domingo, 21 de octubre de 2018
Los colores de lrán
Marjane Satrapi es la única dibujante iraní de cómics. En 'Persépolis' narró su biografía en blanco y negro. Ahora, en color, ha pintado en Barcelona un mural para una exposición. En él ha trasladado sus experiencias en Europa y su visión de Occidente. Por Jordi Soler. Fotografía de César Lucadamo.
Marjane Satrapi manipula un aparato de radio mínimo mientras mira a distancia el lienzo que está a punto de pintar: va pasando de una emisora a otra hasta que da con una canción de Aretha Franklin, y eso la pone en sintonía para encender un cigarro, dar un trago a su café y mojar el pincel en un recipiente desbordado de pintura negra. En el lienzo, que tiene las dimensiones de un mural, ya ha trazado con lápiz las directrices de su composición, un tumulto de cuerpos que tienen algo de personajes de cómic, aunque cuando le digo esto a Satrapi, ella me responde con una cortesía colérica: "Esto es un mural, no un cómic". Y yo, sin hacer mucho caso a su cortesía y seguro de que algo de cómic hay ahí, comienzo un reclamo que se queda en puro embrión: "Sí, pero algo tendrá que ver...". Y entonces, apuntándome con los dos dedos en los que lleva cogido el cigarro y dejando que Aretha Franklin, que sigue de fondo, le mueva rítmicamente un pie, zanja la cuestión: "No, esto es un mural, una pintura grande, no un cómic. ¡Estoy pintando un mural!", y entonces me da la espalda y aplica la primera pincelada negra. Satrapi trabaja, encerrada en una de las salas del Centre de Cultura Contemporánia de Barcelona (CCCB), en este mural que será parte de una exposición colectiva titulada Occidente visto desde Oriente, perspectiva que a Satrapi le fascina y le irrita, y esta obra que pinta, supongo, será otro de esos exorcismos que ha ido haciendo en los últimos años esta mujer que ostenta el título de ser la única dibujante iraní de cómics.
Con unos dibujos en blanco y negro de alto contraste va narrando su autobiografía; el personaje principal, una muchacha iraní que deja su país para vivir en Europa, es ella misma contándonos en capítulos lo que va experimentando en Occidente, que es justamente lo que pinta en el mural del CCCB, encerrada en esa sala donde, además de Aretha Franklin y yo, está el fotógrafo que va registrando sus trazos, capturando las imágenes que después acompañarán estas líneas. "Ya lo tengo", le digo a Satrapi, "este mural es como un cómic reconcentrado; como uno de sus libros, que pueden leerse de un solo golpe de ojo". Y en cuanto digo esto quita el pincel del lienzo y se encara conmigo para decirme, con una calma crispada que me invita a cambiar de tema: "Es un mural, ¿vale?".
El cómic de aires autobiográficos de Marjane Satrapi se titula Persépolis, y es un éxito editorial, en cuatro tomos, que ha vendido miles de ejemplares. En el tomo 3, por ejemplo, vemos a Satrapi recién llegada de Irán y enfrentándose de golpe con el mundo occidental, diciendo cosas como: "Va a ser guay ir a la escuela sin el velo, sin tener que golpearme todos los días por los mártires de la guerra"; o paseando por un supermercado austríaco y metiendo en el carrito toda clase de lejías y detergentes perfumados, que le hacían mucha ilusión; o poniendo en práctica, al pie de la letra. esa idea occidental de Simone de Beauvoir de que si las mujeres hicieran pipí de pie, su concepción del mundo cambiaría, y entonces Satrapi, o más bien su versión en cómic, se pone de pie, se levanta la falda y pone en marcha su visión de Oriente sobre Occidente, con un resultado catastrófico: "Lo probé, pero me goteaba por la pierna izquierda. Era un poco asqueroso". Los cuatro tomos de Persépolis no sólo tratan de las desventuras de Satrapi durante su choque frontal contra Europa; también ilustran al lector sobre Irán, sobre la revolución islámica, sobre el uso del velo, sobre la guerra..., una visión de primera mano del mundo islámico que no suele encontrarse en un cómic.
"El problema de los cómics es que son los bisexuales de la cultura", dice Satrapi mientras busca otra canción en su radio mínima y, no sé cómo, da con otra canción de Aretha Franklin. "Quiero decir que la gente, o escribe, o dibuja; se suele entender la heterosexualidad y la homosexualidad, pero la bisexualidad ya es algo más complicado. A mí me gusta escribir y dibujar, éste es el primer problema. El otro es que el dibujo, el cómic, está asociado con los niños. El cómic es el único arte donde dibujar es escribir, y esto no es como escribir algo, sino como no escribir lo que ya has dibujado. Por ejemplo, estoy sentada en un sofá, muy enfadada, y mi madre entra en la habitación; la miro y le digo: 'Mamá, ¿en dónde estabas?'. Lo que hago aquí no es escribir todo esto, sino dibujarme enfadada y sentada en un sillón viendo cómo mi madre entra en la habitación, y entonces sí escribo: 'Mamá, ¿en dónde estabas?'. Éste es el lenguaje del cómic, llámalo menor si quieres, no me importa; el cómic es un medio, y en éste hablo de política, de ejecuciones...".
OCCIDENTE. Marjane Satrapi, ante el mural que ha pintado para la exposición 'Occidente visto desde Oriente' en Barcelona. Una obra en la que aparece una lámpara, homenaje a la de Picasso en el 'Guernica'.
"De cosas nada cómicas", le digo, y ella, otra vez dejando que su pie se mueva según el ritmo de Aretha, puntualiza: "Sí, pero el cómic no tiene que ser cómico, es más bien una novela gráfica; es como si yo te digo a ti: tú eres escritor, así que no utilices el humor, escribe como un escritor serio. Además, todo esto no es problema mío", concluye. Pues mío casi tampoco, pienso, y por instinto de supervivencia no digo nada, porque Satrapi ya ha cogido nuevamente su pincel y, mientras reemprende su labor, empieza a decir que lo poco que se sabe de Irán en Occidente, descontando las noticias bélicas, se sabe por el cine, y entonces yo caigo en la cuenta de que el estremecedor cineasta Abbas Kiarostami es iraní. Ya para entonces he notado, y la cosa empieza a obsesionarme, que cada vez que Satrapi pronuncia la sentencia "we the iranians" ("nosotros los iraníes") en su inglés tocado por el francés, parece que dice "we the uranians" ("nosotros los uranianos").
En el cómic, Marjane Satrapi narra su biografía, 'PERSEPOLIS'. Una de las viñetas de 'Persépolis', publicado en España por Norma Editoriaf. la de la mujer que abandonó su país, Irán.
"Irán es un país muy grande; era el imperio persa donde convivían turcos, árabes, mongoles, griegos, romanos... Irán, como país, existe hace 4.000 años, así que hemos tenido una buena dosis de intercambio cultural", me dice Satrapi cuando le pregunto por las influencias occidentales de su niñez. "De niña leía periódicos iraníes, y Astérix, y Tintín en persa. Vengo de una familia muy abierta: mis padres me llevaron a ver Belle dejour, que es una película que entonces podía verse en cualquier capital del mundo; fui niña en Teherán en los setenta, y entonces oía lo mismo música iraní que música disco en inglés; crecí en un país que estaba verdaderamente abierto al mundo occidental. Desafortunadamente, nosotros sabemos más de ustedes que ustedes de nosotros; en Occidente, cuando dices que vienes de Irán, de inmediato te dicen: 'Las mil y una noches'. Y la verdad es que tenemos muchas otras cosas, vidas normales que no son la de Scherezade, también puedes ser otras cosas. En Irán, por ejemplo, puedes comprar y leer un libro de García Márquez, o de los poemas de García Lorca, o ver películas de Buñuel".
Y mientras enciende otro cigarro y bebe un poco de café, se queja de los estereotipos que de los países árabes tiene la gente de Occidente, y acto seguido me pregunta que dónde he nacido yo, y mi respuesta cae como un balde de gasolina al fuego: "En México", le digo. "Ahí tienes", dice abriendo desmesuradamente los ojos, como la Satrapi que vive en sus cómics, "el estereotipo de México es el de un país lleno de ladrones y traficantes de droga donde todos hacen siestas muy largas". "Vale, vale", le digo, "no se desvíe del tema, que estábamos hablando de su infancia en Irán". Pero ella, en lugar de hacerme caso, me hace una pregunta que provoca una carcajada del fotógrafo: "Y en Ciudad de México, ciudad donde viven veinte millones de personas, ¿son todos mariachis?".
Después de la carcajada reparo en que Bob Marley ha sustituido a Aretha Franklin en la radio mínima y que Satrapi no ha corrido a darle al dial, así que supongo que debe gustarle, y antes de que la entrevista se nos desquicie le pregunto sobre el asunto de los símbolos religiosos en Francia, país en el que vive desde 1994, y le recuerdo un artículo suyo sobre el tema que publicó en el diario británico The Guardian. "Mira", empieza a decirme con un perceptible cabreo, después de abandonar su pincel y su café, y de sentarse en una silla frente a mí, "hace unas semanas murió el papa, y aun cuando Europa presume de secularización, las banderas se pusieron a media asta aduciendo que se trataba de un jefe de Estado; pero resulta que en la misma semana murió el príncipe Raniero de Monaco, y no hubo ninguna bandera a media asta para él. Y no tengo nada en contra, pero la realidad es que hoy secularización es igual a cristianismo: si eres cristiano, eres secular y puedes poner la bandera a media asta e ir a llorar por el papa; pero si eres judío o musulmán y se te nota un poquito, enseguida te califican de religioso, y eso no es divertido. Todo este follón en Francia lo han hecho por setecientas niñas que llevan velo, eso es todo, y han armado un follón todo el año por setecientas niñas; da la impresión de que lo que en realidad pasa es que le tienen miedo al islamismo, y cada vez que el Gobierno francés quiere hablar con los musulmanes va con un imán, como si todos estuviéramos representados por él, sin pensar que somos muchos musulmanes seculares. Si eres un muy buen futbolista árabe y tu nombre es Zinedine Zidane, eres francés; pero si eres un ladrón, árabe de tercera generación en Francia, entonces dicen que eres un ladrón de origen árabe. Cuando eres un ladrón, eres árabe, y cuando eres un crack del fútbol, eres francés. ¿Qué significa eso? No podemos seguir hablando de Occidente y de Oriente. ¿Qué es eso? La Tierra es redonda, y tú siempre estás en el oriente de algo".
Satrapi se calla de golpe, se levanta y se dirige a la radio mínima, que ahora transmite una canción de Madonna, una banda sonora anticlimática que corta apagando el aparato. Aprovecha que se ha levantado para encender otro cigarro, e inmediatamente después vuelve a la carga: "¿Qué es eso de los paises musulmanes?, ¿de Marruecos a Indonesia?, ¿de Bosnia a Somalia? Por ejemplo, hacen exposiciones de pintura de los países musulmanes en general [como ésta, pienso yo, y desde luego no digo nada], pero no hacen ninguna de la pintura de los países cristianos, donde tendría que haber un peruano, un islandés, un maltes y un italiano. El problema de poner a todos los musulmanes en la misma bolsa es que pierden su identidad. Cuando los europeos dicen 'país musulmán', lo que están diciendo en realidad es que lo único que le da significado a un país, a una cultura, es su religión. La Inquisición española no es la cultura europea, es un error en su historia que padecieron los europeos; lo que pasa en nuestros países es justamente esto, la Inquisición, y ésa no es nuestra cultura. Y lo estamos padeciendo: vivimos en una dictadura, y eso quiere decir que no hemos podido escoger a nuestros gobernantes".
Satrapi terminó con su cigarro y lo liquidó aplastándolo contra el cenicero -según sus cálculos, porque lo que en realidad hizo fue extinguirlo contra mi magnetófono sin darse cuenta-, y dejó la silla para encender nuevamente su radio mínima y dar casi inmediatamente con otra canción de Aretha Franklin; entonces pensé que quizá era el aniversario de la cantante, o que Satrapi tenía verdaderos poderes uranianos.
Luego me dijo, quizá para rebajar el nivel de intensidad de su discurso, que estaba haciendo la película de los cuatro tomos de Persépolis, un trabajo titánico que efectúa desde hace dos años, dibujando a mano cuadro por cuadro, sin ayuda del ordenador, que, según ella, "le resta vitalidad al trazo". Después regresa al mural, a su visión personal de Occidente, donde hay un científico, un gamberro de chándal y pistola, un torso invertido de mujer y una lámpara que se parece a la que pintó Picasso en el Guernica, detalle que le hago notar y ella me dice: "Como estoy pintando el mural aquí, me apetece que tenga algún elemento que recuerde a un pintor español". Y mientras sigue aplicando sus pinceladas negras, le digo qué leí por ahí que ella era una princesa persa. Satrapi se detiene en seco, deja su pincel y regresa a la silla para decirme: "No sé por qué en Europa les fascinan tanto los reyes y las princesas. Mi bisabuelo era rey y tenía 85 esposas, así que imagina el número de hijos que tuvo y multiplícalo por tres generaciones; así verás que somos miles de princesas iraníes". Y entonces se me queda mirando, y haciendo ojillos sus ojazos me pregunta: "¿Crees que yo podría ser una princesa?". Como ya sabía que cualquier respuesta empeoraría las cosas, dije simplemente lo que pensaba: "Sí, ¿por qué no?". "¡Ah, sí!", gritó Satrapi, y se puso de pie mientras yo retiraba mi magnetófono para que no fuera a extinguirlo ahora de un manotazo, "pues te voy a decir algo: a mí las familias reales europeas me parecen horribles, ahí el que no es muy feo es estúpido". "Vale, me retracto", dije, "no parece una princesa". Ella se quedó conforme, aunque no contenta, según deduje por lo que dijo a continuación: "¿Has acabado ya con tus preguntas?". "Sí", le respondí, y pedí permiso para husmear un rato por ahí. "Haz lo que quieras", dijo, y regresó a su pincel y a su mural, a darle vuelo a su contagiosa percepción de Occidente. •
'Occidente visto desde Oriente' (miniaturas islámicas, fotografías y obras de artistas contemporáneos) podrá verse en el Centre de Cultura Contemporánia de Barcelona desde el 26 de mayo hasta el 25 de septiembre.
El Pais Semanal Número 1.495. Domingo 22 de mayo de 2005
sábado, 20 de octubre de 2018
Los tatarabuelos del tebeo
Una exposición en la Biblioteca Nacional traza un original recorrido por el cómic que arranca en el Antiguo Egipto
MANUEL MORALES
Madrid 4 OCT 2018
Desde que el ser humano se irguió, empezó a trazar dibujos para contar sus historias, ya fueran para sí o para sus dioses. Ese embrión de los tebeos de hoy puede remontarse al Antiguo Egipto, a las vendas para envolver momias con dibujillos sobre la tela para acompañar al difunto en su partida al más allá. Ese largo viaje en el tiempo por la ilustración, que finaliza con historietas de figuras del cómic o la novela gráfica, como los estadounidenses Chris Ware o Richard McGuire, es la propuesta de la exposición de la Biblioteca Nacional ¡Beatos, Mecachis y Percebes!, que puede visitarse hasta el 13 de enero de 2019.
Con piezas de la propia BNE, más las prestadas por el Museo Arqueológico Nacional, el Museo ABC o el Archivo Histórico Nacional y de coleccionistas privados, se cuenta, en diez vitrinas acompañadas de reproducciones, fotografías y paneles, una historia muy visual cuyo comisario, Enrique Bordes Cabrera, ha organizado en tres entregas, como si fuera un tebeo. Beatos muestra la etapa que arranca con las vendas egipcias del 323 antes de Cristo, hasta los inicios del siglo XIX y tiene piezas especiales como los códices, “que fueron creados por amanuenses de forma similar a como han trabajado los autores de cómic, con gran libertad gráfica”, subrayó Bordes. Sobresale un facsímil de un códice maya (siglo XVI) realizado sobre una tira vegetal plegada como un biombo, y uno del Beato de Tábara (Zamora), del siglo X, que recoge la atareada vida de los monjes en el interior de un monasterio, visible gracias a un corte transversal. Sí, un precedente del 13, Rue del Percebe que creó Francisco Ibáñez en los años sesenta del pasado siglo y de las populares historietas en ese formato del París de finales del XIX, creadas cuando se empezó a vivir en edificios de varias plantas.
Esta sección incluye incunables, ediciones creadas en los primeros momentos de la imprenta que imitaban a los libros anteriores a este invento; más grabados, estampas... La exposición, “una mirada ligera y sin prejuicios, incluso irreverente”, según los organizadores, sigue con Mecachis, nombrada así en honor al ilustrador y humorista gráfico madrileño Eduardo Sáenz Hermúa (1859-1898), que adoptó ese seudónimo. Con este maestro del tebeo sin texto se da paso a un periodo en que nacen la fotografía y los tebeos como los conocemos hoy. Es el auge, también, de nuevas publicaciones, como las aleluyas, series de estampas con versos populares al pie. El francés Gustave Doré ilustra ediciones de la Biblia o el Quijote y ensaya un antecedente de novela gráfica “en la que cuenta una historia irreverente de Rusia que, sin embargo, no cuajó”, señaló Bordes.
En otra vitrina se hace mención “al que muchos consideran padre del cómic moderno”, el pintor suizo Rodolphe Töpffer, y a la explosión de prensa con contenido gráfico en el XIX, con bellezas como las páginas del semanario satírico La Caricature, con el dibujante Alberto Robida. La producción nacional está representada por la revista Blanco y negro, con nombres como Joaquín Xaudaró.
El último tramo se llama Percebes, en homenaje a la archiconocida tira de Ibáñez. Se enseña la primera de las 400 creadas por el dibujante catalán de la mano de la editorial Bruguera. Son historias que retratan a varias generaciones y a todo vecindario: el moroso, la cotilla... Otra cara ofrece la reivindicación del movimiento vanguardista del isotipo, que saltó de país en país huyendo de los nazis y en el que destacaron artistas como Marie Neurath, autora de publicaciones infantiles, o el pintor Gerd Antz. Las últimas páginas son para novelas gráficas de Premios Nacionales de cómic como Rayco Pulido y de autores como Juan Berrio, Miguel Brieva, Ana Galvañ y Carla Berrocal, que demuestran “la salud increíble del tebeo español”. Son dibujantes que se ocupan de temas cotidianos porque, como dice Bordes, “la vida es como un tebeo” y lo que nos sucede se podría contar en viñetas, con sus correspondientes “¡boom!”, “¡catacroc!” y “¡zas!”.
12 fotos
Los orígenes del cómic
La Biblioteca Nacional recorre la historia de los tebeos
EL PAÍS
3 OCT 2018
2'Comoediae', xilografías basadas en obras del comediógrafo romano Publio Terencio Africano. BIBLIOTECA NACIONAL
MANUEL MORALES
Madrid 4 OCT 2018
Desde que el ser humano se irguió, empezó a trazar dibujos para contar sus historias, ya fueran para sí o para sus dioses. Ese embrión de los tebeos de hoy puede remontarse al Antiguo Egipto, a las vendas para envolver momias con dibujillos sobre la tela para acompañar al difunto en su partida al más allá. Ese largo viaje en el tiempo por la ilustración, que finaliza con historietas de figuras del cómic o la novela gráfica, como los estadounidenses Chris Ware o Richard McGuire, es la propuesta de la exposición de la Biblioteca Nacional ¡Beatos, Mecachis y Percebes!, que puede visitarse hasta el 13 de enero de 2019.
Con piezas de la propia BNE, más las prestadas por el Museo Arqueológico Nacional, el Museo ABC o el Archivo Histórico Nacional y de coleccionistas privados, se cuenta, en diez vitrinas acompañadas de reproducciones, fotografías y paneles, una historia muy visual cuyo comisario, Enrique Bordes Cabrera, ha organizado en tres entregas, como si fuera un tebeo. Beatos muestra la etapa que arranca con las vendas egipcias del 323 antes de Cristo, hasta los inicios del siglo XIX y tiene piezas especiales como los códices, “que fueron creados por amanuenses de forma similar a como han trabajado los autores de cómic, con gran libertad gráfica”, subrayó Bordes. Sobresale un facsímil de un códice maya (siglo XVI) realizado sobre una tira vegetal plegada como un biombo, y uno del Beato de Tábara (Zamora), del siglo X, que recoge la atareada vida de los monjes en el interior de un monasterio, visible gracias a un corte transversal. Sí, un precedente del 13, Rue del Percebe que creó Francisco Ibáñez en los años sesenta del pasado siglo y de las populares historietas en ese formato del París de finales del XIX, creadas cuando se empezó a vivir en edificios de varias plantas.
Esta sección incluye incunables, ediciones creadas en los primeros momentos de la imprenta que imitaban a los libros anteriores a este invento; más grabados, estampas... La exposición, “una mirada ligera y sin prejuicios, incluso irreverente”, según los organizadores, sigue con Mecachis, nombrada así en honor al ilustrador y humorista gráfico madrileño Eduardo Sáenz Hermúa (1859-1898), que adoptó ese seudónimo. Con este maestro del tebeo sin texto se da paso a un periodo en que nacen la fotografía y los tebeos como los conocemos hoy. Es el auge, también, de nuevas publicaciones, como las aleluyas, series de estampas con versos populares al pie. El francés Gustave Doré ilustra ediciones de la Biblia o el Quijote y ensaya un antecedente de novela gráfica “en la que cuenta una historia irreverente de Rusia que, sin embargo, no cuajó”, señaló Bordes.
En otra vitrina se hace mención “al que muchos consideran padre del cómic moderno”, el pintor suizo Rodolphe Töpffer, y a la explosión de prensa con contenido gráfico en el XIX, con bellezas como las páginas del semanario satírico La Caricature, con el dibujante Alberto Robida. La producción nacional está representada por la revista Blanco y negro, con nombres como Joaquín Xaudaró.
El último tramo se llama Percebes, en homenaje a la archiconocida tira de Ibáñez. Se enseña la primera de las 400 creadas por el dibujante catalán de la mano de la editorial Bruguera. Son historias que retratan a varias generaciones y a todo vecindario: el moroso, la cotilla... Otra cara ofrece la reivindicación del movimiento vanguardista del isotipo, que saltó de país en país huyendo de los nazis y en el que destacaron artistas como Marie Neurath, autora de publicaciones infantiles, o el pintor Gerd Antz. Las últimas páginas son para novelas gráficas de Premios Nacionales de cómic como Rayco Pulido y de autores como Juan Berrio, Miguel Brieva, Ana Galvañ y Carla Berrocal, que demuestran “la salud increíble del tebeo español”. Son dibujantes que se ocupan de temas cotidianos porque, como dice Bordes, “la vida es como un tebeo” y lo que nos sucede se podría contar en viñetas, con sus correspondientes “¡boom!”, “¡catacroc!” y “¡zas!”.
12 fotos
Los orígenes del cómic
La Biblioteca Nacional recorre la historia de los tebeos
EL PAÍS
3 OCT 2018
1¡Beatos, Mecachis y Percebes! es el nombre de la exposición sobre la historia de los tebeos que acoge la Biblioteca Nacional. En la imagen, el 'Códice Tro-cortesiano' o 'Códice Madrid' (siglos XVI-XVII). MUSEO DE AMÉRICA
2'Comoediae', xilografías basadas en obras del comediógrafo romano Publio Terencio Africano. BIBLIOTECA NACIONAL
3 'El mercado de Olavide', de Carla Berrocal. Madrid Destino, 2018. 3'El mercado de Olavide', de Carla Berrocal. Madrid Destino, 2018. BNE
4'Escenas de la vida de Aquiles', estampa de un bajorrelieve de un sarcófago, obra de Bernardino Capitelli. BNE
5Grabado con la 'Historia de San Juan Bautista'. BNE
6'La historia del hermano Eckhart'. BNE
7'Lo que está pasando', de Miguel Brieva. RESERVOIR BOOKS
8'Romance de la Inmaculada Concepción'. BNE
9'Ortogonal', una obra realizada para esta exposición. SERGIO GARCÍA
10'Rituales', Astiberri, 2015. ÁLVARO ORTIZ
11'Sucesos de la historia de Europa en el siglo XVI, de Franz y Abraham Hogenberg. BNE
12Facsímil del 'Beato de Tábara', siglo X. ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL
jueves, 18 de octubre de 2018
PREMIO NACIONAL DE CÓMIC
Ana Penya, primera mujer en alzarse con el Premio Nacional de Cómic
La autora valenciana logra el reconocimiento por su obra 'Estamos todas bien', una narración que "recupera la memoria histórica a partir de una historia familiar"
EFE
17 Octubre, 2018
La autora novel valenciana Ana Penyas ganó este martes el Premio Nacional de Cómic, la primera vez que lo hace una mujer, con su novela gráfica Estamos todas bien, una narración que "recupera la memoria histórica a partir de una historia familiar" y recupera "voces olvidadas".
Así lo decidió el jurado de este premio, que concede el Ministerio de Cultura y que está dotado con 20.000 euros, que destacó de la obra de Penyas (Valencia, 1987) la creación a través de la narración de un "puente entre generaciones" y el dar voz a "generaciones olvidadas" a través de recursos gráficos propios del cómic y de "otros géneros".
Con este premio Penyas se convirtió en la primera mujer en conseguir este galardón, con el que suma tres ya que desde el año pasado le otorgaron el Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic y este año la han reconocido en el Salón del Cómic de Barcelona como autora "revelación nacional".
En Estamos todas bien, publicado por Salamandra Graphic, la valenciana cuenta la historia de su abuelas, Maruja y Herminia, y hace un retrato de una generación olvidada.
Ana Penyas se diplomó en Diseño Industrial y se graduó en Bellas Artes en la Universitat Politècnica de Valencia. Fue seleccionada para realizar una residencia artística en De Liceiras (Oporto, 2015) y lo ha sido también en varias ocasiones en la feria de ilustración de Madrid Ilustríísima y en el festival de autoedición de Valencia Tenderete con varios proyectos de autoedición.
El jurado estuvo presidido, entre otros, por Begoña Cerro Prada, subdirectora general de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas y compuesto por Manuel Barrero, de la Asociación de Autores de Cómic de España (AACE), Ana Oncina en representación de la Federación de Asociaciones de Ilustradores Profesionales (FADIP), y Rocio Orraca de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL).
Malaga Hoy
La autora valenciana logra el reconocimiento por su obra 'Estamos todas bien', una narración que "recupera la memoria histórica a partir de una historia familiar"
EFE
17 Octubre, 2018
La autora novel valenciana Ana Penyas ganó este martes el Premio Nacional de Cómic, la primera vez que lo hace una mujer, con su novela gráfica Estamos todas bien, una narración que "recupera la memoria histórica a partir de una historia familiar" y recupera "voces olvidadas".
Así lo decidió el jurado de este premio, que concede el Ministerio de Cultura y que está dotado con 20.000 euros, que destacó de la obra de Penyas (Valencia, 1987) la creación a través de la narración de un "puente entre generaciones" y el dar voz a "generaciones olvidadas" a través de recursos gráficos propios del cómic y de "otros géneros".
Con este premio Penyas se convirtió en la primera mujer en conseguir este galardón, con el que suma tres ya que desde el año pasado le otorgaron el Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic y este año la han reconocido en el Salón del Cómic de Barcelona como autora "revelación nacional".
En Estamos todas bien, publicado por Salamandra Graphic, la valenciana cuenta la historia de su abuelas, Maruja y Herminia, y hace un retrato de una generación olvidada.
Ana Penyas se diplomó en Diseño Industrial y se graduó en Bellas Artes en la Universitat Politècnica de Valencia. Fue seleccionada para realizar una residencia artística en De Liceiras (Oporto, 2015) y lo ha sido también en varias ocasiones en la feria de ilustración de Madrid Ilustríísima y en el festival de autoedición de Valencia Tenderete con varios proyectos de autoedición.
El jurado estuvo presidido, entre otros, por Begoña Cerro Prada, subdirectora general de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas y compuesto por Manuel Barrero, de la Asociación de Autores de Cómic de España (AACE), Ana Oncina en representación de la Federación de Asociaciones de Ilustradores Profesionales (FADIP), y Rocio Orraca de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL).
Malaga Hoy
miércoles, 17 de octubre de 2018
Juegos de Guerra
La competencia entre marcas de juguetes sella en los 80 la alianza entre Mattel y Marvel, germen de la línea 'Secret Wars': héroes y villanos sacuden el mercado y se topan con Beyonder
GERARDO MACÍAS
17 Octubre, 2018
En el año 1983 se estrenó Juegos de Guerra, una película estadounidense de ciencia ficción dirigida por John Badham y protagonizada por Matthew Broderick, Ally Sheedy y John Wood.
La película está ambientada en los últimos años de la Guerra fría y cuenta la historia de un joven hacker que intenta infiltrarse en sistemas ajenos por curiosidad, hasta que se introduce sin querer en el ordenador principal del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial.
A mediados de los 80, también tuvieron lugar otros juegos de guerra, o más bien guerras del juguete. Kerner había conseguido la licencia para sacar unas figuras articuladas basadas en la competencia de la Marvel, DC Comics, y una línea llamada Super Powers. Mattel, tratando de competir con esta marca, optó por negociar con Marvel Comics.
Mattel propuso lanzar una línea de figuras y una serie de cómics que sirvieran de inspiración para las aventuras de las figuras, ya que consideraban que podían cuajar entre el público infantil. Esto también se extendió al nombre de la línea: Secret Wars, un título que en los estudios de mercado mostraba reacciones positivas por parte del público objetivo, los niños.
Secret Wars (1984) fue el primer gran cruce entre superhéroes. Desde la fundación de Marvel en 1961, nunca antes se había dado un cómic que cruzase a los principales héroes de la editorial y que, además, afectase a la continuidad de todas las series.
Bajo la premisa de unas guerras secretas entre héroes y villanos de Marvel en otro planeta, esta colección sacudió el mundo editorial con un rotundo éxito de ventas tanto en cómics como en merchandising.
Tras ser transportados a años-luz de La Tierra, los héroes y villanos se encuentran en un lugar indeterminado del Universo. Una vez allí, una entidad conocida como Beyonder les ofrece hacer realidad sus deseos a cambio de matar al bando contrario. Beyonder crea un planeta con fragmentos de otros mundos, que será el campo de batalla. Galactus y el Dr. Muerte tratan de hacerse con el poder de Beyonder, pero son repelidos de manera violenta.
Los héroes fueron transportados a Mundo de Batalla desde sus colecciones con fecha de portada de mayo de 1984. Los héroes se acercaban a un extraño objeto en Central Park y al penetrar en él, eran transportados a otro lugar. En el siguiente número, en junio de 1984, los héroes regresaban cambiados, refiriéndose a algo que les había pasado en otro mundo. En sus series particulares, se muestran los efectos de Secret Wars, aunque esta tardaría un año en terminar. A lo largo de doce meses se conocerían con detalle las aventuras vividas por los superhéroes.
La novedad más popular fue el traje negro de Spider-Man: el simbionte que, posteriormente, se llamaría Venom y que tantos quebraderos daría a Spider-Man. Pero habría más: Magneto se vería medio redimido de su condición de villano y comenzaría su carrera como antihéroe; Los 4 Fantásticos tendrían a Hulka como relevo de La Cosa, quien se quedaba en Mundo Guerra, donde podía transformarse en humano a voluntad; Coloso volvería tocado emocionalmente de su viaje con la Patrulla-X; el Doctor Muerte revelaría cómo era su cara bajo la máscara, sin cicatrices; y el Hombre Molécula despertaría dentro de sí poderes que no sospechaba tener.
El cómic fue un éxito de ventas, y los niños quedaron encantados con los juguetes y con la ingente cantidad de merchandising que saturó las tiendas.
Jim Shooter, director editorial, fue el encargado de escribir el guión. Y lo hizo bajo llave, sin que ningún otro guionista interviniera. Sus motivos se fundamentaban en que los escritores de la casa eran muy protectores con sus personajes.
Bajo la coordinación de Tom DeFalco, y con los dibujantes Mike Zeck y Bob Layton, se desarrollaron los doce números que componen la serie, y con esta fórmula no solo sacudió el polvo y el olor a cerrado en Marvel, sino que también supuso una inyección importante de capital. De ahí que tuviéramos unas Secret Wars II poco después, secuela en la que sería Beyonder quien visitase La Tierra.
Secret Wars y su secuela tenían un componente filosófico, ya que Beyonder se autodefinía como un ser más allá de toda comprensión y su máximo anhelo era comprender.
Malaga Hoy
GERARDO MACÍAS
17 Octubre, 2018
'Secret Wars'. Guion: Jim Shooter. Dibujos: Mike Zeck y Bob Layton. Panini Cómics, 2015.
En el año 1983 se estrenó Juegos de Guerra, una película estadounidense de ciencia ficción dirigida por John Badham y protagonizada por Matthew Broderick, Ally Sheedy y John Wood.
La película está ambientada en los últimos años de la Guerra fría y cuenta la historia de un joven hacker que intenta infiltrarse en sistemas ajenos por curiosidad, hasta que se introduce sin querer en el ordenador principal del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial.
A mediados de los 80, también tuvieron lugar otros juegos de guerra, o más bien guerras del juguete. Kerner había conseguido la licencia para sacar unas figuras articuladas basadas en la competencia de la Marvel, DC Comics, y una línea llamada Super Powers. Mattel, tratando de competir con esta marca, optó por negociar con Marvel Comics.
Mattel propuso lanzar una línea de figuras y una serie de cómics que sirvieran de inspiración para las aventuras de las figuras, ya que consideraban que podían cuajar entre el público infantil. Esto también se extendió al nombre de la línea: Secret Wars, un título que en los estudios de mercado mostraba reacciones positivas por parte del público objetivo, los niños.
Secret Wars (1984) fue el primer gran cruce entre superhéroes. Desde la fundación de Marvel en 1961, nunca antes se había dado un cómic que cruzase a los principales héroes de la editorial y que, además, afectase a la continuidad de todas las series.
Bajo la premisa de unas guerras secretas entre héroes y villanos de Marvel en otro planeta, esta colección sacudió el mundo editorial con un rotundo éxito de ventas tanto en cómics como en merchandising.
Tras ser transportados a años-luz de La Tierra, los héroes y villanos se encuentran en un lugar indeterminado del Universo. Una vez allí, una entidad conocida como Beyonder les ofrece hacer realidad sus deseos a cambio de matar al bando contrario. Beyonder crea un planeta con fragmentos de otros mundos, que será el campo de batalla. Galactus y el Dr. Muerte tratan de hacerse con el poder de Beyonder, pero son repelidos de manera violenta.
Los héroes fueron transportados a Mundo de Batalla desde sus colecciones con fecha de portada de mayo de 1984. Los héroes se acercaban a un extraño objeto en Central Park y al penetrar en él, eran transportados a otro lugar. En el siguiente número, en junio de 1984, los héroes regresaban cambiados, refiriéndose a algo que les había pasado en otro mundo. En sus series particulares, se muestran los efectos de Secret Wars, aunque esta tardaría un año en terminar. A lo largo de doce meses se conocerían con detalle las aventuras vividas por los superhéroes.
La novedad más popular fue el traje negro de Spider-Man: el simbionte que, posteriormente, se llamaría Venom y que tantos quebraderos daría a Spider-Man. Pero habría más: Magneto se vería medio redimido de su condición de villano y comenzaría su carrera como antihéroe; Los 4 Fantásticos tendrían a Hulka como relevo de La Cosa, quien se quedaba en Mundo Guerra, donde podía transformarse en humano a voluntad; Coloso volvería tocado emocionalmente de su viaje con la Patrulla-X; el Doctor Muerte revelaría cómo era su cara bajo la máscara, sin cicatrices; y el Hombre Molécula despertaría dentro de sí poderes que no sospechaba tener.
El cómic fue un éxito de ventas, y los niños quedaron encantados con los juguetes y con la ingente cantidad de merchandising que saturó las tiendas.
Jim Shooter, director editorial, fue el encargado de escribir el guión. Y lo hizo bajo llave, sin que ningún otro guionista interviniera. Sus motivos se fundamentaban en que los escritores de la casa eran muy protectores con sus personajes.
Bajo la coordinación de Tom DeFalco, y con los dibujantes Mike Zeck y Bob Layton, se desarrollaron los doce números que componen la serie, y con esta fórmula no solo sacudió el polvo y el olor a cerrado en Marvel, sino que también supuso una inyección importante de capital. De ahí que tuviéramos unas Secret Wars II poco después, secuela en la que sería Beyonder quien visitase La Tierra.
Secret Wars y su secuela tenían un componente filosófico, ya que Beyonder se autodefinía como un ser más allá de toda comprensión y su máximo anhelo era comprender.
Malaga Hoy
domingo, 14 de octubre de 2018
Roberto Fontanarrosa. Juegos de palabras y humor.
Es un personaje. Argentino, de Rosario, de 60 años, amante del fútbol y de las mujeres, y de los amigos, de ojos oscuros y grandes, directos. Nada más verle parece que acaba de venir de un estadio, de animar a los suyos. En Argentina, Fontanarrosa es tan famoso como Maradona, y en Rosario, su pueblo, es un ídolo, hemos tenido ocasión de comprobarlo. Lleva 30 años publicando en Clarín un chiste diario; podría hacer lo que quisiera, pero se pliega a la actualidad, y sobre lo que pasa versan sus viñetas. Y es además un escritor, sobre todo de cuentos, celebradísimo en Argentina y cada día más conocido fuera de allí. Hace poco apareció por Madrid, con compatriotas suyos, también cuentistas, y en la Casa de América le pusieron delante del micrófono, en medio de las solemnidades habituales en conciliábulos así. La gente no paró de reír escuchándole: habló, con una seriedad que se parece corresponder con el carácter de los buenos humoristas (por cierto, la mirada de Fontanarrosa se parece a la de Buster Keaton), sobre la literatura. Empezó con esta frase, Puto el que lee esto, que no escribieron "ni Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora", sino que él leyó "en un baño público en una estación de la ruta". Con esa frase (que culmina con una declaración de principios: "Puto el que lee esto... Eso es literatura") con la que comenzó su desternillante intervención de Madrid empieza precisamente su último libro de cuentos, Usted no me lo va a creer (Ediciones de La Flor. Argentina). Según él, ese principio es más impactante que cualquier principio de la historia de los libros, desde Cervantes hasta Gabo... Le vimos de nuevo en Rosario, con motivo del reciente Congreso de la Lengua Española, del que fue un invitado estrella, y allí hablamos con él, sentados en el rincón oscuro del hotel donde se habían alojado los Reyes de España. Llegó con una bolsa ligera, en mangas de camisa, caminando como un interior izquierda. Durante la conversación recibió algunas llamadas, una de las cuales fue de los directivos de Rosario Central, el equipo de fútbol por el que se partiría la cara: habían sabido que Ernesto Sábato (presente en Rosario) quería lucir una camiseta del equipo y le pedían a él que fuera quien se la entregara en la propia cancha. Después de la entrevista tenía que ir a rehabilitación, pues una complicación cerebral que felizmente está detenida le dejó inhábil su brazo izquierdo, y mientras cruzaba luego en su coche las calles de su ciudad (le adoran porque nunca se fue, el más famoso de los rosarinos actuales y no ha tenido la tentación de irse del sitio donde nació) nos estuvo hablando de las dentelladas que dejan en el cuerpo y en el alma los avatares de la salud; lo hacía con solidaridad y melancolía, hablando con una ternura sin límites, también, de su gran amigo Joan Manuel Serrat, a quien dedicaría un especial homenaje durante su intervención en el congreso y que en ese momento estaba siendo operado en Barcelona. Es interesante recordar esa aparición suya en el congreso que revolucionó Rosario, porque le retrata como es, el hombre del extremo, solitario y sonriendo. Estaba sentado en el extremo de la mesa, en mangas de camisa, vestido de blanco, en contraste abierto con la oscuridad de los trajes de todos sus compañeros de panel. Nada más ocupar su sitio, una ovación lo recibió como si fuera una estrella de rock o un jugador de fútbol. Su compañero de mesa, el mexicano Federico Reyes Heroles, diría luego que se sentía muy feliz de ver un auditorio tan lleno de mujeres. Y ahí se la puso en bandeja para que rematara Fontanarrosa: "Rosario se distingue por sus mujeres y por el buen fútbol. ¿Qué más puede pedir un intelectual?". No fue un comentario machista, él no lo es: fue un comentario de Fontanarrosa, y el estadio, perdón, el teatro, se levantó en una ovación. Cualquier cosa que dijera ( reivindicaba las malas palabras, nada menos) desataba la simpatía del público, porque además cualquier cosa que dijo estuvo llena de la simpatía que convirtió su intervención en un espectáculo de humor. Como en Madrid, pero con los suyos. Basta leer sus libros, El mundo ha vivido equivocado, por ejemplo, para entender que Fontanarrosa no simula el humor: él es humor en estado puro. Aunque aquí hable en serio de él, de su país.
Así que el mundo ha vivido equivocado.
Sí, a grandes rasgos se puede decir que el mundo ha vivido equivocado, aunque yo no me siento autorizado para contestar a eso. Claro que hay algunos datos preocupantes, sobre todo en lo que se refiere a la ecología; ahí ves a Estados Unidos, la mayor potencia, ¿y si ella no firma los protocolos para defender el medio ambiente, qué carajo vamos a hacer? Y está el armamentismo, el control de la natalidad de modo que no se produzca una superpoblación que después sería muy difícil de manejar. .. Pero yo soy un dibujante humorístico, no soy un sociólogo ni un estadista...
Parece obvio que Argentina ha vivido equivocada...
Pero al menos ha demostrado una vez más el poder de recuperación que tiene. Yo creo que el último golpazo que nos pegamos a nivel económico ha servido bastante para que se rebaje aquella soberbia de los chistes argentinos, en los que por cierto hay mucho de verdad. Mi viejo decía que cuando en el barrio dicen que un tipo está loco algo loco debe estar, así que cuando nos tratan de soberbios es que algo de soberbios debemos tener. Pues debía ser que no éramos ni tan inteligentes ni tan listos, ni tan rápidos, y por eso nos pasó aquello. Pero ahora parece que hay una tendencia positiva, y eso se advierte en la gente.
¿Y con qué estado de ánimo ha seguido usted la reciente historia de Argentina?
Yo siempre soy moderadamente optimista, porque el pesimismo paraliza. Nosotros pertenecíamos a la clase media-media, la famosa clase media argentina, mi viejo vendía seguros de vida y trabajaba sólo en casa. Alquilamos un departamento aquí, en el centro de Rosario, yo iba a la escuela y mi hermana aprendía inglés y declamación. .. Eran los años sesenta de Argentina. Una vez me sorprendió la respuesta que Manuel Puig [el autor de Boquitas pintadas] dio a una encuesta sobre el momento y el sitio donde él situaba el paraíso; dijo que era en Argentina en los años sesenta. Yo no me había percatado de eso, pero es cierto: el tipo de clase media tenía un trabajo seguro, vivía sin mayores sobresaltos; pero se podía dar el gusto de salir a comer afuera una vez a la semana, podía ir al cine, ese tipo de cosas. Después vinieron las dictaduras militares, y eso se vivió muy mal, con mucho temor.
¿Cómo soportó usted esa situación?
Yo creo que a mí me atemorizaba aún más irme que quedarme. Y digamos que en esa época jugamos con las cartas con las que podíamos jugar, publicamos lo que se podía publicar. Así y todo, el humor tiene esa característica que te permite decir en broma lo que no se puede decir en serio. Los que empujaron los límites fueron los de la revista Humor, que empezó con un pequeño tiraje y por eso la permitieron seguir; cuando se dieron cuenta estaba ya en 250.000 ejemplares. Y después sobrevino la guerra de las Malvinas. ¿Cómo hacer humor sin parecer que uno está haciendo una prédica belicista o que aprobaba la guerra? Cuando terminó la guerra cambiaron las cosas y se abrió bastante la posibilidad de publicar.
¿Cómo sería hoy la caricatura de aquel régimen?
Es difícil hacer esa caricatura. Fíjate que algunas veces uno se pregunta hasta dónde puede llegar el humor. Nuestros países siempre han estado en crisis. Y cuando hay crisis, controversia y polémica el periodista está en su salsa, y el humorista también. El problema es cuando la crisis se torna en tragedia. Y entre nosotros hubo muchas tragedias. Como la guerra de las Malvinas, como la dictadura, con los desaparecidos... Ninguno de nosotros hizo chistes sobre desaparecidos.
¿Se preguntó en algún momento qué hago yo aquí?
Pues no. Hay un lugar común que dice que el dibujante puede trabajar en cualquier parte porque la imagen es universal. Quizá eso sirve para el dibujante, pero no sirve para el humorista que hace un humor editorial o que sigue la noticia. Me voy a España, ¿y qué hago? Acá comparto códigos comunes, si alguien canta algo sobre el tipo que se asoma al balcón yo sé que está hablando de Perón... Yo voy a España y durante un tiempo haría chistes, chistes de toros, hasta empaparme del sentir de la gente de allá, de sus complicidades, y eso yo creo que me llevaría mucho tiempo... Nací en Rosario y sigo en Rosario. Siento que es mi lugar, mi gente. Nunca me ha movilizado mucho conocer ciudades que son deslumbrantes. A mí la curiosidad me dio para viajar y volver, siempre tengo que tener la fecha de regreso, ¿viste?
¿Qué huella ha dejado esta historia argentina en usted, en sus amigos?
Depende mucho de la edad. Mi hijo no vivió la guerra de las Malvinas. Yo le cuento de la dictadura, porque tengo muchos amigos desaparecidos, le cuento de aquella época, y me doy cuenta de que sí, dejó una cicatriz muy profunda en casi todos los argentinos, que eso no, que eso no...
Que esa cicatriz no se toca...
Ya lo pasamos, fue durísimo, ya quedó demostrado qué son esos Gobiernos de mano dura. Hay un consenso general de que a eso no volvemos.
A lo mejor por eso la última crisis no se saldó con un problema mayor.
Desde la recuperación de la democracia ha habido como un cuidado mayor, incluso en la prensa, con respecto a lo que habíamos conquistado; el Gobierno del presidente Alfonsín fue tratado con mucho cuidado y con mucha mesura, porque se sabía que era un Gobierno frágil. Pero yo ahora no vislumbro una situación de vuelta atrás.
En épocas democráticas también ha habido sacudidas fuertes...
Sí, también nos ha marcado la época menemista. Argentina fue con Menem un país de fantasías. Nos beneficiamos de esa especie de ficción que nos llevó a creer que, en efecto, un peso era igual a un dólar. Y día a día iba desapareciendo la producción argentina, que se iba cayendo a pedazos. Todos los días cerraban fábricas y cerraban talleres. Había servicios, no producción. Y uno decía: ¿qué está fallando? Hasta que llegó el día en que nos dejaron de prestar dinero, se acabó la fiesta.
¿Cómo afronta usted las cosas que no le hacen reír?
Yo agarro el diario, leo, me ocupo de las noticias de las que es factible sacar algo. Pero cuando viene la gran crisis económica, la desocupación, los datos de mortalidad infantil, los atentados, las Torres Gemelas, ¿cómo tratas eso humorísticamente?
En España sorprendieron muchísimo las noticias sobre las muertes por hambre.
Sí, eso parece inconcebible en países como éste. Lo que sucede es que se ha dado, y todavía existe, una acumulación de riqueza absolutamente desproporcionada e irritante. Ahora ha vuelto a aparecer el dinero, aunque el famoso derrame todavía no aparece. Pero, francamente, que haya mortandad o hambre es inconcebible. Y esa crisis vino aparejada con niveles de corrupción desorbitados. Lo desaforado de la corrupción se asoció a la falta de pudor de los corruptos, que hasta entonces se habían retraído un poquito. Pero esta vez no se recataron: mostraron sus mansiones en las revistas del corazón, como diciendo: "Esta es la casa que me hice con el dinero que les afané a todos". Eso pasó en el menemismo, se colmó la medida.
Hay ahora Gobiernos progresistas en el Cono Sur de América. ¿Es un espejismo?
Es como si se estuvieran probando distintos modelos. Después de la caída del muro se intentó imponer una sola política económica, y eso no funcionó. Ahora parece que se dirige la cosa hacia un
punto intermedio que parece más razonable. No es la idea de la revolución de izquierda de los sesenta y los setenta, pero tampoco es la cosa ultraderechista. Y se está produciendo un efecto de contagio,
porque para la llegada de Kirchner influyó mucho que Lula resultara elegido en Brasil, y Tabaré Vázquez usufructúa en Uruguay que esté Kirchner acá, y además está Lagos en Chile, y parece que
son tipos moderados y con criterio.
¿Cómo son los latinoamericanos?
¡Oh, no, esa es una pregunta íntima! ¡Somos 35 millones de argentinos! Lo único que me atrevería a decir es que hablamos la misma lengua. Hay de todo: somos buenos, malos, corruptos, soberbios, nostálgicos, hay de todo. Quizá en América Latina hay un denominador común de calidez.
Puesto que no podemos hablar de 35 millones de argentinos, díganos quién es el ciudadano Fontanarrosa.
Yo creo que hay elementos que me hacen sentirme a gusto conmigo mismo, y eso ayuda mucho en mi relación con los demás. ¿Que por qué estoy a gusto? Porque disfruto mucho con mi trabajo, y esa es una fortuna muy grande. De chico yo tenía las características de todo dibujante; era muy tímido, extremadamente tímido. Si vos conoces a Quino [el creador argentino de Mafalda] también te vas a dar cuenta de que es un tipo callado, muy observador, y porque somos tímidos y callados, muy observadores, dibujamos: nos resulta más fácil dibujar a la gente que ponernos a hablar con ella. Y me di cuenta de que esa era mi vocación cuando dejé la escuela, porque yo no terminé la secundaria.
¿Y por qué?
No me interesaba en absoluto. No sabía muy bien qué quería hacer, y, aparte de eso, tuve la mala suerte de ir acá a una escuela que se llama El Industrial, donde les daban mucha preponderancia a las matemáticas, a la física y a la química, que son materias que yo detesto. Cuando abrí los libros al tercer año me di cuenta de que allí se había terminado todo. Y entonces me fui y estuve mucho tiempo sin hacer nada concreto, saltando de un lado para otro, siempre con el dibujo como descarga.
¿Y cómo le nació el dibujo?
Leyendo historietas, del cómic, del tebeo. Me apasionaban las revistas y ahí empecé a copiar a dibujantes. Aunque no me gustara el estilo, me apasionaban los libros del Príncipe Valiente. Me acuerdo del primer dibujante que copié, Roy Crane, que acá aparecía como Pepe Dinamita, que era un dibujo a medio camino entre lo humorístico y lo serio. Y, claro, Hugo Pratt, que vivió en Argentina. Después estuve mucho tiempo en publicidad, y cuando me di cuenta de que podía ganarme la vida con algo que me gustaba me dio cierta tranquilidad personal. Empecé a publicar más habitualmente en 1973, en una revista que se hacía en Córdoba, Hortensia, que tuvo bastante éxito. Ahí nació mi personaje El Aceitoso, y comenzó mi relación con la prensa.
Y con la actualidad...
Muchos de los de Hortensia pasamos a Clarín. Me di cuenta en seguida de que había que leer el diario para poder hacer dibujos que tuvieran que ver con las noticias. Si no te fijas en el diario terminas haciendo chistes de náufragos, que todos hemos hecho alguna vez.
Están Les Luthiers, Quino, usted... Hay, obviamente, un humor argentino.
Hay un humor latino. Algunas veces he sido jurado de algún salón internacional, y, bueno, eran totalmente distintos los dibujantes de los países socialistas, por ejemplo; me sonaban que eran más ingenuos. Un amigo mío que vive en Madrid volvió después de un tiempo y me dijo que se había olvidado de que el humor argentino era tan agresivo, siempre marcando los defectos del otro. Pero yo no sé si llamarlo argentino, porque ese es el humor de Buenos Aires. Yo no conozco a todos los humoristas, pero recuerdo que el humor de Hortensia era menos sofisticado, era menos parecido a Europa, y Buenos Aires ha estado siempre mirando a Europa y a Estados Unidos. Lo cierto es que es un oficio que se aprende copiando. Hay una tradición de revistas de sátira política y social, en Argentina y en Uruguay, y hay mucha gente: Lino Palacio, Oski, Quino; en Uruguay trabajan Tavaré, está el Menchi Sabas, Breccia... Maitena, que se hace la uruguaya porque tiene una casa en La Pedrera, pero es argentina.
¿Se llevan bien entre ustedes? ¿Hay envidia?
La disimulamos llegado el caso... Hay un elemento que favorece la buena relación. En el dibujo de humor todos hemos hecho el servicio militar de la publicidad. No tiene nada que ver con el arte, la pintura, la poesía. Así que optas entre prostituirte y prostituirte, y eso te quita divismo.
Se dice que detrás de un dibujante de humor hay un melancólico...
Eso se debe a las expectativas un poco equivocadas que hay respecto de los humoristas; se piensa que somos los animadores de la fiesta.
¿Qué le hizo ser un aficionado tan desaforado al fútbol?
Es un juego muy lindo. Y es fácil de armar, porque no se necesita mucho dinero. Está muy bien pensado; es muy divertido y además es muy caprichoso: ¿por qué tenemos que manejar el balón con el pie, cuando todo lo hacemos con la mano? Y en este país siempre hay un amigo de tu viejo que viene con el carnet para hacerte socio, y luego te regalan una camiseta, los pantalones del equipo, te hablan de los canallas y los leprosos, te haces de Rosario Central.
¿Los canallas y los leprosos?
Hubo acá una gran anécdota de rivalidades; el Newell's, que es nuestro contrincante histórico, quiso hacer un partido a favor de una leprosería, y por esas rivalidades profundas Rosario Central se negó a hacerlo tal como quería Newell's, y éstos llamaron a los de Rosario canallas y los de Rosario llamaron a los otros leprosos. Y así somos, canallas. Los dos equipos respondían a la división de la ciudad: los de Rosario eran los populares, provenían de los trabajadores del ferrocarril, y los otros eran de la clase alta, provenían de un colegio inglés. Yo creo que en Argentina el fútbol tiene que ver con el orgullo: nos hacían creer que éramos del Primer Mundo y donde únicamente mandábamos era en el fútbol. Acordáte de Di Stefano, de Kempes..., y no cualquier fútbol puede dar un Maradona. Pelé sale de Brasil, Maradona sale de Argentina, no es casualidad.
¿Preveía el fin de Maradona?
No, pero no me asombra, por las características personales suyas, un pibe que llega de la pobreza, se codea con todos y llega a ser un dios. Valdano lo dijo: es muy difícil que a un tipo al que siempre se le dijo que sí, y que se cree un dios...
Dice Valdano que nunca se ha podido olvidar de dos goles que usted mismo marcó en un partido en su pueblo, en Las Parejas...
¡Ja, ja! ¡Fue un hito histórico! Fue un partido amistoso, él estaba con Las Parejas, y yo fui como Rosario, todos veteranos. Marqué dos goles, sí, nadie lo verá nunca más.
Hay muchos de sus cuentos que tienen al fútbol en el centro.
Es un regodeo personal. Obviamente, lo que más me ha gustado desde siempre, aparte de algunas mujeres, es jugar al fútbol. Menotti decía que los equipos son como pequeñas sociedades. Y mi viejo, que era muy aficionado al basket, creía que jugando conocías al que es generoso, al corajudo, al egoísta, al que se asusta, al que es abnegado, ahí está todo. Creo que es una temática muy rica, que posiblemente no llega al grado de dramatismo del boxeo, lo que explica que hasta hace muy poco tiempo había más literatura de boxeo que de fútbol.
En sus cuentos usted tacha la vanidad, la solemnidad...
Yo ahí entro como lateralmente, todos esos asuntos son muy atractivos de observar. Es un poco lo que dice Daniel Samper: lo contrario del humor no es la seriedad, sino lo pomposo. Realmente poca gente tan seria para trabajar como Les Luthiers o como Woody Alien. Son tipos que laburan. Y a mí me causa gracia todo lo ceremonioso, lo académico, lo pomposo, las instituciones rígidas, los ejércitos, algunos escritores, todos aquellos que observan la vida como desde una torre de marfil. A mí me hacen mucha gracia los pensadores. ¿Y de qué trabajan? Yo hice un cuento de un pensador que iba a una universidad, se quedaba callado y los alumnos lo miraban: estaba pensando. Ahora, claro, leo a pensadores que me explican algunas cosas en un idioma que yo entiendo, como Fernando Savater, ¿no?
La sensación que dan sus personajes es que los tiene al lado...
Es lo que vos preguntabas sobre la influencia del fútbol en mi escritura: es como si pusiera una grabadora y estuviera robando diálogos y símbolos, y el fútbol me ha dado mucho en ese sentido. A veces pienso si no estoy robando lo que se dice a mi alrededor; ahora me acaba de llamar un pitufo para decirme lo de la camiseta de Sábato, pues a lo mejor hoy pongo a alguien a hablar como él en un cuento mío.
Decía un ilustre rosarino, Ernesto Guevara, que había que endurecerse, pero nunca perder la ternura. ¿Cómo anda de dureza su país?
Todos los países se han complicado, en términos de seguridad. Antes acá las puertas se dejaban abiertas. Ahora hay rejas, hay perros, hay guardia privada; eso genera otro tipo de relación con la gente, y desde ese punto de vista el país se ha endurecido. ¿Ese es el retrato del mundo? Sí, en tanto sigan esas políticas de acumulación de riqueza, que me parecen muy poco inteligentes porque el resultado es que vos tenes mucho dinero, pero estás encerrado entre rejas, al final estás preso. Es obvio que si toda la plata está en Estados Unidos y en los países desarrollados, todo el mundo querrá ir ahí. A lo mejor no es incitar a la violencia, pero la extrema desigualdad genera violencia.
Fontanarrosa, ¿por qué le llaman 'El Negro'?
Es la pregunta permanente en España: acá es muy normal, si no sos rubio, sos negro, y no es despectivo; puede ser muy cariñoso. •
El Pais Semanal Número 1.487, Domingo 27 de marzo de 2005
sábado, 13 de octubre de 2018
La hambruna de la posguerra
'Carpanta' es una obra creada por José Escobar que disfraza con humor una crítica demoledora sobre la situación vivida en España en los años posteriores a la guerra civil
GERARDO MACÍAS
11 Octubre, 2018
Una buena parte de los personajes más famosos y queridos de la editorial Bruguera pertenecieron a un contexto muy específico: el de la posguerra española, un extenso período cuyas secuelas se vieron prolongadas por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y por los duros y largos años del aislamiento internacional. Fueron momentos de represión, censura y adoctrinamiento en el plano político; y estrecheces, hambre y miseria en el plano cotidiano.
Una época que tuvo un cronista de excepción en el historietista José Escobar (Barcelona, 22 de octubre de 1908-31 de marzo de 1994), que consiguió disfrazar de humor una crítica demoledora de la situación que se vivía en España.
El apoyo de Escobar a los republicanos hizo que pasara un año en la cárcel, hasta noviembre de 1940, y que fuera expulsado de Correos. Escobar comenzó a trabajar en los periódicos Virolet, La Gralla y Sigronet en los años veinte, para pasar a Papitu, Pocholo, Gutiérrez, Lecturas, L'Esquella de la Torratxa y L'Esquellot. Es en editorial Bruguera, redil de represaliados por el Franquismo, donde crea sus mejores personajes: Petra, criada para todo; Zipi y Zape; Don Óptimo; Plim el magno; Toby; Doña Tula, suegra; Blasa, portera de su casa; Aniceto artista completo; Nati y Tina; Melitón bombero de afición...
En Editorial Bruguera desarrollaría su labor en revistas como Pulgarcito, Tío Vivo y Guai!. También colaboró en TBO y los diarios deportivos Dicen y Lean. Fue autor y actor teatral, creador de cursos de dibujo de cómic por correspondencia y pionero del cine de animación. Con la película Érase una vez ganó un premio en el Festival de Venecia de 1950.
Entre sus personajes, hubo uno que desbordó los márgenes de este período y adquirió un carácter atemporal, dejando huella en la cultura popular: Carpanta, el hambriento vagabundo.
Carpanta ("hambre violenta", según la RAE) debutó en la historieta 13 en la mesa, en Pulgarcito (1947). En una cena de alto copete, se reúnen trece invitados. La señora de la casa, por superstición, ordena a su mayordomo buscar un decimocuarto comensal. El sirviente invita a un mendigo y le entrega levita negra, camisa blanca y pajarita.
El vagabundo recibe su nombre en la historieta Carpanta y el billete, publicada cuatro números más tarde, donde lucía sus ropaje definitivo: sombrero, camiseta a rayas horizontales, chaqueta y cuello de camisa alto y rígido.
Su hambre y su carácter entrañable propiciaron la conexión con el público, y su longevidad (su serie llegó hasta 1984 en la revista Mortadelo, y apareció en Zipi y Zape en 1991) dejó huella en varias generaciones de lectores.
El nombre de Carpanta pasó a formar parte del lenguaje coloquial. La frase "pasas más hambre que Carpanta" en su tiempo fue, y aún ahora es, muy popular.
Nuestro vagabundo vive debajo de un puente. Pese a que no tiene un duro, Carpanta dispone de teléfono. Escobar, autocaricaturizado, participa en muchas historietas.
A partir de los años sesenta, las historietas de Carpanta fueron publicadas en casi todas las revistas de Bruguera. Su popularidad llegó a tal extremo, que los lectores llegaron a enviar dinero a la redacción, para que nuestro antihéroe pudiese comer.
Carpanta sería el primer personaje de Escobar que traspasaría el límite del publico infantil para adentrarse en un público adulto. Al fin y al cabo, concentraba las necesidades de todo un pueblo, utilizando el humor para acusar una triste realidad.
Escobar realizaba sus historietas con una gran crítica social, que dejó de notarse tanto a partir de la nueva legislación de 1955: no podía aparecer la policía, ni monstruos, el dinero no podía ser en pesetas…
En 1960, TVE emitió una serie con personajes reales protagonizada por el hambriento Carpanta, con muy buena aceptación por parte del público.
También pudimos ver a Carpanta adentrarse en los dibujos animados, gracias al proyector Cineskob que inventó el propio Escobar, o en el juguete tragabolas de la compañía Midena.
El boom económico de los años sesenta hizo que el hambre de Carpanta perdiera sentido para las nuevas generaciones de lectores, y ya no disfrutaba del interés de sus primeros años. La serie fue languideciendo en Bruguera y, a partir de 1987, fue recuperada en Ediciones B.
Malaga Hoy
GERARDO MACÍAS
11 Octubre, 2018
'Clásicos del humor: Carpanta I'. Guion y dibujos: José Escobar. RBA Coleccionables, 2009.
Una buena parte de los personajes más famosos y queridos de la editorial Bruguera pertenecieron a un contexto muy específico: el de la posguerra española, un extenso período cuyas secuelas se vieron prolongadas por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y por los duros y largos años del aislamiento internacional. Fueron momentos de represión, censura y adoctrinamiento en el plano político; y estrecheces, hambre y miseria en el plano cotidiano.
Una época que tuvo un cronista de excepción en el historietista José Escobar (Barcelona, 22 de octubre de 1908-31 de marzo de 1994), que consiguió disfrazar de humor una crítica demoledora de la situación que se vivía en España.
El apoyo de Escobar a los republicanos hizo que pasara un año en la cárcel, hasta noviembre de 1940, y que fuera expulsado de Correos. Escobar comenzó a trabajar en los periódicos Virolet, La Gralla y Sigronet en los años veinte, para pasar a Papitu, Pocholo, Gutiérrez, Lecturas, L'Esquella de la Torratxa y L'Esquellot. Es en editorial Bruguera, redil de represaliados por el Franquismo, donde crea sus mejores personajes: Petra, criada para todo; Zipi y Zape; Don Óptimo; Plim el magno; Toby; Doña Tula, suegra; Blasa, portera de su casa; Aniceto artista completo; Nati y Tina; Melitón bombero de afición...
En Editorial Bruguera desarrollaría su labor en revistas como Pulgarcito, Tío Vivo y Guai!. También colaboró en TBO y los diarios deportivos Dicen y Lean. Fue autor y actor teatral, creador de cursos de dibujo de cómic por correspondencia y pionero del cine de animación. Con la película Érase una vez ganó un premio en el Festival de Venecia de 1950.
Entre sus personajes, hubo uno que desbordó los márgenes de este período y adquirió un carácter atemporal, dejando huella en la cultura popular: Carpanta, el hambriento vagabundo.
Carpanta ("hambre violenta", según la RAE) debutó en la historieta 13 en la mesa, en Pulgarcito (1947). En una cena de alto copete, se reúnen trece invitados. La señora de la casa, por superstición, ordena a su mayordomo buscar un decimocuarto comensal. El sirviente invita a un mendigo y le entrega levita negra, camisa blanca y pajarita.
El vagabundo recibe su nombre en la historieta Carpanta y el billete, publicada cuatro números más tarde, donde lucía sus ropaje definitivo: sombrero, camiseta a rayas horizontales, chaqueta y cuello de camisa alto y rígido.
Su hambre y su carácter entrañable propiciaron la conexión con el público, y su longevidad (su serie llegó hasta 1984 en la revista Mortadelo, y apareció en Zipi y Zape en 1991) dejó huella en varias generaciones de lectores.
El nombre de Carpanta pasó a formar parte del lenguaje coloquial. La frase "pasas más hambre que Carpanta" en su tiempo fue, y aún ahora es, muy popular.
Nuestro vagabundo vive debajo de un puente. Pese a que no tiene un duro, Carpanta dispone de teléfono. Escobar, autocaricaturizado, participa en muchas historietas.
A partir de los años sesenta, las historietas de Carpanta fueron publicadas en casi todas las revistas de Bruguera. Su popularidad llegó a tal extremo, que los lectores llegaron a enviar dinero a la redacción, para que nuestro antihéroe pudiese comer.
Carpanta sería el primer personaje de Escobar que traspasaría el límite del publico infantil para adentrarse en un público adulto. Al fin y al cabo, concentraba las necesidades de todo un pueblo, utilizando el humor para acusar una triste realidad.
Escobar realizaba sus historietas con una gran crítica social, que dejó de notarse tanto a partir de la nueva legislación de 1955: no podía aparecer la policía, ni monstruos, el dinero no podía ser en pesetas…
En 1960, TVE emitió una serie con personajes reales protagonizada por el hambriento Carpanta, con muy buena aceptación por parte del público.
También pudimos ver a Carpanta adentrarse en los dibujos animados, gracias al proyector Cineskob que inventó el propio Escobar, o en el juguete tragabolas de la compañía Midena.
El boom económico de los años sesenta hizo que el hambre de Carpanta perdiera sentido para las nuevas generaciones de lectores, y ya no disfrutaba del interés de sus primeros años. La serie fue languideciendo en Bruguera y, a partir de 1987, fue recuperada en Ediciones B.
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