miércoles, 9 de julio de 2014

THOR- DOOM DOOM


 Leyendo esta nueva etapa de THOR, con guión y dibujos de Walt Simonson, llamaba mi atención, cada vez con más insistencia, un punto de referencia que identifiqué, quizás, demasiado rápida-mente. El primer golpe de efecto vino de aquella portada con la figura de un individuo de indudable filiación de vi-llano (por su cabeza de cabra que removía en mi' oscuras asociaciones con faunos de la mitología) vestido con un traje sospechosamente gemelo del de Thor pero, a la vez, con suficientes y creo que intencionadamente visibles... ¿adulteraciones? Se insinuó levemente en mí un arcano temor, una inquietud extraña proviniente de zonas que creía para siempre atrapadas bajo el peso de años de ser adulto, y que censuré con desagradable rapidez. Aquello siguió con el comienzo de esa primera aventura, algo así como una muy lejana pérdida de las bases. (Nuestras bases son algo que no creemos necesitar. A veces son rozadas y su apariencia se nos presenta entonces como ridicula). Lo que sucedía en ella era nada menos que Thor era suplantado, sustituido, igualado, robada su herencia por este biónico hijo de la tecnología que estaba allí como marcando el comienzo de la nueva etapa, como si su existencia en ella y su molesto aspecto fueran imprescindibles. Simonson no explicaba por qué el encantamiento de Mjolnir funcionaba con tal ser demoníaco, que creía demonios a todos los otros seres, como dejaba sin comentar la rugosidad y aspereza del nuevo tebeo de THOR, igual de oscuras que la necesidad inmediata de eliminar a Donald Blake. ¿Cómo era posible que, a pesar de su maligno aspecto, resultara noble la empresa de Beta Ray Bill, digna su alma de los mismos honores y poderes, acreedora incluso al supremo esfuerzo del poder de Odín, tan sólo para borrar ese último rastro del innombrable origen, para dulcificar el esquelético rostro?

Dos Thores en la serie. Nueva escritura del personaje. Nueva identidad terrestre.   Un   mayor   papel de  los elementos secundarios de la mitología escandinava (referente natural del comic book, de THOR). Y detrás de todo ello, manteniendo un misterio para adivinar la identidad secreta del que maneja la fragua, allá desde ignotas profundidades ardientes... Ese trabajo del personaje se refería para mi, inevitablemente, al que realizó Frank Miller con DAREDEVIL, y con no pequeña sorpresa tal pensamiento se asentaba cada vez más pese a mediar una muy notoria diferencia.

Se puede hablar en THOR del aislamiento y la reducción del universo Marveliano en torno al dios del trueno, su mundo de Asgard, sus personajes,, sus referencias y la motivación de sus aventuras, siempre con raíces en las leyendas nórdicas, nunca en otros personajes marvel (pese a la insistencia de los lectores en pedirlo). Del archienemigo insuperable mensajero de la destrucción, portador del estandarte del fin (que muy pronto adivinamos sería Surtur, ya que desde el primer momento Simonson nos transmite la sensación de que sólo un mitológico adversario podía ser ese, y todos sabíamos ya, como por telepatía, que esa historia secreta era la llegada del día de Ragnarük) ¿Cuántas veces nos habrán contado en esta revista una y mil versiones del Ragnarók para llegar Walter Simonson, contarnos la enésima (la más parecida a la leyenda) y nosotros no sólo aceptarlo y adivinarlo sino además, necesitar que lo haga? Todas estas convenciones extremadas de las que hablábamos entonces, aparecen en esta etapa de THOR y algunas más (longitud y carácter épico de las sagas, etc.), pero hay una que estaba ausente y era la más im¬portante. Aquí no aparecía un Bullseye, un enemigo tal. Nadie que cumpliera esas funciones.
Todo ello me hizo pensar más detenidamente en el personaje de Thor, en su función dentro del universo Marvel.

Parecía que Beta Ray Bill era una propuesta directa como candidato a alter ego   del   dios   nórdico,   pero...   ¿Porqué no era un enemigo? ¿Por qué su igual? Un saber más profundo que mis percepciones me lo decía claramente; en el lugar del Mr. Hyde de Thor está Beta Ray Bill; eso era lo indudable, lo demás era cuestión de descubrir la clave. Distinguí entonces los dos modos de representación bajo los cuales se movían las creaciones de Lee dentro de su mundo particular; la evidente flaqueza que el héroe lleva siempre consigo (encarnada en este caso, en la identidad mortal de Thor, el débil y tullido Dr. Blake) se desdoblaba en dos niveles diferentes de desarrollo. En la iconografía; la imagen de la castración de Thor no podía ser más freudiana (su cojera). Pero mientras el resto de los pobladores del Marvelworld sufrían además la superioridad de sus enemigos, jamás era puesta en duda la primacía del dios vikingo en el escalafón de poderosos. Así el engranaje que Marvel inventó para poner en escena el destino cósmico del hombre, no sólo estaba abocado a la devoradora tragedia de los super-héroes abrumados por fuerzas catadísmicas. Permitía también una continuidad, una cierta permanencia de dicho universo Marvel, reflejada en la confianza que la existencia de un ser como Thor proporcionaba frente a cualquier amenaza. Tal mundo, tal universo inexistente tenía complejidad, diversidad. Los impulsos de vida tanto como los de muerte formaban parte de él y, si bien Thor en su serie es un personaje como los otros, tenía en Galactus (entonces Mangog) y su archienemigo (entonces Loki), su función en relación al resto, dentro de dicho mundo era un poco ejercer de inhibidor de lo que sería sino la precipitación de todos los personajes hacia su fin. Aún dentro de su propia serie existía esa función reservada al personaje de Odín, única dialéctica posible de un Galactus, y cuando la trama alcanzaba resonancias de alcance tan cosmológico los enfrentamientos se rehuían.
De   manera   que  en  esta   reescritura, en   este  ensimismamiento   del   universo Marvel sobre el de Thor, es el concepto que del personaje tenemos en relación al resto (oye ya en Simonson no aparecen nunca como motivadores del argumento) el que determina los nuevos arquetipos. Una intuición subconsciente dirige inequívocamente a Walt hacia el único reparto posible del drama, a dar por insondables razones ese traje, ese martillo, esa novia, ese padre, a Beta Ray Bill; un héroe porque Thor nunca estuvo castrado, un noble porque Thor nunca fue partícipe de una disyuntiva moral, !Qué acierto tan potente de Walter, qué intuición maravillosa cuyos galardones explícitos podemos colocar sobre ese rostro de fauno y ese traje de dios!

Aparecen facetas y aristas de aquellas fábulas veinte años después insinuadas, comprendidas desde la proximidad de lo visceral por quienes no podían sino llegar a ser cantores de tales leyendas (Frank Millar y Walter Simonson). Porque ahora, en los ochenta, no estamos en la era de los comics Marvel, sino en la de sus hijos. No recibimos directamente los mitos sino su Iliada. Miller y Simonson no son los andarines juglares (¡cuanto más anónimos eran hace 20 años los ¿autores? de comic-books!) sino los renombrados poetas que escriben y depuran lo que su imaginación mamó con más gusto en sus épocas tempranas. Me resulta inevitable encontrar reminiscencias parejas de estos símbolos en la actuación de Papá Furia (el otro personaje Marvel con iconografía más obvia de la castración que, sin embargo, como Thor, siempre estuvo bastante seguro en su posición dentro del mundo marvel) que ampara a Don Blake a punto de "morir" y ofrece la nueva identidad terrestre al dios del Trueno desde el confortable secreto que rodea a su organización.


He aquí la razón por la cual no podía ser Loki, en esta primera etapa, la cruz del personaje de Thor ya que aquél, de entre los malvados de Marvel, siempre pertenecerá a la categoría de los villanos incorruptibles  hacia el bien.  Y he aqui además, que Loki, liberado de cumplir con su estricto arquetipo marveliano, gana matices cue convierten sus apariciones en las más logradas. Recupera el carácter de hechicero de insuperable magia. Su vivienda, apartada de Asgard, en un escarpado promontorio es el símbolo de su independencia. Desaparece todo rastro de servilismo en su personalidad (cosa que le quitaba, en la etapa clásica, parte de su carisma como "malo"). En su lugar, Simonson lo hace burlón, humorístico, despreocupado y endiabladamente listo; sólo él, de los que engañan a Thor, controla realmente la situación. Si un relato es mejor cuanto peor es el villano no hay duda de que este Loki hace ganar enteros a la serie. Gráficamente el dios del mal de Walter es (quizá por primera vez) bello. Su nariz aguileña no es la del monstruo Kirbyano sino que junto a unos rasgos refinados resulta en un rostro agresivo de irónica sonrisa. Paralelamente su traje es el segundo de los clásicos (no el del casco con cuernos) y sus momentos estelares son aquellos en que se despacha con Balder. En este momento, y tal como están las cosas, uno es la encarnación del mal y el otro del bien, pero !qué lejos del maniqueismo se sitúan! ¡Qué bien sabe Simonson enfatizar los matices de ambos personajes! ¡Cómo nos los ofrece cargados de una historia y una posición en el mundo de Asgard! Porque, como corresponde, Walter, si no reescribe propiamente, si recapitula la historia de Balder, su visita al reino de Hela, su espanto ante la muerte de que él fue causa, el horror ante el destino inevitable. En todo momento sabe concitar nuestro interés contándonos la historia de labios de un tercero (Volstagg) como se cuentan los hechos legendarios, siempre por terceros, ya prendida nuestra curiosidad desde el momento que vimos a Balder el valiente, el hermoso, convertido en una carnosa bola de sebo de pelo blanco, hastiado y desengañado de su bondad de siempre.Loki,   bello  y   Balder,   no   feo pero (aún mejor) con  el  abotargamiento que conserva rasgos del pasado esplendor, de la pretérita inocencia.



Simonson dirime asi el eterno conflicto moral, acabando en dos puntos de máxima tensión (cuando Odín admite a Beta Ray Bill como igual de Thor !al que ha vencido! y le da un martillo, y cuando Balder tiene que volver a matar al llevar a Loki el mensaje de Odin) con doble cara de la moneda de Thor a través de su epígino Balder ("más que un hermano"). El rostro con-gestionado, la expresión de rabia incontenible, Balder se enfrenta con la traición a sí mismo (juró no volver a causar la muerte tras su viaje a Hellheim) para darse cuenta de que ha sido del todo inútil, una burla del artero Loki que se divierte a su costa. En el paroxismo de su impulso autodestructivo, Balder está ahora destinado a encontrarse con Karnilla y a conocer de las Noms (pasado, presente y futuro) el secreto del destino y a superar su secular incapacidad de amar lo perverso. Sí, lo increíble sucede: Balder, por fin consiente, desea y admite su deseo de amar a Karnilla. Toda la carga de significados simbólicos y metafóricos de los mitos nórdicos permanece en toda su pureza, para ser usados aquí como marco, como universo en el que dar el paso liberador de la espiral marveliana. Así, Loki acaba siendo simplemente amoral, y Balder, capaz de amar.
No ha de extrañarnos que sea por medio de secundarios como se aniquile la dialéctica trágica del superhéroe en esta serie, pues Thor mismo siempre fue un personaje poco ambivalente (sobre todo en su etapa clásica de Kirby). El trabajo de Simonson se refiere al de Kirby directamente, al de Miller, para realizar la misma operación que este hizo con DAREDEVIL. Al de Kirby para superarlo.


Las líneas ásperas, secas, angulosas; los volúmenes hipertrofiados, rotundos; la movilidad de trazos y rayados libres de ajustarse a la anatomía y a los contornos. El conseguido efectismo de las manchas de energía, fuegos, aires desplazados, líneas cinéticas y onomatopeyas que, operando por contraste con el trazo pajizo de Simonson, van dibujadas con implacable regla y diseños de letras con perfectas líneas de rotring, para conseguir una expresividad muy acertada, consciente de la eficacia del enfrentar estilos opuestos que por su yuxtaposición, crean nuevos sentidos. El efecto titánico de las poses, la fortaleza contenida de las figuras, el carácter heroico de sus atributos (ropas) son algunos rasgos cuyo trabajo por parte de Walter se refiere al de Kirby (que perseguía similar apariencia para su Thor). Pero si bien "el Rey" buscaba líneas tipo maquinaria y desarrollaba ese enfoque en su tratamiento de ciudades, cascos, trajes y cuerpos en correspondencia con el origen pseudocientífico del mundo Marvel, Simonson no relaciona su tratamiento gráfico con tal origen, sino directamente con la mitología escandinava. Su inspiración no es tecnológica, sino vegetal. Si en Kirby todo parecía acero, en Simonson todo parece madera, ramas, raíces, hojas. La arquitectura de Asgard, conservando sus impresionantes moles, refleja las rugosidades de la madera vieja. Incluso cascos y metales llevan huellas de arañazos, y parecen gastados, usados. Aparecen praderas y árboles donde Kirby hubiera pintado rocas. Las melenas se confunden con las líneas de movimiento, el viento y los bordes de los bocadillos que se empeñan en ganar terreno al dibujo metiendo el blanco inter-viñeta por todas partes, hasta que las páginas de Simonson parecen llenas de viñetitas talladas sobre el blanco con navaja. Es merced a la sorprendente adecuación entre este enfoque gráfico y el mundo de leyenda nórdica que pone ante nuestros ojos como se produce la superación del trabajo de Kirby (entiéndase no en méritos artísticos, sino en términos de significado dentro de los mitos marvelianos). Ciertamente, la raza vikinga que originó esa mitología estaba en sus concepciones y tradiciones más arraigada en el árbol y lo vegetal que en los metales de sus armas y naves. Simonson se mueve en equilibrio entre la vulnerabilidad de una apariencia no metálica, no rebotica, y la exageración de tamaños y formas musculares para conseguir auténtica raigambre normanda sin perder el carácter épico que, en grado cósmico, debe llevar lo marveliano. Porque no olvidemos que, pese a que nos narre la historia del ultimo vikingo, de Fafnir, el dragón, o del día de Ragnaróck, la causa última de los acontecimientos remite al universo Marvel, del que se cierra una etapa, para quedarse en un entorno reducido y desmoralizado, en el que nuevas historias, cuyo móvil no sea ya más el mito del héroe castrado, puedan ser contadas. Historias de intrigas asgardianas, de amores de Thor !y de Loki!, la reconstrucción de un hogar para los dioses, de la ausencia de Odin... (el shock no es tan fuerte ahora, pues el terreno estaba preparado: su función ya no es imprescindible y su presencia, por consiguiente, tampoco). Hay que decir, sin embargo, que si bien mientras se va desarrollando el cambio de escenario y se reúnen las piezas, Simonson demuestra un gran sentido del ritmo, y la reserva de información, manteniendo el interés, creando expectación, trabajando los puntos de vista desde los que nos presenta a cada personaje (Loki, Balder, Sif), desarrollando un enfoque visual de enmarañadas lineas y contornos cuadrangulares que se revela mucho más efectivo en el comic-book que en la novela; se percibe también una cierta relajación del pulso narrativo a partir del episodio de la "Cacería Salvaje", a la vez que una ligerísima simplificación de los cuerpos y rostros, antes llenos de rayas que acentuaban los rasgos diferenciadores de estilo de Walt. Hay quizá demasiada pelea, en exceso prolongada, y poco de lo demás.

En el momento en que Miller, en el marco de casi novela negra con violencia en que dejó su DAREDEVIL, sacaba a relucir un rico universo interior, Simonson desarrolla su propia visión del entorno escandinavo y, en él, despliega su forma de ver y sentir los personajes, que tiene más partes de leyenda nórdica y de raíces marvelianas que de fantasmas del propio Walt Simonson. Hasta el momento en que el conflicto moral queda resuelto como dijimos, la forma de ver las cosas y el suspense que las imprime, la ausencia de elementos innecesarios y lo emblemático de las situaciones resultan perfectos (quizá más que en Miller), pero la evolución subsiguiente de ambos es opuesta. Miller lleva la serie a un climax en el que rompe con la ambivalencia del héroe y la deja sin posible continuación. Las connotaciones parecen pesimistas y trágicas. Simonson, por su lado, continúa la historia con vocación de prolongación indefinida, pues en él el climax de ruptura no es el final, sino el comienzo. Miller desarrolla en DAREDEVIL (y en RONIN después) su increíble mundo personal. Simonson nos ofrece sólo un guión bien montado con sorpresas y pinceladas personales. Tal vez se dé en uno la evolución natural del universo marvel donde la dejó el otro. O tal vez esté en el RONIN. Lo cierto, es que la operación que entre los dos han hecho se convierte en complementaria. Y que esto nos ha mostrado dos personalidades bien diferenciadas, en el tratamiento gráfico del standard de Marvel. Como escribía cierto personaje desde Los Angeles.
" ¡Thor sigue mejorando y mejorando! No   sé   cómo   lo   hacéis   pero,  !no paréis!"
Excelsior Stan
ENRIQUE VELA




Publicado en Urich vol.1 nº1 Junio 1986

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