jueves, 28 de febrero de 2013

New Gods Jack Kirby DC Comics The Silver Surfer Stan Lee y Jack Kirby Marvel


La kirbymanía está en pleno auge, según parece, como si cuatro años después de la desaparición del Rey hubiera transcurrido el tiempo suficiente para que nos demos cuenta de cuánto le echamos de menos. Prosperan fanzines tan decorosos como The Jack Kirby Collector, se recupera sistemáticamente su obra en colecciones de libros como The Complete Jack Kirby y su nombre aparece citado en este mismo U en reseñas de lo más variopintas. Pero aún más interesante que la actividad en torno a Kirby es la actividad del mismo Kirby, que recientemente ha vuelto a la vida con las reediciones que DC y Marvel han hecho de un par de sus viejos tebeos: The New Gods y The Silver Surfer, respectivamente.



The New Gods es, sin duda, el más esperado de estos rescates. Publicada originalmente en 1971-72, The New Gods era la colección troncal del ambicioso proyecto del Cuarto Mundo que Kirby emprendió en DC después de salir despedido con cajas destempladas de la Marvel clásica en cuya construcción él había sido pieza fundamental. En su momento, la resonancia del traspaso de Kirby desde Marvel a DC fue impresionante, así que para responder a la expectación, el veterano dibujante echó mano de personajes que ya había concebido durante su estancia en Marvel, pero que no había querido utilizar entonces porque se había hartado de regalar éxitos a una editorial que le maltrataba, y los combinó en una empresa de horizontes mucho más amplios de lo que nadie habría concebido. El proyecto del Cuarto Mundo abarcaba New Gods, Forever People y Mister Miracle, tres títulos creados por Kirby, e incluso Jimmy Olsen, la colección del amigo de Superman que durante un breve período estuvo incluida entre sus obligaciones. Kirby tenía 54 años y 30 de experiencia como profesional, y escribía, dibujaba y editaba las series él mismo desde su estudio en la Costa Oeste, sin ninguna interferencia editorial. Todo el mundo esperaba que ésta fuera su gran obra, su trabajo más grandioso y personal, aquello por lo que se le recordaría siempre, y Kirby respondió con la clase de contundencia que de él cabe esperar, haciendo desfilar por estas colecciones una mareante lista de héroes, dioses, semidioses, demonios, villanos, cosmogonías, mitologías v otros conceptos de rango galáctico.

The New Gods, aunque gravitando alrededor del encarnizado conflicto entre Orion y Darkseid, es una auténtica serie de protagonismo colectivo donde en cualquier número podemos embarcarnos en la odisea más o menos universal de un personaje nuevo que tanto podría resultar el macabro espectro de la muerte (Black Racer en el nº 3) como un simple insecto (Forager en el n° 9). El marco de la obra es la guerra celestial entre dos planetas de dioses, divididos arquetípicamente en el bando de la luz y el de la oscuridad. El primero es Nuevo Génesis, una especie de Paraíso idealizado en el que gobierna Izaya, el bíblico "Alto Padre", y sus dos actores principales son Orion y Lightray. Orion es el guerrero que se enfrenta a las huestes del mal con un salvajismo que a menudo le arrastra hasta el borde del abismo, y desempeña el papel de las Fuerzas Armadas de Nuevo Génesis condensadas en un solo hombre. Lightray es un auténtico hijo del Cielo, como indican su propio nombre y sus blancas ropas, despreocupado, feliz, inexperto en la batalla.El mal, por su parte, anida en Apokolips, una especie de cruce entre un campo de concentración nazi y los altos hornos de Vizcaya presidido por Darkseid, monolítica encarnación de la perversidad que resultó ser uno de los más afortunados villanos creados por el Rey en toda su carrera y el prominente dentro de DC desde su nacimiento. El campo de batalla será, por supuesto, la Tierra, donde las variopintas hordas de Darkseid buscarán la Ecuación Anti-Vida, que supuestamente ha de dar al tirano el control de todas las cosas


 vivientes por medio del pensamiento. Para impedirlo están Orion, sus amigos terrícolas y sus artefactos, tales como la casi milagrosa Caja-Madre, ingenio que parece omnisciente y omnipotente y que iguala bastante las posibilidades contra un enemigo habitualmente superior en número. A partir de esta excusa argumental, lo que vamos a contemplar es el despliegue de criaturas tan enigmáticas como el frío observador científico Merron o tan viscerales como el vándalo de Kalibak, y de ideas tan aprovechables como el "Boom Tube". que permite el desplazamiento casi instantáneo entre dimensiones, o la Fuente, una energía cósmica trascendental que recuerda poderosamente a la Fuerza de La Guerra de las Galaxias, como muchas otras de las piezas que componen este Cuarto Mundo. Hay en todas estas criaturas y ocurrencias ecos de la obra anterior de Kirbv, pero no nos confundamos. Aunque Orion v Thor están emparentados, aunque Metron v el Vigilante comparten su contemplativa posición, aunque el "Boom Tube" y el Puente Arco Iris de Asgard sirven a la misma función. New Gods no es ningún refrito.

The New Gods trata de una guerra y como tal, abarca a todos los individuos que integran las sociedades en conflicto y también a las víctimas atrapadas en el fuego cruzado, que en este caso son los terrícolas. La sobreabundancia de personajes, la vastedad de los decorados, la solemnidad de los temas a discutir -temas planteados maniqueamente, como es habitual en Kirby, pero también con responsable sinceridad, lo cual también es típico de él- vienen a confirmar que Kirby tenía la ilusión de dirigirse a un público un poco más adulto que el que hasta entonces le leía, un público un poco más necesitado de historias complejas. En efecto, el Cuarto Mundo parece ser la formulación definitiva del ideario que Kirby ha ido desperdigando a lo largo de años de profesión. No sólo las fronteras espaciales de la guerra Nuevo Génesis-Apokolips son tan amplias como el mismo universo -aunque Kirby siempre se acuerda de poner en relación lo cósmico con el factor humano- sino que las coordenadas temporales de esta epopeya desbordan el presente para hundir sus raíces en un pasado en el cual se ambienta la que, según confesión propia, sería la historieta favorita de Kirby entre todas las que dibujó [The Pact n° 7); y aún más, se proyectan hacia un futuro que apunta irremediablemente a la sucesión de los actores presentados, a una nueva generación que quizás traiga la esperanza. Es característico que los personajes de Kirby, por más dioses que sean, representen sólo eslabones en la cadena de la historia. La visión del autor es tan amplia que abarca eras completas, sus relatos no pueden contenerse dentro de una época, una generación. Sus dimensiones, más que mastodónticas, son verdaderamente bíblicas.

Si Kirby es un torrente de creatividad sin parangón en el cómic americano que en este momento trabaja con la mayor libertad de la que ha disfrutado nunca y está en su madurez como artista, entonces, ¿cuál es el problema de New Gods? Quizás, precisamente, el torrente de creatividad y la absoluta libertad. Libre de toda cortapisa editorial, desligado de la influencia de ningún guionista, Kirby da rienda suelta a su imaginación... y la imaginación corre desbocada, sin control alguno, amenazando con pisotear a su paso cualquier rasgo del equilibrio que exige la estructura de una narración convencional como es ésta. Hay que decir que los golpes que descarga Kirby en cada número son enormemente poderosos. Hay que decir también que son poco precisos, a menudo yerran el blanco y acaban rozando un amplio territorio, sin machacar nunca ningún punto concreto. Los personajes se presentan con velocidad cegadora -y cuando decimos personajes queremos decir presencias que a menudo arrastran consigo una historia presentida, un entorno adivinado, un universo a descubrir-, y sin apenas habernos dado tiempo a verlos de refilón, ya han desaparecido de escena a la misma velocidad para dejar paso a una nueva criatura, igual de fascinante, igual de destinada a apartarse de nuestra atención ante el apremio de la que le sucederá. Lo que a otros les habría dado para desarrollar gestas interminables, Kirby lo solventa en un solo episodio, en un puñado de páginas, a veces en un par de viñetas. Es como si se nos mostrara un mundo maravilloso escondido en una caja de cartón y al momento se cerrara la tapa antes de que



 hubiésemos podido apreciar los detalles, y mucho menos alargar la mano para tocarlo. Kirby fábula como respira, podríamos decir que inventa por defecto, pero carece del menor sentido crítico para desechar el exceso de equipaje, para organizar sus ideas, para presentárnolas de forma distinta que a borbotones, prácticamente a voces. Para colmo, su dominio de la prosa es deficiente, o como poco singular, lo que deriva en diálogos y textos algo farragosos. Posiblemente fue en New Gods donde mejor escribió, pero aún así su sintaxis y su léxico a menudo resultan un tanto obtusos, mucho más cuando de continuo revelan no estar a la altura de su dominio de los aspectos gráficos de la obra. Esto no quita para que New Gods sea una serie magnífica, fascinante, hipnótica, vigorosa, donde al menos cuatro o cinco episodios se cuentan entre lo mejor que dejó Kirby en toda su carrera, particularmente aquellos en los que se hace hincapié en las sorprendentes respuestas del espíritu humano ante las situaciones límite (The Glory Boat!, The Death Wish of Terrible Turpin! y The Bug son estremecedoras parábolas) y Orion y Darkseid se convierten en personajes secundarios, testigos de dramas más íntimos y más devastadores. Pero tal vez la saga del Cuarto Mundo se haya malinterpretado con demasiada frecuencia y de forma interesada para enarbolarla como bandera de la lucha personal de un autor contra los diabólicos editores capitalistas. ¿Podemos estar tan seguros de que Kirby tenía la intención de transmitir un mensaje personal con este proyecto, en vez de afrontar simplemente un nuevo trabajo como tantos en su larga carrera? ¿Tan distinto es New Gods de lo que había hecho antes en Thor y posteriormente volvería a hacer en The Eternals y Captain Victory?

Planteo la duda, sin emitir una opinión definitiva. Lo cierto es que el Cuarto Mundo fue una saga maldita a la que los años no han hecho más que rodear de nuevas sombras y enigmas. Cancelados todos los títulos por las bajas ventas (aunque los kirbynófilos siempre se han negado a aceptar esta versión oficial, achacando el cierre a alguna misteriosa conspiración), DC le ofreció a Kirby la ocasión de concluir la historia añadiendo un capítulo final a la reedición de New Gods que llevó a cabo en 1984. Debido a una serie de desgraciados malentendidos editoriales, este colofón acabó siendo todo lo contrario de lo que Kirby pretendía en un principio, y, de hecho, dejó a público, editor y autor aún más descontentos que antes. Esta nueva reedición omite la desafortunada coda y se presenta en un manejable volumen de precio muy asequible, pero con el inconveniente de ofrecerse en blanco y negro (el original era, por supuesto, a color) y, para rematarlo, con el añadido de unos tonos grises que reducen a confusos amasijos muchas de las abigarradas escenas épicas a las que tan aficionado era Kirby. En fin, que la gran ópera incompleta del comic book de superhéroes parece condenada a provocar la frustración eterna.

Antitética tanto en contenido como en aspectos formales es la reedición de la novela gráfica The Silver Surfer que Stan Lee y Jack Kirby realizaron en 1978. La presentación, en un hermoso librito de 100 páginas que respetan esos entrañables puntos gordos de la primitiva cuatricromía, anticipa el esplendor de un tebeo que sorprenderá a quienes no lo conozcan. Este Silver Surfer pertenece a la segunda época de Kirby en Marvel, cuando volvió de DC con la cabeza gacha para realizar las menos valoradas de todas sus series modernas: Pantera Negra, 2001: una odisea del espacio., Hombre Máquina, Dinosaurio Diabólico, el Capitán América del Bicentenario. Se acostumbra a enterrar al Kirby de esta época bajo el demoledor adjetivo de "decadente". Craso error. Kirby podría estar más o menos lúcido, pero nunca fue decadente. Mientras que todas las series mencionadas las escribió él mismo, para este proyecto especial de Silver Surfer se reencontró con su conflictivo




ex-socio, Stan Lee. que por entonces ya no escribía de forma habitual, elevado (o relegado  a tareas directivas y de relaciones públicas. Lo especial del proyecto reside en que consiste en un tratamiento de guión para una posible película, pero en formato de historieta. Esto significa que The Silver Surfer no tiene nada que ver con la continuidad del Universo Marvel, es una historia completa y cerrada, accesible para cualquier persona que jamás en su vida haya leído un tebeo de enmascarados en calzoncillos. Lo que se nos relata es la llegada de Galactus a la Tierra, conducido por su heraldo Silver Surfer. Pero esta vez no existen los Cuatro Fantásticos, ni el Vigilante, ni nada ajeno a lo real excepto estas dos criaturas celestiales. La superior, Galactus, es un gigante estelar que se alimenta de mundos cuya energía consume para abandonarlos después vacíos y muertos como cascarones cuya pulpa ha sido devorada. Lee y Kirby, aquí y también en sus apariciones en el Universo Marvel, se cuidan muy mucho de presentarlo como un villano o una encarnación de lo maligno. Es sólo una fuerza de la naturaleza, una figura divina que está por encima del bien y del mal, y su presencia en la Tierra significa para sus habitantes que ha llegado el Juicio Final. La inferior, Silver Surfer, es el perro perdiguero que pone la presa a los pies de su amo, y la historia nos contará cómo en este sabueso prende la chispa de la conciencia para inflamarse en un compromiso moral exento de cualquier concesión a las circunstancias. Una vez descubre el amor y la compasión hacia el planeta que su señor va a consumir, Silver Surfer sólo puede declararse en rebeldía ante Galactus. aún sabedor de que carece de fuerza alguna ante quien no sólo es su dueño, sino su creador. Pero es que Silver Surfer es un vehículo para el idealismo más puro e innegociable, la quintaesencia destilada de los constituyentes de responsabilidad y heroísmo que mueven a todos los héroes Marvel originales. Quizás por eso su mismo diseño sea el más sencillo y puro de todos: un blanco inmaculado, sin ninguna marca identificativa.

Puede que esta visión de Silver Surfer no fuese la que tenía en mente Kirby cuando lo creó, y ni siquiera cuando dibujó esta "novela gráfica". Sus colaboraciones con Lee no fueron casi nunca cooperativas. Más bien, guionista y dibujante tiraban cada uno de las historias y personajes hacia su propio campo sin preocuparse de lo que el otro pretendía contar, obligando Kirby a Lee a dialogar escenas y personajes que Lee no quería, y que finalmente el guionista reconducía en un sentido opuesto al que el dibujante había querido darle. Los despojos de esta guerra sin cuartel, las páginas que nos han llegado a los lectores, no pertenecían finalmente ni a uno ni a otro. Para los fans de Kirby, lo que hacía Lee es pervertir las intenciones del argumentista-dibujante, pero resulta difícil coincidir con esa postura cuando el resultado de la perversión, o al menos de esta perversión concreta, se compara con los resultados obtenidos por Kirby sin mixtificar. The Silver Surfer se beneficia de la portentosa imaginería de Kirby, tan brutal, tan rica en matices, tan versátil e incansablemente intrigante como siempre. Gráficamente, este álbum es tan bueno como lo mejor del Rey (¿no será lo mejor acaso?), de lo cual hay que agradecer le la parte que le corresponde al entintado de Joe Sinnot probablemente
junto a Mike Rover quien mejor acabó los lápices de Kirby. Pero, comparado con New Gods. The Silver Surfer tiene más cambios de ritmo, se desliza más fluido, reparte mejor sus esfuerzos, está relatado con menor impaciencia y con mayor sabiduría. Y aunque la verborrea de Lee pueda resultar por momentos excesiva y un tanto tediosa -sus personajes debían de acabar con la garganta seca de tanto parloteo y tanto monólogo shakespeariano-, indudablemente es más grácil y de mejor lectura que la adoquinada literatura con la que Kirby empedró sus propios guiones.

La división de pareceres entre los dos hombres es evidente. Su manera de enfocar los temas, su filosofía de la vida, no pueden estar más enfrentados. El hondo y algo matriculado discurso de New Gods difícilmente casa con la barnizada moralina dominguera de The Silver Surfer. No se puede decir que los dos sumen sus esfuerzos para desembocar en una síntesis integradora y superior, entre otras cosas porque cada uno dedica al menos la mitad de esos esfuerzos a derribar lo que el otro ha construido. Pero es la energía desprendida de ese choque la que hace que esta historieta crepite con oleadas de un fuego cósmico y nebuloso representado por circulitos negros fundidos en magma que se enrosca en los dedos al pasar la página. Y eso no se ve todos los días. Ni en los tebeos, ni en los toros.

Trajano Bermudez

U#9 marzo de 1998

miércoles, 27 de febrero de 2013

Portadas de Jack Kirby en Los 4 Fantásticos

                                                             Fantastic Four #29
                                                              (Agosto 1964)
                                                                Fantastic Four #6
                                                                   (Sep. 1962)
                                                               Fantastic Four #8
                                                                   (Nov. 1962)
                                                              Fantastic Four #43
                                                                   (Oct. 1965)
                                                               Fantastic Four #77
                                                                  (Agosto 1968)
                                                             Fantastic Four #73
                                                                (Abril 1968)
                                                              Fantastic Four #97
                                                                (Abril 1970)
                                                                 Fantastic Four #53
                                                                     (Jul. 1966)
                                                            Fantastic Four #56
                                                                 (Nov. 1966)
                                                               Fantastic Four #49
                                                                   (Abr. 1966)
                                                                Fantastic Four #68
                                                                    (Nov. 1967)
                                                            Fantastic Four #46
                                                                (Enero 1966)
                                                              Fantastic Four #90
                                                                   (Sep. 1969)
                                                               Fantastic Four #87
                                                                    (Jun. 1969)
                                                               Fantastic Four #86
                                                                   (May. 1969)
                                                            Fantastic Four Annual #7
                                                                     (Nov. 1969)
                                                           Fantastic Four Annual #6
                                                                  (Nov. 1968)
                                                                Fantastic Four #85
                                                                    (Abr. 1969)
                                                                  Fantastic Four #37
                                                                     (Abr. 1965)
                                                              Fantastic Four #82
                                                                   (Ene. 1969)
                                                               Fantastic Four #39
                                                                  (Jun. 1965)
                                                              Fantastic Four #35
                                                                  (Feb. 1965)
                                                                Fantastic Four #69
                                                                   (Dic. 1967)
                                                                Fantastic Four #75
                                                                    (Jun. 1968)
                                                           Fantastic Four Annual #5
                                                                   (Nov. 1967)
                                                                Fantastic Four #72
                                                                  (Mar. 1968)
                                                           Fantastic Four Annual #4
                                                                   (Nov. 1966)
                                                            Fantastic Four Annual #2
                                                                    (Sep. 1964)
                                                               Fantastic Four #101
                                                                (Agosto 1970)
                                                                Fantastic Four #99
                                                                   (Jun. 1970)
                                                             Fantastic Four #40
                                                                   (Jul. 1965)
                                                               Fantastic Four #23
                                                                  (Feb. 1964)
                                                              Fantastic Four #100
                                                                     (Jul. 1970)
                                                               Fantastic Four #89
                                                                 (Agosto 1969)
                                                                 Fantastic Four #47
                                                                    (Feb. 1966)
                                                                Fantastic Four #98
                                                                    (May. 1970)

martes, 26 de febrero de 2013

Roco Vargas por Daniel Torres













 Cuando las aventuras siderales de Roco Vargas empezaron a señalizarse en las páginas de Cairo n° 12 (1982), fue para compartir revista con un puñado de series de lo más heterogéneo. Roco se codeaba con clásicos y modernos, nacionales y francobelgas, como la Cleopatra de Mique Bertrán, el Freddy Lombard de Chaland, la Cita en Sevenoaks de Riviére y Floc'h o los Blake y Mortimer de Jacobs. Si algo relacionaba todas estas obras era, indudablemente, la Aventura, así, con mayúsculas. La Aventura era lo más para el apostolado de la línea clara, y si sus artífices se habían amamantado con la Aventura sin dobleces de los maestros, a los jóvenes herederos les correspondía mantener la llama de una Aventura posmoderna y de diseño, más bien escéptica, pero Aventura al fin y al cabo. Por eso no tenía nada de sorprendente que el nuevo esfuerzo de Daniel Torres (1958), arrebatado para la causa a las huestes chungas de El Víbora., fuese un poco disimulado homenaje al Flash Cordón de Alex Raymond dibujado, eso sí, con algo más que una respetuosa reverencia hacia Miguel Calatayud. Tritón nació del conflicto de impulsos de un Torres que buscaba desesperadamente un estilo, una historia que contar, y, por supuesto, un éxito comercial incontestable. "'Había hecho una especie de análisis afondo de lo que yo quería hacer y de lo que quería el mercado de mí, tanto el español como el extranjero, y el resultado fue Roco Vargas." (Daniel Torres. Historietas. Ilustraciones, 1992). Si bien el planteamiento a priori parece tan calculado como la mayoría se ha acostumbrado a esperar de Torres, el resultado no es ni mucho menos una formularia faena de oficio, entre otras cosas porque el autor carece entonces del oficio suficiente. Tritón es apenas un borrador, un palo de ciego levantado con las cuatro piezas básicas para componer una historia de sencillez automática que funciona como reflejo de historias e iconos que tenemos asumidos en nuestro bagaje de lectores familiarizados con los tópicos del género de la ciencia ficción estilo space opera. El protagonista, Armando Mistral, es un escritor de éxito que compone novelas de género a la par que regenta un sofisticado club nocturno. Su suntuosa vida, habitada por personajes tan tópicos como la secretaria eternamente enamorada y el fiel criado negro (en este caso verde, que es marciano) se ve alterada por la irrupción de figuras de su pasado secreto. Al ponerse en marcha la trama, descubrimos que Mistral fue el legendario aventurero del espacio Roco Vargas. A medida que se sucedan los álbumes, iremos conociendo nuevas piezas de ese pasado que Mistral quería enterrar, y veremos cómo el reticente héroe se ve obligado a aceptar la Aventura que invade su cómoda existencia. Torres da un paso detrás de otro con extremo cuidado, como el niño tambaleante que apenas empieza a andar. Lo importante es, en el trecho recorrido, cuánto ha mejorado su sentido del equilibrio.
El borrador que es Tritón tiene éxito antes de lo que el mismo autor esperaba (Rafa Martínez, editor de Norma, lo coloca rápidamente en diversos mercados extranjeros), lo cual anima a Torres a insistir con renovada fe en esta serie. Entre el final de Tritón y el inicio de El misterio de Susurro apenas transcurren unos meses. Sin embargo, la distancia que separa ambos títulos es una distancia que la mayoría de los autores tardan años en recorrer. Entre uno y otro, Torres ha realizado el singular álbum Sabotaje, en el que, como explicaría el dibujante, "'Comencé a utilizar el pincel, y a hacer un dibujo más realista'''' (ElMaquinista n° 3, 1991). Pero si en lo gráfico el influjo de Calatayud va quedando atrás a medida que la imagen gana en volumen y textura, en aspectos temáticos y arguméntales y en despliegue de personajes El misterio de Susurro también muestra a un autor mucho más seguro y con un repertorio más amplio. Si bien este álbum podría tomarse como un retorno a territorio ya transitado (la novela negra del primitivo Claudio Cueco), el avance hacia un estándar de






 calidad profesional desinteresada por la pose underground y capaz de ofrecer un acabado comercial de primera línea (sin ningún matiz peyorativo) es notable. Torres juega con el guión, y parece descubrir complacido que con seis fichas puede plantear jugadas más sorprendentes que con dos, y al mismo tiempo experimenta con sus capacidades como ilustrador v como historietista, capacidades que progresan a la par sin solaparse nunca la una a la otra. Pero, sobre todo, El misterio de Susurro lanza una promesa que la obra posterior de Daniel Torres, con mayor o menor acierto, ha cumplido siempre: no estamos ante un dibujante de historietas, estamos ante un historietista. Un narrador que ha elegido este medio para contarnos historias, y la historia siempre será el fin hacia el que tiendan todos los accesorios que le ofrece la página. Al final de El misterio de Susurro, nos queda la sensación de que el autor no es el mismo que hizo el esquemático Tritón, y no nos resta sino esperar una tercera referencia para establecer el contraste.
Esa tercera referencia, que resulta ser Saxxon, es algo más que la confirmación de lo apuntado por El misterio de Susurro, es también su ampliación. El Torres de Saxxon, aun cuando él confesaría que sigue en período de aprendizaje, ya no parece titubear ante nada. Por el contrario, se recrea en la grandiosidad de los decorados, se divierte enredando una trama que ya no rinde tributo a esto o a aquello, sino que cambia de nota según la sinfonía avanza, y alterna los silencios con los estruendos, lo íntimo y lo multitudinario, lo frivolo y lo aterrador, incluyendo una escalofriante escena cuando Vargas es tentado por la oscuridad donde descubrimos que debajo de la lacada accesibilidad de su estética laten agrios tumores y se hinchan visceras humeantes. Esa escena ejerce de bisagra para abrirnos la puerta hacia una estancia que hasta entonces Torres nos había mantenido disimulada detrás de los agobiantes decorados, la estancia de los sentimientos. Es la estancia en la que vamos a quedarnos durante el final de Saxxon y durante toda La Estrella Lejana, y es la estancia donde el autor termina de convencernos de su madurez y de que existe en sus complicados montajes técnicos una dimensión que nos interesa como personas. Compárese el tratamiento emotivo que se da a la muerte de Saxxon en el tercer álbum con el que recibe la del profesor Covalski en Tritón. Son de distintas magnitudes, y no porque un personaje pese más que otro -en todo caso, debería pesar más Covalski- sino porque una y otra obra están va a años luz de distancia en planteamientos. La ironía a la que se aferraba Torres -y sus compañeros de generación- para justificar el sobe de tópicos de Tritón, resbala sobre los momentos más acongojantes de Saxxon y La



 Estrella Lejana, aún a pesar de los esfuerzos del mismo autor, que en algún momento da casi la impresión de no comprender que se ha sumergido en profundidades narrativas donde no importa ser listo, sino ser lo bastante grande para manejar una gran historia, una historia de siempre.
Para rematar la serie, La Estrella Lejana cambia completamente de tercio, alejándose desconcertantemente de la confiada efectividad de Saxxon para probar una nueva audacia, un vastísimo flashback salpicado de flashbacks menores en el que conocemos no tanto el pasado como el interior de los personajes. Si en los títulos anteriores habíamos asistido a las peripecias más o menos despendoladas de un grupo de variopintos aventureros, aquí se trata de hacer acopio de los pasajes decisivos que les han dado motivación. Ya no importa tanto la Aventura, importa más la vida. Por eso el tono nostálgico, la melancolía del decorado nocturno y lluvioso sobre el cual Roco relata su historia, imaginamos que con voz queda y pausas de plomo. Al final, Vargas ha hecho las paces consigo mismo. Ha pasado una crisis de madurez.
Y es que los períodos de crisis son los que parecen atraer al narrador Torres como la luz a la polilla. Es algo que resulta palpable en obras posteriores como El Octavo Día y que también se revela en Roco Vargas. Torres imagina una ficticia historia solar que corre paralela a la historia que conocemos, y hace a los Chicos Siderales y el Doctor Covalski actores privilegiados del drama de las grandes crisis coloniales y las guerras imperalistas entre los distintos planetas que, inmaduros, tratan de ajustarse violentamente a la difusión de la tecnología (especialmente la de transportes) y, por lo tanto, a la convivencia con el vecino, con el otro. A pesar de los préstamos superficiales de Flash Gordon en Tritón, considerar al personaje de Raymond modelo de Roco Vargas conduciría al error. Flash Gordon se enfrentaba a un gran enemigo, a un supervillano, Ming. En el sucinto Tritón, Torres prueba a parodiarlo con Mung y rápidamente lo desecha. Para él no tiene interés. Él no quiere plantear historias de buenos contra malos. Roco se parece más a Tintín, un hombre (o un grupo), manteniéndose a flote en mitad de las corrientes de la historia, de los grandes acontecimientos, de conflictos políticos y bélicos en los que se cierran etapas universales para dar paso a períodos nuevos v desconocidos.
Vista la obra en conjunto desde nuestros días, asombra cómo Torres ha conseguido recrear, él solo y en apenas cuatro historias, el ciclo histórico del cómic de género comercial. Tritón representa la Edad de Oro, los argumentos lineales y los dibujos caricaturescos e inseguros; El misterio de Susurro y Saxxon, la confirmación de los resortes convencionales y la deriva hacia el realismo; La Estrella Lejana, la reinvención de los tópicos y la desactivación de los lastres acumulados en la etapa anterior. Lo mejor de todo es que tal representación se percibe instintiva, en absoluto producto de un engorroso plan maestro para plantear un estéril ejercicio de semiótica académica. Sí, es cierto que Torres ilumina toda su obra con el faro de la ironía, pero a veces esa ironía está más en la mirada del autor hacia sus páginas que en el mismo contenido de éstas.
El rescate de Norma de esta obra magna del cómic español que ya ha cumplido los diez años sirve para comprobar cómo ha sobrevivido al más duro de los exámenes: la prueba del tiempo. De propina, nos trae páginas de bocetos y textos adicionales firmados por Torres y por el mismo Vargas. Quizás sea el momento de que alguien emprenda el examen a fondo de esta densa saga que requiere ser observada desde diversas perspectivas (temas, guión, ilustración, arquitectura, artes decorativas, etc.) para revelar todos sus secretos.
Un último apunte: cuando inició Roco Vargas, Daniel Torres tenía 24 años. Lo que para él, evidentemente, era una promesa de futuro, para la mayoría de nuestros jóvenes autores es sólo una excusa

Trajano Bermudez






Revista U#9 marzo 1998