miércoles, 28 de febrero de 2018

Mariano Fortuny, en su sitio

El Museo del Prado impulsa una profunda revisión del pintor con una retrospectiva

FRANCISCO CALVO SERRALLER
20 NOV 2017

'Los hijos del pintor', de Mariano Fortuny.

Precisamente porque aún se nos atraganta la pintura española del siglo XIX con la sola excepción del Goya maduro, creo muy oportuna la iniciativa del Museo del Prado de volver con ambición y originalidad sobre la figura de Mariano Fortuny (Reus, 1838-Roma, 1874), muerto prematuramente a los 36 y en medio de un éxito internacional bastante apoteósico, que, paradojas de la vida artística, se volvió después contra él. Antes de abordar este asunto, conviene resaltar la importancia de esta iniciativa, que ha reunido casi 200 piezas, pero, sobre todo, por su enfoque, que desborda el cauce de lo habitualmente exhibido sobre este artista catalán, de origen humildísimo, dotado de un ansia de triunfo y una voluntad de hierro, que trabajó con denuedo su talento natural y pleno de inquietudes no colmadas.

Las reticencias que su obra producen proceden la mayoría de una cuestión cronológica, porque Fortuny perteneció a la generación de los grandes impresionistas franceses, que, a diferencia de él, tardaron en obtener reconocimiento público y, sin embargo, se instalaron de forma privilegiada en el relato oficial de la historia del arte moderno. La singularidad de Fortuny, como apunta en su texto el comisario de la muestra, Javier Barón, comienza por su peculiar formación como artista. Huérfano desde una edad muy temprana, quedó a cargo de un abuelo homónimo, Mariano Fortuny y Baró, un hábil carpintero con veleidades de escultor, que le adiestró en la habilidad manual con un uso pulido de la técnica, en un momento en que los artesanos usaban todavía manuales de decoración estimulantes, donde se acoplaban sofisticados motivos a los nuevos métodos de producción cada vez más industrializados.

En este ambiente se fraguó sin duda una vocación en la que importaba más cómo llegar a hacer cualquier cosa bien que la razón de hacerla. En este sentido, desde muy pronto, Fortuny afrontaba con ilusión cualquier técnica que tuviera a su alcance, el dibujo, el grabado, la acuarela, el pastel, la pintura al óleo, etcétera, dejando más al albur la impronta intelectual o simbólica de los temas. Por otra parte, cuando ingresó en centros de formación académica, como la Escuela de Bellas Artes de Barcelona en 1853, aún regida por el ya trasnochado modelo del romanticismo Nazareno, tampoco sacó mucho fruto. En realidad, sólo cuando viajó a Roma en la primavera de 1858 pudo percatarse del debate artístico internacional y conectarse con los colegas españoles e italianos de su generación, entre los que se encontraba Eduardo Rosales (1836-1873), que también vio truncada prematuramente su prometedora carrera al fallecer con 37 años. Por lo demás, quienes opinan que el éxito internacional de Fortuny estuvo ligado exclusivamente al mercado, véase su contrato con el todopoderoso marchante parisiense Goupil y lo que ello implicaba de irregularidad académica, he de decir que estoy en franco desacuerdo, porque pienso que una ocasión no debe interpretarse como una causa, y, aún menos, si se habla de arte, una práctica por sí misma irreductible a este patrón de “causa-efecto”.

En cualquier caso, la presente exposición tiene aportaciones relevantes. En primer lugar, no es una retrospectiva al uso: no convierte la trayectoria de Fortuny en una aséptica ordenación de estaciones homologadas, sino que se centra en lo que ésta tuvo de dinámico esfuerzo del viajante por arribar a lo mejor de sí mismo. En ella, por ejemplo, se eluden los trompicones iniciales y arranca cuando Fortuny se encontró a sí mismo, en sus viajes al norte de África, allá por la década de 1860. En segundo, y consecuentemente, pone énfasis en la reflexión del humilde chaval de Reus sobre la reversión de las técnicas artísticas, como, por ejemplo, la transformación de la acuarela en algo nunca antes visto: hace con ella lo que tradicionalmente solo se lograba a través del pastel y el óleo. En tercer lugar, husmea entre los caudales de su inspiración española y su suprema decantación del Museo del Prado, algo antes muy poco o superficialmente oteado. En cuarto, la clarificación de su proceso evolutivo, cambiando las atribuciones cronológicas erradas, que eran muchas. En quinto, comprende la trascendencia que para él tenía, como buen autodidacta, la “ambientación”, dedicando una amplia sala a la recreación de su taller, donde el artista marcó el guion de su visión, luego aprovechada por su hijo, que convirtió a esta misma en un formidable estético negocio todavía hoy operativo. En sexto, consigue obras de Fortuny poco o nunca vistas por estos pagos. En séptimo y último, se molesta en explicar los destellos que configuran formalmente la obra, como sus formidables encuadres, la matérica textura de su acción pictórica, la rica y compleja coloración de sus sombras, la miniaturización orfebre que late entre lo grandioso sin caer en lo relamido, la palpitación versicolor de la luz, la generación de un erotismo cristalino cuando todo entonces se despachaba con rosáceos empolvados, el uso expresivo de la espátula sin detrimento del preciso punzón…

Pero, al margen de la aportación científico-crítica de la muestra, ¿cambia algo nuestra renuente aceptación de Fortuny, epítome del preciosismo virtuoso, capitaneado por el engreído Ernest Meissonier (1815-1891)? Pues bien, esta es una respuesta que se debe dar cada visitante, pero ahora con cuidado, frotándose mucho los ojos sin pestañear, porque, en la exposición, se hace un énfasis dramático y, a mi juicio, muy redentor en el Fortuny final, el de la segunda mitad de la década de 1860 y 1874, donde se atisba con evidencia un revulsivo creador de mucho fuste del artista, que, en medio del asentamiento glorioso de su fama, manifiesta visos deslumbrantes de inconformismo e inquietud. Todo lo cual nos deja con un talante interrogativo, pues la muerte segó la prometedora cosecha en ciernes. ¿Adónde habría podido ir a parar Fortuny de no haber sido por el cruel hado, si adonde llegó fue lo más parecido a un fértil amanecer, a un renacimiento de sí mismo? Que se nos planteen estas preguntas no es baladí, porque el mérito de esta muestra es que nos obliga a resituarnos en relación con su obra desmintiendo lo más acendrado de nuestros tópicos.

Fortuny (1838-1874). Museo del Prado. Hasta el 18 de marzo.


El Pais Babelia Nº 1.356 Sabado 18 de noviembre de 2017


martes, 27 de febrero de 2018

John Garrett, ¿agente de S.H.I.E.L.D.?

Frank Miller y Bill Sienkiewicz vuelven con su 'Elektra Asesina', que ya protagoniza otro personaje


La letal ninja aparece en esta nueva entrega en un psiquiátrico

JOSÉ LUIS VIDAL
26 Febrero, 2018


¡ATENCIÓN, marvel zombies! Aficionados y amantes de las aventuras y desventuras de los tipos vestidos con capas y mallas. Ésta no es una obra que pueda englobarse dentro de ese género, aunque la peligrosa ninja que le da título sí que nació en una de ellas, concretamente en las páginas del comic-book protagonizado por Daredevil, el abogado de día-defensor de los oprimidos de noche, con el que tuvo un tórrido y, finalmente, dramático, affair.

Pero olvidaos de todo eso, esta historia que un joven Frank Miller, ya en la cresta de la ola precisamente por su impresionante labor como guionista y dibujante en la colección del Cuernecitos, no tenía nada que ver con lo que estábamos acostumbrados. Y este hecho se da principalmente por dos razones: Argumentalmente hablando, Miller nos mete de cabeza en los convulsos años ochenta, donde los todopoderosos Estados Unidos de America extendían sus invisibles tentáculos a lo largo y ancho del globo terráqueo, especialmente en aquellos países sudamericanos en los que el dólar levantaba y derrocaba gobiernos. A todo esto añadidle un tono irónico a tope, ultraviolencia, experimentos con seres humanos y una mordaz crítica a la política (y sus máximos representantes). El resultado fue una obra única, que ya desde su formato especial anunciaba que algo estaba a punto de cambiar. El status del trabajador asalariado, prácticamente en las sombras, variaría de golpe, presentando a la estrella, el autor que podía hacer nuevos y brillantes proyectos en una industria que, precisamente, no estaba pasando por su mejor momento.

Por si todo esto no fuera, en su momento, suficientemente novedoso, Miller se buscó a un partner in crime que dejaría a todos los lectores boquiabiertos: Bill Sienkiewicz, heredero directo de los lápices de otro genio de esto de las viñetas, Neal Adams, ya dejó ver que lo suyo no era quedarse estancado con un estilo reconocible (echadle un vistazo a sus páginas en la colección de Los Nuevos Mutantes), sino que, tirando de otras influencias (la mayoría provenientes del mundo de la pintura y la ilustración, nada que ver con los tebeos) pintaba, introducía collage, diferentes estilos y técnicas en el que ha quedado para la historia de los Cómics como, si no me equivoco, uno de sus mejores y más recordados trabajos.

Pero bueno, os preguntaréis, ¿de qué va este Elektra Asesina? Pues, al contrario de lo que su título indica, dándole una vuelta de tuerca, la letal ninja entrenada por Stick y el letal grupo La Mano no va a ser la protagonista de esta historia… Me explico. Sí, en el primer capítulo sí que, en primera persona, Elektra Natchios va a hacer un rápido recorrido por su pasado: Su dramático nacimiento, la estrecha relación con su padre, los años universitarios, Matt Murdock, el terrible punto de inflexión que hizo que lo abandonaba todo y se convirtiera en la letal máquina de matar que es, etc…

Pero ahora, sorprendentemente, la encontramos en un psiquiátrico, así que no sabemos a ciencia cierta si lo que nos cuenta, esos retazos del pasado, son verdaderos o si es víctima de la medicación y sufre alucinaciones.

Es entonces cuando entra en escena el personaje que realmente protagoniza esta historia, el agente de S.H.I.E.L.D. John Garrett, un tipo que bajo la supervisión de la división Optecex, ha sido mejorado, convirtiéndolo en un ciborg. Pero no penséis en él como un defensor de la ley y la justicia, el cínico y bebedor tipo se va a ver metido, sin él quererlo, en la investigación del asesinato del presidente de Santa Concepción, un pequeño país sudamericano. Os podéis imaginar quién terminó con la vida del premier. Aunque en realidad, el verdadero objetivo de Elektra es el embajador de los USA en el país, Reich, que oculta en su interior un ser maligno y poderoso, La Bestia.





Garrett no volverá a ser el mismo desde que su camino se cruce con el de la ninja, sufriendo a partir de entonces lo que podíamos llamar un "viaje" de pesadilla entre explosiones, muertos a tutiplén (hasta su psicótico compañero, Perry) y poniéndose del lado de Elektra, marcando su destino y convertido en un objetivo para sus antiguos compañeros de organización y los adeptos de, primero Reich, y luego la joven ¿esperanza? política que representa Ken Wind, el nuevo y siempre sonriente líder de masas que aspira a convertirse en el próximo ocupante del Despacho Oval, pese a las reticencias del actual y desquiciado presidente, que no suelta de su regazo el fatídico botón rojo… La amenaza atómica pende sobre las cabezas de todos.


El propio coronel Furia tendrá que tomar cartas en el asunto y encomendará la tarea de frenar a Elektra y Garrett a una de sus mejores agentes, Castidad McBride que, poco a poco, irá averiguando toda la información necesaria sobre la ninja, Garrett y la oscura división Optecex (que parece haber estado realizando experimentos no autorizados).

Se inicia un alocado juego del ratón y el gato en el que el propio Garrett, marioneta en las manos de Elektra, no sabe que es real y que no lo es, mientras esquiva los disparos, las explosiones, el regreso del peligroso Perry, a la S.H.I.E.L.D. y trata, junto a su 'compañera', de frenar los planes de la malvada Bestia.Una obra ésta que solo puede ser calificada como única, hipnótica, genial, y que encumbró las carreras de sus autores, Frank Miller y Bill Sienkiewicz.


Malaga Hoy


lunes, 26 de febrero de 2018

Sacar punta con melancolía

Por Tereixa Constela

Pocos como Jean-Jacques Sempé (Burdeos, 1932) redondean una atmósfera con trazos inacabados. El señor Lambert, que se publicó originalmente en Francia en 1965, había permanecido inédito en España hasta ahora que la editorial Blackie Books está recuperando los trabajos para adultos del dibujante de El pequeño Nicolás. Con las minúsculas herramientas de un lápiz, un esbozo y una chachara, Sempé logra que El señor Lambert ofrezca un retrato costumbrista del bistró económico, un apunte sociológico de la masculinidad del francés medio de los años sesenta y una minitragicomedia. Su ironía afilada e ingenua nada tienen que ver con la sal gruesa del espíritu de Charlie Hebdo. Sempé saca punta al mundo con un deje melancólico. El señor Lambert, donde coinciden algunas fijaciones creativas del dibujante (la amistad o el tedio laboral), discurre en un único plano: el comedor de un restaurante al que, de lunes a viernes, acuden los mismos oficinistas. En esa sala con apenas espacio entre mesas se repiten como rituales cotidianos los menús, los diálogos y las polémicas. El ajetreo se puede medir por la ocupación del perchero. La hora punta coincide con el sempiterno intercambio entre Lucienne, que atiende las comandas, y el señor Cazenave, cliente solitario y apresurado, que engulle a la velocidad del pavo para regresar corriendo al trabajo.

La monotonía y la reiteración forman parte de Chez Picard hasta que un día una ausencia trastoca la vida corriente. Si hasta entonces la política y el fútbol habían monopolizado las conversaciones, a partir de la metamorfosis del señor Lambert, se suceden los relatos confidenciales y nostálgicos, las tabulaciones masculinas sobre gloriosas hazañas eróticas de juventud. Y Sempé, armado solo de lápiz y ternura, se ríe de todo ello.






El señor Lambert
Sempé. Traducción de Miguel Azaola Blackie Books, 2017 60 páginas. 17,90 euros


El Pais. Babelia Nº 1.370. Sabado 24 de febrero de 2018

Tebeorama- un mes de viñetas: Rabia, épica, papel cuché y literatura

POR ALVARO PONS




Una página de La mujer leopardo, de Yann y Schwartz


1 día 3 de julio de 2006 debería estar grabado a fuego en la conciencia de los valencianos. El terrible accidente de metro en el que murieron 43 personas fue un mazazo para una sociedad adormilada que tardó demasiado en reaccionar, dejándose manipular para echar al olvido a las víctimas.



El día 3, de Duran y Giner

Afortunadamente, la asociación de víctimas y periodistas como Laura Ballester siguieron luchando para que ese recuerdo, apenas esbozado, fuera grabándose con mayor profundidad hasta que, por fin, esa sociedad anestesiada reaccionó. Cristina Duran y Miguel Ángel Giner tomaron como punto de partida el libro Lluitant contra l'oblit, de Ballester, para contar esta larga e inacabada historia desde el cómic, en un autoimpuesto reto envenenado: la abundancia de datos técnicos y jurídicos tenía que sintetizarse y explicarse con claridad, pero siendo compatibles con el profundo respeto a la memoria de las víctimas. Evitar el morbo era necesidad, pero el libro tenía que hacer testimonio del dolor. La denuncia desde la profunda indignación marca el relato, pero la rabia debe ser contenida para buscar la justicia. Un equilibrio nada sencillo que los autores consiguen lograr en El día 3 (Astiberri) con un trabajo tan escrupuloso como brillante, en el que el estricto recuerdo de la historia no está reñido con una dura denuncia de la miseria de los dirigentes y de la inacción de la sociedad civil en su momento, pero dejando una puerta abierta a la esperanza en el ser humano. No es poco. En esto de ser de Tintín o Spirou no hay medias tintas: o se opta por la militancia acérrima e incombustible, o uno se deja llevar por una dicotomía ambivalente de corazón partió de mala solución. Eso sí, los que estamos



La mujer leopardo, de Yann y Schwartz

más en el segundo grupo no somos ajenos a momentos de perdición hooliganista, como el que provoca la lectura de La mujer leopardo, de Yann y Schwartz (Dibbuks), continuación natural de aquél logrado El botones de verde caqui para seguir ajustando cuentas con el pasado del personaje y, de paso, con la historia del cómic franco-belga. Yann aprovecha el talento de un Schwartz reconvertido en el mejor discípulo de Yves Chaland para retomar en cierta medida los escenarios de las aventuras africanas de la inconclusa Corazones de acero, enviando a Spirou y Fantasio a enfrentarse a la amenaza de los nazis refugiados en el corazón de la África colonial belga. Con un ritmo endiablado, el guionista plantea un relato clásico del personaje, canónico en su forma, pero aprovecha para dejar segundas lecturas tan jugosas como afiladas, que van desde la contraposición al Hergé de Tintín en el Congo hasta el fundamentalismo de la línea clara, desde la denuncia del colonialismo hasta la reivindicación de una irreverente incorrección política. El resultado, una obra disfrutable tanto para aquel que busca la lectura ociosa como para el amante del icono de Marcinelle.




Poulou y el restó de mi familia, de Camille Vannier.

Poulou y el resto de mi familia, de Camille Vannier (Sapristi), es un libro tan extraño en su catalogación como fascinante en su lectura. Jugando con el lenguaje de la ilustración y el de la historieta a parte iguales, Vannier investiga la vida de su abuelo para descubrir un relato propio de las páginas de papel cuché. Una historia de éxito, famoseo y fracaso, todo un clásico si se quiere ver así, pero que la autora mete en una potente batidora donde el reportaje de revista de corazón se impregna del kitsch almodovariano, para luego ser contado con un atípico humor que oscila entre la pantomima ingenua y bufonesca de Louis de Funes y el humor negro berlanguiano, sin solución de continuidad. El cóctel, sorprendentemente, funciona, con fuerza apabullante que obliga a la lectura entregada y el disfrute. Y a encariñarse obligatoriamente con Poulou.





En la cocina con Kafka, de Tom Gauld.

Tom Gauld es un maestro de la distancia corta, exprimiendo la tira de prensa para reflexionar con originalidad sobre la literatura, en un curioso equilibrio donde el juego intelectual referencial más high brow se combina con la cultura popular como una bomba de relojería. El minimalismo gráfico del dibujante contrasta profundamente con la profundidad de sus propuestas, generando tiras cuya lectura provoca una discreta sonrisa en su momento, pero se queda en un ralentí que tarde o temprano explotará en carcajada socarrona. En la cocina con Kafka (Salamandra Graphic) es la nueva y recomendable recopilación de las tiras que publica en el prestigioso The Guardian.
 

El Pais. Babelia Nº 1.370 Sabado 24 de febrero de 2018

viernes, 23 de febrero de 2018

Clandestinidad y dicha por Juan José Millás


Forges deja un mundo en el que todos y cada uno de nosotros ha quedado dibujado

Viñeta de Forges publicada en EL PAÍS.

22 FEB 2018

Cuando terminé Números pares, impares e idiotas, mi libro sobre el sistema métrico decimal, se lo envié a Forges con la esperanza de que le gustara y se decidiera a ilustrarlo. Me llamó a las tres horas entusiasmado con la idea de que trabajáramos juntos y me citó a comer en el restaurante del Corte Inglés de la calle Princesa.

Conviene señalar que por entonces no nos conocíamos, ni siquiera creo que hubiéramos llegado a coincidir en acto público de naturaleza alguna. Yo estaba muy nervioso, en consecuencia. Llegué al restaurante, que se encontraba arriba del todo, a bordo de las escaleras mecánicas, pasando pues por todas las secciones. A medida que el ascensor subía, iba viendo el mundo como una sucesión de viñetas de Forges. Sección Señoras, Sección Caballeros, Niños, Deportes, Ropa Vaquera…

Todo adquirió el esquematismo complejo de sus dibujos. Me quedé anonadado ante el descubrimiento de que Forges había venido dibujando el mundo con una precisión asombrosa. Era un hiperrealista inverso. Era genial la operación que había efectuado sobre la realidad para contárnosla. Cuando llegué al restaurante, la versión forgiana de Forges conversaba tranquilamente con la versión forgiana de un camarero. Yo mismo, al tomar asiento, me transformé en una versión forgiana de mí mismo. Comimos dentro de una viñeta, en fin, utilizando ambos una sintaxis que se aproximaba a la de los personajes del genial dibujante.

Le pregunté por qué me había citado a comer en un sitio tan raro y me dijo que allí no nos vería nadie, ya que los editores, los periodistas y los escritores comían en otros sitios. Me di cuenta entonces de que había decidido que trabajáramos en la clandestinidad. Una clandestinidad de viñeta, claro, y así fue: siempre nos veíamos en aquel restaurante, a escondidas del mundo.

Ahora que lo pienso creo que Forges fue siempre, pese a su fama, un hombre escondido. ¿Escondido de qué? Nunca me atreví a preguntárselo. Como el libro nos gustó mucho y los dos éramos unos editores frustrados, decidimos convertirnos en socios y coeditarlo con la ayuda de Alba Editorial, a cuya directora también le gustó la aventura. Así fue como Forges y yo tuvimos, inexplicablemente, una empresa que funcionó bien, incluso muy bien. Cada año, cuando recibo mi parte de los derechos de autor de ese libro, me acuerdo de aquellos días de clandestinidad y dicha. Forges deja un mundo en el que todos y cada uno de nosotros ha quedado dibujado.

Él aseguraba con coquetería que dibujaba mal, pero que se salvó gracias al consejo que recibió de su padre cuando comenzó a hacer viñetas: “Hijo, si te dedicas a esto, sé absolutamente original”. No solo fue original, sino que nos hizo originales a toda la generación que compartimos su época. Descansa en paz, amigo.

#GRACIASFORGES
Clandestinidad y dicha
Toda la cobertura sobre la muerte del genial dibujante: viñetas, artículos, vídeos, fotos, los recuerdos de los lectores...



El Pais




Una etapa memorable

JAVIER FERNÁNDEZ
21 Febrero, 2018





'MARVEL GOLD. IRON MAN: PRELUDIO A LA GUERRA DE LAS ARMADURAS' David Michelinie, Bob Layton, Mark Bright.Panini. 240 pág. 22,50 euros.

Iron Man no puede entenderse sin la intervención de David Michelinie y Bob Layton. Junto con el dibujante John Romita Jr., Michelinie y Layton redefinieron por completo al personaje a finales de la década de 1970, llevándolo de paso a sus mayores cotas de calidad, y volvieron a firmar una etapa memorable (esta vez con el dibujante Mark Bright) a finales de la década de 1980. El tomo de la colección Marvel Gold titulado Preludio a la guerra de las armaduras reedita los primeros episodios de esta segunda etapa, esto es, los números 215 a 222 (1987) de Iron Man, junto con el Annual 9 (1987), en los que se prepara el terreno de la proverbial Guerra de las armaduras que volverá a poner patas arriba la vida del vengador dorado.


Malaga Hoy

La furia de la pantera

Panini publica dos reediciones que marcaron época y muy esperadas por los aficionados de los cómics protagonizados por el superhéroe africano

JAVIER FERNÁNDEZ
21 Febrero, 2018





'MARVEL GOLD. PANTERA NEGRA: LA FURIA DE LA PANTERA' VV.AA.Panini. 728 páginas. 44,95 euros.


Con el estreno de la película de la Pantera Negra, Panini se ha animado a ampliar la oferta de cómics protagonizados por el superhéroe africano, y acaban de ver la luz dos de las reediciones más esperadas por los aficionados, dos virguerías que marcaron época en su momento.

La primera es La furia de la Pantera, un grueso tomo de la colección Marvel Gold que recupera todo el material protagonizado por el personaje durante los años setenta. El libro agrupa el espléndido serial guionizado por Don McGregor en Jungle Action (1973-76), la vertiginosa intervención de Jack Kirby en Black Panther (1977-78) y los episodios, más convencionales, de Ed Hannigan y Jerry Bingham en Black Panther y Marvel Premiere (1978-80), así como una enorme cantidad de material extra. Lo de Kirby había sido editado no hace mucho por Panini en la colección Marvel Limited Edition, pero se incluye aquí por aquello del completismo, en tanto que lo de McGregor nunca se había publicado a todo color en nuestro idioma y bien merece el calificativo de obra maestra. Con dibujos de Rich Buckler, Gil Kane y el fenomenal artista afroamericano Billy Graham, en los que destacan unas espectaculares composiciones de página, esta es la histórica primera serie de Pantera Negra, la fuente de la que han bebido casi todas las interpretaciones posteriores, especialmente las del presente siglo. McGregor es reconocido por su estilo denso, muy literario, y por la conciencia social que caracteriza sus mejores trabajos. Aquí, rehúye de las fórmulas establecidas y nos introduce en una colorida trama de intrigas palaciegas y conflictos bélicos en Wakanda, más propia de una historieta de Conan el bárbaro que de un tebeo de superhéroes, con un rico y alucinante elenco de personajes de nuevo cuño, en su mayoría africanos como el propio T'Challa. El primer arco argumental narra un violento asedio al trono de Wakanda que lleva a la Pantera Negra al límite de su cordura y de sus fuerzas y deja al lector casi tan exhausto como al protagonista. En el segundo, el héroe viaja a los Estados Unidos y pelea nada menos que contra el Ku Klux Klan, enfrentamiento que resultó polémico en su día y precipitó el final de este auténtico tour de forcé creativo.





La otra reedición que he mencionado al principio es la Pantera Negra de Christopher Priest, es decir, la serie publicada a partir de 1998 bajo el sello de Marvel Knights, en su mayoría inédita en nuestro idioma. La edición de esta otra joya constará de tres tomos de la colección Marvel Héroes, el primero de los cuales incluye los números 1 a 25 del volumen 2 de Black Panther, más el número 44 de Deadpool y los extras correspondientes. Acompañado de Mark Texeira, Mark Bright y Sal Velluto, entre otros, el también afroamericano Priest se apoya en el trabajo de McGregor y va más allá, rompiendo tanto las expectativas como los esquemas narrativos, al tiempo en que profundiza en las motivaciones del protagonista y enarbola una reivindicación racial que se ha convertido en santo y seña del personaje.

Malaga Hoy