viernes, 22 de enero de 2016

El universo DC en el futuro

JAVIER FERNÁNDEZ



LIGA DE LA JUSTICIA: DC UN MILLÓN. VVAA. ECC. 264 páginas. 26 euros.


Mientras pergeñaba su revolucionaria etapa de la Liga de la Justicia, el escritor Grant Morrison orquestó el evento DC Un millón, uno de los más originales de la historia de la editorial. La idea consistía en mostrar el universo DC del siglo 853 d. C. (en el que, hipotéticamente, se publicará el número un millón de Azction Comics). Dicho evento contó con una miniserie principal, escrita por Morrison y dibujada por Val Semeiks, y numerosos cruces con las cabeceras regulares. El presente tomo de ECC recopila los cuatro episodios de DC One Million, más el especial DC One Million 80 Page Giant y los cruces con las series de Green Lantern, Starman, JLA, Martian Manhunter y Resurrection Man, realizados por artistas como Brian Hitch, James Robinson, John Ostrander y Tom Mandrake, entre otros. Se incluyen también algunos diseños de personajes del propio Morrison.


Malaga Hoy

Lucha contra Quimper

JAVIER FERNÁNDEZ 



LOS INVISIBLES: BESOS PARA EL SEÑOR QUIMPER. Grant Morrison, Chris Weston, Ivan Reis. ECC. 224 páginas. 22 euros.


La guerra del ejército Invisible contra la opresión y el conformismo dio un paso adelante cuando la célula de King Mob, liderada ahora por Ragged Robin, robó al ejército estadounidense una vacuna para el VIH. Pero la aparición del misterioso señor Quimper, un extraño enano capaz de controlar la mente, puede desbaratar todos los esfuerzos del grupo de liberación y acabar inclinando la balanza a favor de la Iglesia Exterior. Besos para el señor Quimper es el penúltimo tomo de la recopilación de Los Invisibles por parte de ECC, y recopila los números 14 a 22 del segundo volumen de la serie original. En esta ocasión, los alucinantes guiones del creador de las serie, Grant Morrison, son dibujados por Chris Weston e Ivan Reis.

Malaga Hoy

sábado, 16 de enero de 2016

El héroe renacido

La interpretación de Green Lantern por parte de Geoff Johns es uno de los ejes principales de la DC del siglo XXI: recupera la esencia del personaje.

JAVIER FERNÁNDEZ




GREEN LANTERN DE GEOFF JOHNS, 1. Geoff Johns y otros. ECC. 528 páginas. 43,50 euros.

Como escribió Umberto Eco en Apocalípticos e integrados al analizar el mito de Superman: "El atractivo del libro [de masas], el sentido de reposo, de distensión psicológica que es capaz de comunicar, deriva del hecho de que (…) el lector encuentra una vez más, punto por punto, aquello que ya sabe, aquello que desea saber otra vez, y para lo cual ha pagado el precio del libro". En las viejas historietas de Superman de los años 40 y 50, no había cambios en el statu quo, ni progreso narrativo, el final de los relatos dejaba siempre las cosas en su estado inicial. Hoy día, es norma del género que los personajes se alejen de pronto de sus raíces, que cambien de identidad, sexo o raza, y hasta que mueran, para asombro de los lectores. Sin embargo, la diferencia entre aquellos cómics clásicos y estos modernos que prometen dinamitar los cimientos de tal o cual héroe es… mera apariencia. Si permanecemos leyendo el tiempo suficiente, veremos cómo resucita, retoma su vieja piel o regresa indefectiblemente a eso tan abstracto que llamamos la esencia del personaje. Antes las anécdotas discurrían en 10, 12, 20 páginas, y ahora abarcan meses y años de entregas, de ahí la equívoca sensación de un cambio en el estado de cosas. Digo equívoca, pues al tiempo todo acaba volviendo por sus fueros (cuando no se hace tabula rasa, se reinicia la ficción y se nos ofrece de nuevo el proverbial origen del personaje, ajustándolo a los gustos del momento).

De nuevo en palabras de Eco: "El hambre de la narrativa de entretenimiento, basada en estos mecanismos, es un hambre de redundancia. Bajo este aspecto, la mayor parte de la narrativa de masas es una narrativa de la redundancia. (…) El mecanismo en el que descansa el disfrute de la iteración es típico de la infancia, y son los niños los que quieren escuchar no una nueva historia, sino la historia que conocen ya y que les ha sido contada muchas veces". ¿Qué hay de malo en admitir que los cómics de superhéroes son infantiles? "El placer de la iteración se ha definido como uno de los fundamentos de la evasión, del juego. Y nadie puede negar la función salutífera de los mecanismos lúdicos y evasivos".


Puestos a jugar, les invito a hacerlo con el Green Lantern de Geoff Johns, cuyo comienzo ha sido recopilado por ECC en un grueso tomo encuadernado en cartoné. Johns recuperó la "esencia" perdida del personaje, tras años de revoluciones y derivas argumentales difíciles de resumir. Por lo pronto, quitó el manto del Espectro a Hal Jordan y le devolvió su anillo esmeralda, para gozo del niño que los lectores llevamos dentro. Su interpretación del personaje fue tan celebrada que Green Lantern acabó convertido en uno de los ejes principales de la DC del siglo XXI, una rica franquicia con series y eventos tan importantes como La noche más oscura y su propio blockbuster cinematográfico. Todo empezó en 2004, con la miniserie Green Lantern: Rebirth, que aquí se imprime junto a los números 1 a 13 de Green Lantern y el especial Secret Files and Origins.

Malaga Hoy

Universos paralelos

JAVIER FERNÁNDEZ

La penúltima locura de Grant Morrison.



EL MULTIVERSO, 9: JUSTICIA ENCARNADA. Grant Morrison, Ivan Reis. ECC. 64 páginas. 4,50 euros.

Si es usted aficionado a los superhéroes ya sabrá que las grandes editoriales del género se han empleado recientemente en remodelar sus respectivos universos creativos. En el caso de DC, los últimos cambios han tenido como vehículo el evento Convergencia, compuesto por una miniserie de nueve números, del 0 al 8, ramificada en otras muchas series limitadas. En España, ECC ha concentrado los citados nueve episodios principales en solo dos revistas, de modo que hemos podido completar su lectura en apenas un mes. ¿El veredicto? Escrito por Dan Jurgens, Jeff King y Scott Lobdell, y dibujado por un puñado de artistas entre los que destacan Ethan Van Sciver o Andy Kubert, Convergencia es un tebeo discreto que no termina nunca de alzar el vuelo y ofrece al lector más de lo mismo.


Todo lo contrario se aplica a El Multiverso, la penúltima locura de Grant Morrison y una de las series de superhéroes más destacadas de los últimos años. Casualidad o no, son también nueve números: The Multiversity 1 y 2, más los especiales The Society of Super-Heroes: Conquerors of the Counter-World, The Just, Pax Americana, Thundeworld Adventures, Guidebook, Mastermen y Ultracomics, publicados por ECC en otros tantos cómics de grapa. Este sí es un conjunto brillante, inspirado, cargado de energía e ideas sorprendentes, todo un faro para navegantes. En la fundación del nuevo y excitante multiverso de DC, Morrison se ha empleado a fondo y, por momentos, se ha superado a sí mismo. Por si fuera poco, el apartado gráfico cuenta con algunos de los mejores dibujantes del panorama: de Chris Sprouse a Jim Lee, pasando por Doug Mahnke o Frank Quitely (suyo es el impresionante episodio Pax Americana, una investigación sobre el tiempo narrativo que dialoga con Watchmen y puede leerse con independencia del resto de la serie). Imagino que ECC recopilará El Multiverso en tomos, pero personalmente les recomiendo que se hagan con las nueve revistas por separado, pues aquí el propio formato es significativo desde el punto de vista narrativo.

Malaga Hoy

La guerrera y el Olimpo

JAVIER FERNÁNDEZ



WONDER WOMAN: AGALLAS. Brian Azzarello, Cliff Chiang y otros. ECC. 144 páginas. 15,95 euros.


Wonder Woman: Agallas recopila los números 7 a 12 (marzo-agosto de 2012) de la estupenda cabecera protagonizada por Wonder Woman en el marco de los Nuevos 52. Escrita por el prestigioso Brian Azzarello y dibujada principalmente por Cliff Chiang (al que se suman aquí Tony Akins y Kano), esta singular versión refuerza los lazos de la guerrera amazona con el Olimpo y ofrece situaciones y motivos más propios de la fantasía que del género de superhéroes. Los dioses de Azzarello son perversos, delirantes y sanguinarios, el arte de Chiang y compañía resulta siempre delicioso y el conjunto ha convertido la serie en una lectura ineludible. En el presente volumen, la heroína baja al inframundo y asciende luego al mismísimo monte Olimpo; y las últimas viñetas nos recuerdan que, más allá de religiones, mitos y leyendas, el universo DC posee sus propios dioses.

Malaga Hoy

Culminación de una trama


JAVIER FERNÁNDEZ
EL DÍA MÁS BRILLANTE, 2. VV. AA. ECC. 336 páginas. 30 euros.


El destino de los 12 grandes superhéroes resucitados al final de La noche más oscura continúa desvelándose en este segundo y último tomo del siguiente evento diseñado por los guionistas Geoff Johns y Peter J. Tomasi: El día más brillante. Servida con los espectaculares dibujos de Ivan Reis, Patrick Gleason, Scott Clark, Joe Prado y Ardian Syaf, la presente maxiserie culmina una de las tramas más exitosas y celebradas de la historia reciente de DC, surgida del trabajo de Johns con Green Lantern, que otorga protagonismo a personajes tan queridos como el Detective Marciano, Firestorm, Deadman, Aquaman, Hawkman y Hawkgirl. El tomo de ECC compila los números 12 a 24 de Brightest Day, publicados originalmente entre 2010 y 2011.

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Los dibujantes en la gruta por Antonio Muñoz Molina

Un episodio casi secreto y memorable de la historia del arte en España puede verse ahora mismo, durante unos meses, en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 15 ENE 2016



Cuadernos de arte rupestre 6.


Un episodio casi secreto y memorable de la historia del arte en España puede verse ahora mismo, durante unos meses, en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Entre 1912 y 1936, exploradores y dibujantes recorrieron una gran parte de los lugares en los que se encontraban los yacimientos de pinturas prehistóricas en nuestro país, enviados por una Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas que se parece, por su título, a esas sociedades científicas que en las novelas de Julio Verne patrocinaban viajes de investigación a los parajes más apartados del mundo, los territorios de los que no existían mapas, las grutas que podían conducir al centro de la Tierra, incluso a la Luna.

En un país tan difícil para la ciencia y tan hostil al conocimiento, la existencia de una comisión así es un atisbo de otra España posible que no tenía obligatoriamente que haberse malogrado. Durante esas décadas atormentadas del siglo, entre la Primera Guerra Mundial y la guerra española, los exploradores y los sabios perseverantes organizaban con gran escasez de medios sus visitas a cuevas o abrigos rocosos que en muchos casos eran de acceso muy difícil, y durante semanas o meses enteros se dedicaban a un trabajo que sin duda les daría hondas satisfacciones estéticas, pero muy poco beneficio y ninguna gloria.

Viajaban por el Levante o por el sur de España casi siempre, pero en las fotos parecen equipados para enfrentarse a distancias más novelescas, con sus chaquetas, botas, polainas de escaladores, con sus caravanas de mulos cargados de víveres, cámaras y material fotográfico, aparatos científicos. Impresionan las fotos de esos exploradores atezados y barbudos, pero más aún muchos de los objetos e instrumentos mismos que llevaban con ellos, también expuestos con gran rigor entre testimonial y poético en el museo. Grandes trastornos históricos mezclados con una antigua tradición de desidia han impedido que en España se preserven muchos de esos objetos con los que puede restituirse la vida cotidiana del pasado.

En el Museo de Ciencias Naturales, por una especie de milagro menor, se muestran ahora, además de un número considerable de calcos y dibujos, cajas de lápices, cuadernos de trabajo, mochilas, cantimploras, latas de conservas, lupas, álbumes, binoculares, sombreros, hasta una pipa extremadamente novelesca, una pipa que imaginamos en una cara atezada y barbuda, la de un dibujante que se olvida de ella mientras calca en papel translúcido o dibuja a mano alzada una silueta de cazador que alguien trazó con soltura infalible hace 10.000 o 15.000 años sobre una pared lisa.

Cada dibujo es algo más que una copia: es un acto de conocimiento, una experiencia soberana, lograda con mucha paciencia, con un entrenamiento que es también una entrega y una inmersión en los procesos creativos de inteligencias remotas pero idénticas a las nuestras. Con mucha frecuencia era muy difícil o del todo imposible captar con las fotografías formas visibles que el ángulo de la luz solar dejaba borrosas, o que se perdían en la superficie irregular de la roca, o a las que simplemente no podía llegar una de las cámaras aparatosas de entonces. En el arte prehistórico, las fotografías solas muchas veces no muestran nada, y la mirada necesita una forma particular y extrema de atención que depende de la guía de especialistas muy entrenados. Miras una pared o un fragmento de hueso y no ves nada, a lo sumo una maraña de incisiones: pero de pronto, con la ayuda de un dedo índice o de un puntero luminoso, el cerebro reconoce la silueta de un reno que alza el cuello berreando, o la de un cazador o un chamán o una figura posiblemente de mujer que recoge miel de un panal rodeada de puntos casuales que resultan ser una nube de abejas.

Ahora vemos estos dibujos, estas formas entre figurativas y abstractas, con la ventaja de todo un siglo de arte moderno: ese espacio plano y sin perspectiva de las grandes hojas de papel como biombos japoneses es el de una parte de la pintura del siglo XX; esas figuras caligráficas, esos signos que parecen manos o estrellas o discos solares los hemos visto en los cuadros de Paul Klee, de Joan Miró o de Max Ernst, en los garabatos a tinta de Henri Michaux, en las crudas representaciones humanas de Jean Dubuffet y de los grafitis callejeros que fotografiaba Brassaï. La modernidad nos ha educado paradójicamente en el aprecio de lo llamado primitivo. Hemos aprendido la radical originalidad plástica del arte aborigen australiano. Vemos a estos cazadores con sus arcos y flechas, con sus figuras móviles que son caligrafías exactas, y nos acordamos del dibujo a tinta japonés y de las representaciones de cacerías y batallas de los indios de las grandes praderas.

Pero no era ésta la mirada de aquellos dibujantes que copiaban con tanto respeto y talento hace un siglo el arte prehistórico, después de viajar agotadoramente a lomos de mulos por serranías sin caminos, de acampar con sus tiendas de lona y sus lámparas de queroseno, como en los grabados de las novelas de Julio Verne. Conocemos los nombres de dos de ellos, los más eminentes, y probablemente los que dedicaron un esfuerzo más sostenido a aquella labor abrumadora: Juan Cabré Aguiló, Francisco Benítez Mellado. Cabré Aguiló, formado como arqueólogo y como pintor en la Academia de San Fernando, descubrió cuevas importantes y se mantuvo al servicio de la Comisión hasta el principio de la Guerra Civil; Benítez Mellado fue discípulo de Sorolla y amigo de Julio Romero de Torres.

Entre los dos crearon una obra que no es menos admirable por el hecho banal de que no haya sitio para ella en las jerarquías estéticas habituales. Formados en la disciplina académica, se vieron enfrentados a un mundo visual para el que en ese momento apenas había referencias. Observando, calcando, imitando aquellas formas con una fidelidad tan absoluta como necesariamente creativa, Cabré Aguiló y Benítez Mellado se asomaban a la experiencia más antigua de la representación del mundo, de los animales y los seres humanos y las criaturas entre humanas y animales, entre reales y fantásticas, que constituirían el material de los mitos. Cada dibujo que hacían era la interrogación de un enigma, un tanteo hacia el pasado que también contenía una intuición del porvenir. En la disciplina escrupulosa con la que trabajaban había una modestia artesanal y probablemente un sólido orgullo de gran arte consumado. Su gloria, como la de un traductor, se confunde con la invisibilidad, porque cuando vemos ahora los anchos paneles de papel transitados por veloces figuras de arqueros o de animales en fuga no nos cuesta nada imaginar que en realidad estamos viendo las obras originales.

Por culpa de la guerra, de la falta de medios, de las usuales penurias españolas, ese legado ha permanecido casi tan oculto como si se hubiera quedado en el interior de una cueva sellada por un derrumbe. Con extrema delicadeza, aprovechando al máximo un presupuesto que ha debido de ser exiguo —ni siquiera hay todavía un catálogo—, el Museo de Ciencias Naturales ha organizado una exposición que lo atrae a uno y lo envuelve como en un viaje en el tiempo, un viaje al ayer de hace un siglo y al de hace más de diez mil años.

Arte y naturaleza en la prehistoria. La colección de calcos del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Calle de José Gutiérrez Abascal, 2. Madrid. Hasta el 19 de mayo.


El Pais Babelia nº1.260 / 16.01.2015