jueves, 3 de abril de 2014

BARBARIAN



 Barbarian,  coincidió con el cambio de siglo (año 1999) y formaba parte de un sueño, y normalmente los sueños se estrellan contra la realidad. Se podía decir que casi lo consiguen, pero era una posibilidad demasiado pequeña, con muchos elementos en contra. Pero fue muy bonito mientras duró, además me pilló cerca y conozco a algunos de los que participaron directamente en la aventura. Ya saben, la nostalgia y eso, cosas del abuelo Cebolleta.








PERICO CARAMBOLA en la cresta de la cola en "una tarde en el cinematografo" drawn: Gallardo script girl: Ignacio Molina



Publicado en TBO nº5 Mayo 1986

martes, 1 de abril de 2014

EL BAILE DEL VAMPIRO por Sergio Bleda











No sólo trabaja cómodamente con empresas punteras del sector como La Cúpula o Planeta, tal como atestiguan sus seriales eróticos para Kiss Comix o El baile del vampiro, que motiva estas líneas; Sergio Bleda también realiza story-boards cinematográficos y publicidad a la vez que colabora con editoriales independientes. Por ello no es de extrañar, respectivamente, su sentido narrativo, la capacidad de captar la atención del público y esa espontaneidad en sus propuestas que sobrepasa los rígidos cánones del encargo de género. No ha sido Planeta, sin embargo, la que ha recopilado los cuadernos aparecidos bajo su extinto sello Laberinto en 1997 y 1999. Es Sulaco la editorial que transforma en álbum la miniserie de cuatro números del título que nos ocupa junto con el spin-off Inés 1994 y un par de historietas previas rescatadas para la ocasión. Lo que, de hecho, convierte a El baile del vampiro en el único de los trabajos de aquel sello que ha sido recuperado en tal formato junto con Iberia Inc. del estelar Pacheco. Y en uno de los pocos que, además, superó la simple mimesis de modelos impuestos por el cine y la historieta norteamericana de la última   década   en   cuestión   de superhéroes, thrillers, ciencia-ficción o fantasía heroica. Otros intentos fueron, por si alguien se lo pre-gunta, obras como Color Café, Subterráneos, Oropel o Gorka.

De acuerdo: en Bleda la huella del comic-book es más que palpable —lo que no le perjudica en absoluto—, pero su trayectoria y maneras escapan a un encuadramiento tan simple. Formado a la sombra de creadores tan dispares como Moebius, Garcés, Caniff, Miller o Toth, es obvio que su bagaje referencial iba más allá del de la generación Pinol, ya desde el elocuente guiño del título, si convenimos en la distancia que separa a Polansky de Jim Lee. Bien podría afirmarse, más bien, que este autor de Albacete amalgamaba con 23 años en El baile del vampiro la dinámica espectacularidad del comic americano con la solidez de la historieta europea e incluso con vestigios del underground patrio. Cabe hallar una inmadura versión de lo antedicho en aquel arriesgado ejercicio llamado El hijo de Kim que publicara Plaga en 1995; arriesgado por su extensión, de nada menos que 80 páginas, a las que se enfrenta durante casi tres años en un alarde del consabido método de "prueba y error". Hablamos de los inicios de la edición independiente en España con Camaleón a la cabeza y cuando el soporte de comic-book adoptado por tales proyectos se asimilaba no tanto a las puras fórmulas made in USA como a la salida de propuestas heterodoxas o más o menos alternativas. Demostraba ya Bleda en este trabajo no sólo su querencia por las féminas de Loisel sino también un encomiable pulso narrativo y unas dotes para la aventura urbana que posteriormente adaptaría sin problemas a diferentes géneros. Al género erótico, por ejemplo, en sus series para la revista Kiss, donde su trazo ya depurado se alejaba con elegancia del burdo realismo tan a menudo consustancial al porno dibujado, lo que unido a ciertos ingredientes de comedia proporcionaba un sano distanciamiento de la monótona exhibición de puro sexo.

El baile del vampiro plantea la presencia  de  tan  sobrenaturales seres en nuestra vida diaria, concretamente en la más cotidiana Barcelona de los noventa. Inés y Jacob son los dos protagonistas, una estudiante adolescente y un "sin techo" con dos siglos y medio a sus espaldas. Atractivos y poderosos, disfrutan de la noche sin demasiados problemas existenciales hasta que dos personas irrumpen en su atípico mundo: la mortal de la que se enamora Jacob y, sobre todo, Ana, la muchacha recién transformada cuyos poderes latentes despiertan la ambición del poderoso ser conocido como el Vampiro Blanco.


 El relato se desglosa en diferentes segmentos narrativos que corresponden a otros tantos personajes, incluidos los secundarios. Así, el diario de Inés, el monólogo de Jacob o la peripecia de Ana —pero también la policía, el cazador de vampiros e incluso la familia del cabeza rapada— se muestran como facetas de un mismo prisma que ilumina un trayecto marcado por el horror y el misterio en dirección al interior de los protagonistas.

No consiste aquí la aproximación al mito vampírico en una irónica fábula como Poco ni en la lírica fantasía de Blood. Tampoco se trata de iconos erótico-folklóricos al estilo de Vampirella ni de la siniestra farsa titulada Ivan Piire. No, estos jóvenes ocultos en todo caso participan del espíritu de Crimson, Vamps o Boy Vampiro, aunque no adopte el sentido apocalíptico del primero o el efectismo del segundo ni explore la maldición de la inmortalidad como la serie de Trillo. Bleda opta no tanto por la deconstrucción como por la desmitificación de la figura del vampiro a la luz racional de nuestros escépticos días. Un lúcido precedente al respecto ya se hallaba en la infravalorada novela gráfica de 1986 titulada Greenberg; en ella Mark Badger y De Matteis, en clave de comedia, trivializaban la existencia de los no-muertos en el vecindario demostrando, por ejemplo, que los crucifijos son inefectivos contra los vampiros judíos. En el caso que nos ocupa, tanto símbolos religiosos como estacas, ajos o la luz solar solo forman parte de la pura leyenda. Para el común de los mortales el nosferatu encarnó secularmente supersticiones populares y miedos ancestrales a lo desconocido, pero los vampiros de los 90 no se distinguen del resto de la generación X. Por ello, en esta obra el terror surge de la proximidad: no se trata ya de un remoto castillo transilvano ni del Nueva York de la Marvel. Aquí los vampiros se pasean por la Vía Layetana o por tu propia ciudad. Se trata del mundo en el que vives, aquí y ahora, y representan los horrores que te acechan a la vuelta de la esquina: SIDA, terrorismo, guerra bacteriológica, violencia doméstica o sexual... Horrores palpables y cotidianos.

Resulta esencial, en consecuencia, la puntillosa reconstrucción del mundo real en que se inserta esta ficción. Ya que, además, la fantasía se afianza como relato en tanto que conserva con la realidad un anclaje lo más sólido posible, cosa que entiende muy claramente, por ejemplo, Stephen King. Cabe suponer que el ambiente juvenil nocturno surge de la propia experiencia del autor, fuente de verosimilitud evidente. Pero también el resto de Barcelona con sus distintos ambientes resulta reconocible, lo que demuestra un riguroso trabajo documental. Trabajo que, a tenor de un estilo gráfico lejano del realismo ramplón, no se trasluce de forma exhaustiva ni exhibicionista sino que actúa como un telón de fondo meditado y útil. En este sentido también se distancia esta obra del resto de títulos de Laberinto (con excepción del mencionado Color Café) por asumir una señas de identidad definidas, unas raíces socioculturales concretadas en una ciudad real con sus apuntes vitales e incluso problemas candentes como la xenofobia. Más aún, el dibujante funde lo cotidiano con lo fantástico hasta diluir sus fronteras: mientras el mundo de los vampiros aparece carente de glamour y tan vulgar como el callejón más sucio, los rincones de la ciudad condal se tornan irrealmente fantasmagóricos, tan bizarros como la arquitectura de Gaudí a la luz de la luna.






Queda patente, en cualquier caso, que para Bleda el concepto de vampiro en el moribundo siglo XX solo puede ser pragmático y descreído, despojado de factores místicos o religiosos, casi un hecho científico. Nada de asociaciones diabólicas, pues. Si acaso, una anomalía biológica que ha de ser entendida como trasunto de cualquier conducta o forma de vida diferente, sobre la que el autor no se posiciona moralmente ni se permite juzgar. Es decir, los vampiros en este universo no son necesariamente los monstruos; tampoco los depredadores tienen por qué ser de otra especie. Lo demuestran ejemplares vivos y presuntamente humanos de neonazis, machistas violentos y otros sociópatas.

Bajo tales premisas se desarrollan, en consecuencia, los personajes. Unos personajes medianamente gestados ya en la mente de su creador, como evidencian los dos breves antecedentes incluidos en el álbum y que se remontan incluso cuatro años atrás. Notorio resulta el protagonismo femenino en este y otros títulos de Sergio pasados y futuros como El hijo de Kim, La novia y la ladrona o L'Vamp. Pero si bien en estos bordea el tópico por distintos motivos, es en El baile del vampiro donde roza con más fuerza la tridimensionalidad y aporta sugerentes enfoques. En primer lugar, la actitud de las dos protagonistas pulveriza otro mito inherente a los hijos de Drácula, ya que desde el aristócrata creado por Stoker a las encarnaciones de Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldman, el vampiro es asociado definitivamente a la dominación sexual masculina. Mientras que tanto Inés como Ana son símbolos de la mujer autosuficiente y activa; de hecho, escogen y disfrutan a su antojo de sus amantes o víctimas. Segundo, las dos adolescentes son seducidas sin excesiva reticencia por lo prohibido y prefieren pasear por el "lado salvaje" de la vida, como la novia que huye de los esponsales con una ladrona en su serie para la revista Kiss. ¿Se adivina la femenina mano de Rakel, compañera y guionista de Bleda en tales etapas? Cabe referirse a la proverbial fascinación por la noche y a la atracción del abismo, sí, pero el afán transgresor de estos personajes no deja de actuar como rol diferenciados como autoexpresión individual en un mundo gris abocado a la mediocridad en días que presagiaban ya la globalización que destruye conductas ajenas al sistema.

La figura de Inés cobra su verdadera dimensión en el monográfico que lleva su propio nombre, por lo que merece posterior comentario. La adolescente Ana personifica el proceso de tránsito; su conversión implica destrucción y sangre, el sacrificio ritual o prueba a superar que exige toda iniciación. Y no por nada la asunción de su condición de súcubo conlleva también el fin de la virginidad. Existe en el personaje un obvio paralelismo con la clásica Fénix de Claremont en tanto que se convierte en el receptáculo físico de un ente energético tan ancestral como destructivo, no siendo éste, por cierto, el único débito patente con el guionista británico ya que, en definitiva, estos seres nocturnos pertenecen a una especie superior a la de los frágiles humanos pero a la vez son odiados y temidos por su diferencia. Maldición y privilegio. ¿No remite esta dualidad a la faceta más explotada de los Hombres-X?

Jacob es la contrapartida masculina de la sensualidad de Inés aunque carece de su juvenil desenfado: el tiempo ha marcado más su espíritu que su poderoso físico. Es capaz de dejar una rosa en el callejón todos los jueves para su amor platónico tanto como de mutilar con los dientes a sus agresores. Contradictorio como cualquier humano, pues, aunque las posibilidades del personaje queden un tanto eclipsadas por su adscripción al cliché de Sin City. El fetichismo de los nuevos héroes callejeros requiere botas potentes y gabardina al viento junto al sintético monólogo en off. En cualquier caso, la herencia del cómic norteamericano es consciente, por lo que el álbum menudea en homenajes a títulos tan emblemáticos como Dark Knight, La broma asesina e incluso, rizando el rizo, La tumba de Dracula.

Completan el elenco el amargado Aurelio, paciente y obseso, como una versión castiza de Blade con similares motivaciones; el decadente Vampiro Blanco, que aporta el elemento clasicista en sus reminiscencias del sofisticado Lestat; y Naomí, objeto de deseo de Jacob, que parece personificar a la propia humanidad, a la vez aterrada y fascinada por tan singulares seres.

¿Y los recursos puramente técnicos? Para empezar, una puesta en escena vigorosa de trazo ágil y estética barroca, donde grises y mancha negra sustituyen al dibujo rotundo de sus producciones eróticas llegando a alcanzar cotas cercanas al expresionismo. Por supuesto, en un blanco y negro atmosférico que asocia más la figura del vampiro al cine alemán de principios del XX o la filmografía de la Universal que a la violencia de diseño en technicolor y dolby, descartando más aun el gore. Tampoco acude Bleda irreflexivamente al efectismo del comic-book en angulaciones o planificación de viñeta y página, aunque lo propicie el tema, sino que lo dosifica con morosidad calculada. De hecho, compone un relato denso donde, a semejanza de Watchmen, las abundantes viñetas quedan a menudo comprimidas en la página de forma que las más grandes y las splash pages cobren su verdadero sentido: repentinos despliegues de espectacularidad visual que enfatizan los crescendos emocionales o dramáticos. Una narrativa tradicional, en suma, pero que optimiza los recursos del medio; léase planificación, elipsis y montaje.

Capítulo aparte merece, como ya se dijo, Inés 1994, algo más que un apéndice de la historia principal y donde Bleda certifica su madurez. Menos ambicioso argumentalmente que El baile del vampiro, narra la seducción y transformación de la estudiante Inés por parte de un joven profesor de su Instituto. Y lo hace de manera intimista, naturalista incluso, en un relato sereno que pone de relieve su habilidad para moverse en las distancias cortas. De nuevo el costumbrismo se revela como herramienta fundamental, alimentado aquí por vivencias del propio autor en su tránsito del Albacete natal a la gran urbe barcelonesa. El blanco y negro es ahora puro, más acerado y efectivo, radical en su división como los días vividos por Inés antes y después de su conversión en no-muerta. No hay transición entre el romance adolescente y la pesadilla de sangre, su mundo cambia del blanco al negro de manera tan brutal como definitiva. Se trata de una clara parábola sobre el fin de la inocencia, siempre traumático, y la asunción de una existencia diferente, quizá más pragmática. Pero también plantea una nueva alternativa ética y vital; el mundo es atroz, lo sabemos, y a menudo se divide en depredadores y víctimas. Por lo que a Inés la experiencia, no por breve menos valiosa, le enseña la conveniencia de elegir el primer bando.

La edición de Sulaco es atractiva, aunque muy mejorable en su impresión y diseño, y se orienta hacia el completismo al incluir las mencionadas historietas adicionales además de una profusa colección de bocetos.

La conclusión de la miniserie original, un tanto brusca y aparentemente abierta, hizo presagiar una posible continuación en su día. En realidad, las posibilidades del argumento y de los personajes planteaban interrogantes suficientes como para prolongar el título y en la mente del autor anidaba tal inquietud. Sin embargo, tras el breve interludio de Inés 1994 confinó definitivamente sus errabundas almas al limbo de los proyectos perdidos, derivando toda la parafernalia vampírica hacia terrenos más transitados en L' Vamp, que supuso la aplicación de color y el uso de un guión ajeno, claramente más convencional. Pero esa ya es otra historia.
YEXUS




Portadas de la miniserie El Baile del Vampiro e Inés 1994 publicada por el sello Laberinto de Planeta-DeAgostini, miniserie de cuatro números de mayo a agosto de 1997 y un número extra (Inés 1994) publicado en octubre de 1999.

El artículo pertenece a la revista U#24 Junio de 2002