Una biografía exhaustiva sobre Leonardo Da Vinci del historiador de arte Charles Nicholl
La ejecución de la “La Última Cena”
En la década de 1490, cuando era niño, el futuro novelista Matteo Bandello estaba de novicio en Santa María delle Grazie de Milán, un monasterio dominico del que su tío Lorenzo era prior. Durante su estancia allí, uno de sus pasatiempos consistía en ir a ver trabajar a Leonardo da Vinci en el muro septentrional del refectorio, donde estaba pintando la que iba a ser su gran obra maestra de la época Sforza, el Cenacolo o La Última Cena.
“Llegaba bastante temprano, se subía al andamio y se ponía a trabajar. A veces permanecía sin soltar el pincel desde el alba hasta la caída de la tarde, pintando sin cesar y olvidándose de comer y beber. Otras veces no tocaba el pincel durante dos, tres o cuatro días, pero se pasaba varias horas delante de la obra, con los brazos cruzados, examinando y sopesando en silencio las figuras. También recuerdo que en cierta ocasión, a mediodía, cuando el sol estaba en su cenit, abandonó con premura
Bandello escribía varias décadas después de suceder los hechos, que en su memoria habían quedado un tanto comprimidos: Leonardo debió de empezar a pintar La Última Cena en 1495 y, por tanto, no podía estar “trabajando” en el caballo de barro al mismo tiempo (su exhibición tuvo lugar a finales de 1493). Aún así, se trata de una visión genuina del maestro en plena faena, que nos permite comprender cuál era su ritmo creativo: frenéticos arrebatos de actividad seguidos de desconcertantes períodos de silenciosa reflexión, que muchos, sobre todo quienes le pagaban, confundían con una suerte de indolencia soñadora. Y también nos proporciona esa maravillosa imagen de Leonardo avanzando a grandes zancadas por las calles, bajo un sol de justicia, sin cuidarse de su propia comodidad y ajeno a todo lo que no fuera ese súbito hallazgo que tal vez sirva para solucionar algún minúsculo problema de composición. Esas pinceladas sueltas –“uno o dos”- nos recuerdan el carácter acumulativo de su arte. La vasta narración visual que cubre los muros de Grazie es el fruto de miles de pinceladas diminutas, de millares de decisiones microscópicas. La familiaridad con que contemplamos una obra de arte mundialmente famosa hace que nos parezca algo inevitable -¿acaso podría haber sido de otra manera?-, pero lo cierto es que cada milímetro de ella sólo ha sido posible tras un arduo combate.
El mausoleo de los Sforza
La iglesia de Santa Marie delle Grazie se encuentra al oeste del castillo, pasada
Para rastrear los orígenes de esta “agitada obra maestra”, como la llamo Burckhardt, debemos acudir primero a una hoja de la colección Windsor que contiene un temprano estudio compositivo a pluma. El boceto sigue anclado en la iconografía tradicional de
La hoja contiene otros dos dibujos independientes. En el boceto que se encuentra a mano izquierda se representan 10 figuras: un recorte de la hoja debió hacer que se perdieran las tres restantes. Hay unos arcos levemente esbozados detrás del grupo; una primera idea acerca del fondo de la pintura, ese “piso superior” donde tuvo lugar la cena. El boceto de la derecha consta de cuatro figuras, pero en lo sustancial se trata de un estudio de Cristo y Judas. Leonardo se centra aquí en el dramático momento de la identificación: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ese me entregara” (Mateo 26:23). Judas se ha incorporado en la banqueta y larga la mano hacia el plato. Para la mano de Cristo ensaya dos posturas distintas: una alzada, haciendo ademán de adelantarla, y otra donde aparece suspendida sobre el plato en un intenso momento de contacto con la mano del traidor. En este boceto se ha intensificado el foco de atención y se ha hallado el fulcro dramático de la escena: ese terrible instante de contacto. Leonardo ha empezado ya a rebobinar la historia, alejándose de la representación mas convencional de
El otro componente del más pequeño de los dos bocetos nos muestra a san Juan dormido, con el brazo de Jesús apoyado en su espalda. Este gesto de ternura se recoge en las Escrituras, donde Juan es llamado el discípulo “amado de Jesús”, pero en los círculos donde imperaba el escepticismo religioso, la expresión “Juan se hallaba recostado en el pecho de Jesús” solía interpretarse en clave homosexual. Una de las blasfemias que cien años mas tarde se atribuye a Chistopher Marlowe fue que en cierta ocasión había dicho que el tipo de amor que Cristo sentía por Juan era “verdaderamente excepcional”, pues “hacia con el lo que los habitantes de Sodoma”. En este mismo contexto cabe recordar también el incidente de Saltarelli, que pone de manifiesto los recelos de las autoridades ante la utilización de jóvenes afeminados como modelos para ángeles o Cristos aniñados. En la versión definitiva, Leonardo mantendría separadas a las dos figuras, pero Juan siguió siendo el mas joven y agraciado de todos los discípulos.
Algo posterior, tal vez, es un boceto a sanguina, repasado a tinta por otra mano, que conserva
A través de estos dibujos podemos atisbar las primeras fases de la concepción de la pintura: son proyectos en miniatura, apresurados e intensos bosquejos realizados con espíritu inquisitivo; ¿lo hago de este modo o de este otro? Pero, como suele ocurrir con Leonardo, la pintura hunde sus raíces en un nivel mas profundo ,y , aunque estos son en efecto los primeros estudios para
Series de cabezas
Tras los estudios de carácter compositivo de Windsor y Venecia, la atención se centra luego en los rasgos de las figuras individuales; llegamos así a las celebres series de cabezas de Windsor, bocetos a sanguina en su mayor parte y algunos de ellos bastante acabados. Los personajes parecen surgir de entre las brumas: Judas, Pedro, Santiago el Mayor, san Felipe (en la pintura, estos dos últimos aparecen individualizados, pero es casi seguro que son dos versiones distintas de un mismo modelo). Entre los dibujos se incluye también un soberbio estudio de las manos de san Juan y otro de la manga de san Pedro. Como complemento a estos estudios podemos acudir a unas parcas anotaciones de los cuadernos Foster donde se nos informa de que un tal Alessandro de Parma sirvió de modelo para la mano de Cristo, o de que “Cristofano da Castiglione, que vive en
En relación con el rostro de Judas de
Todos estos preparativos nos recuerdan que nos hallamos ante un trabajo colectivo del taller (un matiz ignorado por el relato de Bandello, que puede crear la falsa impresión de que Leonardo trabajaba en solitario). A diferencia de lo que se supone que hizo Miguel Ángel en
“Ioditti vino del 8 de septiembre por 4 ducados al mes.
Benedetto vino el 17 de octubre por 4 ducados al mes”.
Estas fechas tienen que hacer referencia bien a 1496 o a 1497. Cuatro ducados es la cantidad que les cobra Leonardo por su retta, esto es, el alojamiento y la comida; ellos, a cambio, también podían ganar algún dinero desempeñando la función de garzoni. A finales de año vemos que Benedetto ha ganado casi 39 liras, un poco menos de 10 ducados, que viene a ser prácticamente la misma cantidad que tenia que abonar por la retta correspondiente a un periodo de 10 semanas.(…)
En el verano de 1496, mientras trabajaba en
El 8 de junio de 1496, en una de las raras ocasiones en que le vemos perder los estribos, Leonardo monta una escena. El incidente lo registra uno de los secretarios del Duque, que escribe: “Hoy, el pintor que esta decorando los camerini protagonizo un pequeño escándalo y, por esa razón, se ha ido”. Estas tensiones quizá guarden relación con un fragmento del borrador de una carta dirigida al duque, en la que Leonardo se lamenta de sus apuros financieros: “Me irrita en gran manera que hayáis tenido que saber de mis necesidades y que el hecho de tener que ganarme la vida me haya obligado a interrumpir mi trabajo y a ocuparme de tareas de menor importancia, en lugar de proseguir con la obra que Vuestra Señoría me ha encomendado”. Esa obra tan importante tiene que ser
Gracias a esta quejosa carta y al inesperado brote de mal humor de Leonardo -“el pequeño escándalo” en el castillo- podemos vislumbrarlo entre bastidores agobiado por la intensa presión creativa a la que le somete
Pero en otro episodio, que también relata Bandello, vemos a Leonardo bastante mas distendido, charlando con un ilustre visitante de Grazie, el cardenal Raymond Peraud, obispo de Gurck. La presencia del cardenal en Milán a finales de enero de 1497 esta confirmada por las fuentes. El maestro desciende del andamio para recibirle. “Hablaron de muchísimas cosas, sobre todo de la excelencia de la pintura”, recuerda Bandello, “y algunos de los presentes dijeron que les habría gustado mucho haber visto aquellas pinturas de la antigüedad que tanto alababan los grandes autores, para así poder decidir si los pintores actuales estaban a su altura”. Para entretener a sus invitados, Leonardo les cuenta la picaresca historia de Filippo Lippi, al que “los sarracenos” habían capturado en su juventud para hacerlo su esclavo, pero que finalmente logro recobrar la libertad gracias a su destreza como dibujante. La anécdota es bien conocida, pues figura en la vida de Filippo Lippi narrada por Vasari. Pero en relación con ella surgen dos preguntas: ¿la tomo Vasari de Bandello? ¿Y la oyó realmente Bandello de labios de Leonardo da Vinci? Lo máximo que se puede decir con respecto a ambas preguntas es: posiblemente.(…)
En el verano de 1497, Leonardo seguía trabajando en
Como es bien sabido, las innovaciones del gran mural de Leonardo tuvieron también una vertiente bastante menos feliz. En lugar de aplicar la pintura cuando el yeso estaba aun húmedo, como se hace en la técnica tradicional del buon fresco, empleo una mezcla de óleo y temple. De esa forma pudo trabajar con mas lentitud y realizar repintes, pero las desventajas no tardaron en ponerse de manifiesto cuando la pintura comenzó a desprenderse. La humedad del refectorio exacerbaría aun mas el problema. Ya en vida de Leonardo, el deterioro de la pintura era evidente. En 1517, el cronista Antonio de Beatis señalaba que el mural había “empezado a estropearse”, y cuando lo vio Vasari en la década de 1550 estaba “tan deteriorado que lo único que se distingue es una mancha oscura”. Esta circunstancia explica las numerosas copias que se hicieron del mismo en fechas bastantes tempranas; dos de ellas, la de Marco d´Oggiono y la de Giampietrino, fueron obra de unos artistas que seguramente participaron en la elaboración del original. Y también explica los sistemáticos e intrusivos proyectos de restauración a los que se ha visto sometido: el primero del que tenemos noticia tuvo lugar a principios del siglo XVIII, pero debió de haber otros anteriores. En la década de 1930, al comparar el estado del mural con las primeras copias y con los estudios preparatorios de Windsor, Kenneth Clark se lamentaba de la cantidad de sutiles matices expresivos que se habían perdido bajo la mano insensible de los restauradores: en su opinión, “las muecas exageradas de las figuras, que evocan al Miguel Ángel del Juicio Final”, apuntaban a “un flojo pintor manierista del siglo XVI”
Fragilidad milagrosa
Hoy día, esa fragilidad inherente y autoinfligida parece formar parte de la propia magia de la obra. Tras haberse visto reducida al cabo de unas pocas décadas a “una mancha oscura”, tras los destrozos de los soldados napoleónicos a principios del siglo XIX, tras haberse salvado por muy poco de recibir el impacto de una bomba aliada en el verano de 1943, lo auténticamente milagroso es que haya sobrevivido.
La ultima y la mas ambiciosa de todas las restauraciones fue la realizada bajo la dirección de Pinin Brambilla Barcelon, cuyo resultado salio a la luz en 1999, después de 20 años de trabajo y de un coste aproximado de 20.000 millones de liras ¿unos 8.800.000 euros). En buena medida el principal objetivo era eliminar las superposiciones debidas a anteriores trabajos de restauración: una corteza de barnices y repintes que se fue desprendiendo en microscópicas costras con la esperanza de que bajo ella quedaran aun algunos de los pigmentos originales. Según las propias palabras de Brambilla Barcelon, la pintura fue tratada “como si fuera un gran enfermo”. La restauración, como siempre ocurre, tuvo sus detractores -se había “perdido el espíritu del original”-, pero lo que ahora tenemos se aproxima mucho mas a lo que Leonardo y sus ayudantes pintaron sobre la pared y a lo que el niño Bandello, con los ojos muy abiertos, contempló hace más de 500 años.
El Pais, Domingo 18 de septiembre de 2005
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