martes, 12 de diciembre de 2017

Recuperada una obra perdida de Jan, el dibujante de Superlópez

‘Don Talarico. El castillo encantado’ se creía desaparecida, irremediablemente, desde hace 45 años

Detalle de una viñeta de Don Talarico. El castillo encantado, de Jan (Amaníaco Ediciones)

JORDI CANYISSÀ
05/12/2017

No pasa cada día que se recupere una obra considerada perdida. Una obra de la que se conocía su existencia pero a la que se le había perdido el rastro. Ocurrió con 25 minutos del filme Metrópolis, de Fritz Lang, y con 149 canciones de Bob Dylan que se encontraron en un apartamento de Nueva York, cuatro décadas después la grabación. Son hallazgos tan excepcionales como valiosos. Y cuando ocurren, la alegría es grande.

Los aficionados a la historieta sabían que en la bibliografía de Juan López, Jan (Toral de los Vados, León, 1939), uno de los autores más importantes del país, faltaba siempre un álbum, pues los originales se perdieron antes de su publicación. De la obra solo se sabía el título, lo que multiplicaba su aura de leyenda: Don Talarico. El castillo encantado.

Se trata de una historieta larga, de 43 páginas, que Jan entregó a la revista Strong en 1971 con la mala suerte que ésta cerró a los pocos días. Y ahí empieza otra aventura: el álbum no se publicó y los originales no volvieron jamás a manos del autor pese a sus reclamaciones. El Banco de Madrid se los quedó como garantía de la deuda de la revista.



Portada y primera página del segundo álbum de Don Talarico (Amaníaco Ediciones)

Don Talarico retrata con humor los siglos de la Reconquista de la Península Ibérica, revisando críticamente la visión que el franquismo dio de esa lucha contra el dominio árabe en la Península. El protagonista, con andares algo quijotescos, es un guiño al Guerrero del Antifaz, exitosa serie de cuadernos de historieta durante los años de posguerra.

Cinco años atrás se publicó un primer álbum del personaje de Jan, una recopilación de 12 historietas cortas: Don Talarico (Amaníaco Ediciones, 2012). Un volumen pacientemente restaurado por el editor, Jordi Coll, a partir de los ejemplares del semanario Strong. Tras esa experiencia nació la idea de recuperar lo que parecía irrecuperable: el álbum perdido del personaje. “El proyecto surgió por casualidad. Fue el mismo Jan quien, mientras miraba cómo había quedado el primer álbum, me habló de esa aventura que jamás se publicó y de la que tampoco le habían retornado los originales”, explica Coll.


Jan hojeando un ejemplar de 'Don Talarico'. A la izquierda, guión de una página (Amaníaco Ediciones)

Jan conservaba algunas desvaídas fotocopias del proyecto original, “pero la calidad era muy mala”, remarca el editor. Estaban mal impresas, no reproducían la página entera (los originales eran demasiado grandes para esas viejas máquinas) y, además, faltaban por completo las últimas 11 páginas, de las que en el mejor de los casos había un esbozo de guión.

Contento con la recepción del primer volumen, el padre de Superlópez se animó a recuperar lo que ya había dibujado 45 años atrás: redibujó las viñetas fotocopiadas, completó fragmentos de páginas que faltaban, y elaboró de nuevo aquellas de las que no había ni rastro.

En declaraciones a La Vanguardia, Jan explica que no le fue difícil adaptarse al estilo que tenía en 1971: “Soy versátil porque provengo de una escuela de dibujos animados orientada a la publicidad, lo que significa que para cada encargo tenía que inventarme un estilo adecuado al tema o anuncio. Me resulta fácil retomar ese estilo aunque por experiencia y oficio algo cambiaría. Es normal”. El principal reto estaba en la parte final del álbum, que abordó “sin apenas pistas de cómo las había hecho hace tantos años”.

Como ocurre en Superlópez o en Pulgarcito –otra de sus creaciones más populares–, Don Talarico está rodeado de un sugerente grupo de secundarios. “Cuando me invento un personaje no olvido que he de dotarle de un mundo propio, o sea secundarios que le den el contrapunto, de lo contrario sería un monologo”, asegura Jan. En este caso, destaca el seductor y enamoradizo Don Mendo o el fracasado mago Melón. “Los secundarios tienen que tener su personalidad propia para interactuar entre todos ellos –explica el autor– y además eso los hace aptos para capitanear el relato si se tercia. No concibo secundarios pasivos”.

Publicado también por Amaníaco Ediciones y con notas del crítico Toni Guiral, Don Talarico. El castillo encantado contiene divertidos anacronismos y diálogos escritos con un castellano antiguo macarrónico. Jan dibuja con una línea dulce y redondeada, sus personajes son dinámicos y elásticos, como de goma. La composición de la página es más libre que la que se usaba en Bruguera y la historia que se cuenta va aumentando poco a poco de intensidad hasta culminar con las escenas del asalto al castillo, con algunas de las viñetas más atractivas visualmente.



Originales y fotocopias de 'Don Talarico', en la mesa de trabajo de Jan (Amaníaco Ediciones)

“Desde luego, me gustaría continuar sacando aventuras de Don Talarico”, asegura Jan

Es fácil encariñarse con el personaje de Don Talarico, aunque el autor marca distancia: “Yo, en realidad, no le tomo cariño a los personajes: los utilizo como medio para contar mis historias y son las historias lo que me importan. Si doy esa sensación es porque lógicamente trato de que el lector se identifique con el personaje, para poder seguir contando mis historias con él”.

Tras la reedición restaurada de las aventuras cortas y la exhumación de este Don Talarico. El castillo encantado, Jan no descarta que pueda existir un tercer álbum con una historieta completamente nueva: “Desde luego, me gustaría continuar sacando aventuras de Don Talarico pero eso depende del tiempo que disponga, pues el Superlópez me ocupa casi todo el año… pero todo es posible”.

Jan, un clásico del cómic

Junto con Francisco Ibáñez, padre de Mortadelo y Filemón, Jan es uno de los más célebres autores de la llamada Escuela Bruguera (en honor a la vieja editorial del mismo nombre), junto con Escobar, Peñarroya, Jorge, Cifré o Raf. Por su trayectoria, Jan recibió el Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona en 2002. A finales de 2015 rechazó la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes del ministerio de Cultura “por ética personal” ante “las circunstancias sociales y políticas actuales”.


La Vanguardia



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