domingo, 21 de abril de 2024

Regreso al país del invierno

 El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


Una imagen de la serie Three Pines


La otra noche soñé que regresaba a Three Pines, lo que es absurdo porque Three Pines no existe. Es el pueblo canadiense de las estupendas novelas policiacas (y la subsiguiente serie televisiba) de Louise Penny protagonizadas por el detective Armand Gamache, jefe de la Sûreté de Quebec, y una creación literaria tan ficticia como Smalville, Twin Peaks o Jerusalem´s Lot. Y sin embargo es pensar en Three Pines y ponerme a recordar toda su geografía, y el frío inenarrable que pasé allí, y tantas cosas inolvidables que llegué a vivir. Porque Three Pines no existe, pero Penny lo inventó en base a sitios reales, pequeñas localidades de la región de los Cantones del Este, entre el río San Lorenzo y la frontera del Quebec con EE UU.

En medio del crudo invierno de 2016 ("mon pays ce n´est pas un pays, c´est l´hiver", cantaba, tiritando, imagino, Gilles Vigneault, el poeta de Blanc-Sablon) viajé allí para entrevistar a Penny, que vive en el pueblo de Knowlton, junto al lago Brome, un sitio tan a desmano que le costaría llegar hasta a Jesuita Joe. El desfase horario, conducir un coche alquilado en medio de una gran nevada desde Montreal (unos 100 kilómetros) y que se me cruzara en la carretera un alce no ayudaron a que tuviera muy despejada la cabeza. Dado mi estado y mi sentido de la orientación es raro que no acabara en Manitoba. Así que guardo recuerdos confusos e inconexos del tiempo que pasé por ahí. Me detuve en Standbridge East y visité un pequeño museo en un viejo molino de agua en el que se exponían rifles Spencer de los Red Saches de Missiquoi, la milicia de voluntarios canadienses de la región que se enfrentó en la década de 1870 a la invasión de los fenianos irlandeses-estadounidenses, un episodio del que no tenía ni idea. Missiquoi es una palabra de los indios abenaki que significa "rico en aves acuáticas". Lo pone en mi libreta Moleskine correspondiente a ese viaje y llena de anotaciones igual de trascendentes. Algunas son difíciles de descifrar porque están escritas temblando. Tenía tanto frío todo el rato (llegamos a estas a casi 30 grados bajo cero) que habría sido capaz de matar un castor con mis propias manos y despellejarlo para hacerme un gorro calentito como el de Daniel Boone.

Me viene a la mente luego la imagen, tras la ventana de un bar, de un pájaro carpintero trepando por el tronco de un árbol. Era un "pic chevelu" (Picoides villosus), lo sé porque lo identifiqué después gracias a un pequeño volumen, Les odiseaux d´hiver au Québec, de Peter Lane (Editions Heritage, de Montreal, 1980), que me llevé, con subrepticias maneras dignas del hurón Magua, de la casa de Abercorn de la familia Lapointe. Afortunadamente no tenían un rifle Spencer. Con Penny quedé en un pueblo cercano con el ominoso nombre -visto desde hoy- de Sutton. Fue un encuentro muy agradable. Todos estos bonitos recuerdos se me agolparon el otro día al encontrarme en Barcelona otra vez con Penny, que presentaba su último libro publicado en castellano, El reino de los ciegos. Devoré previamente la novela, una de las mejores de ls serie, 446 páginas que combinan como sólo sabe hacerlo Penny la intriga, la violencia, la humanidad -"la cuestión es: ¿qué guarda la gente en su corazón?"- y el frío.

En el centro del la trama está Gamache, que vive "en la morada del dolor" de sus arduas decisiones policiales y a la vez en el arrullo de la familia y las amistades. Demediado entre el horror y el amor, escéptico y compasivo, considera, pese a toda la podredumbre que ha visto, que todos tenemos la posibilidad de salvarnos. Y está dispuesto a arrimar el hombro para ayudarnos a ello. Ese mismo sentimiento lo leí de nuevo en la mirada de Penny el otro día en el restaurante Igueldo, cuando me acerqué a saludarla y alzó la cabeza con su permanente sonrisa. Una persona que cree en las segundas oportunidades y en la bondad intrínseca del ser humano. Siempre ha dicho que Gamache era su marido Michael y de hecho estuvo a punto de abandonar la serie al fallecer este.

Sin embargo, me parece que en realidad Gamache es ella, como es ella el invierno en su país. Un invierno que destella en sus ojos de dama del crimen, de un azul hielo, pero a la vez llenos de la promesa de calidez de un té o un chocolate caliente y una buena conversación junto a la estufa. El crepitar de los troncos de arce en una hoguera, un perrito caliente en un partido de los Canadiens, una sonrisa. En medio del frío y la desolación, la bondad, la bondad.

El Pais, sábado 6 de abril de 2024


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