lunes, 8 de septiembre de 2014

La invención de El Griego de Toledo: arte y oficio


La segunda gran exposición que albergará el Museo de Santa Cruz de Toledo por el cuarto centenario de la muerte del artista abrirá el martes; reúne 92 obras procedentes de Alemania, Reino Unido, EE UU, México, República Checa y Suiza

ALBERTO CORAZÓN Toledo

Un visitante observa el 'San Pedro' de El Greco (a la derecha) junto al 'San Pedro' de su taller. / BERNARDO PÉREZ

En este taller toledano, a lo largo de los últimos años de su vida, Domenico Theotocopulos pasa de ser uno de los grandes pintores de su tiempo a convertirse en el genio universal que ya todos llamamos El Greco. Un caso único de evolución artística en la historia de la pintura.

Una asombrosa capacidad para aprender de todo lo que ve y mejorarlo, una única obsesión en su vida, pintar. Llega a un punto de madurez en el que sabe que es un grandísimo pintor que ya no necesita el oficio, pintar mejor. Lo que necesita es ser único. Esa es la epifanía que se revela en el taller toledano.

El largo viaje de un excelente pintor de iconos en su Creta natal, que pronto adivina los límites del género y desembarca en Venecia para aprender de los pintores occidentales. Tiene 26 años, ninguna formación artística e incluso desconoce las pinturas al óleo. En un par de años aprende todo del oficio y en dos más pinta tan bien como su maestro Tiziano y es tan innovador como Tintoretto. Va a Roma, que se está convirtiendo en el gran centro de arte europeo. La Contrarreforma impulsa la transición del renacimiento al barroco, un mundo efervescente con un cabeza de fila como Caravaggio. La vieja disputa florentina sobre la primacía, dissegno o colore, entre el dibujo o el color, se salda con un triunfo absoluto de este último. Domenico será ya en adelante un gran maestro del color.

En Roma ha aprendido no solo todo sobre la pintura, sino sobre el mercado de la pintura. El comercio del arte está tomando ya forma definitiva, los talleres de los artistas pasan a ser proveedores de imágenes para una extensa burguesía culta que dispara la demanda. De nuevo Domenico ha encontrado su techo en Roma. Le llega información alentadora sobre España, la posibilidad de encargos para la gran obra de El Escorial y de pinturas importantes para la catedral de Toledo.


Pentecostés, de El Greco y taller, en el museo de Santa Cruz. / BERNARDO PÉREZ

Aparece en la ciudad con 36 años, en 1577, “con grande crédito, en tal manera que dio a entender no había cosa en el mundo más superior que sus obras”, según Jusepe Martínez. El artista que se sabe superior sin falsa modestia. Y que está dispuesto a pelear por ello, como demuestra en el pleito con el Cabildo. Acostumbrado al aprecio italiano por los artistas, comprueba con asombro que su status español es el de cortesanos y sus patronos les tratan como tales, algo que él nunca admitirá.

A Felipe II no le gusta su Martirio de San Mauricio y la catedral de Toledo le cierra sus puertas. Entonces decide abrir un taller con el modelo italiano: un espacio de producción artística. Estamos ya en el núcleo de ésta soberbia exposición, comisariada por Leticia Ruiz, conservadora del Museo del Prado. A lo largo de cuatro brazos de una gran cruz griega, con un montaje sobrio de refinada elegancia que permite apreciar el artesonado de Santa Cruz, se desarrollan cuatro relatos que van confrontando temas, versiones del taller, reducciones y réplicas bajo la tutela de algunas de las grandes obras que les sirven de referencia. La evolución de los retratos de San Francisco en un gran paño, que enfrenta al de las versiones de las Magdalenas, la logia que contrapone dos apostolados, el retablo de retablos que permite entender la compleja relación entre el espacio, las arquitecturas de maderas y los lienzos.

El formato medio y pequeño de los cuadros, que permite una visualización íntegra desde corta distancia, y el montaje secuencial, permiten apreciar el modo de pintar en esta última etapa, tan insólito como eficaz, a través de capas suaves de color que se van superponiendo sobre el fondo inicial, rojos densos, grises y marrones casi negros. Hay que ser muy sabio y estar muy seguro para que a partir de ahí comiencen a aparecer las formas, moldeadas suavemente sin contornos precisos por sus azules, amarillos y verdes, rematadas a veces casi con violencia por polvos de minio en bruto.

Una aportación reveladora y apasionante. Las reducciones, lienzos de pequeño formato, pintados por El Greco, agrupadas por temas, que constituían el show room donde los clientes hacia sus encargos con las variaciones necesarias; el tamaño, el colorido, ciertas disposiciones, incluso los marcos. Un auténtico catálogo de temas y modos, que luego en el taller, adaptaban al pedido del cliente. El taller mantuvo siempre una gran productividad gracias a sus principales ayudantes, el italiano Francisco Preboste, que tenía incluso poderes de Domenico para todo tipo de asuntos; su hijo Jorge Manuel, que prolongó la actividad del taller ya muerto El Greco y Tristán. El modo de trabajo y el propio taller se muestran en un interesante audiovisual. Una tan inmensa productividad, al margen de las grandes obras incontestables hace muy complejas las atribuciones y explican como todavía no existe un Catálogo definitivo.

Esta exposición muestra la secuencia de por qué, con toda razón, el genio de Domenico será reconocido en todo el mundo y en la historia del arte, como El Greco de Toledo.

Alberto Corazón es diseñador y pintor


El Pais, 06.09.2014

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