sábado, 14 de junio de 2014

En el laberinto de Chris Ware






 CHRIS WARE pensó que le estaban gastando una broma. La voz al otro lado del teléfono se había identificado como Art Spiegelman, le decía que había visto una de sus tiras en el periódico universitario The Daily Texan y le pedía que le enviase más trabajos suyos. ¿Quizá le apetecería empezar a colaborar en Raw, la revista que dirigía junto a su mujer, Francoise Mouly?

Desde esa llamada han pasado casi tres décadas. Chris Ware (Omaha, 1947) ha publicado tres libros: la serie The Acme Novelty Library, Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo y Fabricar historias. Tiene más premios que títulos publicados. Le han comparado con Pablo Picasso, Georges Braque, Emily Dickinson o T. S. Eliot. Matt Groening, Dave Eggers, J. J. Abrams o Zadie Smith son fans declarados de su trabajo. Patológicamente modesto, inseguro, insatisfecho, a Ware, que rechaza por "pretenciosa" la definición de novelista gráfico y prefiere la humildad de historietista, aún le cuesta sacudirse la sensación de perplejidad —y bochorno— que le produce la unánime admiración que despiertan sus cómics.

Fabricar historias, que ha publicado en español Literatura Random House, ha sido denominado "el Ulises de la novela gráfica" por Marta Kuhlman, profesora de Literatura Comparada en la Universidad de Bryant y especialista en narrativas gráficas. Ha pasado un año y medio desde su publicación en inglés, el torrente de elogios se ha apaciguado y Ware se permite hacer balance: "Creo que Fabricar historias me ha salido mejor que todo lo que he hecho hasta ahora, pero no tenía demasiadas esperanzas. Estaba seguro de que sería un humillante fracaso y de que me arrepentiría de haberlo publicado. Pero siempre siento esa debilitante desconfianza cuando termino un trabajo. Fabricar historias es un libro más 'hecho', todo lo que había publicado hasta ahora estaba aquejado por una cierta dosis de inconsistencia e inmadurez, que yo integraba en las historias. Y creo que eso aquí funciona mejor. Dicho esto, hay partes que me mortifican. No entiendo la confianza en uno mismo. Cuando piensas en lo increíblemente complejo que es el mecanismo de la vida —si desenrollamos el ADN de una persona y lo estiramos, su longitud nos permitiría ir y volver hasta el Sol unas 70 veces— y, al mismo tiempo, en lo infinitesimalmente pequeños que somos los humanos en la escala del universo, ¿cómo no sentir humildad cuando hago algo tan irrisorio como escribir un libro?", responde por correo electrónico desde Chicago.

Aunque, en realidad, Fabricar historias no es un libro. Es una colección de 14 relatos de distintos formatos y dimensiones —libro de tapa dura, revista, folleto, periódico, hasta un tablero— que Ware presenta en una caja de 42x28 centímetros. Es también un desafío analógico de alguien que reconoce sentir "curiosidad y recelo" ante el avance de la tecnología. "Tuve un sueño en el que había un libro guardado en distintas piezas en una caja, me  pareció  tal  vez  abrumador,  pero
potencialmente hermoso. La parte complicada era hacer que fuese un objeto abrumador e incluso hermoso en la realidad corpórea y no solo en la onírica".

En un principio, Ware se había planteado que el proyecto fuese coral, que Fabricar historias capturase las vidas de los vecinos de un achacoso edificio de Chicago, "pero, a medida que avanzaba la historia, la mujer de la última planta empezó a tener cada vez más importancia". Su anterior libro, Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo, era una historia fundamentalmente masculina. En él, Ware alternaba las vidas del solitario Jimmy Corrigan, que conoce por primera vez su padre en la treintena, y del abuelo de éste, James, que fue abandonado por su padre en la Exposición Universal de Chicago de 1893.' Corrigan es el alter ego de Ware, que en la corrigenda del libro justificó: "Me había pasado la vida evitando el contacto con mi padre y supongo que pensé que cuando hubiese terminado esta historia estaría de algún modo preparado para encontrarme con el hombre real y podría entonces seguir adelante con mi vida. Naturalmente, la vida real presenta una trama mucho peor que ésta". Tras 30 años de ausencia, un día cualquiera Ware recibió la llamada de su padre. Insistente, logró que su hijo accediese a cenar con él y su mujer. Acordaron verse una segunda vez. Ware había decidido regalarle a su padre, que no conocía su trabajo, Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo, que estaba a punto de llegar a las librerías. El día llegó y su padre no apareció. Más tarde se enteraría de que había fallecido de un ataque al corazón.

En Fabricar historias, en cambio, mandan las mujeres. "Me he dado cuenta de que me resulta más fácil sentir lo que les pasa a los personajes femeninos, quizá porque me criaron mi madre y mi abuela", explica. "Dudo que nadie vaya a leer este libro para entender lo que supone ser mujer, pero creo que esta historia (la ficción, en general) se basa, en gran parte, en la empatia, así que espero que el hecho de que la narradora de la historia y el autor no compartan género juegue a favor, no en contra".






A Ware todavía le enfada —es una anécdota que menciona con frecuencia— que cuando estudiaba Bellas Artes en Chicago, uno de sus profesores le sugiriese que era moralmente inaceptable que dibujase a mujeres. "Lo cual me pareció una idiotez porque suponía cargarme a la mitad de la población mundial. ¿Y dónde está el límite? ¿No puedo escribir sobre personajes con pelo porque me quedé calvo hace 10 años?". De todas formas, continúa, él encuentra más similitudes que diferencias entre hombres y mujeres. "Aparte de las biológicas, creo que lo que verdaderamente nos separa es cultural y aprendido. Dicho esto, creo que, sin entrar en debates muy sofisticados, podría argumentarse que las mujeres crean y los hombres destruyen. O, más sencillo, quizá después de un par de cervezas diría, simplemente, que las mujeres son buenas y los hombres son unos gilipollas. Creo que los hombres son conscientes de su inferioridad biológica y tratan de compensarlo de formas a veces obvias y otras psicóticas. En resumen, estoy más que preparado para que una mujer sea presidenta de Estados Unidos". Cuando Art Spiegelman vio por casualidad una tira de Ware, enseguida comprendió que ese chaval había reinventado el género. La llamada telefónica se produjo en 1987 y Ware debutaba en Raw en 1990 con Waking up blind. Spiegelman, que un año después publicaría la legendaria novela gráfica Maus, tuvo que escuchar durante tres años distintas versiones de esa respuesta que había balbuceado —Ware idolatraba a Spiegelman— cuando lo llamó por primera vez: "No estoy preparado. Quiero publicar en Raw, pero cuando sea mayor".

En esa época, en su juventud, a Ware le preocupaba la originalidad. "No quiero sonar demasiado arrogante, pero me pasé años tratando de encontrar la mejor forma, dentro de mis propios medios y limitaciones artísticas, de encontrar un equilibrio entre las ventajas y desventajas artísticas y literarias del lenguaje de los cómics con el objetivo último de darles una vuelta de tuerca. Estoy hablando de la posición del lector en la historia: no quería que estuviese ni fuera ni dentro, sino en el propio tejido de la historia. Por supuesto, hubo muchos historietistas que me inspiraron, desde Schulz, que fue el primero en crear personajes empáticos, hasta Art Spiegelman o Ben Katchor, Lynda Barry, Jerry Moriarty o Frank King". En cambio, con la madurez —Ware tiene 46 años—, el estadounidense aspira a la empatia. A dar a sus personajes la humanidad que Charles Schulz insufló a su



Interiores de Fabricar historias, de Chris Ware. Para el libro, el historietista tomó como modelo el edificio de Chicago en el que vivió con su mujer, Marnie, antes de mudarse al barrio residencia de Oak Park.


querido Charlie Brown -—de pequeño, Ware le envió una tarjeta por San Valentín a Brown: le rompía el corazón que nadie se acordase de él en esa efeméride—. Para Ware, la obra de Schulz no tenía ni principio ni fin, lo que importaba eran los sentimientos que transmitía, la conexión que unía a lector y personaje en tan solo cuatro viñetas. "Trato de recrear las confusas complejidades de la vida como yo las experimento, y hacerlas físicas y comprensibles en la página como imágenes. Quiero que mis dibujos sean lo más claros, sencillos y poco interesantes posibles para que puedan crear historias que sean tan desconcertantes, contradictorias e inciertas como parece ser la vida".

En la primera planta del edificio vive la propietaria, una anciana que está más pendiente del pasado que de su vacío presente; en la segunda, una pareja que se ha olvidado de quererse y solo busca pelea, y en el último, una joven con una pierna prostética que trabaja en una floristería y ansia más compañía que la de su gata.

Esa mujer amputada y sin nombre es la que finalmente acapara la narración de Fabricar historias. El libro es un experimento para Ware —"el arte siempre debe serlo"— y, por extensión, para el lector. Una vez abierta esa caja de colores vibrantes que remite a las de los juegos de mesa de la infancia, está solo. Si en Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo incluía unas instrucciones generales para que la novela gráfica no resultase "impenetrable" y los lectores entablasen una "relación lingüística exitosa con el teatro pictográfico" de la obra, en el reverso de la caja de Fabricar historias Ware solo recomienda lugares donde dejar, olvidar o perder los 14 artefactos literarios en una casa "bien amueblada". Ni una pista. El lector tiene que adentrarse en la historia sin asideros: ni capítulos, ni números de página, ni prólogo ni epílogo, ni principio ni fin. Puede conocer a la niña" que se pasaba horas delante del espejo tratando de imaginar cómo sería de mayor, a la joven desnortada que va a clases de escritura creativa, o a la madre y esposa que lucha contra la apatía y el sobrepeso mientras esquiva a los turistas que admiran boquiabiertos la primera casa del arquitecto Frank Lloyd Wright en Oak Park, el mismo barrio residencial al que acababa de mudarse Ware cuando empezó esta serie de viñetas que han sido publicadas a lo largo de una década en cabeceras como The New Yorker, The New York Times o McSweeney's Quarterly Concern, y que el autor ha recopilado y ampliado con páginas inéditas para este libro que suma un total de 260.

Durante mucho tiempo el cómic parecía ofrecer mero entretenimiento al lector, buscar "una única reacción emocional", en palabras de Ware, pero él se siente heredero de esos autores que, a partir de los años sesenta, se propusieron transmitir un amplio repertorio de emociones —las de la vida— a través del cómic. Esa sigue siendo la intención de Ware, aunque muchos destaquen la profunda tristeza que desprenden Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo o Fabricar historias. "La tristeza es la más común de las moléculas de la realidad emocional, que solo se compone de fugaces elementos de felicidad y alegría. Imagina lo horrible que sería la vida si los seres humanos fuésemos delirantemente felices todo el tiempo". •

Fabricar historias. Chris Ware. Traducción de Julia Osuna Aguilar y Rocío de la Maya Retamar. Literatura Random House. Barcelona, 2014.

El Pais Babelia 07.06.14


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