jueves, 31 de octubre de 2024

El Sulfato Atómico / Francisco Ibáñez



Puede dar una idea equivocada que la primera aventura larga de los inefables agentes secretos Mortadelo y Filemón, publicada allá por 1969, sea considerada su mejor historieta. Parece que es como si dijeras que tocaron techo al comenzar y que desde entonces han ido a peor, el ya clásico antes molaban. Y no es así. La mayor diferencia que existe entre El sulfato atómico y sus decenas de aventuras posteriores, algunas tan divertidas como por ejemplo La máquina del cambiazo o El elixir de la vida (no es casualidad que mis favoritas sean siempre las que incluyen inventos del profesor Bacterio) reside en el apartado gráfico. Si en los primeros dibujos de Mortadelo, Filemón parecía un cabezacono y las orejas tenían más en común con las ensaimadas que con apéndices humanos, en El sulfato atómico el salto cualitativo es tan impresionante que te hace dudar de la autoría. La idea de la editorial era hacer un álbum a semejanza del modelo francés para entrar en el mercado europeo; es decir, una historia larga, publicada por separado en un tomo (en otras ocasiones, las publicaban por entregas en revistas semanales o mensuales) y con un dibujo muy cuidado. Ibáñez con frecuencia se inspiraba en dibujantes extranjeros como Franquin (a quien incluso en ocasiones le copiaba viñetas descaradamente), el autor entre otros de Spirou y Fantasio o Tomás el gafe, y esa influencia se ve en los detallados vehículos y fondos de El sulfato atómico. Pero como le sucedía a Franquin, ese nivel de calidad gráfica suponía muchísimo trabajo. Así, el autor francobelga solía tener a su disposición varios esbirros que le dibujaban los fondos mientras que él, a veces, se dedicaba casi en exclusiva a trazar los personajes principales. Ibáñez no contó con ese tipo de ayuda y siempre afirma que tardó tres veces más en acabar El sulfato atómico que una historieta normal. Para colmo de males, desde el punto de vista comercial, a la gente le dio igual que el dibujo fuese mucho más cuidado y las ventas, por tanto, no fueron como para volverse loco.



Groucho Marx contaba cómo llegó a actuar con un bigote pintado: en principio, utilizaba en las funciones teatrales uno postizo, que era un engorro a la hora de quitarlo y ponerlo. Un día llegó con el tiempo muy justo a la representación y solo pudo pintarse uno sobre la cara. A la gente no pareció importarle y se reía igual con los chistes. Algo así sucedió con El sulfato atómico: al final, parece que lo que más se valora en Mortadelo y Filemón es la faceta humorística. Y en ese sentido, este cómic contiene todo lo que les ha hecho famosos: a trompicones y con las habituales persecuciones, similares a las de Benny Hill, juramentos en chino y la violencia como herramienta indispensable para la resolución de conflictos (para qué discutir si lo podemos resolver a tortas), Mortadelo y Filemón intentan en esta ocasión desbaratar los locos planes de las huestes del dictador Bruteztrausen. Resulta que los ineptos protagonistas (el mago del disfraz Mortadelo y Filemón Pi, su jefe) ya no trabajan por su cuenta en una agencia de investigación privada, sino en una organización de inteligencia, la T.I.A. (Técnicos de Investigación Aero-terráquea), que paradójicamente no es más tonta porque no se entrena (hasta les hurtan el ascensor de la entrada) y que, por el robo del sulfato atómico, el último hallazgo del peor inventor del mundo (el profesor Bacterio), se tienen que enfrentar a una amenaza global: la república ficticia de Tirania, un estado fuertemente militarizado dirigido con mano de hierro por Bruteztrausen, se ha hecho con el sulfato atómico como arma definitiva para sus aspiraciones a la hegemonía mundial puesto que, una sustancia en principio ideada para combatir plagas agrícolas, gracias al descomunal talento de Bacterio, lo que hace es transformar los diminutos insectos en bichos monstruosos del tamaño de un elefante. Como decíamos, las escenas cómicas, los malentendidos y los batacazos se suceden, como siempre pasa en las tramas de los personajes más famosos del tebeo español. Risas aseguradas una vez más en este álbum que nos quedará como recuerdo de la capacidad gráfica de Ibáñez.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


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