lo calificó de "nuevo Apeles", pero su rigor intelectual nunca estuvo exento de sincera pa­sión y hay una estremecedora inten­sidad en cada una de sus imágenes. Hoy, a Durero no se le admira sólo por ser el modernizador del arte ale­mán, sino como uno de los grandes creadores del humanismo clasicista de toda Europa. •







Su autorretrato más conocido(1498). Museo del Prado


El Pais Semanal nº 1483 Domingo 27 de Febrero de 2005


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