miércoles, 2 de julio de 2014

CABEZA, OJO Y CORAZÓN

Henri Cartier-Bresson, fundador de la agencia Magnum y maestro del fotoperiodismo, nos dejó en 2004. Aquí quedan alguna de sus reflexiones.


Fotografiar del natural

Desde sus orígenes la fotografía no ha cambiado salvo en sus aspectos técnicos, lo que, en mi opinión, no tiene mayor importancia. La fotografía parece una actividad fácil; es una operación diversa y ambigua en la que el único denominador común entre los que la practican es la herramienta que se usa. Lo que sale de esa cámara no es ajeno a la economía de un mundo de despilfarro, donde las tensiones son cada vez más intensas y donde las consecuencias ecológicas son ya desmesuradas. Fotografiar es  retener la respiración cuando todas nuestras facultades se conjugan ante la realidad huidiza; es entonces cuando la captación de la imagen supone una gran alegría física e intelectual. Fotografiar es poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo punto de mira.

En lo que a mí respecta, fotografiar es una manera de comprender que no puede separarse de los otros medios de expresión visual. Es un modo de gritar, de liberarse, no de probar ni de afirmar la propia originalidad. Es una manera de vivir.

La fotografía "fabricada" o puesta en escena no me interesa. Y si la valoro en algún sentido, no puede ser más que a partir de un punto de vista psicológico o sociológico. Están los que hacen fotografías previa-mente amañadas y los que van a la búsqueda de la imagen y la capturan.

El aparato fotográfico es para mí como un cuaderno de esbozos, el instrumento de la intuición y de la espontaneidad, el dueño del instante que, en términos visuales, cuestiona y decide a la vez. Para "significar" el mundo, hay que sentirse implicado con lo que el visor destaca. Esta actitud exige concentración, disciplina del espíritu, sensibilidad y sentido de la geometría. La simplicidad de la expresión se consigue mediante una gran economía de medios. Hay que fotografiar siempre partiendo de un gran respeto por el tema y por uno mismo. La anarquía es una ética.


Orilla del Sena, 1955. Henry Cartier-Bresson/Magnum Photos


Para Alberto Giacometti

Ese rostro marcado cuyas expresiones apenas cambian, tan sorprendente, es la máscara, que ni siquiera está uno seguro de que os haya oído... pero, ¡qué respuestas! Siempre justas, profundas, personales, sobre los temas más variados.

Giacometti es uno de los hombres más inteligentes y lúcidos que conozco, honesto respecto a sí mismo y severo con su trabajo, se consagra intensamente a aquello que le plantea más dificultades. En París se levanta sobre las tres, se va al café de la esquina, trabaja, se da una vuelta por Montparnasse y se acuesta de día. Anette es su mujer. Las uñas de Giacometti están siempre negras, pero no tiene nada de desaliñado, ni tampoco de afectado. No habla apenas de escultura con los demás escultores, salvo con uno de sus amigos de infancia, Pierre Josse, banquero y escultor, y con Diego, su hermano. Para mí fue una alegría saber que Alberto tiene las tres mismas pasiones que yo: Cézanne, Van Eyck y Uccello. Me ha dicho cosas justas acerca de la fotografía y sobre la actitud que hay que tener, y también sobre la fotografía en color. Su rostro tiene el aspecto de una escultura que no sería la suya, salvo por los surcos de las arrugas. Giacometti tiene un andar muy personal, un talón se coloca muy adelante, tal vez haya tenido un accidente, no sé, pero el paso al que avanza su pensamiento es aún más curioso, su respuesta trasciende siempre lo que uno acaba de decir: ha extraído un hilo, añade y abre otra ecuación. Qué vivacidad de espíritu, el menos convencional y el más honesto que exista.

En Stampa, en los Grisones, a tres o cinco kilómetros de Italia, está la mansión de su madre, que tiene noventa años, viva e inteligente, que sabe detener a su hijo cuando siente que un cuadro que le gusta está a punto. El taller de su padre es un antiguo granero. Alberto trabaja ahí en verano, en invierno se encierra en el comedor. Su hermano Diego es de una modestia extremadamente rara, muy reservado. Alberto siente una gran admiración por las dotes de escultor de Diego; hace unos muebles preciosos y funde las esculturas de Alberto. Muchas veces me ha dicho Alberto: "el escultor no soy yo, es Diego". El ayuntamiento es la casa donde nació su padre; es propiedad de su prima, y la tienda de comestibles es también de otra prima. Al ir a pagar las manzanas que había comprado para pintarlas, ella le respondió: "¡Ah, eso dependerá del precio al que vendas el cuadro!" Alberto me dijo que estaba contrariado, que hacía demasiadas cosas a la vez: manzanas, paisajes, retratos, y que debería concentrarse en dos temas. Es maravilloso ese sentido de la economía que es la medida del gusto. En Alberto el intelecto es un instrumento al servicio de la sensibilidad. En determinados ámbitos esa sensibilidad toma formas curiosas, por ejemplo, desconfianza hacia cualquier abandono afectivo. En fin, todo esto no tiene nada que ver con los lectores de la revista Queen no más que las descripciones de Alberto tomando su café con leche en la cama. En definitiva, es mi amigo.


Nunca he sentido pasión por la fotografía "en sí misma", sino por la posibilidad de captar -olvidándome de mí mismo- en una fracción de segundo, la emoción que el tema desprende y la belleza de la forma. En otras palabras, una geometría desvelada por lo que se ofrece. El disparo fotográfico es uno de mis cuadernos de esbozos. 8-2-94





Fotografiar del natural
Henri Cartier-Bresson. Gustavo Gili, 2003.

Henri Cartier-Bresson elevó la práctica del snap shotting a la categoría de arte disciplinar. Crítico y observador penetrante, sus escritos acerca de la teoría y práctica de la fotografía han ejercido una influencia decisiva en los fotógrafos contemporáneos. Fotografiar del natural constituye la
primera recopilación en un único volumen de sus textos más emblemáticos, entre los que se cuenta Los Europeos o El instante decisivo, uno de sus escritos más famosos y que constituyó un punto y aparte en su carrera.

Textos extraídos del libro Fotografiar del natural, de Henri Cartier-Bresson (Gustavo Gili, 2003), reproducidos por cortesía de la editorial.


Publicado en la revista cultural de la Fnac, ClubCultura #5, invierno 2005


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