martes, 31 de enero de 2012

Ilan Wolff y el Otro Lado del Espejo


 "Femme Debout" (1950). de Ilan Wolff.

MANUEL FALCES
Desde sus inicios en la fotografía (1981), primero en Amsterdam y años después en Nueva York, Ilan Wolff (Nahariya, Israel, 1955) recurrió a la fórmula más elemental de captar instantáneas: la cá­mara oscura, estenopeica o pinhole. Una manera de hacer fotos que instrumentali­za un bote de detergente, una caja de zapatos, el envase cilíndrico de un elec­trodoméstico o el interior de un co­che..., transformándolos en una máqui­na capaz de registrar imágenes y de crear un universo que nos transporte al otro lado del espejo de Alicia. "El Hole es el ojo (¿El tercer ojo?) que ve el mun­do y lo traslada al papel fotográfico, a través de los sueños en el espacio. El resultado presenta todo un planeta visto desde una caja a mi manera, a través de esa caja se convierte en un cuerpo que recibe y transmite fotografías. Un cuer­po primitivo, simple pero ingenioso". Desde la perspectiva técnica contempo­ránea del medio, pletórica de sofistica­ciones digitales y de hiperrealismos ba­nales, el recurrir a estos sistemas puede parecer una contradicción, cuando en realidad no es sino una catarsis que nos introduce en el mundo más puro de las raíces de la imagen fotográfica. Por ello, no es de extrañar que la exposición que Ilan Wolff montó en la Cité Internatio­nale des Arts con ocasión de la reciente Bienal Mois de la Photo á Paris (París, noviembre, 2000), titulada Camera Obscura á Paris —un trabajo realizado mediante latas de conserva y de un ve­hículo Renault Trafic, transformados en cámaras fotográficas—, resultara una de las de mayor éxito del catálogo de este evento.
"El pinhole me dio acceso a un univer­so que yo ya había experimentado, pero obviamente de forma inconsciente. Era un sistema de tiempo, movimiento, pers­pectiva de pasado, tiempos pasados y fu­turos, un movimiento de luz y cuerpo, una distorsionada perspectiva que con­tradecía la realidad. El pinhole suponía la posibilidad de crear mi propio espacio, basado en lo racional donde los sueños adquieren otra dimensión y vuelven a la realidad, un gran mundo a su manera".
El uso del tambor negro (da igual cual sea su procedencia: un envase de galletas, de ruedas de patines o cojine­tes...) como cámara "crea el espacio per­fecto. Las líneas y perspectivas se redon­dean, dando forma natural al espacio. Las cámaras modernas —analógicas o digitales— son cajas cuadradas cuyos marcos se dividen, y cortan, de manera específica, crean un marco artificial, irreal, con diseño estándar y no del mo­do con que nuestros ojos ven las cosas o el modo con que el ojo de la cámara lo ve", explica Wolff.
La obra de este artista está ligada necesariamente a un ámbito de reflexión que complementa su ruptura material con las leyes ópticas y de la objetividad, cuyo punto de partida radica entre la relación material del fotógrafo y el espa­cio que registra. "La realidad tal y como está reflejada en mis fotos, se traduce en una huella, en la evidencia de que yo he estado en cada sitio en el momento justo y, también, en la de mi presencia en conexión con el lugar y su realidad exis­tente".



 La plaza de la Bastilla, en Paris.

 Ilan Wolff tomó esta imagen  de los astilleros de Almeria.

 Sede del Museo Guggenheim de Nueva York.

 Wolff, sobre las vias de Almeria.

 Una de las tantas esquinas neoyorquinas, según Wolff.

Nueva York vista por el fotógrafo israeli.



EL MUNDO QUE SE ESCONDE EN UNA CAJA REDONDA
"La fotografía es un espejo que refleja la conexión entre la presencia física del fotógrafo y
el lugar, creando una serie de eslabones entre las dimensiones materiales y espirituales", explica el fotógrafo Ilan Wolff que comenzó trabajando como freelance para la revista Graphic Designer antes de hacerse responsable del Departamento de Fotografía del Neri Bloomfield College of Desing (Haifa, Israel), para trasladarse, más tarde, a Amsterdam, Nueva York y París. Fue en su estudio de Amsterdam donde comenzó a trabajar con la pinhole:"Todos los días tenía nuevas sorpresas. Descubrí la aventura de la fotografía, la espontaneidad, el éxtasis que la fotografía puede crear. Mediante la cámara oscura, descubrí que un rústico tambor tiene más vida o puede crear más vida que una sofisticada cámara Nikon". Entre sus publicaciones destacan Life in the Desert, Ámsterdam Through Camera Obscura (con este mismo título publicó, otras tantas ediciones, de ciudades como Nueva York, París, Dublín o países como Alemania), entre otros. Uno de sus últimos trabajos es el portafolio lmages N41 (París, Francia, 1999). Ha impartido numerosos talleres, uno de los primeros lo realizó en el Círculo de Bellas Artes (Madrid, 1987) los últimos —acompañados de lecturas— en el Month of Photography of Toronto, Contact 99 (Canadá). Pero siempre con la constante de un argumento recurrente: el mundo que se esconde en la caja redonda.
"En la caja redonda podemos encontrar un mundo completo.
El espacio redondo en el que vivimos, la forma primaria, el ser redondeado, el más orgánico y perfecto. Las líneas de perspectiva siempre se encontrarán en un punto y nuestros ojos, que seguirán esas líneas, se encontrarán siempre en el mismo punto. El Hole (el agujero) que recibe los rayos de luz que vienen del espacio, copiará con exactitud en el papel, sin distorsión alguna, sin faltas, la forma de su objeto". En la actualidad, el Centro Andaluz de la Fotografía prepara una antológica de su obra para el presente año; parte del material reproducido y expuesto pertenece a sus fondos. Ilan Wolff expuso en este espacio con motivo de su partición en el proyecto Imagina en el año 1991.1 M. F



El Pais, 17 de febrero de 2001

El carnaval y el fin de siglo en Goya

Los estudiosos Victor I. Stoichita y Anna María Coderch presentan Goya. The Last Carnival, uno de los últimos y más sugestivos ensayos en torno a la serie de Los Caprichos y la obra final del pintor aragonés. Un documentado y convincente texto que revela a un Goya culto y conceptual, alejado de los estereotipos castizos y abierto a las interpretaciones inteligentes.



JUAN RAMÍREZ
E1 punto de partida de este libro (Goya. The Last Carnival) está en un descubri­miento, aparentemente insignificante, pero de gran importancia, como aquí se demuestra, para la cabal compren­sión del famoso pintor aragonés: Goya eligió cuidadosamente una fecha concreta para iniciar la venta de Los Caprichos, y ésa fue el miércoles de ceniza de 1799, es decir, el día final del último carnaval de siglo XVIII. Tampoco creen casual sus autores, Victor I. Stoichita y Anna María Coderch, que el artista no anunciara la distribución de esta serie en una librería u otra tienda especializa­da del ramo, sino en una farmacia situada en la calle del Desengaño de Madrid. Subver­sión, pues, cura purgativa, farsa carnavalesca (o amarga penitencia) y sátira desengañada del mundo. Estos datos dan una idea de la habilidad performativa de un creador que se habría anticipado con tales gestos a compor­tamientos peculiares del arte de las últimas décadas del siglo XX, pero son para los dos autores de este libro el simple billete de embarque para uno de los viajes intelectuales más fascinantes de cuantos nos ha deparado la industria cultural "del milenio".
Estamos en el maremoto del fin de siglo, naturalmente, y poco importa que se trate del XVIII. La amarga ironía con la que el artista recapitulaba en sus obras, la lucidez de sus observaciones, vale para nuestro presente. Goya vio derrumbarse al ancien régime y fue un testigo privilegiado de las dramáticas consecuencias de la subversión general de las categorías que prometía la revolución. También Stoichita y Coderch (especialmente el primero, rumano exiliado, muy conocido ya entre nosotros por las traducciones españolas de algunos de sus libros, catedrático actualmente en la Univer­sidad suiza de Friburgo, pero también Coderch, catalana expatriada, que se formó en la universidad española del franquismo tardío) han visto caer el viejo absolutismodel "socialismo real" y asisten perplejos, como todos nosotros, al alejamiento perpe­tuo de la utopía. Tal vez sean estas experien­cias contemporáneas las que les hayan permitido rescatar a Goya de la prisión sociológica en la que estaba encerrado para llevarlo a un territorio más intemporal, el de la antropología y el de la historia cultural. Así es como la inversión de los valores, la crítica de sus dibujos y grabados, parecen proceder más del viejísimo mundo del carna­val que de la "lucha de clases"; la crueldad de Goya, las imágenes que "no se pueden mirar", tendrían una curiosa afinidad secreta con el Marqués de Sade (ésta es una parte especialmente sugestiva, aunque esté más cogida por los pelos que el resto del libro); muchas de sus disposiciones y elementos mostrarían, en fin, un gusto por la doble imagen, la paradoja y el juego icónico-verbal que revelarían la pervivencia en aquel fin de siglo de la cultura conceptista del barroco.
Varias cosas se desprenden de este análi­sis. Una: no es ya muy relevante ver al artista como un precursor de la moderni­dad pictórica de los impresionistas y expre­sionistas (ni una sola frase se dedica a ello en toda la obra), sino como un habilísimo manipulador de ideas; es un Goya culto y conceptual. Otra: no parece un represen­tante conspicuo de la supuesta singularidad histórica española, sino el mejor intérprete artístico de la cultura europea de su época; se diría que es un Goya globalizado, lejos de los estereotipos castizos y aislacionistas a los que nos había acostumbrado la inte­lectualidad (anti)franquista. Y finalmente (por poner un tope a estas consideracio­nes): vemos a un Goya abierto a la inter­pretación inteligente, cuyas creaciones aparecen como auténticas máquinas de generar sugerencias y matices semánticos, no tan distintas, podríamos añadir, a las estrategias puestas en práctica en la segun­da mitad del siglo XX por los numerosos herederos de Marcel Duchamp.
Fue precisamente este gran profeta de la modernidad el que más insistió en la idea de que el artista debe ser considerado como un mero instigador, y es el espectador, la poste­ridad, quien debe acabar la obra. El acto creativo está, también, en la interpretación (y viceversa). No me olvido del libro que comentamos: Stoichita y Coderch han sido consecuentes con esa idea y han escrito una verdadera obra maestra al tejer, con notable erudición y gran ingenio narrativo, una nueva interpretación, documentada y convincente, del genial artista aragonés. Cada capítulo posee una unidad temática autónoma, pero todos ellos se van revelando poco a poco como las piezas de un conjunto argumental sólidamente trabado. Aunque no todas las explicaciones y derivaciones cultu­rales sean igualmente convincentes, resultan siempre fascinantes. Yo me he quedado especialmente enganchado con algunos capí­tulos como el quinto (La farmacia de Goya), o el octavo que se refiere a la risa del artista, a su contrafigura en tanto que Demócrito, el filósofo griego que se representaba riendo. Stoichita y Coderch tratan, en fin, como todo lo que importa, de nosotros mismos. Vuelvo a mirar las dos últimas imágenes de Goya. The Last Carnival: en ambas está el artista, muy viejo (son dos versiones de hacia 1824-1828 del que fue, seguramente, su últi­mo autorretrato), balanceándose en un columpio sobre un mundo vacío (primera imagen) o vagamente entrevisto allá abajo, muy lejos (en la segunda versión). Lo más notable es que este personaje no se lamenta, ni pretende satirizar o sermonear sobre los muchos errores de la humanidad: sólo se ríe, a mandíbula batiente. Así, con el título de este capítulo final del libro, es como deberían acabar, o empezar, los siglos y los milenios: "Ja ja, jo jo, ju ju, je je".
Victor I. Stoichita y Anna María Coderch. Goya. The Last Carnival. Reaktion Books. Londres, 1999. 323 páginas. 16.95 libras.

El Pais, 12 de febrero de 2000

sábado, 28 de enero de 2012

El fotógrafo de los asesinos

Nueva York celebra el genio de Weegee con una selección de sus míticas fotografías de sucesos
Las imágenes fueron tomadas entre 1935 y 1946

BARBARA CELIS Nueva York 


 Sombreros en unos billares, Mulberry Street, New York, hacia 1943.

'La mujer del difunto llegó... y entonces se desmayó', hacia 1940.
WEEGEE / INTERNATIONAL CENTER OF PHOTOGRAPHY



Anthoy Esposito, Acusado "Asesino de policias", 16 de enero 1941
 Weegee/International Center of Photography.


Nunca es tarde para dar el salto, cambiar de vida y además, dejar huella. Weegee lo hizo con 36 años. Y las más de 20.000 fotografías que tomó a partir de ese momento demuestran que no se equivocó. La exposición Weegee: Murder is my Business (Weegee: El asesinato es mi negocio) que se inauguró el viernes en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York y podrá verse hasta septiembre, se centra en un centenar de ellas, concretamente en una selección de las que tomó entre 1935 y 1946, cuando decidió cambiar el cuarto oscuro en el que durante años se dedicó a imprimir para otros por su propia aventura tras la cámara. Son las imágenes con las que cinceló para la historia el turbio paisaje de crímenes y delincuentes de las malas calles neoyorquinas, instantáneas con las que contribuyó a darle caché artístico a un género, la incipiente fotografía sensacionalista, que gracias a Weegee adquirió popularidad pero también respeto, aunque ha llovido mucho desde entonces y hoy sea un arte más que cuestionable.

Pero la particular mirada de Weegee, cargada de teatralidad, hizo que asesinatos sangrientos, policías agresivos con fedora y gabardina y delincuentes magullados de medio pelo se transformaran bajo sus ojos en retratos de una ciudad en la que sus habitantes, curioseando desde las ventanas, o acercándose para jalear un arresto, humanizaban esas escenas y cambiaban el centro de gravedad de lo que se contaba en ellas.

"Su interés por los espectadores de crímenes o de tragedias ciudadanas construyeron un lenguaje propio que en última instancia sirvió para ofrecer un retrato veraz de la era de la Depresión. Y aunque se le ha tachado de naive y hay quien no ha querido tomarle en serio, sus fotos de esa época están a la altura de la de muchos grandes de la fotografía documental, desde Robert Capa a Walker Evans. Además, abrió una duda en el fotógrafo y el espectador, cómo retratamos la muerte, y esa pregunta nos la seguimos haciendo" explicó a este diario Brian Wallis, comisario de la muestra.

El título de la exposición es el mismo con el que el propio Weegee tituló la que él realizó en 1941 para la Photo League, esa cooperativa de fotógrafos neoyorquinos interesados en temas sociales y que agrupó a los mejores nombres de aquella época, desde Berenice Abbott a Robert Frank. En la muestra también pueden verse algunas de las fotografías de aquel grupo puesto que Wallis ha querido contextualizar el trabajo de Weegee, mostrando desde los periódicos en los que publicaba hasta la habitación en la que dormía. "Weegee vivía enfrente del cuartel general de la policía, bebía en los mismos bares que los agentes… Se dice que le sacó unas fotos al hijo de uno de los comandantes y a partir de ahí se le abrieron todas las puertas y así conseguía llegar el primero" explica Wallis. El comisario subraya que Weegee no se limitaba a llegar y tomar la foto -3 o 4 como mucho- si no que "movía el sombrero de un muerto o incluía ‘attrezzo’ en las escenas del crimen, algo que ha llevado a algunos a cuestionarle aunque yo creo que es precisamente esa teatralidad lo interesante de su trabajo".

Era una época periodísticamente muy diferente a la actual, en la que había ocho tabloides en Nueva York –hoy hay cuatro diarios y sólo dos son tabloides- que Weegee visitaba cada día tras imprimir múltiples copias de sus fotos y llevarlas personalmente a cada periódico. "Lo hizo durante toda su carrera, no permitió que otros manipularan sus negativos" aclara Wallis. Con un gran sentido del humor no exento de cierto egocentrismo –firmaba Weegee, el famoso-, aprendió a utilizar la cámara haciéndose autorretratos -el ICP tiene más de 1500 en sus archivos-. Algunos pueden verse en la exposición, entre ellos la serie en la que Weegee muestra los pasos a través del sistema policial desde que un delincuente es arrestado hasta que se sienta frente al juez. Esa serie fue publicada en la revista Life y le abrió las puertas de una profesión que por aquel entonces pagaba 35 dólares "por dos asesinatos", como reza una factura que le dio la misma revista y que él decidió colgar en su habitación (al cambio, 430 euros de los de hoy, frente a los 100 que con suerte se cobraría por esas dos fotos en la actualidad).

Su carrera se fue forjando además durante una época, la de la prohibición, que vio la consolidación del crimen organizado. Weegee, que como buen fotoperiodista sabía que había que tener amigos hasta en el infierno, se codeó con miembros de El Sindicato y de Murder Inc, conoció bien a Lucky Luciano o Bugsy Siegel, pero también a otros que no hicieron historia y que también le avisaban de donde había que estar para llegar el primero a la escena del crimen. Ellos contribuyeron amigablemente a hinchar ese curriculum fotográfico del que a menudo presumía, fanfarroneando con la cifra de 5000 asesinatos, "cercana a la realidad" dice Wallis. Algunos de esos asesinatos llegaron a exponerse en las paredes del MOMA en la década de los cuarenta, junto a algunas de las imágenes que realizó para el diario PM, un tabloide en el que, entre otras cosas, recogió escenas de la vida cotidiana en Coney Island, que vivió sus años dorados por aquel entonces. Después Weegee decidió dar el salto a Hollywood. Pero esa, es otra historia.


 Fila de sospechosos a las puertas del juzgado de guardia, hacia 1941.
Weegee, ["Ruth Snyder Murder" wax display, Eden Musée, Coney Island, New York], ca. 1941. © Weegee/International Center of Photography.

  Vista de la instalación de 'Weegee: el asesinato es mi negocio" en la Photo League, Nueva York, hacia 1941.

 Weegee, At an East Side Murder, 1943. © Weegee/International Center of Photography.

Weegee, [Police officer and assistant removing body of Reception Hospital ambulance driver Morris Linker from East River, New York], August 24, 1943. © Weegee/International Center of Photography.


'Ladrón asesinado', 24 de noviembre de 1941


El Pais 25 de enero 2012

Fotografías extraidas de la Exposición en Nueva York. Weegee: Murder is my business

Tebeos celtibéricos en Angulema

El salón de cómic más importante del mundo tiene a España como invitado
BORJA HERMOSO 


Preparativos, el pasado miércoles, de expositores y carteles en el Salón del Cómic de Angulema (Francia). / PIERRE ANDRIEU (AFP



“Los tebeos son cosa de niños”. “No tiene sentido incluir los cómics en una sección de cultura al mismo nivel que los libros o las películas”. “El cómic es un género pobre”.

Y así, sucesivamente. Son solo tres de los infinitos testimonios reales que acerca del género han sido pronunciados o escritos en ocasiones por personas reales, algunas de ellas incluso habituales de las páginas culturales. Claro que, si uno recuerda frases como esas en un contexto como el arranque del Salón del Cómic de Angulema (ayer), la cosa suena ridícula por la vía de lo anacrónico.

Durante la cita, la ciudad suele pasar de 40.000 a 200.000 habitantes
Porque Angulema, que celebra hasta el domingo el guateque número 39 de su ya larga historia en viñetas, simboliza como pocos lugares (Lucca, Barcelona, San Diego...) el auge de lo que algunos llamaron el noveno arte a nivel mundial. Desde los mangas japoneses hasta los superhéroes estadounidenses y desde la maestría ya clásica de Moebius hasta los nuevos ilustradores españoles, el avance de la industria del cómic responde a aquellas tres aseveraciones de manera radical, desmintiéndolas de entrada. No es (solo) para niños, es un género con una historia de más de un siglo y una dilatada galería de clásicos, es objeto de subastas millonarias en Internet y de tiradas millonarias en países como Francia, Bélgica o Italia (por no hablar de los mencionados EE UU y Japón) y solo hay que leer el magnífico tratado El cómic como arte secuencial publicado en 1985 por el maestro Will Eisner para caer en la cuenta del valor del tebeo en tanto que cultura e industria. Y si no, que se lo digan a los tiburones de Hollywood, que un buen día cayeron en la cuenta de las infinitas posibilidades de traslación al cine, empezaron a comprar derechos como locos y a precios de oro, y en ello siguen...

Pero Angulema (más de 200 editores y una legión de autores firmando ejemplares en todos los rincones de la ciudad) no es la capital de lo que pudiera llamarse el cómic / mercado, sino de lo que ya hay que acuñar como el cómic / cultura. Los tebeos contemplados, expuestos y vendidos como producto cultural, en muchos casos de culto, es el concepto-estrella en esta localidad del sur de Francia que, de sus 40.000 habitantes estables, suele pasar estos días a cerca de 200.000. Mucho tiene que ver con todo esto el hecho de que, en Francia, la bande dessinée es un fenómeno con abundante presencia en los suplementos culturales, en cientos de librerías especializadas por todo el país y en unas ventas que alcanzan en algunos casos los 100.000 ejemplares, algo directamente imposible en España.

La exposición ‘Una España de viñetas’ es uno de los platos fuertes de este año
Entre esas 200.000 almas figuran los autores españoles que conforman la pequeña embajada invitada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. La exposición Tebeos: una España de viñetas, comisariada por Álvaro Pons —autor del blog La cárcel de papel y colaborador habitual de EL PAÍS— fue inaugurada ayer en presencia de la flamante directora general de Políticas e Industrias Culturales y del Libro, Teresa Lizaranzu, en su primer gran acto público. Vaya, al fin y al cabo, los cómics son libros con todas las de la ley.

Viñetas hispanas

El Salón de Angulema (Festival International de la Bande Déssinée d‘Angoulême (www.bdangouleme.com) tiene este año como invitados estelares a autores españoles como Max, Paco Roca, Bartolomé Seguí, Felipe Hernández Cava, Antonio Altarriba, Kim o Santiago Valenzuela (Paco Roca, autor de Arrugas y Premio Nacional de Cómic, no ha viajado a Francia por estar inmerso en la promoción de la versión cinematográfica del álbum).
La exposición Tebeos: una España de viñetas analiza la evolución del género desde finales del XIX hasta los nuevos autores del cómic español.
La 39ª edición de la manifestación más importante del mundo en su género ofrece, además del apartado estrictamente comercial, sesiones de firmas, actuaciones en directo y conciertos. Mañana se conocerán los premios que imparte el Salón, entre ellos el Gran Premio, una especie de Oscar del Cómic a la europea. El autor estadounidense Art Spiegelman es este año el presidente de honor del Salón.


El Pais 26 de enero 2012

El salto del siglo XIX al XX, según Steinlen


"El beso" (1911), de Théophile-Alexandre Steinlen.      "La Manifestación" (1905) es un óleo sobre la tela de Steinlen.

JAUME VIDAL
Convulsivo el tránsito del siglo XIX al XX, sobre todo en el París anterior a la Primera Guerra Mundial. Años de agita­ción social, de sensualidad irreve­rente, de avances tecnológicos y de arranque de muchos de los caminos que emprendería el arte en décadas siguien­tes. El Museo Picasso de Barcelona presenta, del 29 de febrero al 28 de mayo, la exposición Steinlen y la época del 1900, que recoge esos momentos de magia artística mediante la exhibición de numerosas obras del pintor e
ilustrador Théophile Alexandre  Steinlen (Lausanne, 1859-París,1923), junto a la de contempo-  ráneos suyos y la de otros artistas que le influyeron.
La exhibición, en la que podrán verse, entre otros, obras de Daumier, Forain, Renoir, Manet, Degas, Bonnard, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Utrillo, Valla-don, Munch, Schiele, Rouault y Picasso, presentará, junto a creación pictórica, el característico universo gráfico de la época con los trabajos realizados para ilustración de prensa y literatura, y para el entonces pujante soporte del cartelis­mo publicitario. También se mostrará obra gráfica y material impreso. Organi­zada con la colaboración de Musées d'Art et d'Histoire de Géneve, centro del cual es conservadora jefe del gabinete de dibujos, Claure Stouillig, comisaria de la exposición, Steinlen y la época del 1900, presentará en su montaje en Barcelona, un apartado diferenciado del original, con obras de artistas catalanes de princi­pio de siglo para quienes las publicacio­nes en las que colaboró Steinlen fueron determinantes en la evolución de su obra. Entre estos artistas se encuentran los nombres de Ramon Casas, Joan Llaverias, Isidre Nonell, Ricard Opisso, Ramon Pichot y Santiago Rusiñol.
Steinlen fue hijo de los años de la Belle Époque, periodo de fecunda crea­ción, como suelen ser todas las épocas en que las contradicciones sociales conviven en tolerante conflicto. Pintor, dibujante, ilustrador, caricaturista, dise­ñador publicitario, Steinlen vivió un momento de eclosión multidisciplinar con la puesta en marcha de la nueva modernidad artística del cambio de siglo, motivada por la necesidad política de llegar a más amplias capas de la población, del auge de la prensa satírica, de la ebullición cultural, de la importan­cia del mensaje publicitario, del perfec­cionamiento de las técnicas de impre­sión, que mejoraron las publicaciones en rapidez y calidad y, en definitiva, por la entrada a la moderna sociedad de masas.
En este contexto, Steinlen se instala en Montmatre en 1881 procedente de su Suiza natal. Rápidamente se introduce en el círculo del cabaré Le Chat Noir que dará pie a una publicación del mismo nombre. Gracias a sus colabora­ciones en esta revista pronto adquirirá un gran prestigio y una gran soltura para dibujar gatos. Steinlen frecuenta, en esa época, al pintor Toulouse­Lautrec, a la cantante Yvette Guilbert y al escritor Verlaine. El mundo de Stein­len se mueve a caballo entre el glamour de los grandes cabarés parisienses frecuentados por la burguesía y la bohe­mia artística, y el patetismo de los desheredados. El momento que le toca vivir está marcado por las crecientes diferencias sociales.
Steinlen ilustró diferentes ediciones de Zola y Anatole France, sus dibujos aparecían en publicaciones, muchas de las cuales de tono satírico, como Mirli­ton, L'Assiette au Beurre, Cocorico, Gil Blas Illustré, que ejercieron gran influen­cia en círculos artísticos de otros países. Picasso realizó un retrato de su padre en el que aparece asomado en uno de los bolsillos de su chaqueta un ejemplar de Gil Blas Illustré. Esta publicación podía leerse en Els Quatre Gats, la taberna barcelonesa
nacida bajo el influjo parisiense de la época.
Pero junto a su colaboración con la prensa satírica, con la que se diri­gía a un público asentado socialmente y a otro bohemio, pero culturalmente forma­do, los dibujos de Steinlen también aparecieron en las publicaciones del movimiento obrero, tanto de tendencia socialista como anarquista. Entre esas cabeceras se encontraban Le Chambard Socialiste, Zo d'Axa, La Feuille y La Révolte. En su obra, Steinlen puso en solfa sus firmes convicciones a favor de las clases trabajadoras, lo que no fue obstáculo para realizar las ilustraciones para ediciones de libros de lujo y tiraje limitado destinadas a bolsillos pudientes.
Otra de las grandes facetas de Steinlen fue la del cartelismo publicitario, como el realizado para la Compagnie française de chocolats et des thés (1894). La expo­sición permite contrastrar sus trabajos con los de otros artistas. De Toulouse-­Lautrec podrán contemplarse los emble­máticos carteles Ambassadeurs y Moulin Rouge-La Goulue.

El Pais, 26 de febrero de 2000

miércoles, 25 de enero de 2012

Solo por placer

Por Amelia Castilla. Fotografía de Juan Gatti.


 Alma de alta costura. Gatti lleva impresa la moda en su ADN



A menudo la música suena como el escape perfecto. Algunos concier­tos de Billy Bond acababan con los asisten­tes en comisaría, claro que el rock no tenía buena prensa con la dictadura argentina. Juan Oreste Gatti (Buenos Aires, 1950) ape­nas había cumplido la mayoría de edad la noche en que esta imagen quedó grabada en su retina. El grupo, uno de los pioneros del rock argentino, saltó a la arena de La Cueva, ya de por sí caldeada por un público ansioso, y arrancó con un feroz "¡Chicos, rompan todo!': La consigna precedida de los acordes del rock and roll corrió como la pólvora. El diseñador rememora la anécdo­ta de juventud para constatar lo mucho que le pone todavía la provocación. En los últi­mos 30 años, su carrera como fotógrafo de moda, diseñador de portadas musicales y cartelista de buena parte de las películas de su amigo Pedro Almodóvar y de algunos de los éxitos del cine español no ha dejado de crecer profesionalmente, pero sigue sin-riéndose un outsider. Hasta ahora, su carre­ra artística siempre se ha movido entre las fantasías hollywoodienses y la escuela Bau­haus: "Tengo un lado más racionalista y otro más cercano al glam y al pop'.







 Radiografías y Rayografías. Frente al intenso colorido de otros trabajos, las fotografías aquí expuestas , agrupadas en  "Contraluz", derivan hacia lo acromático



Ha transformado la entrada a su estudio, ubicado en un recoleto callejón del madri­leño barrio de Salamanca, en un jardín don­de el arce ya empieza a teñirse de rojo oto­ñal. Simpático, educado y exagerado hasta decir basta, arranca la entrevista con una de sus máximas: "Lo que más me gusta en la vida es la jardinería. Lo más divertido es ve­nir los fines de semana y meterme ahí hasta que termine todo y acabar arañado como un soldado del Vietcong. Podar me encanta, me relaja muchísimo':
Rodeado de calders, warhols, muebles de diseño adquiridos por eBay en lugares recónditos y los prototipos de algunos de sus diseños, el creador argentino se reafir­ma como un punki elegante. Cuesta creer­lo, viéndole impecablemente vestido de sport, pero el creador de la imagen de mar­ca de Jesús del Pozo, Sybilla y Almodóvar, añade que su reto es "dignificar objetos bastardos':
CUENTA SU AMIGA ALASKA que, por más que le pide que haga cosas ordinarias, siempre las resuelve de la manera más fina. Cual­quiera de sus trabajos, da igual que se trate de carteles, fotografías, diseños de zapatos (creó un par para Camper) o frascos de per­fume, contiene esa huella que tan bien en­marca la belleza. Quizá por eso Contraluz, nombre del libro y de la exposición antoló­gica de su carrera que prepara el Canal de Isabel II de Madrid para este mes, debería llamarse contra todo. La muestra, además del trabajo más representativo, realizado en la moda, el cine, las editoriales, publicidad, gráfica y dirección de arte -"las distintas fa­ses de mi carrerón"-, acoge una gran sorpre­sa: fotografías inéditas en blanco y negro, tomadas a lo largo de los últimos 25 años.
En paralelo a todo ese trabajo tan lumi­noso, al concluir las sesiones de moda, en el momento en que se marchaban todos y en el estudio solo quedaban sus asistentes o alguna modelo amiga, empezó a investigar con un carácter experimental sobre cosas muy abstractas. En esos tiempos muertos, con su cigarrillo mentolado en las manos, jugó a ver qué sucedía si agitaba una bom­billa, fotografiaba el humo o jugaba con la estela de una linterna. Sus amigos dicen que tiene alma de alta costura y espíritu de cazador. "A medida que avanzaba, fui mi­rando todos esos elementos y, aunque tenía cosas diversas, encontré una unión en to­dos ellos, un común denominador que soy yo el que lo impregna. A partir de ahí todo.







adquirió forma y comencé a tomar fotos para completar ese trabajo': Para acabar este juego y que el experimento no conti­nuara hasta el infinito, necesitaba buscar el formato libro y la exposición. Se trata, como muchas cosas en su vida, de cenar una eta­pa para dar paso a la siguiente obsesión.
Frente al color de todo lo realizado ante­riormente, Gatti derivó hacia lo negro y neu­tro, casi acromático. Se trata de algo tan per­sonal que siente que se está desnudando, una parte que "me hace sentir vulnerable". Lo otro, la parte pública, representa trabajo y creación; todo ha sido realizado con un fin, pero las obras agrupadas en Contraluz solo tienen que ver con su placer. La periodista
María Vela Zanetti, que lo ha acompañado durante todo este tiempo, dice que Contra. luz "contiene una parte que festeja la vida y otra que celebra la muerte': Basta pasar la página de la portada y el libro arranca con un "In memoriam a todos mis amigos muer tos". El último, Jesús del Pozo; pero son mu chos los ausentes. "Desgraciadamente me tocó en pleno la época del sida en la década de los ochenta y he tenido pérdidas muy fuertes. Esto es un homenaje a ellos'.
Entre todo el material destacan, como su propio título sugiere, fotos cuyo trata miento ha pasado por usar la luz en contra pero contiene también imágenes que son radiografías o rayografías, donde la luz ac túa directamente aislando el objeto. "Si co loco un insecto sobre el papel sensible yproyecto la luz, queda su huella. Me gusta que la luz delimite la sombra y que si miras una cara se vea el límite de la luz'. Hay flores agitadas por el viento, libélulas que simulan joyas de un escaparate de Tiffany, palomas que parecen modelos de alta costura, caba­llos briosos, y siempre la belleza deslum­brante del cuerpo humano. "Soy muy, muy meticuloso y bastante obsesivo, por eso siempre busco un acercamiento a las cosas que tiene que ver con la forma en que ob­servo la vida. Digamos que se trata del pun­to de vista que tengo hacia los objetos y los elementos, donde hay una especie de des­cubrimiento de la belleza y un análisis muy riguroso de la forma y la figura'.
ALGO INEVITABLE en una per­sona que lleva la moda en el ADN. Creció en el estudio de su madre, diseñadora de alta costura, jugando, bajo las mesas de las modistas, a re­cortar revistas de moda y crear collages con las top mo­del




s de la época. "En casa no solo se cosían los trajes, se hacían los bordados, los som­breros y los guantes. Había un sentido tan fuerte de la elegancia que mis intentos posteriores por convertirme en un destroyer no han fun­cionado. Creo que he compa­ginado ambos conceptos". Siempre se ha movido en esa dualidad.
Una dualidad que lo acompaña desde niño. En su caso, el dibujo le salvó la vida. Gatti, como muchos veintea­ñeros, mostraba cierta ten­dencia al despiste. Con el general Alejandro Agustín
Lanusse en la presidencia, se asomó al bal­cón de su casa en calzoncillos mientras en la calle se desarrollaba un acto militar. Gat­ti, hijo único y niño supermimado, pasó seis meses en una prisión de alta seguridad. Para entretenerse le pidió a su madre lápi­ces de colores y papel, y montó "un chirin­guito donde dibujaba y escribía postales románticas para madres y esposas, y dibu­jos pornográficos para que los presos se masturbaran': Ante sus ojos quemaron a un recluso y violaron a otro con un azulejo. "Fue como un rito de iniciación, pasé por el abismo y sobreviví. Si pasé por eso, no voy a dejar que un ataque de histeria me anule una sesión; aquello me dio fortaleza, me da la sensación de que puedo manejar cual­quier situación'.

De Buenos Aires saltó a Nueva York, donde siguió enganchado al rock y, en pa­ralelo, al diseño y la moda. Ahora, muchos jóvenes lo siguen y lo imitan. "No he tenido que claudicar demasiado, no me vendí mucho a la cosa comercial ni a las agencias de publicidad; en cierta forma siempre he trabajado con artistas que son tan outsi­ders como yo': Sigue viviendo rodeado de música. "No puedo trabajar sin ella. No me gusta que sea muy heavy, prefiero los soni­dos emocionantes, pero no cursis': Le gus­tan las cantantes bobas como Nico y Fran­coise Hardy; su grupo favorito se llama Au Revoir Simone.
Hasta ahora, a lo largo de su carrera siempre ha habido una persona que ocupa­ba el primer plano, llámese Almodóvar, Sy­billa o Elena Benarroch. Gatti se mantenía en la sombra porque se sentía cómodo. "En general trabajo con amigos a los que respe­to, gente con un lenguaje común. No hago botellas de lejía, sino proyectos creativos de clientes creativos. La cosa es que, a veces, más que un trabajo parece un picnic': Fue así desde que aterrizó en el ruidoso Madrid de los ochenta; llegaba de Nueva York, con­tratado por Kenzo para trabajar en París, pero se cruzó una oferta de una discográfi­ca y empezó a diseñar portadas para los discos de los grupos de la movida, algo que ya había desarrollado con éxito en su país con los rockeros más importantes. Fue el inicio de una carrera que se extendió a la moda y al cine y que le llevó a la cima del éxito. "De todo lo que he probado, el traba­jo es lo que me da más satisfacción; lo que me divierte es sentarme frente a la mesa de dibujo, acompañado de mi música. Hubo un momento en que trabajaba para generar trabajo para otros, iba de comida en comi­da firmando nuevos encargos; pero aquello se acabó, en mi estudio no entran más de dos empleados'.
CON ALMODÓVAR FORMA un gran matrimo­nio artístico -con sus "alegrías y sus pe­leas"-, pero también ha colaborado, entre otros, con Fernando Trueba, Álex de la Igle­sia, Lucrecia Martel y Susan Seiderman': Me suelen dar total libertad. Empiezo a do­cumentarme antes de que se ruede, prime­ro leo los guiones y luego visiono en sala de montaje de qué va para finalmente sinteti­zar lo que más me gusta. Más que carteles, busco crear iconos que sean identificables.

En general, trato de usar un mínimo de ele­mentos para provocar mayor expresividad en el cartel. Intento no desvirtuar la perso­nalidad de la película y que el género se refleje. Eso es algo que se puede seguir en las películas de Pedro; los primeros carte­les son más petardos, hasta el momento en que entra en una cosa más elaborada y has­ta más oscura':
Moda y cine son lenguajes distintos. Para los carteles busca cierta expresión y comunicar estados de ánimo; en la moda, crear atmósfera y belleza. "No estoy de acuerdo con el feísmo que impera en la moda, ¡menos mal que está pasando! En los noventa, todo parecía impregnado por ese estilo medio grunge o descuidado, y yo me decía: para sacar a una chica con el pelo sucio... Se trata de una tendencia, pero per­sonalmente no quiero hacerlo. Nunca he entrado en el feísmo, a mí lo que me da pla­cer es crear belleza, belleza por sí misma, sin concepto, sin discurso y esas tonterías. Prefiero buscar emoción en las cosas antes que mirar en la basura. Soy completamente antidiscurso'.•
La exposición 'Contraluz: de Juan Gatti, se abre en el Canal de Isabel 11 de Madrid el 23 de noviembre.













El Pais Semanal nº1831 Domingo 30 de octubre de 2011

domingo, 22 de enero de 2012

Mike Yamada


Es este un caso que supongo típico. Es lo más parecido a mezclar agua y aceite, aunque también puede que me equivoque. El caso es que este autor americano, Mike Yamada  trabaja de forma regular en la animación. Realiza impresionantes trabajos para películas de gran presupuesto, ya sean fondos, diseños de todo tipo o lo que se tercie, Kung Fu Panda, Como entrenar un dragón,  pero también trabaja para él, o tal vez no para nunca, y los otros trabajos son también impresionantes por su sencillez, son cálidos, para mi al menos. Ha publicado un libro, el titulo esta claro Zoom Zoo y bueno se vende en la Red. Me encanta su trabajo, pinchando en su nombre hay un enlace a su página.