miércoles, 27 de junio de 2012

Antoine-Jean Gros (1771-1835)




Antoine-Jean Gros (16 de marzo de 1771 - 25 de junio de 1835), fue un pintor francés y miembro de la nobleza (barón). Su pintura inicialmente neoclásica se acercó luego al romanticismo atraído por su fuerza y expresividad dramática. Su maestro fue el pintor y amigo Jacques-Louis David. Es conocido por sus pinturas históricas en las que Napoleón aparece frecuentemente como protagonista.

Via Wikipedia,





















Los patios árabes de Sorolla vuelven a cobijarse a la sombra de la Alhambra

Reflejos en una fuente, 1908 Óleo sobre lienzo, 58,5 x 99 cm Madrid, Museo Sorolla [inv. 810] BPS 2500


Medio centenar de obras recogen en la muestra 'Jardines de luz' la fascinación que el pintor compartió con Juan Ramón Jiménez por Granada


ÁNGELES GARCÍA / MAURICIO VICENT Madrid 25 JUN 2012 

Rincón del Grutesco del Alcázar de Sevilla, 1910 Óleo sobre lienzo, 95 x 63,5 cm Madrid, Museo Sorolla [inv. 852] BPS 2542


Calle de Granada, 1910 Óleo sobre lienzo, 105 x 72 cm Madrid, Museo Sorolla [inv. 856] BPS 2546 



El palacio del Diamante de Ferrara fue la primera parada de la obra de Joaquín Sorolla (1863-1923) inspirada en los patios árabes andaluces y los jardines que tanto entusiasmaron a Juan Ramón Jiménez. Clausurada la exposición antes de tiempo por el terremoto que el 19 de febrero de este año hizo temblar la región italiana, la luz de estos óleos tardíos del pintor valenciano, en los que deliberadamente desterró la figura humana para situar en el centro la geometría de las plantas y los ambientes intimistas de soportales, estanques y fuentes, llega el viernes al palacio de Carlos V de la Alhambra en una especie de “reencuentro” con Granada y con Andalucía. ¿Regreso o reencuentro?, se pregunta Tomás Llorens, comisario de la muestra. Más allá del dilema, para Sorolla el “descubrimiento” de la Alhambra y el Alcázar de Sevilla fue una reconciliación que provocó que en los últimos años de su vida le deslizó hacia una estética y una ética compartida por Juan Ramón.




“Aunque Jiménez y Sorolla eran de generaciones distintas, ambos coincidían en muchas cosas y sobre todo en su visión de España, buscaban esa otra España, honda y alejada de los clichés, que también necesitaban Lorca y Ortega y Gasset”, asegura Llorens. El comisario, a quien también se debe la gran muestra de Hooper que en estos momentos triunfa en el Museo Thyssen de Madrid, ha indagado en la correspondencia entre Juan Ramón y Sorolla, pero también en la mantenida por el pintor y su esposa Clotilde. De la lectura de ambas ha extraído conclusiones reveladoras.




Sorolla viaja a Sevilla en 1908 con el encargo de a hacer un retrato de Alfonso XIII, “y lo pasa fatal”, según dice. “Detesta las corridas de toros, le marean los flamencos, le escribe a su esposa que se va a acostar temprano por la noche porque no soporta a los andaluces”. Como los poetas de la generación del 98, Sorolla abomina de la España casposa y vacía y va buscando la España “verdadera”; cuando “descubre”el Alcazar de Sevilla, en 1908, y un año después la Alhambra y Sierra Nevada, queda cautivado y se “reconcilia” con Andalucía. De pronto, se encuentra con la misma música que inspiraba a Juan Ramón.




Se puede decir que la Alhambra cambia la vida de Sorolla. Empieza a pintar patios, mármoles, cerámicas, estanques porticados, columnas y también jardines y ambientes interiores en los que se refugia como antes lo habían hecho otros pintores y escritores, y desde luego el propio Juan Ramón, al que conoció en 1904, cuando lo retrató por primera vez.




Posteriormente, cuando Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, le encarga en 1911 decorar las paredes de la institución en Nueva York con los paisajes de España y vuelve a pintar a Juan Ramón Jiménez (en 1916), su atracción por la Andalucía de Juan Ramón es absoluta. Tanto es así, que en este último retrato coloca detrás del poeta Fuente y patio del Alcazar de Sevilla, cuadro que había hecho en 1910 y que vuelve a pintar ahora tal cual detrás de la figura de Juan Ramón.




Jardines de luz, que así se llama la exposición –después de Granada viajará en otoño al Museo Sorolla de Madrid- nos habla en silencio de esta relación a través de unas pinturas evocadoras y llenas de luz. Son aproximadamente medio centenar de cuadros, más dos tercios aportados por el Museo Sorolla, estructurados en siete secciones (La Tierra, La Alhambra, El Agua, El Patio, El Jardín, Los Tipos y El Jardín de la Casa Sorolla).




Dice Llorens que en aquella España reencontrada gracias a aquellos jardines andaluces confluyen Juan Ramón y Sorolla. “El poeta se siente al comienzo del suyo y proyecta su pregunta, como programa, hacia el futuro, mientras el pintor, que tiene detrás un pasado largo y saturado de experiencias y emociones contrastantes, disuelve la suya en el puro placer de pintar”.





Fuente del Rey Moro. Alcázar de Sevilla, 1908 Óleo sobre lienzo, 72 x 52 cm Colección particular BPS 2154




La alberca, Alcázar de Sevilla, 1910 Óleo sobre lienzo, 82,5 x 105,5 cm Madrid, Museo Sorolla [inv. 854] BPS 2544



Tarde de sol en el Alcázar de Sevilla, 1910 Óleo sobre lienzo, 94 x 64 cm Colección particular BPS 2161

Patio de Doña Juana, Alhambra, Granada, 1909 Óleo sobre lienzo, 106 x 82 cm Colección particular BPS 2165





El Pais



martes, 26 de junio de 2012

Negativos para una novela negra


Cazadores de instantáneas, entre el trabajo artístico y documental. Fotógrafos al servicio de la policía de Los Angeles de 1925 a 1960. Reconstrucciones de sangrientos casos y retratos de víctimas y de criminales con traje, al más puro estilo 'LA. Confidential'. Por Daniel Verdú.


EN BLANCO Y NEGRO. Dos agentes reconstruyen la escena de un crimen en 1965, y mujeres policía realizan una inspección simulada de armas de fuego en 1968. A la izquierda, una mujer víctima de un ataque en 1947. Abajo, investigadores velan un cuerpo junto al río Los Ángeles en 1955.

De brazos cruzados, una brecha en la frente sellada con esparadrapo y el cuerpo cubierto con lo prime­ro que ha encontrado al salir es­copetada de casa después de que algún mal nacido la golpeara. Parece una mujer fuerte y desengañada, porque mira como si esa no fuera la primera vez que le parten la cara y acaba sola en comisaría. Y total... para nada. Porque todo en adelante seguirá igual, re­velan sus ojos. Sabe de sobra que el mundo, hasta la fecha, no pertenece a los perdedores. La foto, en blanco y negro, es real, pero pare­ce sacada de L.A. Confidential o de cualquier






otra novela de James Ellroy. Sale del archivo de la policía de Los Ángeles. De un extenso y fascinante alijo de documentos gráficos cap­turados por fotógrafos de uniforme, con un pie en Hollywood y el otro allá donde hubiera un asesinato. O algo peor.

CRÍMENES, RECREACIONES, ASESINOS, víctimas,ladrones... todos pasaron por delante de un objetivo en este tesoro que va de 1925 a 1960 y que habla sobre los límites del trabajo docu­mental, puramente rutinario, y la fotografía artística. Entre el cazador de instantáneas y el mero posado. Precisamente acerca de este asunto se interroga también el último número de la revista CPhoto (Ivorypress). Sobre lo que es verdad y sobre aquello que traspasa la difu­sa línea de la mendacidad artística. El número ha invitado al comisario Tobia Bezzola, que ya expuso una selección de estas fotografías en 2005 en Zúrich. Un archivo gestionado hoy por Fototeka, propiedad del fotógrafo y oficial de reserva en la policía de Los Ángeles Merrick Morton. No debe ser casualidad que también fuera director de fotografía en L.A. Confiden­tial o en La Dalia Negra.

Estas imágenes también podrían ilustrar las novelas de Raymond Chandler, esas en las que los policías y, sobre todo, los criminales todavía vestían con traje y corbata y poseían un refinado y cínico sentido del humor. Una ciudad retratada hasta la médula por la indus­tria cinematográfica que la alimenta; a ella y a muchos de esos depredadores de imágenes. Una dicotomía entre lo laboral y el arte, que también surgió con otros fotógrafos como elcélebre retratista de edificios Julius Shulman (o Brangulí en España). "También tiene ese acercamiento cinematográfico a Los Ángeles. Supongo que también es porque conocemos muy bien esa ciudad, incluso sin haberla visi­tado, gracias al cine", explica Bezzola.

¿Alguien busca un arranque para una no­vela negra ambientada en los años cincuenta en la meca del cine? Está de suerte; ahí va otra. Observen la impresionante fotografía del cadá­ver bajo un puente de Los Ángeles en 1955. Al­guien se ha cargado a un infeliz y su cuerpo yace junto a un neumático abandonado. Ama­nece cargado de niebla. Dos agentes custodian el cadáver y han sacado de la cama a uno de los detectives de la brigada de homicidios. Llueve y la brisa del río les hiela los huesos, pero, qué diablos, este va a ser un buen caso. Sobre el puente, dos hombres observan la escena. Está claro que alguno de ellos sabe demasiado.

De este modo, a los nombres de maestros de la fotografía documental -como Walker Evans, Dorothea Lange o el mítico Weegee­tendrían que añadirse los de James Watson, alguien llamado Howatt, a secas, y quizá otro identificado con las iniciales E. B. Sucedió en la edad de oro de los negativos de gran forma­to, las cámaras de velocidades lentas (en algu­nas imágenes se aprecia el movimiento de los cuerpos) y cristalinas lentes que capturaban hasta el último detalle. Fue cuando la calle de Los Ángeles escribía sus propios guiones. •

Las fotografías de este reportaje, sacadas del archivo de la policía de Los Ángeles, forman parte de uno de los temas centrales del último número de 'CPhoto.' que cuenta con Tobia Bezzola como editor invitado.

CRIMINALES Y POLICÍAS. A la izquierda, la nota de un atracador: "Manos arriba, no se mueva, sonría" y vista de una cocina con dos vendedores ilegales de alcohol en 1933. Un detenido en los años 50 y demostración del equipo fotográfico en 1959 . Abajo, dos sospechosos del robo de una caja fuerte en 1932 y un furgón policial de los años 40.





El Pais Semanal nº1847 19 de febrero de 2012

El desnudo exquisito

 Fotografía de Antonie Popuel

 Ahora que el "burleque" está de moda, volvemos la vista hacia un clásico del cabaré: Crazy Horse, en París, cumple 60 años. Además, el director norteamericano Frederick Wiseman ha realizado un documental sobre su historia, y sus 18 bailrinas se trasladan por primera vez a Madrid para recrear su ambiente "sexy" y elegante.
Por Manuel Cuéllar


 Las imágenes en color de este reportaje corresponden al espectáculo, a lo que los espectadores contemplan. Las fotografías en blanco y negro, excepto la de arriba, muestran el mundo entre bambalinas de Crazy Horse, un terreno vedado a los hombres.




Como todas las tardes, Alain Bernardin saludó al portero vestido de guardia montado de Canadá a la entrada de su negocio. La recepcionista le dedicó un pizpireto bonjour y lo vio perder­se escalera abajo, sorteando los 20 pelda­ños, dispuestos en una suave curva y enmo­quetados en rojo, en busca de ese mundo que había creado para la fantasía y el delei­te. Atravesó el salón principal, sembrado de mesas y sillones tapizados en terciopelo e iluminado con esa tonalidad encarnada que es sinónimo de pasión, energía y liber­tad. Tal vez se detuvo unos instantes para admirar por última vez el pequeño escena­rio donde cada día en dos funciones, de tar­de y noche, se celebraba lo que él denomi­naba su "absoluta admiración por las mujeres". Con decisión, continuó hacia su oficina, cerró la puerta, se puso un revólver en la cabeza y apretó el gatillo.

Al día siguiente, el 16 de septiembre de 1994, el diario The New York Times publicó el siguiente texto: "Alain Bernardin, pro­pietario del Crazy Horse Saloon, fue encon­trado muerto en su oficina en lo que, apa­rentemente, parece un suicidio. Tenía 78 años. Trabajadores del club entraron en la oficina del señor Bernardin después de que este no apareciera para la primera función de la tarde y le encontraron muerto con un arma de fuego junto a su cuerpo, según ex­plicó su socio Louis Camiret. No dejó ninguna nota de suicidio. El señor Bernardin, un pintor retirado, reivindicaba el desnudo






como un arte. 'Encontré mi camino en la vida con una chica desnuda, Miss Fortunia', dijo una vez Bernardin. 'Fue al desnudarla una noche, tras una gala, cuando compren­dí que en el cuerpo de una mujer era donde residiría mi fortuna".

EL CRAZY HORSE abrió sus puertas hace 60 años (el 19 de mayo de 1951), cuando aquel francés nacido en Dijon e inspirado por el burlesque y la mítica cultura del saloon del viejo Oeste estadounidense comenzó a la­brarse la leyenda que le sitúa hoy como el creador del strip-tease moderno. Fue preci­samente la idea de traducir al gusto euro­peo lo que había visto en EEUU lo que le llevó a bautizar un amplio sótano de la ave­nida de George V, junto a los Campos Elí­seos de París, con el nombre de Caballo Loco, jefe de la tribu sioux, uno de los más bravos guerreros indios. Un lugar ya mítico que tiene a gala haber sido anfitrión de per­sonalidades como J. F. Kennedy, Madonna, Almodóvar, Spielberg y el mismísimo Elvis, por nombrar algunos de una lista casi in­terminable. Un lugar que ha seducido al documentalista y padre del llamado "cine directo" Frederick Wiseman en su última cinta, un retrato del club parisiense de dos horas de duración, que ha podido verse





este año en los festivales de cine de Venecia, San Sebastián y Nueva York. Esta Navidad, la maison que se enorgullece de su refina­miento y elegancia llega por primera vez a España con un espectáculo titulado Fore­ver Crazy, que, según sus creadores, "ha sido concebido como tributo a Alain Ber­nardin, preservando la herencia artística del mítico cabaré y añadiendo un toque de modernidad, humor y sofisticación".

"LO ENCONTRARON MUERTO en ese mismo sofá en el que está usted sentado", confiesa al periodista Andreé Deissenberg, actual directora general del Crazy Horse. "Y no, sus más allegados no creen que se encon­trara especialmente deprimido en aquellos días, ni enfermo... Mi opinión personal res­pecto al enigma de su muerte reside sim­plemente en que él tenía la sensación de que había cumplido su misión en el mundo y decidió marcharse. Tal vez incidieran los daños colaterales de la primera guerra del Golfo y cierta crisis económica, o que él veía que sus facultades físicas estaban mer­madas. Pero yo creo que en su alma anida­ba el convencimiento de que había con­cluido aquello por lo que había venido a este mundo".

Asistir a una representación del resulta­do de aquello por lo que un hombre "había venido a este mundo" supone una cura de prejuicios. A las ocho de la tarde de un oto­ñal, pero cálido, miércoles de noviembre, están va ocupadas las 250 localidades con las que cuenta el Crazy Horse. Sobre las mesas, cubiteras transparentes iluminadaspor un foco desde abajo en las que un abun­dante hielo cubre una botella de champán. La mayoría del público son hombres entra­dos en la cincuentena. Tan solo unas 40 mujeres acompañan a sus parejas. La pri­mera fila está ocupada casi en su totalidad por hombres orientales. El rojo, los dora­dos, los espejos, la iluminación, los brillos del telón que todavía esconde el escenario, ayudan a un despliegue inicial de sospe­chas infundadas. Pero de pronto se apagan las luces, se levanta el telón y todo comien­za a cambiar. Por la cabeza pasan los nom­bres de grandes de la fotografía que, sin duda, han inspirado gran parte de este show, como Helmut Newton, David Lacha-pelle, Bill Brandt, Richard Avedon y Vitto­rio Storaro. Casi todos los fetiches están: el ejército, las astronautas, las ataduras de bondage, la mucama, las ejecutivas agresi­vas, ciertos (pocos) tintes de lesbianismo... Pero es cierto que las 18 bailarinas evolu­cionan en cuadros que recuerdan la imagi­nería kitsch de los cincuenta y los sesenta, los títulos de crédito de las películas de Ja­mes Bond o aquel vídeo de Addicted to love de Robert Palmer. Tanto, que es cierto el tópico: llega un momento en el que a uno se le olvida que las mujeres que tiene delante se desnudan. Al final del espectáculo, uno ha de admitir que donde reside real­mente lo importante es precisamente en lo que viste a esas mujeres: las coreografías, las luces, los decorados, la intención, la se­ducción.

Tras la muerte de Bernardin, sus hijos Sophie, Didier y Pascal asumieron las rien­das del negocio. En 2001, Le Crazy Horse emprendió un triunfal camino de vuelta hacia EE UU, el país que había obsesionado a su fundador, implantando la visión fran­cesa y chic del desnudo femenino en el ca­sino MGM Grand de Las Vegas. Pero la des­cendencia del creador no heredó la pasión femenina de su padre, y en 2005 los tres ca­chorros decidieron vender el negocio fami­liar. Es entonces cuando entra en escena Deissenberg, una profesional que venía de una experiencia de más de 12 años como responsable de mercadotecnia y ventas del Cirque du Soleil. Ella sería la encargada de modernizar Crazy Horse, destinado "a una audiencia más joven, no necesariamente masculina y que ame el glamour, la música, el diseño y la moda".

PODRÍA TOCARLO todo menos una cosa. El canon estético impuesto por Alain Bernardin respecto a los cuerpos de las bailarinas. "Deben medir entre 1,68 y 1,72 metros; la distancia entre los pezones ha de ser de 21 centímetros, y de 13 entre el pubis y el om­bligo", confirma Deissenberg de carrerilla. "Ese es un legado intocable. Se trata de la marca de la casa. En EEUU le dan mucha importancia al pecho, pero en Francia le aseguro que lo más importante es el trase­ro. Aunque lo realmente importante es que hemos renovado por completo las herra­mientas con las que contamos para vestir a las chicas. Desde 2007 tenemos un nuevo sistema de sonido envolvente y de ilumina­ción con proyectores de alta definición y otros elementos técnicos en los que este cabaré ha sido pionero".

Además, llamó a un hombre que ya co­nocía, al bailarín y coreógrafo francés Phi­lippe Decoufl é, un tipo acostumbrado a grandes encargos, como las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpi­cos de invierno de 1992 en Albertine (Fran­cia). Resultaba, además, ser el hombre per­fecto para crear 10 nuevas coreografías que habían de desarrollarse en el minúsculo escenario del Crazy Horse (seis metros de ancho por dos de alto y tres de fondo, y que se trasladará tal cual a Madrid), pues se ha­bía especializado trabajando con el maestro estadounidense Merce Cunningham precisamente en eso: geometría, proble mas de distancia, ilusiones ópticas y movi miento.








 'BURLESQUE' Y `SALOON' DEL LEJANO OESTE.
Las chicas, en los camerinos, descansando, calentando y haciendo estiramientos antes de comenzar la representación en el famoso local junto a los Campos Elíseos, con aforo para 250 personas. En la página de abajo, uno de los números de lo que ya es un clásico del cabaré.



Como colaborador y codirector artístico fichó al polifacético y exigente fotógrafo, ci neasta y artista plástico Ah Mandavi, toda una leyenda en París. Llega casi una hora y media tarde a su cita con El País Semanal En París hay huelga de metro y dice haber estado atrapado en un atasco. Aparece ves tido de negro riguroso y, tras saludar, se despacha de un solo trago un whisky doble con hielo. "Hoy ha sido un día muy triste" se excusa. "Vengo del funeral de Loulou de la Falaise, la musa indiscutible de Yves Saint Laurent, con la que trabajé mucho en foto grafía y moda, y estoy destrozado". Mandavi es un ser extraño que habla por los codos pero con un universo interior que impregna todo el espectáculo. "Uno de los viajes más bonitos de mi vida han sido mis 17 años de psicoanálisis. Los procesos de creación no son fáciles, y Crazy Horse ha sido una de las grandes obsesiones de mí vida. Fue algo que me poseyó desde el primer día. No exa gero nada si le digo que temblé de emoción y comencé a venir una noche detrás de otra

Pude ver este show más de 200 veces, se lo aseguro. Y les forcé a que me contrataran. No paré hasta que me dieron la oportuni­dad. Tengo la suerte de ser muy amigo de Dita von Teese (exmujer de Marilyn Man­son y reina indiscutible del burlesque con­temporáneo), que fue una de las estrellas
invitadas por el Crazy Horse y me dejó ha­cerle un número. Tuvo tanto éxito, que An­dreé Deissenberg me permitió ser el codi­rector artístico del nuevo espectáculo".

NO TODAS LAS PRIMERAS aproximaciones a esta casa han sido siempre tan fáciles. Loa Vahina (nunca se da el nombre real de nin­guna de las bailarinas para preservar su in­timidad) tiene 26 años y es francesa. Lleva seis trabajando en el Crazy Horse: "La pri­mera vez que vi el show pensé que no era un trabajo para mí. Era muy tímida. Así que antes de los ensayos lo pasé un poco mal...
Lloré mucho. Pero mis amigos me convencieron para que probara, que viera de qué se trataba y decidiera después de saber a qué me estaba enfrentando. No has de firmar de entrada tu contrato. Tienes dos me­ses de ensayos y entrena­miento, y le aseguro que terminé enamorándome del todo de este espectácu­lo. Así que, ya ve, aquí me tiene seis años después y con ganas de estar mucho tiempo".

¿Y qué hay de las críti­cas feministas contra este espectáculo? Contesta la bailarina Dita Novita, de 22 años: "No puedes discutir o hablar con gente que tiene una imagen preconcebida de lo que es este espectáculo sin haberlo visto. Sobre todo porque lo que tienen en la cabeza es sencillamente un error tremen­do. No puedes criticar al Crazy Horse sin haber venido. Si vienen, seguro que cam­biarán de opinión". •

El espectáculo "Forever Crazy' estará en Madrid, en los Teatros del Canal, del 21de diciembre al 8 de enero.



El Pais Semanal nº 1837 domingo 11 de diciembre de 2011

Alexandre de Riquer (1856-1920)


 Alexandre de Riquer e Ynglada (Calaf (Barcelona), 3 de mayo de 1856 - Palma (Mallorca), 13 de noviembre de 1920), VII Conde de Casa Dávalos, fue un intelectual y polímata español: diseñador, dibujante, pintor, grabador, escritor y poeta, fue una de las figuras más importantes del modernismo en Cataluña.

Pertenecía a una familia aristócrata, los condes de Casa Dávalos y marqueses de Benavent. Su padre, Martín de Riquer y Comelles, fue un alto dirigente de los carlistas de Cataluña, mientras su madre, Elisea Ynglada y Moragas, pertenecía a una familia de intelectuales y artistas como el escritor José Coroleu e Inglada y su hijo el psiquiatra y publicista Wifredo Coroleu y Borrás, y los pintores Modesto Urgell e Inglada y su hijo, Ricardo Urgell y Carreras.
Estudió en Francia, primero en Béziers entre 1869 y 1871, y por su interés en las clases de dibujo se matriculó en la escuela de Bellas Artes de Tolosa de Llenguadoc. De regreso a Barcelona en 1874 prosigue sus estudios en la escuela Llotja. Por estas fechas escribe poesías Notas del alma datadas en el año 1875, donde la influencia de Gustavo Adolfo Bécquer y de Ramón de Campoamor está manifiesta, como relata Martín de Riquer y Morera.1
Viajó por Roma y París; pero fue en su viaje a Londres en el año 1894, donde conoció el movimiento de los prerrafaelitas ingleses y el arte japonés, que causarían una gran influencia en sus creaciones. También conoció al pintor y diseñador William Morris y sobre todo a Edward Burne-Jones2 que le influyó para dedicarse con especial interés en las artes gráficas y decorativas, introduciendo en Cataluña el modernismo de inspiración británica.
Alexandre Riquer destacó especialmente como diseñador gráfico, con gran dominio del dibujo. Su gran producción artística en este campo tuvo un papel fundamental en la estética modernista, siendo el autor de algunas de las imágenes gráficas más representativas del modernismo catalán. Hizo carteles, aguafuertes, ilustraciones en libros y revistas, diplomas, postales, sellos, recordatorios, menús, partituras, tarjetas comerciales y ex-libris.3
Participó junto con Joan Llimona en la fundación del Cercle Artístic de Sant Lluc siendo su primer vocal conservador y tuvo una gran vinculación con la ciudad de Tarrasa, donde contribuyó a la difusión del modernismo con su amigo Joaquim Vancells. Colaboró en la ilustración de las revistas, entre otras, La Ilustración Catalana y Arte y Letras y libros de la colección Arte y Letras dirigida por Lluís Domènech i Montaner, con quien colaboró en las obras de la Exposición Universal de Barcelona de 1888, en la decoración del Hotel Internacional y las cerámicas exteriores del restaurante El Castell dels Tres Dragons.
En 1890 hace su primera exposición individual en la Sala Parés de Barcelona, con el tema exclusivo de pájaros, con gran éxito de crítica y venta.
Publica a partir de 1897 varios libros de sonetos con ilustraciones realizadas también por él.
Se casa con María Dolores Palau González de Quijano, con quien tuvo nueve hijos, Emilio de Riquer y Palau, María de Riquer y Palau, Elisea de Riquer y Palau, Pedro de Riquer y Palau, Alejandro de Riquer y Palau, Emilia de Riquer y Palau, Eliseo de Riquer y Palau, José María de Riquer y Palau y Ramón de Riquer y Palau. Viudo, se casa en segundas nupcias 1911 con la escritora francesa Marguerite Laborde («Andrée Béarn» en literatura), con quien tuvo un hijo, Juan de Riquer y Laborde; a partir de entonces se dedica casi exclusivamente a la pintura.

Via: Wikipedia