La kirbymanía está en pleno auge, según parece, como si cuatro años después de la desaparición del Rey hubiera transcurrido el tiempo suficiente para que nos demos cuenta de cuánto le echamos de menos. Prosperan fanzines tan decorosos como The Jack Kirby Collector, se recupera sistemáticamente su obra en colecciones de libros como The Complete Jack Kirby y su nombre aparece citado en este mismo U en reseñas de lo más variopintas. Pero aún más interesante que la actividad en torno a Kirby es la actividad del mismo Kirby, que recientemente ha vuelto a la vida con las reediciones que DC y Marvel han hecho de un par de sus viejos tebeos: The New Gods y The Silver Surfer, respectivamente.
The New Gods, aunque gravitando alrededor del encarnizado conflicto entre Orion y Darkseid, es una auténtica serie de protagonismo colectivo donde en cualquier número podemos embarcarnos en la odisea más o menos universal de un personaje nuevo que tanto podría resultar el macabro espectro de la muerte (Black Racer en el nº 3) como un simple insecto (Forager en el n° 9). El marco de la obra es la guerra celestial entre dos planetas de dioses, divididos arquetípicamente en el bando de la luz y el de la oscuridad. El primero es Nuevo Génesis, una especie de Paraíso idealizado en el que gobierna Izaya, el bíblico "Alto Padre", y sus dos actores principales son Orion y Lightray. Orion es el guerrero que se enfrenta a las huestes del mal con un salvajismo que a menudo le arrastra hasta el borde del abismo, y desempeña el papel de las Fuerzas Armadas de Nuevo Génesis condensadas en un solo hombre. Lightray es un auténtico hijo del Cielo, como indican su propio nombre y sus blancas ropas, despreocupado, feliz, inexperto en la batalla.El mal, por su parte, anida en Apokolips, una especie de cruce entre un campo de concentración nazi y los altos hornos de Vizcaya presidido por Darkseid, monolítica encarnación de la perversidad que resultó ser uno de los más afortunados villanos creados por el Rey en toda su carrera y el prominente dentro de DC desde su nacimiento. El campo de batalla será, por supuesto, la Tierra, donde las variopintas hordas de Darkseid buscarán la Ecuación Anti-Vida, que supuestamente ha de dar al tirano el control de todas las cosas
The New Gods trata de una guerra y como tal, abarca a todos los individuos que integran las sociedades en conflicto y también a las víctimas atrapadas en el fuego cruzado, que en este caso son los terrícolas. La sobreabundancia de personajes, la vastedad de los decorados, la solemnidad de los temas a discutir -temas planteados maniqueamente, como es habitual en Kirby, pero también con responsable sinceridad, lo cual también es típico de él- vienen a confirmar que Kirby tenía la ilusión de dirigirse a un público un poco más adulto que el que hasta entonces le leía, un público un poco más necesitado de historias complejas. En efecto, el Cuarto Mundo parece ser la formulación definitiva del ideario que Kirby ha ido desperdigando a lo largo de años de profesión. No sólo las fronteras espaciales de la guerra Nuevo Génesis-Apokolips son tan amplias como el mismo universo -aunque Kirby siempre se acuerda de poner en relación lo cósmico con el factor humano- sino que las coordenadas temporales de esta epopeya desbordan el presente para hundir sus raíces en un pasado en el cual se ambienta la que, según confesión propia, sería la historieta favorita de Kirby entre todas las que dibujó [The Pact n° 7); y aún más, se proyectan hacia un futuro que apunta irremediablemente a la sucesión de los actores presentados, a una nueva generación que quizás traiga la esperanza. Es característico que los personajes de Kirby, por más dioses que sean, representen sólo eslabones en la cadena de la historia. La visión del autor es tan amplia que abarca eras completas, sus relatos no pueden contenerse dentro de una época, una generación. Sus dimensiones, más que mastodónticas, son verdaderamente bíblicas.
Si Kirby es un torrente de creatividad sin parangón en el cómic americano que en este momento trabaja con la mayor libertad de la que ha disfrutado nunca y está en su madurez como artista, entonces, ¿cuál es el problema de New Gods? Quizás, precisamente, el torrente de creatividad y la absoluta libertad. Libre de toda cortapisa editorial, desligado de la influencia de ningún guionista, Kirby da rienda suelta a su imaginación... y la imaginación corre desbocada, sin control alguno, amenazando con pisotear a su paso cualquier rasgo del equilibrio que exige la estructura de una narración convencional como es ésta. Hay que decir que los golpes que descarga Kirby en cada número son enormemente poderosos. Hay que decir también que son poco precisos, a menudo yerran el blanco y acaban rozando un amplio territorio, sin machacar nunca ningún punto concreto. Los personajes se presentan con velocidad cegadora -y cuando decimos personajes queremos decir presencias que a menudo arrastran consigo una historia presentida, un entorno adivinado, un universo a descubrir-, y sin apenas habernos dado tiempo a verlos de refilón, ya han desaparecido de escena a la misma velocidad para dejar paso a una nueva criatura, igual de fascinante, igual de destinada a apartarse de nuestra atención ante el apremio de la que le sucederá. Lo que a otros les habría dado para desarrollar gestas interminables, Kirby lo solventa en un solo episodio, en un puñado de páginas, a veces en un par de viñetas. Es como si se nos mostrara un mundo maravilloso escondido en una caja de cartón y al momento se cerrara la tapa antes de que
Planteo la duda, sin emitir una opinión definitiva. Lo cierto es que el Cuarto Mundo fue una saga maldita a la que los años no han hecho más que rodear de nuevas sombras y enigmas. Cancelados todos los títulos por las bajas ventas (aunque los kirbynófilos siempre se han negado a aceptar esta versión oficial, achacando el cierre a alguna misteriosa conspiración), DC le ofreció a Kirby la ocasión de concluir la historia añadiendo un capítulo final a la reedición de New Gods que llevó a cabo en 1984. Debido a una serie de desgraciados malentendidos editoriales, este colofón acabó siendo todo lo contrario de lo que Kirby pretendía en un principio, y, de hecho, dejó a público, editor y autor aún más descontentos que antes. Esta nueva reedición omite la desafortunada coda y se presenta en un manejable volumen de precio muy asequible, pero con el inconveniente de ofrecerse en blanco y negro (el original era, por supuesto, a color) y, para rematarlo, con el añadido de unos tonos grises que reducen a confusos amasijos muchas de las abigarradas escenas épicas a las que tan aficionado era Kirby. En fin, que la gran ópera incompleta del comic book de superhéroes parece condenada a provocar la frustración eterna.
Antitética tanto en contenido como en aspectos formales es la reedición de la novela gráfica The Silver Surfer que Stan Lee y Jack Kirby realizaron en 1978. La presentación, en un hermoso librito de 100 páginas que respetan esos entrañables puntos gordos de la primitiva cuatricromía, anticipa el esplendor de un tebeo que sorprenderá a quienes no lo conozcan. Este Silver Surfer pertenece a la segunda época de Kirby en Marvel, cuando volvió de DC con la cabeza gacha para realizar las menos valoradas de todas sus series modernas: Pantera Negra, 2001: una odisea del espacio., Hombre Máquina, Dinosaurio Diabólico, el Capitán América del Bicentenario. Se acostumbra a enterrar al Kirby de esta época bajo el demoledor adjetivo de "decadente". Craso error. Kirby podría estar más o menos lúcido, pero nunca fue decadente. Mientras que todas las series mencionadas las escribió él mismo, para este proyecto especial de Silver Surfer se reencontró con su conflictivo
Puede que esta visión de Silver Surfer no fuese la que tenía en mente Kirby cuando lo creó, y ni siquiera cuando dibujó esta "novela gráfica". Sus colaboraciones con Lee no fueron casi nunca cooperativas. Más bien, guionista y dibujante tiraban cada uno de las historias y personajes hacia su propio campo sin preocuparse de lo que el otro pretendía contar, obligando Kirby a Lee a dialogar escenas y personajes que Lee no quería, y que finalmente el guionista reconducía en un sentido opuesto al que el dibujante había querido darle. Los despojos de esta guerra sin cuartel, las páginas que nos han llegado a los lectores, no pertenecían finalmente ni a uno ni a otro. Para los fans de Kirby, lo que hacía Lee es pervertir las intenciones del argumentista-dibujante, pero resulta difícil coincidir con esa postura cuando el resultado de la perversión, o al menos de esta perversión concreta, se compara con los resultados obtenidos por Kirby sin mixtificar. The Silver Surfer se beneficia de la portentosa imaginería de Kirby, tan brutal, tan rica en matices, tan versátil e incansablemente intrigante como siempre. Gráficamente, este álbum es tan bueno como lo mejor del Rey (¿no será lo mejor acaso?), de lo cual hay que agradecer le la parte que le corresponde al entintado de Joe Sinnot probablemente
junto a Mike Rover quien mejor acabó los lápices de Kirby. Pero, comparado con New Gods. The Silver Surfer tiene más cambios de ritmo, se desliza más fluido, reparte mejor sus esfuerzos, está relatado con menor impaciencia y con mayor sabiduría. Y aunque la verborrea de Lee pueda resultar por momentos excesiva y un tanto tediosa -sus personajes debían de acabar con la garganta seca de tanto parloteo y tanto monólogo shakespeariano-, indudablemente es más grácil y de mejor lectura que la adoquinada literatura con la que Kirby empedró sus propios guiones.
La división de pareceres entre los dos hombres es evidente. Su manera de enfocar los temas, su filosofía de la vida, no pueden estar más enfrentados. El hondo y algo matriculado discurso de New Gods difícilmente casa con la barnizada moralina dominguera de The Silver Surfer. No se puede decir que los dos sumen sus esfuerzos para desembocar en una síntesis integradora y superior, entre otras cosas porque cada uno dedica al menos la mitad de esos esfuerzos a derribar lo que el otro ha construido. Pero es la energía desprendida de ese choque la que hace que esta historieta crepite con oleadas de un fuego cósmico y nebuloso representado por circulitos negros fundidos en magma que se enrosca en los dedos al pasar la página. Y eso no se ve todos los días. Ni en los tebeos, ni en los toros.
Trajano Bermudez
U#9 marzo de 1998
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