martes, 15 de enero de 2019

Gatos salvajes

Lee creó numerosas series y conceptos, entre ellos el supergrupo 'WildC.A.T.S', una suerte de variación de la Patrulla-X de metahumanos


JAVIER FERNÁNDEZ
09 Enero, 2019


'WildC.A.T.S de Jim Lee'. VV.AA. ECC. 608 páginas. 49,50 euros.


Espoleado por el éxito de sus X-Men (el tebeo estadounidense más vendido de la historia, según cuentan las crónicas), Jim Lee se alió con otros hot artits y fundó la editorial Image en 1992. Sus cómics los produjo desde el estudio WildStorm, que más tarde se emanciparía de Image y sería adquirido por DC Comics en 1999, de modo que las reediciones actuales de todo este material aparecen, claro está, con el sello de la editorial de Superman, Batman y Wonder Woman. Para WildStorm, Lee creó numerosas series y conceptos, entre ellos el supergrupo WildC.A.T.S, una suerte de variación de la Patrulla-X protagonizada por un grupo de metahumanos que se halla en medio de la guerra ancestral entre dos razas alienígenas, los querubines y los daemonitas. Spartan, Maul, Zealot, Grifter, Voodoo, Warblade y Void, junto con el querubín Lord Emp, son la última esperanza de la humanidad frente a la invasión en marcha y sirvieron al dibujante coreano (apoyado de inicio en los guiones por su amigo Brandon Choi) para mostrar su habitual colección de poses y estampas, con ese grafismo tan característico en el que prima la espectacularidad y que se convirtió en el estilo por antonomasia del género de superhéroes durante la década de los noventa.

Lee y Choi abandonaron muy pronto la serie y la dejaron en manos más capaces, como las de los escritores James Robinson, Chris Claremont o el mismísimo Alan Moore, y dibujantes como Travis Charest, demasiado detallista para soportar el ritmo y las exigencias de una serie mensual. Y la cosa aumentó todavía más de revoluciones cuando un inspirado Joe Casey se hizo cargo de los guiones, acompañado primeramente del dibujante Sean Phillips, y nos regaló los mejores episodios de la franquicia, creando conceptos tan excitantes como la versión 3.0 de Wildcats (ya sin los puntitos de las siglas, que corresponden, por cierto, a Covert Action Teams) y otras locuras afines como Automatic Kafka. Otro que enriqueció el tapiz fue Ed Brubaker, a quien debemos la miniserie Point Blank, un spin-off protagonizado por Grifter que acabó generando esa maravilla noir que es Sleeper, todo esto ya en el siglo XXI.

ECC ha ido recuperando algunos de los momentos estelares del desarrollo de Wildcats, entre ellos las citadas Point Blank y Sleeper, así como la estupenda intervención de Alan Moore, y ahora nos ofrece en un solo tomo el trabajo fundacional de Jim Lee. Van aquí recogidos los números 1 a 13 de WildC.A.T.S, más algunas páginas del número 50, los 1 a 3 de Cyberforce y un episodio del inevitable crossover con los mutantes, WildC.A.T.S/X-Men: The Silver Age. El objetivo es recopilar el trabajo de Lee, pero figuran también otros nombres como Claremont, Robinson, Charest, Scott Lobdell, Marc Silvestri o Grant Morrison. Y el conjunto se completa con el grueso apartado de extras de la edición Absolute que incluye bocetos, diseños conceptuales, portadas alternativas y hasta guiones como ese que firmó Morrison para el segundo número del reinicio de la franquicia en 2006 y se quedó en un cajón.



Malaga Hoy


El cimerio y la amazona

JAVIER FERNÁNDEZ
09 Enero, 2019

'Wonder Woman / Conan'. Gail Simone, Aaron Lopresti. ECC. 160 páginas. 16,95 euros.

Siguiendo la tradición de los viejos tiempos de Marvel, la editorial Dark Horse planteó algún que otro crossover entre el bárbaro Conan y otros personajes ajenos a Hiboria. Así, por ejemplo, pudimos ver al cimerio compartir aventuras con Groo y ahora llega este Wonder Woman/Conan para contarnos qué pasaría si su camino se cruzara con el de la Princesa Amazona. Hace ya que la fidelidad al modelo howardiano no es un presupuesto para Dark Horse, así que no la esperen aquí, pero el guion es de Gail Simone, que ha firmado bastantes tebeos de Red Sonja y sabe bien cómo escribir una historia, y los dibujos son de un genial Aaron Lopresti, o sea, dos autores versados en Wonder Woman. El resultado es de lo más entretenido.


Malaga Hoy

Una historia de espionaje

JAVIER FERNÁNDEZ
09 Enero, 2019

'Escuadrón suicida, vol. 4'. John Ostrander y otros. ECC. 296 páginas. 29,50 euros.

El cuarto tomo de la esperadísima reedición del Escuadrón Suicida de John Ostrander presenta al completo el crossover titulado La directriz Jano, publicado originalmente en 1989. Son los números 26 a 30 de Suicide Squad, 15 a 18 de Checkmate, 14 de Manhunter, 86 de Firestorm The Nuclear Man y 30 de Captain Atom, firmados por el propio Ostrander y otros autores como Paul Kupperberg, Kim Yale, John K. Snyder III o Steve Erwin. La cosa va de una conspiración gubernamental para acabar con la Fuerza Especial X, el conjunto de agencias de espionaje del que forma parte el Escuadrón Suicida y que se encarga de las misiones sucias del gobierno. Que una serie con un apartado gráfico tan discreto figure entre los mejores tebeos de superhéroes de su época habla del excelente trabajo de Ostrander.


Malaga Hoy


sábado, 12 de enero de 2019

La criptomnesia

'Billy Bat' (2008), de Naoki Urasawa y Takashi Nagasaki, narra las peripecias de un historietista que crea a un detective murciélago, que vive en un mundo de animales antropomórficos

GERARDO MACÍAS
09 Enero, 2019



'Billy Bat nº 1'. Guion: Naoki Urasawa y Takashi Nagasaki. Dibujos: Naoki Urasawa. Planeta Cómic, 2011.

Se conoce como criptomnesia a un sesgo de memoria que ocurre cuando una persona tiene la sensación de haber tenido una idea nueva y original fruto de su propia creatividad e inspiración, pero en realidad el origen de esa idea es un recuerdo latente en su memoria por haberla visto u oído en alguna parte. Es un proceso psicológico por el cual se recuperan recuerdos que aparentemente han sido fraguados en el pensamiento de la persona que lo experimenta. Esta información recuperada corresponde a un recuerdo olvidado.

Esto es lo que le ocurre al protagonista del manga titulado Billy Bat, Kevin Yamagata, un estadounidense de origen japonés. La historia se sitúa en 1949, en la Edad de Oro del cómic americano, que coincide con la Guerra Fría, con la caza de comunistas en Estados Unidos y con la dura posguerra vivida en Japón, ocupado, por primera vez en su historia, por un ejército enemigo. Un escenario de lo más apropiado para una historia de suspense.

Kevin es un historietista que vive en Los Ángeles y ha creado Billy Bat, un cómic detectivesco protagonizado por un murciélago antropomórfico caricaturizado. Un día llaman a su puerta unos policías que investigan a un espía soviético y al ver una página de Billy Bat, uno de ellos le comenta que ese personaje ya lo había visto en Japón. Como en su familia hay un grave caso de plagio (a su padre, en cierta ocasión, le robaron un invento), y además años antes trabajó en Japón de traductor, decide regresar para comprobar si ha copiado el personaje inconscientemente, y si es así, buscar al autor y obtener su permiso para usar a Billy Bat.

Cuando el protagonista se reúne con el supuesto autor original, éste resulta ser el vivo retrato de Osamu Tezuka, en un merecido homenaje a este historietista y animador japonés, al que en su país se le llama "el dios del manga", debido a que gracias a su obra se expandió masivamente el manga, dando como consecuencia que llegara a tener una influencia profunda en la sociedad japonesa de la posguerra. Él mismo reconoció que su nueva manera de desarrollar y crear manga, estaba influida en el cine de Fritz Lang, y en los dibujos animados de Walt Disney y de los hermanos Fleischer.

Kevin descubre que el murciélago no fue diseñado originalmente ni por él ni por ningún otro autor contemporáneo. La naturaleza de Billy Bat es más grande que cualquier cosa que Kevin podría imaginar. Kevin descubre que el murciélago se relaciona con un antiguo pergamino, del cual se dice que cualquier persona que lo posea tendrá el dominio del mundo.

Poco a poco, la trama se empieza a complicar. Yamagata tiene visiones del murciélago, que le habla directamente a él. Se empieza a hablar de unos misteriosos pergaminos que permiten viajar en el tiempo. Y vemos que no hay un murciélago sino dos, uno malo y uno bueno.

Billy Bat cuenta las vivencias de Kevin Yamagata. Así, comenzamos a conocer a un joven honrado, que se preocupa por mejorar su obra y por contentar a su contacto en la editorial Marble Comics, parodia de Marvel Comics, editora de personajes como Spider-Man y Hulk. A su vez, Billy Bat es una parodia del Bat-Man de la competencia de Marvel: DC Comics.

La meta-ficción es el eje de la trama. Las primeras páginas, a color, de Billy Bat (un cómic dentro del cómic) sorprenden por el estilo, que imita a los cómics americanos de los años cuarenta. Con un estilo más realista, y con dibujos en blanco y negro se narran las peripecias del dibujante Kevin Yamagata.

Billy Bat es un manga escrito por Naoki Urasawa y Takashi Nagasaki e ilustrado por Naoki Urasawa. La serie fue estrenada en el semanario Morning nº 45 en el año 2008. La editorial Kodansha recogió este manga en veinte volúmenes.

Naoki Urasawa (Fuchu, Tokio, Japón; 1960) al que muchos elevan a la categoría de "nuevo dios del manga", es conocido por dos largas obras que han conseguido éxito internacional. La primera, Monster, cuenta la historia de un médico que salva la vida de un niño que resulta ser un Anticristo; y después dedica su vida a perseguirlo para enmendar su error. Y la segunda, 20th Century Boys, la historia de unos niños que idean un plan para dominar el mundo, y años después comprueban que uno de ellos lo está haciendo realidad.


Malaga Hoy


lunes, 7 de enero de 2019

Sorolla, en Lisboa por Antonio Muñoz Molina

El pintor valenciano plantaba su caballete en el campo o una playa como un fotógrafo plantaría el trípode de su cámara

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

'Carrera maratón, Nueva York', cuadro de Joaquín Sorolla de 1911.

Joaquín Sorolla plantaba su caballete en medio del campo o contra el viento de una playa como un fotógrafo plantaría el trípode de su cámara. La época en la que Sorolla alcanza su plenitud como pintor es también la del despegue de la fotografía, y la de otro artefacto entonces más aparatoso, que era el de las cámaras de cine. Hay muchas fotos de Sorolla pintando al aire libre, casi todas tomadas por alguno de sus hijos, su hija Elena, sobre todo. Y hay retratos hechos por ese padre que fue sin duda el más familiar de los pintores en los que los hijos aparecen sosteniendo una cámara (que Sorolla fuera un hombre tan familiar sin duda dañó su prestigio como pintor moderno). En la gran exposición de Sorolla que está ahora en el Museu Nacional de Arte Antiga, de Lisboa, una de las obras que más me han impresionado es un gouache sobre papel que parece una instantánea fotográfica, o un plano en contrapicado de la mejor época experimental del cine: muy desde arriba, probablemente desde la ventana de un hotel, se ve una fila de automóviles negros con brillos de charol, una acera llena de gente, corredores con ropas blancas de deporte. Es una imagen del maratón de Nueva York de 1911, esbozada a toda velocidad para captar algo fugitivo que sucede en un momento, con un sentido plástico más propio de la fotografía o del cine que de la pintura de esa época. El valenciano agropecuario al que durante cerca de un siglo trató con tanta condescendencia la crítica de arte española —casi tanta como la que lleva generaciones recibiendo Galdós de la crítica literaria— resulta ser aquí un modernista que se enfrenta con los ojos abiertos y los pinceles alerta al espectáculo inusitado de la ciudad del siglo XX.


Sorolla murió con 60 años extenuado de tanto trabajar y tanto viajar, abrumado por el encargo desmedido del multimillonario Archer P. Huntington, que aspiraba a acumular en su Hispanic Society de Nueva York no solo todas las obras de arte y las piezas de artesanía y todos los manuscritos y los libros que vinieran de España, sino también todas las visiones posibles del país, en un proyecto entre el orientalismo colonial y la antropología. En los salones espectrales de la Hispanic Society los paneles de la Visión de España de Sorolla son un mareo y un sobresalto de trajes regionales, procesiones y romerías, un catafalco enorme en el que se comprende que Sorolla tuviera que dejarse la vida para completarlo. Parece que el millonario Huntington aspiraba al monopolio de las imágenes de España igual que al de los ferrocarriles americanos con los que amasó su fortuna.

A veces la justificación de una obra inmensa son las tentativas y los bocetos preparatorios que llevaron a ella. El artista se dejó la vida queriendo completar algo que nunca iba a ser mejor que su proceso inacabado. En el Decamerón de Pasolini, un pintor del Trecento que se encuentra en la mitad de un gran fresco religioso, rodeado por la agitación de sus ayudantes, subiendo y bajando todo el día de los andamios como un albañil, se queda dormido tras el agotamiento de toda la jornada y ve en un sueño su fresco terminado, resplandeciente de oros y azules. Entonces piensa: “Para qué tomarse el trabajo de hacer toda una obra perfecta cuando es tan hermoso soñarla”.

Es muy probable que el encargo de Huntington tuviera para Sorolla algo de pesadilla. Pero había cobrado la suma enorme de 150.000 dólares y no estaba en condiciones de arrepentirse. Y también sucede que una obligación exterior que lo agobia a uno le abre de repente posibilidades de invención que sin ella no se le habrían revelado. Huntington, con un mal gusto inevitable de multimillonario, le había pedido una secuencia de paneles de pinturas históricas al estilo del academicismo del siglo XIX. Fue Sorolla quien tuvo la idea más sensata de proponer un panorama de los paisajes y las vidas populares españolas. Así tenía motivo para dedicarse con método a algo de lo que más le gustaba: ir por ahí observando y pintando, por los caminos españoles que muy pocos artistas habían recorrido desde la época de los viajeros románticos; ir con sus aparejos y su caballete de pintor de campo, de fotógrafo en la estela de Laurent, aunque con una visión más testimonial que arqueológica, con una sensibilidad agudizada al extremo por lo inmediato y lo fugitivo: no por un monumento o un paisaje en sí, sino por el modo en que los transforma la luz de un momento a otro, por los efectos y los espejismos de las lejanías, la sombra fresca de los árboles a la orilla de un río, el blanco de cal y el azul implacable de la fachada de una cueva en las laderas áridas del Sacromonte.

El Museu Nacional de Arte Antiga es más silencioso todavía en estas mañanas primeras del año. En los bocetos y el paisaje, en los apuntes tomados sobre un pequeño rectángulo de madera a una velocidad no muy inferior a la del disparo de una fotografía, es donde Sorolla se concede un máximo de libertad, una rapidez taquigráfica. En tres brochazos sinuosos de morado, de blanco y de azul está resumido el horizonte nevado del Guadarrama. La profusión cromática de una cepa de vid que aún no ha perdido las hojas, rojas y ocres y amarillas en el sol otoñal, posee un vértigo entre de naturalismo y mancha pura que me hace acordarme de las abstracciones florales que pintaba Joan Mitchell. En el intento de captar la mutabilidad incesante de la naturaleza y de la percepción humana, Sorolla se acerca a la abstracción por un camino parecido al del viejo Monet: el cielo en el espejo del agua y las sombras de las nubes en marcha sobre la hierba y los árboles que inclina el viento, la tentativa y la imposibilidad de atrapar lo que fluye y cambia y desaparece en la forma inmóvil de un cuadro. No hay dos blancos de lienzo o de cal o dos ocres de tierra o dos cielos que sean idénticos en los paisajes de Joaquín Sorolla. No parece que se cansara nunca de fijarse en los matices diferentes de cosas muy parecidas entre sí. En los últimos años, abatido por la hemiplejía, miraba el jardín de su casa, las sombras móviles de los árboles y el sol que se filtraba en las hojas, el cielo en el estanque. Sedentario por fin, miraba absorto lo que ya no podía pintar.

Tierra adentro. La España de Joaquín Sorolla. Museu Nacional de Arte Antiga. Lisboa. Hasta el 31 de marzo.


El Pais. Babelia. Nº 1.415. Sabado 5 de enero de 2019

¡¡¡Qué ochenta años son nada!!!

Llega a las librerías una nueva entrega del Integral protagonizado por Spirou, con todas las aventuras creadas entre los años 1952 y 1954 por el inmortal André Franquin


JOSÉ LUIS VIDAL
02 Enero, 2019



Cuando el año está a punto de concluir, los aficionados que seguimos las peripecias de este botones de rojizo cabello podemos sentirnos la mar de contentos, ya que desde que la editorial Dibbuks tomó las riendas de la publicación de sus tebeos, nos hemos llevado una alegría tras otra, contando con tres magníficas líneas que, a lo largo de año, nos van ofreciendo los nuevos álbumes de la serie actual, con Fabien Vehlmann y Yoann en la cabecera.

Sin embargo, Una aventura de Spirou por nos sorprende cada vez con nuevos equipos creativos los cuales, gozando de una libertad total, imaginan nuevas historias protagonizadas por este muchacho que no ha envejecido ni un día desde su creación por Rob-Vel (¡y eso que este año se ha convertido ya en octogenario!).

















Y, finalmente, la línea sobre la que vamos a hablar hoy que, en un viaje a través de tiempo y páginas de aventuras , vamos a conocer las diferentes "etapas" clásicas en las que el destino del protagonista y compañía ha estado regido por diferentes autores, ya que una de las características principales que lo diferencian de otros tebeos francobelgas es precisamente ésta, el cambio de autoría, habiendo tenido la suerte de contar con numerosos "padres" además de su creador original: Jijé, Fournier, Nic y Cauvin, Tome y Janry, Morvan y Munuera...

Y eso por solo hablar de la cabecera principal. Pero si tenemos que nombrar entre todos ellos a uno que realmente definió al personaje, creando inolvidables secundarios y cuyo estilo gráfico se ha convertido en la regla a seguir con el paso de los años, ese es precisamente André Franquín.

Y Dibbuks, en su labor de recuperación de toda la obra del genial autor, trae a las librerías el tercer volumen integral de la colección, que recopila los cómics creados entre los años 1952 y 1954, cuando el autor, perfeccionista al máximo, ya se siente totalmente cómodo en la colección y nos ofrece unos argumentos que, poco a poco, se van a ir acercando temáticamente a los auténticos clásicos que nos regalaría en el futuro y que están en la memoria de todos los fans de Spirou.

Pues bien, ¿qué vamos a encontrar en esta entrega? Emoción, peligros por doquier, misterio, carreras, tropezones, puñetazos, mucho humor, locas invenciones... Todo esto y mucho más van a ser los ingredientes principales de tres álbumes, tres aventuras dirigidas a toda la familia y que, de hecho, pueden se runa magnífica puerta de entrada en la lectura de tebeos para los más jóvenes de la familia, ya que estas historias no han envejecido ni un ápice, conservando la frescura del primer día.


En El cuerno del rinoceronte, pese a su título, los protagonistas, Spirou y su fiel amigo, Fantasio, no van a empezar la peripecia en las lejanas tierras africanas (todo llegará…) sino que comenzará una alocada carrera para encontrar al esquivo Martin, que es el único que conoce el paradero de los planos de una creación tras la que van unos matones la mar de peligrosos. Y ellos no serán los únicos, ya que en este álbum conoceremos a Seccotine, una joven periodista que se las va a hacer pasar canutas a los protagonistas, ya que daría lo que fuera por conseguir la exclusiva.

Todos el reparto terminará viajando a África del Norte donde, no con pocas dificultades, deberán encontrar el "recipiente" donde Martin ha ocultado el secreto de la turbotracción...



En El dictador y el champiñón los protagonistas regresan a ese, en apariencia, tranquilo pueblo llamado Champignac, lugar de residencia del Conde Pacome, que ha inventado una nueva sustancia que convierte en goma todo aquello que toca.

Pero la verdadera razón de la visita al lugar es recoger al Marsupilami, que ha pasado unas plácidas vacaciones en el lugar, y devolverlo a su hábitat natural en la salvaje y lejana Palombia.

Pero claro, los protagonistas, sin pretenderlo, se van a dar de bruces con un régimen militar que ha ocupado el pueblo de Chiquito, y alucinarán cuando vean el rostro del líder, el comandante máximo, que está elaborando un malvado plan de conquista de sus vecinos…




Y para rematar este imprescindible volumen, La máscara, una aventura en la que el pobre Fantasio, que casi siempre se lleva todos los golpes, se convierte en la principal víctima de una banda que utiliza su rostro para cometer robos, convirtiéndolo en el enemigo número uno.

Solo la irrompible amistad que lo une a Spirou hará que el joven se embarque en una frenética persecución cuya única meta es demostrar la inocencia del periodista.Si a estas tres magníficas historias añadimos una sección trufada de textos que nos sitúan en los años cincuenta, además de multitud de ilustraciones y portadas, inéditas para nuestros ojos hasta el momento, nos encontramos con una colección de volúmenes que no debe faltar en la biblioteca de todo buen Spiroufilo, ¡o cómo se diga!



Malaga Hoy


La llegada de Superman

La mítica cabecera causó furor, consolidó el formato cómic-book y dio inicio al género que acabaría por dominar la industria estadounidense



JAVIER FERNÁNDEZ
02 Enero, 2019


'Action Comics: 80 años de Superman'. VVAA. ECC. 384 páginas. 34,50 euros.

"Nunca ha habido ningún cómic como Action Comics", dice Paul Levitz en su introducción al volumen Action Comics: 80 años de Superman: "apareció un par de años después de que las historietas se empezaran a recopilar en el formato que reconocemos hoy en día (...) el núm. 1 apareció en los kioscos en 1938 cuando la sección de tebeos era aún diminuta. Tan solo se publicaba una docena de títulos al mes, así que no hacía falta tener mucho espacio. Pero Action lo cambió todo".

Y sí, no cabe duda de que la mítica cabecera lo cambió todo. Con Superman a la cabeza (o mejor dicho, desde la propia portada), el título causó furor, consolidó el formato cómic-book y dio inicio al género que acabaría por dominar la industria estadounidense. De nuevo en palabras de Levitz, fue en Action Comics "donde cristalizó el concepto de superhéroe combinando elementos propios de la ciencia ficción, del pulp e incluso de las novelas históricas (...) creando un medio que invadiría y conquistaría casi todas las formas modernas de los medios populares durante los siguientes 80 años".

Action Comics: 80 años de Superman rinde homenaje a la serie a través de su personaje por excelencia, y lo hace presentando en un solo volumen una cuidada selección de historietas que abarcan las ocho décadas de maridaje entre ambos, comenzando con el proverbial primer número. Van también aventuras completas de los números 2, 64, 241, 242, 252, 285, 309, 419, 484, 554, 584, 655, 662, 800 y 0, lo que suma una nómina espectacular de autores: Jerry Siegel, Joe Shuster, Don Cameron, Ed Dobrotka, Jerry Coleman, Wayne Boring, Otto Binder, Al Plastino, Jim Mooney, Edmon Hamilton, Curt Swan, Len Wein, Carmine Infantino, Cary Bates, Marv Wolfman, Gil Kane, John Byrne, Roger Stern, Kerry Gammill, Bob McLeod, Joe Kelly, Grant Morrison, Ben Oliver, además de la miríada de nombres que participó en el número 800 y la intervención final, como broche, de Levitz y Neal Adams, que firman una historieta especial.

Por si no bastara con eso, el volumen incluye la presentación del mago Zatara, también del viejo número 1, por Fred Guardineer, y de esa auténtica joya de la Edad de Oro que es el Vigilante de Mort Meskin (el guion lo firma Mort Weisinger, quien acabaría siendo el editor definitivo de Superman durante la década de los 50 y 60). Van también la reproducción de las portadas de unos ashcans (versiones preliminares de colecciones impresas en su día para registrar legalmente los títulos) de Action Comics y Double Action Comics, una historieta inédita de 1945 (salvada literalmente de la quema por Wolfman, tal como este mismo relata en un simpático texto) y un sinfín de artículos como los escritos por Laura Siegel Larson (hija de Jerry Siegel), Jules Feiffer, Tom DeHaven o Larry Tye, además de una pequeña galería de portadas y una sección biográfica. Un verdadero festín para conocer y apreciar el legado de una cabecera fundamental en la historia del cómic que, en este mismo año, ha superado la cifra de mil números. Ahí es nada.



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