CRÓNICA: SILLÓN DE OREJAS
Los cómics que traerá Papá Noel
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO 11/12/2010
Excelente año para los aficionados a los cómics y novelas gráficas. Se confirma el incremento del lectorado que busca y consume esa forma ineludible de literatura/arte tan de nuestro tiempo. Aumenta la calidad de los álbumes y, al mismo tiempo, la edad media de sus lectores: conozco a bastantes que, como yo, han regresado al cómic en edad valetudinaria, quizás porque en ellos encuentran cosas que antes sólo hallaban en las novelas. La lista de los publicados durante el año se haría interminable, de manera que opto por mencionar sólo los que más me han interesado. En primer lugar, dos recopilatorios de sendos clásicos: Julieta Jones (Panini, 29,95 euros) y Lo peor de Vázquez (Glénat, 24 euros). El primero reúne algunas de las mejores historias con las que el gran Stan Drake (1921-1997) se consagró en los cincuenta como uno de los magos de la tira gráfica romántica, con sus dibujos naturalistas y sus guiones de melodrama de clase media norteamericana suburbial. En España los publicó durante los sesenta la editorial Dólar, que también editaba Mandrake el mago, El hombre enmascarado, Flash Gordon, Rip Kirby y demás obras maestras del cómic sindicado estadounidense. Lo que no consigo comprender ahora es cómo compatibilizaba ideológicamente (nunca he dicho que esté exento de contradicciones) mi fascinación por aquellas historietas hiperrománticas (también adoraba el cine de Delmer Davis o Gordon Douglas y las pelisbelicosas de Samuel Fuller) con la dedicación con que me entregaba a la lectura y subrayado de, por ejemplo, Los condenados de la tierra, de Fanon; El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Marx, o La función del orgasmo, de Reich, o con mi absoluta convicción (interesada) de que el amor libre constituía el radiante porvenir sentimental de la humanidad, y de que obreros y estudiantes íbamos a protagonizar una revolución que, tras abolir la familia, la propiedad privada y el Estado, implantaría(gulp!)
Fiesta
Me han convocado a una fiesta navideña en la que todos los asistentes deberemos ir disfrazados con alusiones a la crisis. Ya hemos hecho la colecta para la munición de boca, que consistirá en patatas fritas de fábrica, ganchitos y una caja de sidra El Gaitero. También nos hemos puesto de acuerdo para contratar, como árbol de Navidad, a uno de los amigos que despidieron hace más tiempo: se colocará en pelotas en una esquina del salón, con una estrella de cartón plateado en la cabeza y sosteniendo en sus miembros (todos) una ristra de luces de colores adquiridas en un "todo a un euro", y que mantendremos encendidas (¡alegría!) durante toda la velada. Como entre los asistentes habrá gente en paro o en pleno ERE, supongo que el resultado será tan patético como cuando en Cabaret (Bob Fosse, 1972) el maestro de ceremonias (Joel Grey) hacía chistes sobre lo mal que todos lo estaban pasando. Para conjurar el futuro he decidido acudir disfrazado de rico: aún no sé si en el avatar de Tío Gilito (que era banquero), o de José Manuel Lara o, más genéricamente, en el de carismático controlador aéreo, con sus sacrosantos privilegios pisoteados por este Gobierno felón y sin alma. En la fiesta habrá también escritores y (como ahora se reitera) escritoras. No hemos invitado a los top que copan las listas de éxitos, sino a gentes como usted y como yo que no las tienen todas consigo y a las que, probablemente, y como decía Maruja Torres de sí misma, les resulta más fácil votar a los socialistas que perdonarles algunas de las cosas que hacen (y, sobre todo, que no hacen). Gentes, para entendernos, a las que Josep Ramoneda calificaría de "izquierda desencantada con querencias abstencionistas" (en adelante IDCQA) y a las que Zapatero intentará reconquistar tres meses antes de las elecciones con los consabidos panes et circenses programáticos y mentirosos. A esos escritores del montón (me refiero a su valor de cambio, no a sus méritos literarios) la crisis y los recortes les han arrebatado hasta aquellos humildes "bolos" con los que completaban el sueldo y se daban algún homenaje. Hace poco, una amiga mía, a la que habían nombrado jurado en un premio de provincias, se leyó cincuenta cuentos (espantosos) en diez días, acudió en autocar (pagado) a la ciudad que lo concedía, participó en una reunión tan deliberatoria como tediosa que duró cuatro horas (botellín de agua mineral), se sometió sonriente al consabido almuerzo posterior al fallo (en mesón y a menú fijo), y regresó (encantada) a Madrid con un talón de 150 euros netos, y un llavero con linternita que le había regalado la concejala de cultura. A la fiesta también acudirán, además de traductores, ilustradores y correctores, algunos libreros y editores, siempre que les sobre tiempo después de empaquetar y desempaquetar (respectivamente) las devoluciones de las "apuestas" del último mes. Seguro que unos y otros hablan de la inolvidable "semana negra" (la última de noviembre) en la que parecía que la crisis se había tragado a los clientes de las librerías en todo el país: y eso que el libro era un "valor-refugio". Mis amigos convocantes a la fiesta, ninguno de los cuales tiene obra entre las veinte primeras delTop of the Pops literario, saben que los tiempos son duros. Y, como siempre, para unos mucho más que para otros. Ahora lo que hace falta es que los lectores sean curiosos y no acudan a las librerías pensando que los libros mejores (o los más entretenidos) son los que más venden: a veces coinciden, pero no siempre. Les espero a todos en la fiesta. Pero, por favor, vengan con algo.
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