miércoles, 26 de octubre de 2016

Marejadas creativas

Hagamos un esfuerzo y retrocedamos un poco en el tiempo. Tras el ocaso y desintegración de la dictadura franquista, la libertad expresiva, ideológica y conceptual comienza a dar señales de vida en nuestro país. Las barreras de la prensa escrita se revienta, y la eclosión de revistas es tal que abarrotan el kiosko.

Entre todas ellas, los primeros títulos de historieta teóricamente adulta, Tótem y 1984, que pronto irán compartiendo posiciones con otras cabeceras como Creepy, Cimoc, Comix Internacional o El Víbora, de la que hablaremos más tarde, para centrarnos en las primeras, auténtica tentación para los cientos de dibujantes españoles que en aquel momento realizaban trabajos de agencia, y que supieron ver en estos títulos la oportunidad que necesitaban. Por desgracia, solo unos pocos fueron los elegidos, llegando entre todos a formar una generación de similares inquietudes. Son los Luis Bermejo, José Ortiz, Fernando Fernández, Alfons Font, J.M. Beá, Esteban Maroto, Manfred Sommer, Segrelles, Ventura y Nieto, Sió, Carlos Giménez, Adolfo Usero, Leopoldo Sánchez, Luis García y algún otro que, concienciados políticamente, lucharon por realizar lo que se llamó cómic de autor, donde confluían la busqueda de nuevos planteamientos narrativos con la acumulación de las directrices de Crepax, Breccia o el clásico Raymond.



Así fue, durante la primera etapa del decenio florecieron abundantes propuestas de entre las que destacaremos los Cuentos de un futuro imperfecto o las Historias negras de Alfonso Font, Nova-2 de Luís García, Auxilio Social y Los profesionales de Carlos Giménez, Historias de la taberna galáctica de J.M. Beá, Frank Cappa de Manfred Sommer o el Drácula de Fernando Fernández.


Lamentablemente, el intento no llegó a cuajar, salvo en los contados casos de verdadero interés, y tras intentos de independencia tan loables como Rambla o Metropol, el abandono ha resultado la solución más recurrida.

Distinto apartado merecen los equipos guionista-dibujante que, como en el caso Bernet-Abulí y su Torpedo 1936, o como Ortiz-Segura, gracias a esa relación compartida consiguen cierta regularidad en la publicación de sus trabajos, elemento clave para la supervivencia.

Claro que siempre puedes recurrir directamente al mercado francés donde, desde hace ya muchos años, nombres como Víctor Mora, De la Fuente, Parras, Harriet, Redondo, Ibarrola, Ribera, Palacios, Tito o Clavé mantienen clavada una pica lo suficientemente representativa como para que no se les olvide. O bien entrar en la cadena de producción de Bruguera, desaparecida y resurgida con ansias renovadas y distinto nombre, donde los Escobar, Ibañez, Raf, Edmond, Vázquez o Jan poseen plaza fija.

Aunque si hubiese que señalar un hecho realmente significativo dentro de la época de la que hablamos, acaso sea el nacimiento de El Víbora, acaecido hace ahora un lustro, la revista marginal que resultó ser un éxito de público, y propició el nacimiento de otras como Cairo o Madriz, de las cuales han surgido nuevas e interesantes propuestas narrativas o estéticas.


La principal característica de esta generación, actualmente todos mayores de 30 años, es la no exclusiva dependencia del medio, frecuentándolo con una mayor o menor asiduidad para relacionarse con otras artes contiguas, como la imagen, el diseño, la publicidad o la pintura.


En el caso concreto de El Víbora, autores como Gallardo-Mediavilla, Pamies, Martí, Max, Nazario, Pons, Calonqe o Roger han querido modernizar el medio retratando fragmentos de la actualidad, para acabar actualmente acomodados entre las páginas de una revista más madura pero con mucha menos sangre.

Cairo nació con unas referencias artísticas y literarias concretas, las de los maestros europeos de historietas, para dar paso, en sucesivos números, a una plantilla que, sin renunciar a estos cánones supo reactualizarlos y reconvertirlos adecuadamente. Cifre, Pere Joan, Micharmut, Sentó, Torres, Mique o Montesol han jugado una importante baza artística estos años ochenta.


En cuanto al Madriz, dirigida por Felipe Hernández Cava, intentó concienciarnos de la necesidad de una historieta de tono más literario, con contenido y mensaje propio, sin renunciar tampoco a la ruptura estética. Así, otro importante alijo de autores nacieron y se educaron en las páginas de la revista, para después derivar hacia otros campos creativos. Son los Javier de Juan, Ana Juan, Keko, Raúl, López Cruces, Javier Olivares, J. Vázquez Guzmán, etc, o Federico del Barrio y El Cubrí, ambos con más de diez años de historietas a sus espaldas, pese a su relativa juventud. Para rematar este grupo generacional hay que reseñar una última escisión, nacida a caballo entre los fanzines (especialmente el Zero) y las revistas profesionales, con una concepción de la historieta tan seria e inquieta como estos. Incluiremos en ella a Garces, Espinosa, Das Pastoras, Negrete, Pellejero o Prado. Vinculados a historietistas como Moebius, Tardi o Pratt, simbolizan la nueva corriente europea.

Y si una de las características de esta década es la aceleración de los procesos evolutivos, que duda cabe que la historieta debía verse afectada. Una nueva generación de autores de veinte años, completamente polivalentes, empuja con fuerza para tomar posición. Son los hijos de los medios de comunicación, de las nuevas tecnologías, poseen una mayor cantidad de información gráfica y audiovisual, y sus influencias son tanto europeas como americanas, sin renegar de ninguna de ambas. Hablamos de Xavi Montana, M.A. Martín, Montecarlo, Sempere, Ferry, Beroy, Jaime Martín, F. de Felipe-. Oscaraibar, Seguí, Padu, etc...

Para terminar, una reflexión curiosa; pese a todas las marejadas creativas que hemos padecido estos últimos diez años, la situación editorial continúa igual que al principio de la década, tras haber pasado una época de máximo esplendor y ver de nuevo menguada sus fuerzas. Y es que, después de todo, la vida sigue igual... ■ Tino Reguera.

Publicado en Krazy comics nº4. Enero 1990.

No hay comentarios: