domingo, 7 de octubre de 2018

Alguien que me cuide

Terry Moore presenta en 'Strangers in Paradise' nuevos hilos argumentales en los que se acerca al lector a través de situaciones cotidianas de la vida de los superhéroes



JAVIER FERNÁNDEZ
03 Octubre, 2018


'Strangers in Paradise. Edición de lujo. Volumen I'. Terry Moore. Norma Editorial 696 pág. 34,95 euros.

Como bien indica Arnau París Rousset en el prólogo que abre la contundente edición de lujo de Strangers in Paradise (publicada con motivo de su 25 aniversario), la serie de Terry Moore "puede definirse de muchas formas. Un culebrón con un triángulo amoroso. Un thriller protagonizado por femmes fatales. Una crítica al machismo predominante. Un hito en la autopublicación. Un ejemplo de cómo escribir personajes. O, simplemente, uno de los mejores cómics que leerás nunca".

Moore, cuyo talento para la narración gráfica es patente desde el inicio del tomo, pero no deja de crecer con cada página, ideó su más famosa cabecera en el convulso ambiente editorial de la década de los noventa, en la que el surgimiento de sellos editoriales como Valiant, Malibu y la más conocida Image puso patas arriba el tebeo comercial estadounidense con la promesa de ventas millonarias (y la inmediata realidad de la crisis económica que asoló la industria a renglón seguido).

Desmarcándose de los cantos de sirena del cómic de superhéroes, e inspirado por la experiencia de otros autores más comprometidos con el medio, Moore propuso una cabecera en la que las verdaderas protagonistas son las relaciones humanas. En sus propias palabras: "Cuando empecé a escribir y dibujar Strangers in Paradise, reflexionaba sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Reflexionaba sobre por qué hombres y mujeres repiten los mismos errores una y otra vez, en todas las épocas. ¿Por qué no lo dejamos por escrito para que el resto de gente no pierda el tiempo cometiéndolos de nuevo? Y reflexionaba sobre por qué no hay más cómics que traten de esto, ya que estoy convencido de que hay lectores en todo el mundo a los que les gustaría conocer las respuestas. ¿Por qué escribir sobre supervillanos a los que el lector nunca se enfrentará en lugar de narrar la ruptura con tu novio, algo con lo que todo el mundo va a encontrarse? ¿Por qué escribir sobre superpoderes sin sentido en el mundo de la física moderna cuando una historia sobre la infidelidad a la pareja o amar a alguien sin ser correspondido es algo con lo que todos podemos identificarnos?".

Con un reconocido interés por las tiras de periódico clásicas y una marcada voluntad de mantenerse fiel a su propio estilo, la serie de Moore debutó en 1993 en Antartic Press y pasó por distintas aventuras editoriales (la autoedición, el sello Homage Comics de WildStorm y de nuevo la autoedición con el Abstract Studio formado por su él y su esposa) hasta alcanzar la friolera de 90 números en 2007, fecha de su cierre (momentáneo, pues se anuncia un futuro regreso de Strangers in Paradise). Se trata de uno de los hitos del tebeo independiente norteamericano, del calibre de Cerebus, Love and Rockets o Bone, y Norma le devuelve el lugar de honor que merece en librerías con una colección de gruesos tomos, el primero de los cuales contiene los tres números editados por Antartic Press, los 13 del primer volumen de Abstract Studio y los 12 que vieron la luz con el paraguas de Homage Comics.



Malaga Hoy

De entre los muertos

JAVIER FERNÁNDEZ
03 Octubre, 2018


'The Crow'. James O'Barr. Norma Editorial. 272 páginas. 26 euros.

Norma Editorial vuelve a poner en manos de los lectores uno de los tebeos norteamericanos más representativos de la década de los noventa: The Crow (el cuervo), de James O'Barr. Este hermoso y doliente cómic de culto narra con todo lujo de detalles la venganza de Eric, un joven asesinado por una banda callejera (que también viola y mata a su novia, Shelly) regresado de entre los muertos como un ángel vengador. Con una estética tan rabiosa como su contenido, en la que abundan los cambios de registro (hay ilustraciones limpias y bellas y secuencias narradas con la suciedad propia del cómic underground), The Crow es una fantasía oscura, un exorcismo para los traumas violentos sufridos por el autor (una historia harto conocida que O'Barr explica en su introducción), y una especie de variación extrema de una rama del género de superhéroes, la del justiciero o vigilante que se toma la justicia por su mano, tan en boga en los años en que fue concebida.

Nunca antes ni después se ha vuelto a ver una mezcla tan particular de violencia y lirismo, una orgía de bilis y sangre como esta. La edición de Norma recoge el mismo material publicado en su día por EDT, en una cuidada edición en pasta dura y con distinta calidad de papel (menos satinado), esto es, los cuatro números publicados en su día por Caliber Press allá por 1989 y la conclusión que vio la luz un poco después en Tundra Publishing, todo en poderoso blanco y negro, menos las siete impactantes ilustraciones a color que cierran el volumen. Los títulos de los cinco libros en que se divide la obra lo dicen todo: Dolor, Miedo, Ironía, Desesperación y Muerte. Claro está que The Crow no es una obra para todos los gustos, pero eso no quiere decir que sea para minorías, todo lo contrario, esta fascinante misa negra tiene una legión de seguidores y ha generado multitud de secuelas (O'Barr no ha participado en todas ellas), así como la famosa (y también trágica) película de 1994, una serie de televisión, novelas, canciones, videojuegos y todo tipo de merchandising.



Malaga Hoy


sábado, 6 de octubre de 2018

La mortalidad de los dioses

JAVIER FERNÁNDEZ
03 Octubre, 2018


'The Wicked + The Divine, 4. Tensión dramática'. Kieron Gillen, Jamie McKelvie. Norma. 168 págs. 18 euros

Conocido por su trabajo en series tan conocidas como Journey Into Mystery o Young Avengers, el guionista Kieron Gillen sorprendió a propios y extraños con uno de los títulos más sobresalientes del panorama independiente actual: The Wicked + The Divine, en el que ha superado con creces el listón previo. Con espectaculares dibujos de Jamie McKelvie (que terminan de definir los estupendos colores de Matthew Wilson), narra la historia de un panteón de dioses que regresa al mundo cada noventa años para vivir solo dos, antes de volver a morir. Estos dioses encarnados son hermosos y jóvenes, hedonistas desenfrenados y obsesionados con la fama que usan sus poderes para convertirse en ídolos de masas. Mitad fantasía contemporánea, mitad tebeo de superhéroes (revolucionado), The Wicked + The Divine es una de las lecturas más adictivas de la mesa de novedades.


Malaga Hoy

Estética, terror y sensibilidad

JAVIER FERNÁNDEZ
03 Octubre, 2018

'Monstress. Vol. 2: La sangre'. Mrjorie Liu, Santa Takeda. Norma. 152 páginas. 17,50 euros.

En el cómic independiente estadounidense surge de tanto en tanto una obra que deslumbra por igual a crítica y público. Si la sensación de las últimas temporadas ha sido Saga, otra serie de Image parece haber cogido rápidamente la antorcha. Me refiero, cómo no, a Monstress, la fantasía épica ambientada en un mundo alternativo (que funde la estética art déco, el terror steampunk y una sensibilidad cercana al manga), bella e imaginativa como pocas. Esta virguería, editada en España por Norma Editorial, es obra de dos mujeres: la abogada, novelista y guionista Marjorie Liu y la ilustradora e historietista Sana Takeda. Magia, pesadillas, sueños, violencia y sangre se dan cita en una serie deliciosa que deja con la boca abierta.


Malaga Hoy


Solamente Gastón es igual que Gastón...

El divertido personaje de Franquin es atípico pues no está integrado en ninguna serie de la revista 'Le Journal de Spirou'. Se dedica a sabotear el trabajo de los redactores y dibujantes.


GERARDO MACÍAS
03 Octubre, 2018



'Gastón el gafe. Edición integral nº 1'. Guion y dibujos: André Franquin. Norma Editorial, 2015.

En 1991 se estrenó La bella y la bestia, película de animación producida por Walt Disney Feature Animation, que incluye el tema musical Solamente Gastón es igual que Gastón, dedicado al villano de la historia.

Lo cierto es que muchos años antes, en 1957, surgió en los cómics otro Gastón que también es inigualable, aunque por motivos completamente distintos al personaje de Disney: Gastón Elgafe, de André Franquin.

La vuelta de André Franquin a la editorial Dupuis tras diversos problemas que llevaron al autor a trabajar para la competencia, supone, por una parte, la continuación de Spirou y Fantasio, y por otra, la cesión de la editorial de un espacio donde Franquin pudiera explayarse con libertad.

André Franquin introdujo a Gastón en la revista Spirou n° 985, publicado el 28 de febrero 1957, ocupando pequeños espacios aislados, sin historieta, tira ni viñeta propia. Gastón Elgafe comenzó sin nombre, sin rumbo fijo, y aparentemente sin ninguna intención.

Todo era una broma de Yvan Delporte, redactor jefe, que necesitaba de un elemento perturbador de la paz en las páginas de la revista. Así nació Gastón, un tipo del que nadie sabía nada, con una misión: sabotear el trabajo de redactores y dibujantes, colándose en algunas páginas, destrozando unas o simplemente sorprendiendo con su presencia en otras.

A lo largo de unos nueve meses, los dibujos de Franquin aparecen repartidos por la revista y siempre rodeados de pisadas azules. El primer número de diciembre de 1957, el 1025, contiene la que puede considerarse como primera tira del personaje, siendo la aparecida en el número siguiente la primera con numeración. A finales de 1959, se comienza a publicar a media página. El éxito del personaje le hace saltar a la portada de Spirou a comienzos de 1962, y allí se quedará durante más de tres años, tras los cuales pasa a la tercera página de la revista, acompañando al editorial. A mediados de 1966, Gastón Elgafe adopta el formato de página completa en cuatro tiras.

Gastón se presenta a los lectores como un nuevo integrante de la redacción de la revista, una especie de chico de los recados. Aunque Gastón trabaja en la revista Spirou, la serie satiriza la vida de oficina en general, no exclusivamente el mundo de la edición de cómics. Es holgazán, muy cándido y le rodea un halo de mala suerte que suele incidir directamente en sus sufridos compañeros de trabajo. En su deambular le acompañan un gato y una gaviota que hacen perder de forma constante los nervios a cuantos se cruzan con ellos. Toca un extraño trombón, y pasa los días inventando cualquier cosa imaginable por increíble que pueda parecer.

Las dos series de Franquin comparten algunos personajes. Así, son frecuentes las apariciones de Gastón en la serie Spirou y Fantasio; y también los cameos de estos personajes en las páginas de Gastón Elgafe.

El aspecto de Gastón parece ahora de lo más normal, pero entonces supuso un arrebato de modernidad, una bocanada estética de juventud. Aquel jersey verde, apolillado y encogido; esos vaqueros raídos, con sus zapatillas de deporte y esas greñas, suponían, para el año 1957 toda una declaración de intenciones, al tiempo que una manera radical de definir la personalidad de un personaje. Gastón no sólo era un vago, sino que era alguien cercano, alguien con quien el lector joven, ese chaval precursor de la Nouvelle Vague, y del mayo del 68, podía identificarse. Gastón demostró ser un desastre, y probablemente así se sentían miles de lectores jóvenes en la posguerra europea, confundidos con la situación política, ahogados con economías que no terminaban de arrancar y encorsetados por aquel sistema social que acabaría siendo repudiado una década más tarde, cuando los lectores más jóvenes alcanzasen la mayoría de edad y empezasen a disponer de armas para ser escuchados.

Gastón Elgafe es la obra que representa la evolución personal y artística de André Franquin. En ella, escondidas en un humor aparentemente juvenil, se pueden entresacar sus obsesiones sobre la condición humana y el mundo. Es una parodia del propio autor.

Las catástrofes de Gastón se vieron en Spirou desde 1957 hasta 1996, pocos meses antes de la muerte de Franquin en 1997.


Malaga Hoy




Gary Larson / The far side





El Pais Semanal Número 1.048, 27 de octubre de 1996

miércoles, 3 de octubre de 2018

Klein y la vida de los kikuyus


 Escenas callejera de Roma, Nueva York, Tokio o Madrid en la década de los 50, imágenes ejemplares del pop más sofisticado de los años 60, el "rock and roll", una selección de sus documentales... William Klein nos muestra lo mejor de sus talento fotográfico en la nueva edición de PhotoEspaña
Por Angel S. Harguindey Fotografía de William Klein


NUEVA YORK. "El diseño, el grafismo y la composición eran casi tan importantes como las fotografías en sí" (Klein, sobre su libro de NY).


Cuando en 1956 se publicó en Francia el libro de fotografías de William Klein sobre Nueva York, la ciudad en la que había nacido, ya nada fue igual. El contenido y la forma de mostrarlo conmovieron la conciencia de los autosatisfechos. Aquel joven de 28 años que había decidido trasladarse a París ocho años antes para desarrollar su inicial vocación por las artes plásticas al lado de Fernand Léger, el mismo que había exhibido sus pinturas en Milán y experimentado con la escultura cinética y la fotografía, aceptó en 1954 la propuesta de Alexander Liberman, director de arte de Vogue, para que realizara un reportaje de moda. Fue el reencuentro con su ciudad y el definitivo descubrimiento de las posibilidades creativas de la cámara fotográfica.

"Me había marchado siendo niño y volvía ya cumplidos los 20, con una esposa francesa, nuevas referencias y hábitos, y en los inicios de una carrera como pintor", recordaba el artista años después. "De modo que ahí estaba, en un barco, viendo Manhattan emerger entre la niebla, con su perfil de postal, y, luego, mi padre intentando bromear con unos agentes de aduana aburridos, y, fuera, un enjambre de taxis amarillos y un viejo montón de cromos de golfistas, de jugadores de béisbol y de imágenes de la pequeña Lulú asomando por doquier. Era el principio de una película que tenía muy vista (...). De pronto, lugares y sonidos en los que nunca antes había reparado, que había olvidado o que no sabía que existiesen, me emocionaban sobremanera. Me sentía en trance y pensaba que podía hacer algo con todo aquello. Tenía una cámara, aunque apenas sabía cómo usarla".

La ignorancia de Klein fue una enorme suerte para la fotografía. En la mitad de los años cincuenta, la fotografía de autor imperante, la intocable Academia establecida y respetada, era la que se distanciaba en todo lo posible de la amateur: Ansel Adams, Edward Weston e incluso el emergente Cartier-Bresson valoraban por encima de todo conceptos como "objetividad", "transparencia", "técnica", "positivados de alta calidad", "composición", etcétera. Frente a ellos surgieron nombres como los de William Klein, Robert Frank o William Eggleston, que comienzan a incorporar a sus obras escenas caóticas con numerosos elementos urbanos, colores poco reales, una granulación deliberadamente excesiva, planos fuera de foco..., todo lo que hasta entonces era rechazado por los maestros y profesionales. "No tenía ni formación ni complejos", explicó Klein. "Por necesidad y elección, decidí que todo valía. Empleé una técnica carente de tabúes: imágenes borrosas, muy contrastadas, encuadres torcidos, accidentes, cualquier cosa".

Un joven en trance, emocionado. Una ciudad que era la misma de siempre pero que le revelaba sonidos y lugares que no había sabido ver o que el paso del tiempo le permitía observarla con más sabiduría, y un gran deseo de retratarlo todo desde su inexperiencia. El empujón definitivo llegó de la mano del MoMA, un museo ejemplar en el estímulo de las nuevas tendencias creativas. La subversión de lo establecido no habría sido la misma sin el apoyo de John Szarkowski, su conservador de fotografía. Klein llevaba ya un año en Nueva York trabajando profesionalmente para Vogue y personalmente en la elaboración de un diario que dejara constancia de sus impresiones fotográficas. "Era un etnógrafo fingido en busca del más directo de los documentos directos, la instantánea más cruda, el punto cero fotográfico. Pretendía retratar a los orgullosos neoyorquinos con el mismo espíritu con el que una expedición de museo documentaría la vida de los kikuyus". El gran fotógrafo Edward Steichen organizó entonces, 1955, la exposición The family of man en el alabado MoMA, para la que recopiló y seleccionó unos dos millones de fotografías en el mundo entero y en las que se reflejaban todos los componentes de la vida humana, desde el nacimiento hasta la muerte. Una muestra colectiva que se convertiría en una referencia inexcusable de la fotografía contemporánea.

El asedio a lo establecido encontraba los apoyos suficientes. Si instituciones de renombre como el MoMA promovían las alternativas de la vanguardia, empresas privadas como Vogue renovaban sus conceptos tradicionales sobre los reportajes de moda. Su director de arte, Alexander Liberman, explicaba así la incorporación de William Klein a la revista: "En la fotografía de moda de los años cincuenta, nunca antes había pasado algo como Klein. Él fue de un extremo a otro, haciéndose así con una combinación de enorme ego y valentía. Fue pionero en la telefoto y en las lentes de gran angular, dándonos una nueva perspectiva". Robert Delpire, por su parte, se explayaba aún más en su fervor por el fotógrafo: "Admiro su franqueza, su ironía afilada como la hoja de una espada. Se burla de la estupidez y la arrogancia, utilizando su mirada para desnudar los valores falsos, el lujo ilusorio y los engaños. Nadie sabe representar el ridículo del espectáculo del mundo tan bien como él. Pero Klein aún es más. Pinta, edita sus libros, fotografía, realiza cine, cortos y largos. Se podría pensar que se dispersa demasiado, pero nada más lejos de la verdad. Estoy sorprendido de cómo, con el tiempo, su trabajo es más coherente y uniforme, por su lucidez, por su facilidad para la innovación. Nada se le escapa cuando posa su mirada en algo. Escenas callejeras, anuncios políticos, el mundo del deporte, e incluso el mundo de la moda, que le dio la oportunidad para conseguir introducirse en uno de los últimos ambientes barrocos del milenio. William Klein es, sin duda, un observador de su tiempo, un hombre sin límites ni fronteras", un elogio que hay que valorar en toda su significación aportando un dato sobre Delpire: en 1958 publicó el libro The americans, de Robert Frank, con prólogo de Jack Kerouac, un escritor joven que un año antes, en 1957, había publicado su novela On the road.

TOKIO. En 1964 publica su libro dedicado a la capital japonesa. Su método es el mismo: fotos directas y cotidianas.

MOSCÚ. El primero de mayo de 1959 en Moscú. Fotografía de su tercer libro dedicado a la capital de la URSS.
EL IMPERIO DE LA ESCÚTERES. La Roma callejera fascina al fotógrafo. Será su segundo álbum.

AUSTERIDAD. Klein retrata un Madrid triste y sobrio como la vida misma. Los años 50 dejaban poco espacio para la alegría.

"NUEVA YORK". Fue su primer libro. Editado en 1956, la osadía de su mirada y la maquetación del álbum conmovieron lo establecido.


 UN MADRID INÉDITO. Klein visitó España en los años 50. PhotoEspaña muestra algunas de las fotografías inéditas de Las Ventas.

Eran lo que se vino en llamar "los fabulosos cincuenta", una década en la que Estados Unidos, como apunta el propio Klein, "estaba inventando la cultura de posguerra, colonizando el planeta", años de ebullición, rebeldía y cambios importantes en los hábitos ciudadanos. El propio fotógrafo señala algunas de las características de la década, los hechos más destacables: "La caza de brujas al estilo soviético de McCarthy y los golpes de Estado de la CÍA en Irán y Guatemala, mientras los hermanos McDonald abrían un chiringuito de hamburguesas en San Bernardino, los Beatnick estaban en la carretera, on the road; Elvis grababa sus primeros discos, el instituto de Little Rock abolía la segregación, los Levittown despuntaban, al igual que Marilyn, Brando, la bomba H, la pildora, los rebeldes sin causa, los centros comerciales, las guitarras eléctricas, la carrera espacial, Blackboard Jungles, el rock and roll blanco y, por encima de todo, en monstruosas cajas de madera, la televisión. Sin duda, era el mejor y el peor de los tiempos a la vez".

ALREDEDORES DE LA PLAZA. Taxis, piperas, policías urbanos y nacionales, tranvías... la austera y pobre vida del Madrid de 1956.


Klein había publicado en París su libro sobre Nueva York en 1956 porque ninguno de los editores norteamericanos con los que se había entrevistado lo había aceptado. "Bah, esto no es fotografía", recuerda que le decían. "Esto es una mierda. No es Nueva York, hay demasiados negros, resulta demasiado marginal, parece uno de esos barrios bajos". Si a ello se le añade el que Klein rompe también con las normas al uso de la maquetación y edición de los libros de fotografía, se comprenderá la desconfianza del mundo editorial hacia su trabajo, sobre todo si quienes desconfían no son capaces de apreciar los cambios sociales y culturales que se vivían. "Para mí", añade Klein, "el diseño, el grafismo y la composición eran casi tan importantes como las fotografías en sí. Así que hice lo que pude por crear un nuevo objeto visual, paginas dobles con 20 imágenes yuxtapuestas a modo de tira de cómic, páginas consecutivas que contrastaban entre sí, miles páginas con tonos diluidos, parodias de catálogos y un toque dada". Dos años después, en 1958, Klein presentaba un nuevo libro sobre otra ciudad, Roma, con un denominador común: la agresividad. "Hice, y con plena conciencia, todo lo contrario de lo que se hacía. Pensaba que el desencuadre, el azar, el aprovechar lo accidental, una relación diferente con la cámara permitirían liberar la imagen fotográfica. Hay cosas que sólo una cámara fotográfica puede hacer... La cámara está llena de posibilidades que no se explotan. Pero la fotografía consiste precisamente en eso. La cámara puede sorprendernos. Sólo tenemos que ayudarla". Era una nueva muestra de lo que él llamaba "mis fotos serias" que completaría con los libros dedicados a Moscú y Tokio, los cuatro realizados entre 1956 y 1964. Desde hacía un tiempo, Klein había descubierto las posibilidades expresivas del cine, y a él se dedicó en cuerpo y alma durante las dos décadas siguientes, aunque retomó la fotografía en los años ochenta, en los que publica su particular homenaje a la que considera su segunda cuna: París.

Una nueva demostración del talento de William Klein es la de que cuando decide abandonar, al menos temporalmente, la fotografía para explorar el cine, sus resultados son igualmente brillantes y, en ocasiones, de una gran influencia en las generaciones de cineastas jóvenes. Broadway by light, Mister Freedom, ¿Quién eres tú, Polly Magoo?, Eldridge Cleaver, black panther, The little Richard story, Mohammed Ali, the Greatest, Babilée 91, Ralentis o El Mesías, su último filme, que presentará personalmente en Madrid, son algunos de los largometrajes o mediometrajes que realizó para el cine y la televisión y en los que dejó constancia de su sensibilidad, de su conexión con los tiempos que le tocó vivir y de sus ansias permanentes de renovar lo establecido. Personajes como Mohammed Ali, Little Richard o apuestas estéticas como la de Polly Magoo le convierten en un personaje esencial de "la década prodigiosa", en parte importante de la cultura pop.

Dicho todo lo cual, lo mejor que se puede hacer es ver la exposición de los cinco fotolibros de ciudades, en la que también se muestran las maquetas de trabajo, ampliaciones de las camisas de los libros diseñadas bajo su directa supervisión y una serie de imágenes inéditas sobre Madrid que realizó en 1956. •

PhotoEspaña 2005: del 1 de junio al 17 de julio, el Centro Cultural Conde Duque exhibirá las imágenes de los libros de William Klein sobre Nueva York, Roma, Moscú y Tokio, con las maquetas de los mismos, sus más recientes fotografías de París y otras, inéditas, de Madrid. La Filmoteca Nacional, por su parte, exhibirá una selección de sus películas, desde 'Broadway by light', su primer filme, hasta 'Crand soir & petit matin'. Por su parte, el Centro Georges Pompidou, en París, prepara una gran antológica de sus pinturas, fotografías y filmes que se inaugurará el 6 de diciembre.



EL PAIS SEMANAL  Número 1.496, Domingo 29 de mayo de 2005