martes, 19 de mayo de 2015
Un cuento sin hadas
Con un pretendido tono infantil, 'Preciosa oscuridad' es un aterrador relato en el que los protagonistas han de sobrevivir a un entorno hostil. Por su parte, 'Love in Vain' sigue los pasos del 'bluesman' Robert Johnson.
JAVIER FERNÁNDEZ
Love in Vain. Jean-Michel Dupont, Mezzo. Spaceman Books. 72 páginas. 20 euros.
Preciosa oscuridad. Fabien Vehlman, Kerascoët. Spaceman Books. 96 páginas. 22 euros.
Con valentía y paso firme, el sello Spaceman Books está poblando las librerías de álbumes exquisitos, tanto en la hechura como en el contenido. Algunos los firman nombres de reconocido prestigio; otros, autores poco o nada conocidos en nuestro país. Todos ellos tienen en común que poseen una calidad incuestionable.
De la oferta creciente de Spaceman Books, les recomiendo hoy dos títulos de estéticas dispares, pero igualmente sobresalientes. Love in Vain es la biografía del guitarrista Robert Johnson, escrita por Jean-Michel Dupont y dibujada en poderoso blanco y negro por Mezzo. En palabras del productor musical Lawrence Cohn: "Si amáis apasionadamente el blues, este libro os colmará. Pero no es necesario venerar este tipo de música para apreciar este retrato del bluesman más célebre de todos los tiempos. Es una obra maestra, tanto por la calidad del dibujo como de la narración, que supera el marco de la simple novela gráfica gracias a la poesía de sus textos y la magnificencia de sus páginas, cada una de las cuales es una auténtica obra de arte".
El trabajo de Mezzo no pillará a nadie por sorpresa, pues su fuerza visual es proverbial, y aquí encuentra el vehículo perfecto para recrearse en las atmósferas cargadas y opresivas de los barrios negros y los antros del sur de Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX. El guion de Dupont hace especial hincapié en la vida libre y desordenada del artista y en las leyendas diabólicas que rodean el mundo del blues. La suma de texto y dibujo es sencillamente deliciosa. Love in Vain se edita en formato grande y apaisado, con un terso papel crema, y se completa con la letra (en versión bilingüe) de un puñado de canciones de Johnson ilustradas por Mezzo y una bibliografía seleccionada sobre el músico y los temas de la obra.
El otro título de Spaceman Books que les recomiendo es Preciosa oscuridad, un aterrador cuento de hadas escrito por Fabien Vehlmann y Marie Pommepuy, a partir de una idea de esta última, y dibujada por Kerascoët (que no es sino el seudónimo con el que firman conjuntamente los dibujantes Sébastien Cosset y la propia Pommepuy). He dicho cuento de hadas, y ciertamente hay un pretendido tono infantil en la obra, especialmente en el dibujo (bellísimo, delicado), pero el lector debe esperarse todas las crueldades, miedos y angustias de los viejos relatos para niños, y ninguno de sus elementos dulcificantes o adoctrinadores. No comentaré el argumento, ya que la sorpresa es uno de los valores de Preciosa oscuridad, aunque me serviré de las pistas ofrecidas por la propia editorial y diré que los protagonistas son seres aparentemente tiernos que han de sobrevivir en un entorno hostil y a sí mismos, a la manera de El señor de las moscas, de William Golding. Con su fenomenal edición, sus cálidas imágenes y sus vivos colores, es un libro brutal, desasosegante, que agarra al lector desde el principio y no lo suelta. Y ya leído, persiste en la memoria como una larga pesadilla en la mente del que despierta.
Malaga Hoy
JAVIER FERNÁNDEZ
Con valentía y paso firme, el sello Spaceman Books está poblando las librerías de álbumes exquisitos, tanto en la hechura como en el contenido. Algunos los firman nombres de reconocido prestigio; otros, autores poco o nada conocidos en nuestro país. Todos ellos tienen en común que poseen una calidad incuestionable.
De la oferta creciente de Spaceman Books, les recomiendo hoy dos títulos de estéticas dispares, pero igualmente sobresalientes. Love in Vain es la biografía del guitarrista Robert Johnson, escrita por Jean-Michel Dupont y dibujada en poderoso blanco y negro por Mezzo. En palabras del productor musical Lawrence Cohn: "Si amáis apasionadamente el blues, este libro os colmará. Pero no es necesario venerar este tipo de música para apreciar este retrato del bluesman más célebre de todos los tiempos. Es una obra maestra, tanto por la calidad del dibujo como de la narración, que supera el marco de la simple novela gráfica gracias a la poesía de sus textos y la magnificencia de sus páginas, cada una de las cuales es una auténtica obra de arte".
El trabajo de Mezzo no pillará a nadie por sorpresa, pues su fuerza visual es proverbial, y aquí encuentra el vehículo perfecto para recrearse en las atmósferas cargadas y opresivas de los barrios negros y los antros del sur de Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX. El guion de Dupont hace especial hincapié en la vida libre y desordenada del artista y en las leyendas diabólicas que rodean el mundo del blues. La suma de texto y dibujo es sencillamente deliciosa. Love in Vain se edita en formato grande y apaisado, con un terso papel crema, y se completa con la letra (en versión bilingüe) de un puñado de canciones de Johnson ilustradas por Mezzo y una bibliografía seleccionada sobre el músico y los temas de la obra.
El otro título de Spaceman Books que les recomiendo es Preciosa oscuridad, un aterrador cuento de hadas escrito por Fabien Vehlmann y Marie Pommepuy, a partir de una idea de esta última, y dibujada por Kerascoët (que no es sino el seudónimo con el que firman conjuntamente los dibujantes Sébastien Cosset y la propia Pommepuy). He dicho cuento de hadas, y ciertamente hay un pretendido tono infantil en la obra, especialmente en el dibujo (bellísimo, delicado), pero el lector debe esperarse todas las crueldades, miedos y angustias de los viejos relatos para niños, y ninguno de sus elementos dulcificantes o adoctrinadores. No comentaré el argumento, ya que la sorpresa es uno de los valores de Preciosa oscuridad, aunque me serviré de las pistas ofrecidas por la propia editorial y diré que los protagonistas son seres aparentemente tiernos que han de sobrevivir en un entorno hostil y a sí mismos, a la manera de El señor de las moscas, de William Golding. Con su fenomenal edición, sus cálidas imágenes y sus vivos colores, es un libro brutal, desasosegante, que agarra al lector desde el principio y no lo suelta. Y ya leído, persiste en la memoria como una larga pesadilla en la mente del que despierta.
Malaga Hoy
No es oro todo lo que reluce
JAVIER FERNÁNDEZ
Astro City es una carta de amor al género de superhéroes realizada desde hace veinte años por un sólido equipo creativo: Kurt Busiek, a los guiones, y Brent Anderson, al dibujo. Recientemente, la emblemática serie ha pasado a ser incluida dentro del sello Vertigo de DC, lo que explica que su edición española se haya mudado al catálogo de ECC. Además de servir las nuevas aventuras, de las que ya han visto la luz los volúmenes Puertas abiertas, Victoria y Vidas privadas, ECC ha comenzado a reeditar Astro City desde su inicio. Primero salió Vida en la gran ciudad y ahora aparece Confesión, compilación de los números 4 a 9 y medio del volumen dos, publicados originalmente en 1996 y 1997. En ellos, el joven Brian Kinney se convierte en sidekick del justiciero conocido como el Confesor, y aprende que, en esto de los héroes, no es oro todo lo que reluce.
Malaga Hoy
domingo, 17 de mayo de 2015
Vengadores: la era de Ultrón, crítica por Rafael Marín
Interesante aportación de Rafael Marín y su opinión sobre la película Los vengadores: la era de Ultrón (incluye spoilers):
La industria del cine ha necesitado siglo y pico de evolución y revoluciones tecnológicas para poder mostrar, sin chirríos ni ridículos, lo que en los tebeos se soluciona con puntos de fuga y conocimiento anatómico. Quince años llevamos ya (si iniciamos todo esto con los primeros X-Men llevados a la pantalla) de experimentos de prueba y error y juegos malabares pirotécnicos, haciendo los cambios justos en la plantilla de la narración para mostrar a todos los públicos (y no sólo a los lectores de historieta, detalle que estos olvidan/olvidamos convenientemente) la traslación a la imagen móvil de aquello que fue un universo de creación, la mitología del final del siglo veinte.
Marvel, reconozcámoslo también, ya no es aquel pequeño foxterrier que ladraba a los talones de los grandes editores, en palabras de Stan Lee. Ya ni siquiera es una editorial de tebeos, aunque el zombie que ahora encarna lo parezca. Marvel está en manos de unos técnicos que a su vez están en manos de otros técnicos que dependen de cifras de ventas. Son, recordémoslo también, un pequeño imperio cinematográfico que depende del otro gran imperio al que nadie hace sombra hoy en día: Disney. Lo que vemos en las pantallas (sea por la propia Marvel Productions o por los títulos vendidos a fondo perdido a otras productoras como Fox y Sony) no es la versión en cine de los cómics, sino varias versiones (la de los mutantes por un lado, la de Spider-Man por otra, la del núcleo de los personajes que no vendieron en su día y ahora explotan) que se parecen levemente (o no) a los tebeos. La imagen móvil crea y recrea un palimpsesto que recicla, regurgita y recrea momentos puntuales de más de cincuenta años de comic-books, a ritmo endiablado y quemando ruedas con cada película…. Y que a su vez influye en el cadáver que son hoy los cómics. Verán cuánto tarda la Antorcha Humana de los tebeos en ser negro, o en morir ese personaje que…. Ah, los spoilers.
Con Vengadores: La era de Ultrón dicen que se pone fin a la fase dos de presentación (o introducción) de los personajes en el cine. Lo que empezó con Iron Man y se expandió a los demás títulos y que ahora dan (hipócritas) por cerrado con ese final algo falso que plantea la película. Dirigida por Joss Whedon, el inteligente creador televisivo de Buffy Cazavampiros, Ángel y Firefly, que ya se encargó de coordinar el convulso ballet de tantos personajes en la anterior entrega del supergrupo y que ahora, dicen que agotado, dicen que por desavenencias creativas, dejará el puesto en otras manos para la tercera película.
Hay acción a raudales, en esta nueva entrega. Demasiada acción, quizás. Mucha explosión, mucho golpe, mucho edificio derribado, mucho chiste tonto (que siempre se agradecen, eso sí). Pero el argumento es convulso y confuso, sin estilizar, y la dirección es errática, tanto en los movimientos de los actores cuando charlan y charlan y charlan (una rémora de la formación televisiva de Whedon, quizás), como en los desopilantes movimientos de cámara, donde todos pelean a la vez y saltan, esquivan, golpean y destruyen sin que nos de tiempo a verlo todo: la clara exposición narrativa de los cómics clásicos ha desaparecido, sustituida quizás por el cacao monumental de la narración de los cómics contemporáneos.
Es posible que parte del problema sea la enorme cantidad de personajes en liza. A los conocidos Hulk, Iron Man, Capitán América, Ojo de Halcón, Viuda Negra y Thor se les une un casting de secundarios que necesitan, todos, su medio minutito de exposición: María Hill, el insoportable Nick Furia, el viejo Stan Lee, el Halcón (Falcon en el cine) y el sustituto-pero-menos-porque-ya-lo-negociaremos-en-contrato-aparte de Iron Man, Máquina de Guerra. Y sumen ustedes la aparición estelar de Heymdall, Peggy Carter, Ulises Klau… Muchos personajes a la vez, para una historia que, además, presenta a un malo del que se deshace en segundos (el barón Strucker), a otro que desaprovecha, sembrando para el futuro (el citado Ulises Klau), más los dos mutantes-que-no-pueden-ser-llamados-mutantes-sino-mejorados, Pietro y Wanda (nada de “Mercurio” y “Bruja Escarlata”), el papel que por fin se merecía (o no), Paul Bettany como Visión. Y el malo. Un James Spader convertido en robot con labios y soliloquios algo planitos, Ultrón, que es el villano porque tiene que serlo y que sin embargo no hace grandes villanías, ni declama a Shelley (como debería), ni asusta. El juego meta-referencial entre Dios y su creación, o la poesía que en los cómics tiene tanto la aparición de Visión como el portentoso final donde Roy Thomas presentó a los lectores el poema Ozymandias hace ya cuarenta años, no se explora ni se justifica. No hay recreación de la mitología Vengadora más que lo justito. Whedon, más que nunca, ha hecho aquí un trabajo de encargo donde los fundidos en negro lastran el desarrollo de la poca chicha que tiene la trama, en tanto suponen un parón, y donde la espectacularidad de las escenas de acción no tiene una contrapartida en la emoción de la presentación de la amenaza: cuánto mejor hubiera sido que Ultrón les hubiera estallado en la cara a Banner y Stark en vez de aparecer cuando estos andan de copas, cuánto más no se habría cerrado el círculo si Wanda Maximoff hubiera tenido oportunidad de experimentar en carne propia un rescate in extremis por parte del Iron Man al que odia…
La película resuelve la dualidad del personaje de Quicksilver, que tanto en la franquicia mutante como en la marveliana-marveliana es interpretado por dos actores distintos, sin nombrar en ningún caso: solo sabemos que corren mucho, que uno se llama Peter y el otro Pietro. Lástima que no supieran ponerse de acuerdo y haber entregado la interpretación, en ambos lados del universo cinematográfico, al mismo actor. Sigue habiendo los huevos de pascua (o bantha fudu) para que los espectadores que están en el ajo babeen cuando se menciona a Wakanda (pero no sale Pantera Negra), con lo cual daba lo mismo que la acción se situara en Sebastopol o en Argamasilla de Alba. Lo más importante es cómo se distancia de la destrucción sin sentido de la que se acusa a El Hombre de Acero, la última película de momento de la Distinguida Competencia/Time Warner. Allá donde el nuevo Superman se enzarzaba en una ensalada de tortas con los invasores extraterrestres sin que parecieran importarle las vidas humanas que, forzosamente, tenían que perderse en el derrumbe de tantísimos edificios, ahora los Vengadores (obviando el caos que crearon en la propia Nueva York en la anterior película) tienen muy claro que su prioridad es salvar a los civiles de la población que Ultrón lanza a la atmósfera como si una isla de Laputa fuera. Lástima que no se les ocurriera esa idea veinte minutos antes, cuando tanto Capitán América (¿para qué se quita continuamente la máscara?) como Viuda Negra rescatan a un Visión encapsulado en medio de una orgía de coches destrozados y, se supone, conductores hechos fosfatina. Pero, claro, estaban en Corea.
Se nota que faltan muchos minutos de metraje, escenas que podrían haber profundizado más en la relación interpersonal de los personajes y hasta aclarar más momentos de la trama. Quizá se quedaron en la sala de montaje y las ofrezcan en una puntual edición en DVD. No se preocupen si advierten al final de la peli que, con todo, desconocen ustedes los poderes de Vision: podrán resolver la duda leyendo los cómics.
En la mejor tradición superheroica, aquí los buenos se pelean y dan estopa de continuo. Se nota que están preparando la tercera película del Capitán América (que sigue siendo el personaje Marvel que mejor se traduce en la pantalla): Civil War.
Fuente:
http://crisei.blogalia.com/historias/75609
La industria del cine ha necesitado siglo y pico de evolución y revoluciones tecnológicas para poder mostrar, sin chirríos ni ridículos, lo que en los tebeos se soluciona con puntos de fuga y conocimiento anatómico. Quince años llevamos ya (si iniciamos todo esto con los primeros X-Men llevados a la pantalla) de experimentos de prueba y error y juegos malabares pirotécnicos, haciendo los cambios justos en la plantilla de la narración para mostrar a todos los públicos (y no sólo a los lectores de historieta, detalle que estos olvidan/olvidamos convenientemente) la traslación a la imagen móvil de aquello que fue un universo de creación, la mitología del final del siglo veinte.
Marvel, reconozcámoslo también, ya no es aquel pequeño foxterrier que ladraba a los talones de los grandes editores, en palabras de Stan Lee. Ya ni siquiera es una editorial de tebeos, aunque el zombie que ahora encarna lo parezca. Marvel está en manos de unos técnicos que a su vez están en manos de otros técnicos que dependen de cifras de ventas. Son, recordémoslo también, un pequeño imperio cinematográfico que depende del otro gran imperio al que nadie hace sombra hoy en día: Disney. Lo que vemos en las pantallas (sea por la propia Marvel Productions o por los títulos vendidos a fondo perdido a otras productoras como Fox y Sony) no es la versión en cine de los cómics, sino varias versiones (la de los mutantes por un lado, la de Spider-Man por otra, la del núcleo de los personajes que no vendieron en su día y ahora explotan) que se parecen levemente (o no) a los tebeos. La imagen móvil crea y recrea un palimpsesto que recicla, regurgita y recrea momentos puntuales de más de cincuenta años de comic-books, a ritmo endiablado y quemando ruedas con cada película…. Y que a su vez influye en el cadáver que son hoy los cómics. Verán cuánto tarda la Antorcha Humana de los tebeos en ser negro, o en morir ese personaje que…. Ah, los spoilers.
Con Vengadores: La era de Ultrón dicen que se pone fin a la fase dos de presentación (o introducción) de los personajes en el cine. Lo que empezó con Iron Man y se expandió a los demás títulos y que ahora dan (hipócritas) por cerrado con ese final algo falso que plantea la película. Dirigida por Joss Whedon, el inteligente creador televisivo de Buffy Cazavampiros, Ángel y Firefly, que ya se encargó de coordinar el convulso ballet de tantos personajes en la anterior entrega del supergrupo y que ahora, dicen que agotado, dicen que por desavenencias creativas, dejará el puesto en otras manos para la tercera película.
Hay acción a raudales, en esta nueva entrega. Demasiada acción, quizás. Mucha explosión, mucho golpe, mucho edificio derribado, mucho chiste tonto (que siempre se agradecen, eso sí). Pero el argumento es convulso y confuso, sin estilizar, y la dirección es errática, tanto en los movimientos de los actores cuando charlan y charlan y charlan (una rémora de la formación televisiva de Whedon, quizás), como en los desopilantes movimientos de cámara, donde todos pelean a la vez y saltan, esquivan, golpean y destruyen sin que nos de tiempo a verlo todo: la clara exposición narrativa de los cómics clásicos ha desaparecido, sustituida quizás por el cacao monumental de la narración de los cómics contemporáneos.
Es posible que parte del problema sea la enorme cantidad de personajes en liza. A los conocidos Hulk, Iron Man, Capitán América, Ojo de Halcón, Viuda Negra y Thor se les une un casting de secundarios que necesitan, todos, su medio minutito de exposición: María Hill, el insoportable Nick Furia, el viejo Stan Lee, el Halcón (Falcon en el cine) y el sustituto-pero-menos-porque-ya-lo-negociaremos-en-contrato-aparte de Iron Man, Máquina de Guerra. Y sumen ustedes la aparición estelar de Heymdall, Peggy Carter, Ulises Klau… Muchos personajes a la vez, para una historia que, además, presenta a un malo del que se deshace en segundos (el barón Strucker), a otro que desaprovecha, sembrando para el futuro (el citado Ulises Klau), más los dos mutantes-que-no-pueden-ser-llamados-mutantes-sino-mejorados, Pietro y Wanda (nada de “Mercurio” y “Bruja Escarlata”), el papel que por fin se merecía (o no), Paul Bettany como Visión. Y el malo. Un James Spader convertido en robot con labios y soliloquios algo planitos, Ultrón, que es el villano porque tiene que serlo y que sin embargo no hace grandes villanías, ni declama a Shelley (como debería), ni asusta. El juego meta-referencial entre Dios y su creación, o la poesía que en los cómics tiene tanto la aparición de Visión como el portentoso final donde Roy Thomas presentó a los lectores el poema Ozymandias hace ya cuarenta años, no se explora ni se justifica. No hay recreación de la mitología Vengadora más que lo justito. Whedon, más que nunca, ha hecho aquí un trabajo de encargo donde los fundidos en negro lastran el desarrollo de la poca chicha que tiene la trama, en tanto suponen un parón, y donde la espectacularidad de las escenas de acción no tiene una contrapartida en la emoción de la presentación de la amenaza: cuánto mejor hubiera sido que Ultrón les hubiera estallado en la cara a Banner y Stark en vez de aparecer cuando estos andan de copas, cuánto más no se habría cerrado el círculo si Wanda Maximoff hubiera tenido oportunidad de experimentar en carne propia un rescate in extremis por parte del Iron Man al que odia…
La película resuelve la dualidad del personaje de Quicksilver, que tanto en la franquicia mutante como en la marveliana-marveliana es interpretado por dos actores distintos, sin nombrar en ningún caso: solo sabemos que corren mucho, que uno se llama Peter y el otro Pietro. Lástima que no supieran ponerse de acuerdo y haber entregado la interpretación, en ambos lados del universo cinematográfico, al mismo actor. Sigue habiendo los huevos de pascua (o bantha fudu) para que los espectadores que están en el ajo babeen cuando se menciona a Wakanda (pero no sale Pantera Negra), con lo cual daba lo mismo que la acción se situara en Sebastopol o en Argamasilla de Alba. Lo más importante es cómo se distancia de la destrucción sin sentido de la que se acusa a El Hombre de Acero, la última película de momento de la Distinguida Competencia/Time Warner. Allá donde el nuevo Superman se enzarzaba en una ensalada de tortas con los invasores extraterrestres sin que parecieran importarle las vidas humanas que, forzosamente, tenían que perderse en el derrumbe de tantísimos edificios, ahora los Vengadores (obviando el caos que crearon en la propia Nueva York en la anterior película) tienen muy claro que su prioridad es salvar a los civiles de la población que Ultrón lanza a la atmósfera como si una isla de Laputa fuera. Lástima que no se les ocurriera esa idea veinte minutos antes, cuando tanto Capitán América (¿para qué se quita continuamente la máscara?) como Viuda Negra rescatan a un Visión encapsulado en medio de una orgía de coches destrozados y, se supone, conductores hechos fosfatina. Pero, claro, estaban en Corea.
Se nota que faltan muchos minutos de metraje, escenas que podrían haber profundizado más en la relación interpersonal de los personajes y hasta aclarar más momentos de la trama. Quizá se quedaron en la sala de montaje y las ofrezcan en una puntual edición en DVD. No se preocupen si advierten al final de la peli que, con todo, desconocen ustedes los poderes de Vision: podrán resolver la duda leyendo los cómics.
En la mejor tradición superheroica, aquí los buenos se pelean y dan estopa de continuo. Se nota que están preparando la tercera película del Capitán América (que sigue siendo el personaje Marvel que mejor se traduce en la pantalla): Civil War.
Fuente:
http://crisei.blogalia.com/historias/75609
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