viernes, 23 de octubre de 2009

Historia de los griegos de Indro Montanelli. Capitulo LIII Epílogo

Historia de los griegos de Indro Montanelli. Capitulo LIII Epílogo

No podemos, sin embargo, sepultar el cadáver sin unas palabras necrológicas.

En realidad, lo que aquí termina es tan sólo la historia política de un pueblo que no había alcanzado a convertirse en nación. Las razones de su bancarrota las conocemos ya. No supo remontar el limitado horizonte de la ciudad-Estado y en torno a ella no supo conciliar el orden con la libertad. El desenfrenado individualismo y las guerras insensatas fueron sus dolencias.

En compensación, elaboró una civilización que no murió, que no podía morir por el simple hecho de que, como dice Durant, las civilizaciones no mueren nunca. Emigran tan sólo, cambian de lengua, latitudes y costumbres. Emilio Paolo, que deportó a Roma dos mil intelectuales griegos, y Mumio que transfirió a ella todas las obras de arte de Corinto, seguramente no se daban cuenta de que estaban transformando en victoria la derrota de Grecia. Y, sin embargo, fue propiamente así. Los mismos romanos se dieron cuenta poco después y lo dijeron: “Graecia capta ferum victorem cepit…”, la Grecia conquistada conquistó al bárbaro conquistador. En esta especia de carrera de relevos que es la Historia, la antorcha de la civilización queda confiada por los pueblos refinados y decadentes a los jóvenes y toscos que tienen la fuerza de llevarla hacia nuevas metas.

Es imposible extender aquí un inventario de lo que el mundo debe a Grecia. El historiador inglés Maine ha dicho que todos nosotros somos aún colonia de ella, porque, salvo las ciegas fuerzas de la Naturaleza, todo lo que en la vida de la Humanidad evoluciona es de origen griego. Tal vez hay un poco de énfasis en ésta y otras afirmaciones similares. Tal vez exista una de Roma, que altera un poco las proporciones de su contribución. Mas nadie podrá negar que haya sido inmensa y, sobre todo, que hayan sido varios, vivaces y fascinadores sus protagonistas.

Espero que lo hayan permanecido también en mi modesta prosa.

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