El próximo 31 de diciembre concluye la restauración de las bóvedas de la Capilla Sixtina. Se cierran así nueve años de polémicos trabajos dedicados a limpiar la pátina de las sombras enmohecidas que escondían la fiesta de vivos colores utilizados por Miguel Ángel. Los millones de personas que memorizan estos frescos envueltos en nubes creerán estar ahora ante una nueva obra. Pero la polémica no concluirá hasta que se ponga punto final a la limpieza del altar, que ahora se inicia. Es el momento del juicio final.
Por Juan Arias
EI legendario Che Guevara pasó una sola mañana de su vida en Roma y la dedicó toda ella a contemplar, tumbado en el suelo, los frescos de Miguel Ángel en la capilla Sixtina.
Pero de lo que el Che se llevó en sus ojos para siempre hoy ya sólo quedan los 200 metros cuadrados de pintura del gigantesco fresco de la pared central, el famoso e imponente Juicio final, testigo mudo de tantas elecciones de papas.
El resto, los otros 1.000 metros cuadrados de pintura, ya no serán nunca como los contempló el guerrillero latinoamericano. Han sido transformados radicalmente por una obra de restauración modernísima, en la que no ha faltado la intervención de un ordenador. Los responsables de este cambio han sido cuatro especialistas capitaneados por el jefe de los restauradores del Papa, Gianluigi Colalucci. Una fuerte marea de críticas y alabanzas ha acompañado su trabajo.
El último día de este año, Colalucci dará por terminada la obra con una última pincelada al fresco restaurado. Será elmomento de desmontar el anlamiaje que durante estos últinos nueve años —las obras empezaron en 1980— han pernitido a los restauradores encaramarse a 20 metros de altu, como había hecho Miguel Ángel el hace cuatro siglos. Y todo ello para devolver al mundo los colores originales, vivísimos, solares, agresivos, fosforescentes de Buonarotti, tras haberlos purificado de las incrustaciones de suciedad producidas a lo largo de los siglos por los humos de las velas y braseros, la humedad y el polvo acumulado sobre la cola utilizada por los restauradores de antaño. Subirse a los andamios, empotrados en los mismos agujeros de la pared que utilizó Miguel Ángel, produce un cierto escalofrío. Y mucho más cuando Colalucci cuenta cómo Mi Ángel —que tuvo que pinar deprisa porque el papa de entonces le metía bulla y hasta le golpeaba con su bastón dejó pelos de su pincel en los frescos y a veces hasta la huella de su pulgar al apoyarse, medio en cuclillas, con la cabeza echada para atrás para poder pintar la bóveda.
Ahora, a partir del 31 de diciembre, ya nadie podrá volver a contemplar la pintura matizada por el tiempo con su pátina secular, como la han memorizado los cientos de millones de personas que han desfilado por la capilla Sixtina.
Las nuevas generaciones, las que ahora visitarán aquel lugar de religiosidad y mitología, grandioso templo del arte, octava maravilla del mundo —18.000 personas desfilan cada día por ella—, no verán ya al Miguel Angel de las sombras imponentes, de sus figuras como veladas por el misterio, como contempladas a través de una lente ahumada o de una niebla de los espíritus. Ahora podrán ver unos frescos sin sombras. La luz es tanta que ha sido necesario disminuir la iluminación artificial y dejarla en la misma tonalidad original para que los nuevos colores no vibren excesivamente.
Pero con la restauración de las lunetas y de la bóveda no ha terminado el trabajo del equipo de Colalucci. El punto final vendrá después de los próximos cuatro años, cuando concluyan la limpieza de la zona más oscura y sucia de el Juicio final: las cercanías del altar, una zona muy afectada por ser la más expuesta al humo de las velas.
Para Colalucci, esta fase es, quizá, la más delicada, ya que se trata de la obra más completa de Miguel Ángel, realizada 23 años después de haber acabado las lunetas y la bóveda, cuando el artista ya había cumplido los 60 años. La ejecución del Juicio final le llevó seis años de fatigas. Durante esos trabajos se cayó de los andamios y se rompió una pierna.
Y al igual que ocurre ahora, el trabajo de Miguel Ángel tambien estuvo rodeado por la polémica. Aquel enjambre de personajes en torno al Cristo juez, en una explosión de carnalidad y de desnudos, escandalizó a cardenales y hasta al mismísimo Domenico Teotocopulos, El Greco, quien pidió que blanqueasen la obra, lo que se hizo más tarde, por indicación del papa Sixto IV, al cubrir tantas nalgas imponentes y tantos miembros viriles.
El pecado original, tal y como aparecía antes de su restauración.
Lo que todos esperan con impaciencia es saber si también el Juicio final, detrás de esa pátina de sombras enmohecidas, esconderá otra fiesta de rojos vivos, de amarillos chillones, de verdes transparentes, de azules marinos, o si detrás de aquella lente ahumada no habrá nuevas sorpresas.
Nadie sabe aún si la restauración de esta última parte de la capilla Sixtina desencadenará, como en el caso de las lunetas y la bóveda, otra ola de protestas acusadoras de haber destruido para siempre al verdadero Miguel Ángel, el de las sombras, habiendo convertido su pintura en un cromo indecente.
"En realidad, las críticas", explica Colalucci, "llegaron más bien tarde. Cuando presentamos a la Prensa la restauración de la primera luneta,donde ya aparecía toda la fuerza de los colores primitivos, nadie abrió la boca para protestar. Y eso que las lunetas son seguramente la obra más pura, trazada por Miguel Ángel directamente, sin haberla esbozado antes en cartones, hechas casi de un solo brochazo, sin que ningún ayudante le echara una mano, como ocurrió en la bóveda, donde el artista se hizo ayudar por sus auxiliares".
Las primeras protestas llegaron desde Estados Unidos, de Frank Mason y James Beck, seguidos por algunos italianos como Alessandro Conti y Toti Scialoja, considerados todos ellos primeras autoridades del mundo del arte.
¿De qué acusaban a los restauradores vaticanos? "Fundamentalmente", dice Colalucci, "de habernos cargado, con el disolvente químico AB57, buena parte de la verdadera pintura de Miguel Ángel; de haber eliminado las sombras de su pintura".
¿Y ustedes cómo se han defendido? "Intentando explicarles que nosotros no somos restauradores como los de antaño, que más que devolver a la luz la obra original de un artista la interpretaban y de algún modo la recreaban. Nosotros, prácticamente", subraya el jefe de los restauradores vaticanos, "no hemos usado los pinceles. Sólo hemos eliminado —con los medios que nos ofrece la tecnología más moderna— toda la mugre que se había acumulado sobre el original. Ha sido como limpiar lentamente una suciedad que impedía ver lo que estaba debajo. De todo ello, llevado a cabo con un ordenador que iba indicando la profundidad de la suciedad y detectando la obra postiza de tantos otros restauradores del pasado, existe una imponente documentación que nuestros críticos ni han querido examinar, pero que ha servido para que una comisión de expertos norteamericanos, franceses, alemanes e ingleses nos diera su visto bueno".
Lo que le duele a Colalucci es que algunos de sus detractores, que habían lanzado sus anatemas tras haber visto los resultados de la restauración sólo en fotografía, no aceptaran la invitación de encaramarse andamio arriba para contemplar de cerca cómo lo que desde lejos pueden parecer sombras trazadas por el pintor no son más que desconchones, mugre y manchas de infiltraciones de humedad. O bien la suciedad acumulada sobre la cola que habían usado algunos restauradores del pasado para retocar a mano la pintura de Miguel Ángel.
El restaurador Colalucci observa una pintura antes de ponerse a trabajar en ella.
Colalucci admite que la sorpresa haya tenido que ser muy grande para quienes hoy se verán forzados a escribir de nuevo toda la historia del arte, porque la restauración de la Sixtina ha revelado que Miguel Ángel fue un gran pintor, contra lo que se pensaba de aquel genio de la escultura que a sus 20 años había regalado al mundo su inmortal obra La Piedad, que hoy se puede contemplar a la entrada de la basílica de San Pedro.
Se sabe ahora que Miguel Ángel pintó en fresco y no en temple, cosa que hubiese hecho dificilísima la restauración. Y se sabe que no usó sombras, sino sólo color, y vivísimo, siguiendo la mejor tradición toscana.
En la pared del despacho de Colalucci hay una fotografía suya con el papa Juan Pablo II. Cuenta el restaurador que el Vaticano ni siquiera en plena polémica dudó de la profesionalidad de sus restauradores. Y el papa Wojtyla hizo muy poco caso de las cartas de protesta que le llegaban, sobre todo desde Estados Unidos. Quizá la suerte del equipo dirigido por Colalucci ha sido que, al revés de los papas que siguieron de cerca las obras de Miguel Ángel, el Papa polaco nunca se ha interesado directamente por la restauración. Y ni siquiera ha sentido nunca la curiosidad de empinarse hasta la bóveda —ocasión única incluso para un Papa— para poder ver y palpar de cerca el genio hecho pin- tura.
Y, sin embargo, Colalucci, hombre de una sencillez que desarma, ha sido el genio de la llamada restauración del siglo. Su voluntad inquebrantable, su alta profesionalidad, demostrada en tantos años de delicado y oscuro trabajo (hace ya 20 años pedía a sus superiores que le dejaran quitar el polvo al fresco del Juicio final. "Se hacía una vez", cuenta, "cada año. Se hacía de noche, cuando no había nadie, y para mí, joven restaurador, era emocionante poder ver y analizar de cerca la obra del gran Miguel Ángel"), han forjado en él una seguridad que nunca le ha hecho dudar de que no se estaba engañando.
"Tampoco era tan difícil", minimiza Colalucci, "porque nosotros, con la nueva tecnología, hemos podido hacer con la pintura de Miguel Ángel lo que un cirujano hace con el cuerpo humano: entrar en él y examinar sus entrañas".
Sin embargo, el restaurador vaticano se muestra muy comprensivo con las personas que sufren hoy viendo cómo se les desmorona la idea que durante años se habían forjado de Miguel Ángel en su alma. "Entiendo, por ejemplo", dice, "al escritor Giorgio Manganelli cuando me confiesa que le he matado a su Miguel Angel, aI que se había forjado dentro de él, con sus sombras y fantasmas".
De hecho, el escritor ha afirmado: "En este momento algo me turba y me fascina al mismo tiempo. Me hallo lacerado entre una historia que me poseía y una historia que antes de ahora no había nunca encontrado". Y añade: "La restauración de la Sixtina quita la suciedad, pero también las duras sombras del tiempo".
Por el contrario, Renato Guttuso, el pintor comunista y no creyente, exclamó antes de morir: "Es la verdad de Miguel Ángel la que nos están devolviendo". El mismo Goethe, en su obra Viaje a Italia, denunciaba ya el humo de velas e incienso que en las iglesias de Roma "ofuscaban el sol único del arte".
"No es culpa nuestra", dice Colalucci, "si la ciencia y la técnica modernas nos han permitido descubrir que el verdadero Miguel Ángel era el luminoso, sin que ello signifique que a algunos pueda haberles gustado más el sombrío, construido por el paso de los tiempos".
De cualquier modo, al Miguel Ángel de los tonos oscuros, míticos y amedrentadores, ahora sólo se le podrá contemplar en las fotografías que de aquella pintura filtrada a través de la suciedad acumulada por los siglos se han conservado en el archivo gráfico vaticano.
El Pais Semanal diciembre de 1989
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