domingo, 22 de septiembre de 2024

El festín de sueños por Maruja Torres

Algunas de mis mejores relaciones amistosas y sentimentales (y también algunas de las peores: pero ésta es otra historia) han sido cimentadas sobre el cine. Es el caso del afecto que me une a Diego Galán, de cuyo libro Jack Lemmon nunca cenó aquí, recién publicado, encontraran cumplida información en otras páginas de este mismo número. En el caso de Diego, además, la amistad se pulimento a fuerza de coincidir en los mismos festivales cinematográficos (que es de lo que va su mencionada obra: de su trayectoria como director del festival de San Sebastián), y eso me ha traído, al leer sus apasionadas y apasionantes páginas, el recuerdo de aquellos días de cine en que compartíamos el festín de los sueños, de la Croisette a La Concha, de Donostia a Cannes, junto con nuestras inquietudes, angustias, confidencias y otras joyas que los jovenes suelen intercambiar para librarse de la soledad que casi siempre les acompaña.

Cuando yo lampaba en Madrid, me hacia acompañarle a sus entrevistas, para que conservara mi ilusión por un periodismo que, entonces, me era bastante esquivo. Diego y yo recordamos con regocijo la ocasión en que, estando él entrevistando a un más que ebrio Oliver Reed (que en paz descanse), el actor británico sufrió un ataque de violencia nada verbal, sino gestual (onda mamporro), abalanzándose sobre mi discreto y serio colega, con la clara intención de abrirle la cabeza. Huimos a todo correr del salón de aquel hotel madrileño inflamado por los efluvios etilicos del actor, y yo, mientras bajaba velozmente la escalera, delante de Diego (siempre se me dio bien huir la primera de las quemas), perpetré algo que podra parecer una grosería, pero que yo concebí como un detalle de lealtad in-calculable: elevé mi dedo medio hacia Reed y le solté un "Fuck you!" de auténtico camionero de Arkansas.

A medida que pasan los años, las conversaciones entre amigos cada vez más a menudo empiezan por un "¿Te acuerdas de...?". La buena memoria de Galán me sorprende a veces recordándome historias de aquellos tiempos. Una de ella, la de la ocasión en que decidimos no acudir a nuestra cita con Jeanne Moreau porque preferimos aspirar su perfume, recibe cumplida referencia en el libro de Diego. Libro que he leído como si el autor no fuera mi amigo, y también, milagros que obra el corazón cuando se cruza con la mente, como si aquel par de empedernidos cinéfilos y desmañados jovenes que fuimos y recorrimos festivales también estuvieran asomados por encima de mi hombro a las páginas que ilustran la aventura de un amante del cine en Donostia.

La peripecia de Diego Galán, a lo largo de más de una década, como motor del cambio del festival, de su éxito mundial y muy especialmente de su arraigo en la ciudad que lo acoge, es una historia que termina bien básicamente porque aquel muchacho, aquel cinéfilo que conocí, ha seguido viviendo en él a lo largo de los años. Por eso, cuando volvía a verle en el bar del hotel Reina Cristina, ahora ya convertido en director, yo también recalaba como la que antes fui.

Qué quieren. Cuando Robert Mitchum bajó por primera vez la escalinata del hotel durante su visita al festival, abrí personalmente la ovación encendida que los periodistas y curiosos reunidos en el vestíbulo tributamos a su inimitable forma de caminar y a su inmensa estatura cinematográfica. Más adelante pensé que mi aplauso incluía mas intenciones: era un aplauso para Diego, que de tanto mirar los sueños había pasado a conseguirlos para traérnoslos, y para mí, que estaba allí para contemplarlo.

Y qué quieren: siempre deseé ser como la Victoria de Samotracia encarnada por Audrey Hepburn en Funny face, pero bajando bajo los focos del festival de San Sebastián. Por eso me encantó el póster emblematico que recogió aquel momento en uno de los certámenes; por eso me encanta la portada de Jack Lemmon nunca cenó aquí, y por eso agradezco a Agreda que ilustre este artículo con mi encarnación como tal, prodigio de I+D por otra parte (Imaginación + Delgadez), que deberé, de nuevo, a la fantasia del cine. •




ILUSTRACIÓN DE JOSÉ LUIS ÁGREDA


El Pais Semanal Número 1.303

Domingo 16 de septiembre de 2001


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