martes, 14 de febrero de 2012

EL LIBRO DE LOS PIRATAS Howard Pyle

Una edición de lujo, con narraciones e ilustraciones de Howard Pyle, recuperan a un autor y artista que se adentra en las aventuras de los piratas y filibusteros, reales e imaginarios, que poblaron el mar de las Antillas español.

EL LIBRO DE LOS PIRATAS
Howard Pyle
Traducción de José
María Nebreda
Valdemar. Madrid, 2001 256 páginas. 3.200 pesetas
JOSÉ MARÍA GUELBENZU



 "Los muertos no cuentan nada", ilustración de "El libro de los piratas"


No es ninguna casualidad que la editorial Valdemar dedique esta edición de un libro clásica a un clásico de la traducción, Francisco Torres Oliver. Den­tro de la literatura de terror, misterio y aventura —y no sola­mente en ella—, los lectores es­pañoles le debemos un homena­je. En este caso se ha elegida con acierto un libro ideal para el caso y se ha hecho una edi­ción impecablemente cuidada, de homenaje. El libro de Pyle se subtitula 'Ficción, realidad y fantasía sobre los bucaneros, pi­ratas y maroneros que poblaron el mar de las Antillas español, a partir de los escritos y pinturas de Howard Pyle'. La editorial di­ce de Pyle (1853-1911) que fue un "ilustrador y autor de narra­ciones de aventuras norteameri­cano, creó un estilo propio de ilustración lleno de vida, fuerza y realismo histórico que ha he­cho volar la imaginación de va­rias generaciones de lectores". Lacónico y preciso comentario, en verdad.
El libro ilustrado es algo que ha desaparecido casi por com­pleto en la actualidad. Me refie­ro, claro está, a narraciones ilustradas, que hasta los años sesenta tuvieron gran acepta­ción en nuestro país, lo que equivale a decir hasta que apa­recieron los cómics por un lada y la televisión por otro. Las no­velas o relatos ilustrados dieron fama a numerosos dibujantes de muy variados estilos, y toda­vía hoy, si uno acude a esas fe­rias del libro de ocasión que se
celebran por el país, puede en­contrar esos ejemplares que ca­da equis páginas subrayaban un momento culminante de la acción con un dibujo, casi siem­pre de corte realista que, en aquellos tiempos, se convertía en un compinche de la lectura. Hoy son mitad joyas editoria­les, mitad nostalgia de unos li­bros más bellos.
La edición de estos relatos de Pyle, acompañados por ilus­traciones suyas en color y en blanco y negro, es un regalo ex­cepcional; no sólo por la edi­ción en sí, que nos remite al li­bro como objeto de belleza, sino por las propias historias que en él se cuentan. Howard Pyle no es un escritor de primera fila, pero es un escritor cuyo respe­to a las leyes de la narración tra­
dicional y cuyo estilo noble ase­guran una lectura feliz. El libro se abre con una sucinta historia de la piratería en el Caribe espa­ñol a la que siguen una serie de relatos realmente curiosos y ex­traordinarios que, sin embargo, no están protagonizados por los grandes nombres del mundo del filibusterismo, como El Olo‑




¿Quién será el capitán?



nés o Morgan, sino por capita­nes de segundo orden, no me­nos atrevidos, crueles y atracti­vos. De hecho, la frase talismán que acompaña a todos ellos es, con ligeras variantes, ésta: "No existía pirata más cruel, san­griento, desesperado y avieso navegando por aquellas aguas infestadas de filibusteros". Ade­más, estos relatos hablan de pi­ratas que ampliaron sus cam­pos de acción actuando incluso contra los intereses de otras grandes potencias navales como Holanda, Gran Bretaña o Esta­dos Unidos.
Y aquí reside su encanto, pues muestra hasta qué punto la piratería fue un auténtico ofi­cio por encima de las ocasiona­les alianzas con unos u otros países en perjuicio de terceros, con sus reglas y leyes, su expe­riencia y su continuidad. Esto no es una novedad, claro, pero la amenidad de la escritura de su autor les da un aire de cuen­to y, a la vez, de relato verídico de otros tiempos, que resulta sumamente seductor. ¿Seducto­ra la lectura de toda clase de barbaridades? Ah, pero ésa es la ley de la aventura.
Pyle utiliza un modo de rela­to que se acerca bastante a la crónica, pero que posee mucho de la invención narrativa y has­ta se atreve a ingresar en el te­rritorio de lo fantástico. Están narrados con toda sencillez e in­cluso ingenuidad en la medidaque no oculta lo que va a suce­der aunque mantenga siempre un último aire de especulación. La identidad del pirata Piela­zul —un relato verdaderamen­te ingenioso— la intuye ense­guida el lector, pero eso no es más que un acicate para seguir adelante hasta ver cómo termi­na el asunto. Lo mismo puede decirse del cuento titulado El rubí de Kishmor. Pyle no es un escritor original, pero es un se­guro de lectura.
El lector español se pregunta­rá cómo los golpes de audacia de los grandes bucaneros con­tra las posesiones españolas de ultramar acaban en éxitos inve­rosímiles de manera constante y sistemática. Poco a poco, a medida que se adentre en los re­latos, descubrirá cómo la co­rrupción, la desidia y el afán de poder por encima de toda justi­ficación o eficiencia dio lugar a derrotas tan tremendas de las plazas españolas —algunas del calibre de Maracaibo, Cartage­na o Panamá— ante las anárqui­cas fuerzas piratas. Cuánto haya de verdad o de ficción en ellas es lo de menos y, al final, no hay país que no salga malparado ni gobernadores de plaza que no tuviesen alguna forma de colu­sión con el filibusterismo.
En fin, un libro precioso en todos los sentidos. No se pier­dan, por cierto, una especie de historia de Dr. Jekyll y Mr. Hyde en el relato titulado El ca­pitán Scarfield.


El Pais, 11 de agosto de 2001



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