La pereza, uno de esos bienes comunes que me describen, hacen que extraiga de la página de Robot 6 que vive y se desarrolla estupendamente en otra página como Comic Book Resources o CBR, una serie de portadas que hay en la página en cuestión. Para mi, no todas son dignas de elogio, ya saben aquello de que para gustos colores. Pues eso, que viva la retroalimentación y ahí tienen unos dibujos de muy diferentes autores, para la ficha técnica recomiendo visiten la página en cuestión, hay más portadas y la información sobre ellas, si las quisieran o quisiesen.
domingo, 22 de enero de 2012
martes, 17 de enero de 2012
El fotógrafo y la pintora
Alfred Stieglitz fue uno de los grandes fotógrafos
del siglo XX, y su mujer, Georgia O'Keeffe, una
de las pintoras mas singulares. Una exposición en
A Coruña muestra la obra del artista que elevó la
fotografía a la categoría de arte. Por Anatxu Zabalbeascoa.
Georgia O´Keeffe, en 1920 (retratada por Stieglitz)
Alfred Stieglitz había nacido en Nueva York, hijo de una próspera familia de comerciantes judíos, cuando corría el año 1864. Su padre se dedicaba a la compraventa de tejidos, y era además un pintor aficionado, un hombre culto y un amante del deporte. Tal vez por eso, su hijo desarrolló muy temprano una gran afición a los caballos, y tras estudiar ingeniería completó su educación viajando por Europa. Allí tomaría sus primeras fotografías y ya nunca se separaría de la cámara.
En Stieglitz convivían un hombre culto y un artista intuitivo, un fotógrafo osado y experimental y un famoso promotor de las artes. De sus viajes europeos, el joven regresó con una afición vitalicia por la fotografía y la decisión firme de promover su status como una de las bellas artes. Además de firmes decisiones, Stieglitz trajo de Europa una modesta, pero selecta, colección de pinturas y la ambición de difundir la obra de los maestros modernos del continente: Rodin, Matisse, Braque, Cézanne y Picasso pasarían por su galería. El español, precisamente, quedaría muy impresionado por una de las obras que el fotógrafo realizara por aquellos años. En la primera década del siglo XX, Stieglitz navegaba hacia Europa en el Kaiser Guillermo II. Desde la cubierta del barco pudo ver cómo viajaban quienes no tenían camarote. El resultado fue El entrepuente, una fotografía que conmovió a Picasso, dedicado por aquel entonces a pintar el famoso cuadro Las señoritas de Avignon, que desencadenaría el cubismo.
Stieglitz fue, sin duda, un mecenas de las artes, pero promovió la obra de los artistas que comenzaban a triunfar en París tanto como trató de desvirtuar el talento de quienes no estaban de acuerdo con su visión vitalista del arte. Así, el pintor Odilon Redon, que había declarado que los
"Retrato de R" 1923
pensadores preferían la sombra, fue vetado no sólo en su galería, sino también en las páginas de Camera Work, la influyente revista que dirigía. Entre quienes le apoyaron, respetaron y admiraron hubo quien le tachó de profeta o quien, como Man Ray, se declaró tan sorprendido como agradecido y alabó su fuerza vital. Lo cierto es que la galería y las publicaciones de Alfred Stieglitz se convirtieron en una fuente de referencia indiscutible para la vanguardia neoyorquina de la época. Con el tiempo, la intuición del galerista sumó. a los maestros europeos, los trabajos de jóvenes pintores estadounidenses. Es entonces cuando entra en escena Georgia O'Keeffe, una pintora desesperada a punto de abandonar su vocación.
Veintitrés años después de que lo hiciera Stieglitz, O'Keeffe llegó al mundo en una granja de las praderas de Wisconsin en la que trabajaba su padre. Era una niña cuando descubrió su vocación de pintora y con 18 años comenzó a estudiar en el Art Institute de Chicago y con 19 quedó prendada de una exposición de Henri Matisse que vio colgada en la galería 291 de Nueva York, la que dirigía Stieglitz. Tardaría una década en conocerle. Para ganarse la vida
se dedicó a hacer ilustraciones, comenzó a dar clases de dibujo y recorrió las escuelas públicas del oeste norteamericano. Fue así como llegó hasta Amarillo, en Tejas. Allí descubrió el desierto, la luz del sol y la fuerza de la naturaleza. Allí recobró las ganas de pintar. Sus cuadros, ya semiabstractos, los guardaba en secreto, pero una amiga envió tres a Nueva York. O'Keeffe montó en cólera, pero cuando llegó a la galería de Stieglitz éste había desmontado ya la exposición. Los volvió a colgar para ella y le hizo el primero de una serie interminable de retratos. Cuando poco después la pintora enfermó, se ofreció a mantenerla, la cuidó y le hizo de mecenas para que ella pudiera seguir pintando. Todo esto ocurría en 1918. Seis años después se casaron. A partir de entonces, los intereses artísticos del matrimonio se enrocaron. O'Keeffe comenzó a interesarse por los rascacielos, y Stieglitz. por las formas abstractas. Juntos pasaron a compartir vivencias comunes y una manera sutil y detallista de ver el mundo que afectaría a los trabajos de ambos.
Con una cámara Graflex, que permitía técnicas de imagen que daban primacía a la inmediatez, Stieglitz comenzó a fotografiar los secretos que rodeaban la casa familiar en el lago George. Así, observando los detalles, terminaría realizando uno de sus trabajos más famosos: la colección de nubes que componen la serie Equivalents.
Habían pasado muchos años desde que el joven Stieglitz permaneciera horas bajo una nevada en la Quinta Avenida neoyorquina esperando "el momento vivo" para disparar su cámara. Con aquella fotografía ganó numerosos premios, y las escenas de nieve se habían puesto de moda. Sin embargo, desde que conocía a Georgia. ya no le interesaba el momento
"Retrato de Georgia O´Keeffe" (1933)
"Invierno en la Quinta Avenida de Nueva York" (1893).
preciso de la instantánea, sino la "historia que las cosas quisieran comunicar". Pasó a valorar el estilo por encima del tema. La técnica y el método de realización de la imagen tenían más fuerza que la propia imagen. O'Keeffe había extraído de la naturaleza su concepto de las formas. Ahora, Stieglitz representaba con abstracciones las formas de la realidad. Quería retratar lo que él llamaba su "sentimiento sobre la vida", rendirse ante los objetos que amaba. Por eso fotografió a su propia mujer desde todos los ángulos y de todas las maneras: tumbada en el suelo o apoyada sobre un radiador, vestida de negro o desnuda. Retrató y recortó su cara, su pelo, sus manos, su cuello, sus pechos, sus muslos, hueso por hueso y tendón por tendón, como si esa anatomía fotográfica fuera la manera de desvelar su misterio.
Los retratos de O'Keeffe muestran las diversas fases de la relación entre los dos artistas. Así, las primeras fotografías lánguidas de una mujer enamorada dan paso a los retratos de una artista concentrada en su trabajo. "Cuando algo me afecta siento la necesidad de convertirlo en imperecedero. Lo que retrato tiene que ser tan perfecto como la experiencia que me ha emocionado", había dicho Stieglitz. Por las mismas fechas en las que él había comenzado a obsesionarse con las nubes, O'Keeffe había empezado a leer tratados de arte oriental. El libro del té, de Okakura Kaku
zo, la llevó a interesarse por las flores: "Las flores ¿dónde van a parar cuando terminan las fiestas? El hombre entró en el reino del arte cuando percibió la sutil utilidad de lo inútil". Influido por su mujer, Stieglitz fotografiaba las nubes como un maestro de la pintura china: suaves y tranquilas en primavera, gruesas y meditativas durante el verano. Había logrado captar la variabilidad de la luz. Fotografiaba nubes para "descubrir lo que había aprendido sobre fotografía en 40 años". Georgia lo dijo de otra manera: "Alfred ha hecho con el cielo lo que yo antes había hecho con el color. Ha hecho conscientemente algo que yo hice de forma casi inconsciente, y es sorprendente ver lo que ha logrado sacar del cielo con una cámara". Todo estaba claro entre ellos. Stieglitz, por su parte, le dedicó sus trabajos a Georgia, "sin cuya existencia no sería el que soy".
Tras la muerte del fotógrafo, Georgia O'Keeffe se transformaría en la albacea del poderoso legado de su marido. Georgia O'Keeffe reemprendió la batalla por la que, durante tantos años, había luchado Stieglitz. Recorrió galerías y museos dejando en depósito los trabajos del fotógrafo y apostó por la idea a la que, ya desde antes de conocerla, Alfred Stieglitz había dedicado su vida: el reconocimiento de la fotografía como una de las bellas artes. •
*
La exposición la fotografia de Alfred Stieglitz. El legado de Georgia O'Keeffe' puede verse en la Fundación Pedro Barrié de la Maza (Cantón Grande, 9) de A Coruña desde el 7 de junio hasta el 12 de agosto.
"Katherine y Elitabeth Stieglitz" (1907)
Stieglitz murió en 1946, pero ya en 1937 había redactado un testamento en el que nombraba a Georgia O'Keeffe su heredera y albacea. Su fortuna consistía en 850 pinturas, dibujos y esculturas, cientos de fotografías y muchísimas cartas. Era un escritor compulsivo que redactaba cartas kilométricas para su mujer y sus amigos. O'Keeffe tardó tres años en clasificarlo
todo y en organizar dos exposiciones sobre Stieglitz en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Se lo tomó tan en serio que cuidó hasta el más mínimo detalle en cuanto a la donación de las obras de su marido. A cada institución que recibía el legado Stieglitz en los años cincuenta se le enviaba un documento con las condiciones sobre cómo protegerlo. Gracias al celo de su mujer, las fotografías de Stieglitz se han conservado en perfecto estado: "Las imágenes tienen que estar en posición horizontal y boca arriba. Han de cogerse con las manos, sacándolas una a una de su caja para ponerlas después sobre la tapa de ésta, y deben ser devueltas a la caja de la misma forma. Las imágenes nunca podrán despegarse de su montura original... Deben lavarse las manos antes de manejar las imágenes...". Georgia O'Keeffe fue una precursora. Sentó las bases para conservar uno de los grandes legados. •
_ JULIA Luzán
El Pais Semanal numero 1.288 Domingo 3 de junio de 2001
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