jueves, 17 de marzo de 2011

100 años de Dalí



Philippe Halsman fue el fotógrafo de cabecera de Dalí. En la década de los cuarenta le hizo infinidad de retratos, el más famoso fue éste: "Dalí Atomicus".

Vi una sola vez a Salvador Dalí, en su casa de Port Lligat, a finales de los setenta, para entrevistarle por encargo de un periódico que ya ha pasado a mejor vida. Me acompañaban mi amigo y colega Pedro Secorún y su atractiva novia. Pro­bablemente gracias a la presencia de ésta, por la que Dalí preguntaba de vez en cuan­do. "i la nena, qué fa?" (¿y la nena, a qué se dedica?), nos dedicó toda la tarde. Noso­tros éramos jóvenes de izquierdas, mien­tras que en el vestíbulo de la laberíntica casa, en lugar conspicuo, sobre un oso blanco disecado, colgaba la foto de José Antonio Primo de Rivera. Pero a Dalí nuestras opiniones políticas le importa­ban un rábano, y a nosotros, como a casi todo el mundo, las suyas nos importaban un pepino, comparadas con los buenos ratos que nos había hecho pasar con sus excentricidades, la desenvoltura con que se ponía el mundo por montera, y sus li­bros, especialmente Vida secreta, Sí a Ru­mania, El mito trágico del Angelus de Mi­llet, etcétera.

–Usted –le dijimos con mucho aplomo–es mejor escritor que pintor.

–Ah, quizá es verdad... mi padre siem­pre me lo decía... I la nena, qué fa?

Atendía a las visitas en una sala re­donda, con un banco corrido a todo lo lar­go de la pared, sobre el que descansaban, en un estante. una colección de botellitas de cristal de colores y otros bibelots y fi­guritas de un kitsch sin paliativos. Un ca­marero trajo una bandeja en la que había una botella de champagne rosado y cuatro copas. Al rato de empezar la charla entró la esposa de Dalí, la temible Gala, de la que se decía que te echaba a cajas destem­pladas si a la primera mirada le caías mal. Vestía, como él, una túnica dorada y lle­vaba un moño al estilo de Minnie Mouse. Pero no era tan fiera la leona rusa como la pintaban. Nos preguntó si queríamos a Dalí y si nos gustaba su pintura, y enseguida fuése y no hubo nada.

Según hablábamos con Dalí fui refres­cándome con ese espumoso rosado, hasta que ya no me fue posible ignorar que yo era el único que bebía, lo cual no me pa­recía decoroso. Así que le dije: "¿Y usted no bebe. Dalí, ni un sorbito de champag­ne?". A lo que respondió, con su mejor voz campanuda: "No, pero lo tocaré sim-bóóó­licamente". Y en efecto. con cierta solem­nidad –era un maestro en el arte de solemnizar cada momento, para hacerlo más interesante y significativo-, se inclinó so­bre su copa, mojó el índice y se tocó con él la frente.

 La pesca del atún (1966-67). Para Dalí era uno de sus cuadros más ambiciosos. Mide tres metros por cuatro metros y recrea el relato de la pesca que le contaba su padre de pequeño.

01 "Proyecto de interpretación para establo-biblioteca"(1942). Un divertimento que Dalí realizó en un cromo retocado con guache durante su estancia en Estados Unidos.
02 "Parfois, je crache par plaisir sur le portrait de ma mére" (1929). Este Sagrado Corazón que expuso en París provocó que su padre le expulsara del hogar familiar maldiciéndole: "Morirás solo, sin amigos y sin dinero". Dalí acababa de unir su vida a Gala y al movimiento surrealista.
03 "Retrato del padre del pintor" (1925). Este retrato de don Salvador Dalí, el notario de Figueres, escandalizó por el detalle irreverente de la mano derecha sobre los genitales.
04 "Construcción blanda con judías hervidas. Premonición de la Guerra Civil" (1936). Una de sus grandes obras, fruto de sus delirios.
05 "Retrato de Mrs. Isabel Styler-Tas" (1945). Por razones económicas, Dalí pintaba a veces a millonarios e introducía en los cuadros elementos surrealistas para sus clientes adinerados.

"Figura asomada a una ventana" (1925). Una obra maestra en la que revela su amor por su hermana Ana María y por Cadaqués.

Lo interpreté como la venia para que me acabase yo solito la botella, lo que hice de buen grado, aunque a los gastrónomos de hoy les daría un vahído si probasen aquel cava dulzón que Dalí ofrecía a todas sus visitas, y que evidentemente él sólo es­cogía por su bonito color. Cargó contra Francis Bacon, entonces en la cresta de la ola, acusándole de usar colores "muy bo­nitos", de "hacerlo todo muy bonito", y de ser "en definitiva, un costurero, como Ba­lenciaga". Dalí ponía "voz de Dalí" cuando se acordaba de que estaba en representa­ción, y recuperaba la voz normal cuando el diálogo le parecía interesante. Por ejemplo, en un momento determinado le pregunta­mos por su icono más famoso y más difun­dido aún que las jirafas ardiendo o las mu­jeres con cajones "de mesita de noche" en el torso, o los elefantes de patas finísimas: los relojes blandos, que aparecen por pri­mera vez en La persistencia de la memoria (1931) y que hicieron su fortuna en Améri­ca. Y Dalí nos dijo que se le había ocurrido esa imagen inolvidable pensando en el mito del vellocino de oro, que Jasón y los Argonautas buscan y encuentran en la Cólquida, al pie del Cáucaso, colgando de la rama de una encina, y en la definición de Cristo según fray Luis de León, como un "monte de queso", "monte fermentado", que estaba leyendo mientras se comía, pre­cisamente, un queso camembert. Entonces quizá se dio cuenta de que cosas semejan­tes ya las había dicho antes, y volvió a la voz campanuda: "Pero lo im-por-tan-te", agregó, "no es que los relojes sean blandos o duros, sino que den la hora ex-ac-ta".

En ese momento de la agradable con­versación. Gala volvió a entrar en la sala redonda, esta vez acompañada nada me­nos que de Miró, Picasso, Duchamp y Bal­thus, todos de esmoquin. Esos grandes ar­tistas traían caras de pocos amigos. Noso­tros, sentados en el banco, no salíamos de nuestro asombro. Con el brazo izquierdo al frente, Duchamp le apuntó con el índice y dijo: ";Paparruchas, Dalí, paparruchas! ¡Lo que tienes que hacer es devolverme mi tablero de ajedrez!...".

Lo admito, el párrafo precedente es pura fantasía, pero ¿por qué, al evocar a Dalí en el centenario de su nacimiento, no podría yo mentir y fabular y retorcer sus hechos a mi antojo, cuando él había repeti­do, hasta la saciedad y con dudoso buen gusto, que su objetivo vital consistía en "cretinizar al máximo" a la sociedad, en la que -de momento y hasta nueva orden- me incluyo, y faltó tanto a la mínima veracidad exigible a un pintor que se respete que llegó a firmar cientos o miles de páginas en blanco para que colaboradores indeseables y oscuros plagiadores las llenasen con lo que se les antojare? Sólo el respeto a los lec­tores de esta revista me impele a atenerme escrupulosamente a los hechos.

A los 15 años Dalí ya escribía con una desenvoltura y madurez admirables; ya adoraba los paisajes de sus veranos infan­tiles en la Costa Brava -Cadaqués, el fan­tasmagórico cabo de Creus- que serían el escenario de toda su vida y de casi toda su pintura, y a los que regresaría cada año, desde París y desde Nueva York, a pasar los meses cálidos. y ya empezaba a pintar paisajes muy prometedores al estilo pos-impresionista de la época. El artista ado­lescente escribió en su diario: "Seré un ge­nio, y el mundo me admirará. Quizá seré despreciado e incomprendido, pero seré un genio, un gran genio, porque estoy se­guro de ello". Se aplicaría a ello con per­severancia obsesiva, a toda costa. "Genio", en efecto, le llamaría una pléyade de adu­ladores y beatos. Y sus detractores más implacables admiten, a gusto o a disgusto, que por lo menos hasta la Segunda Guerra Mundial, hasta que abjuró de las convicciones ideológicas -de izquierdas- y plásticas -de vanguardia- que había aban­derado con entusiasmo fanático, para lan­zarse a por la fama y la fortuna sin escrú­pulos, fue un buen pintor, una personali­dad intrigante, un dispensador caudaloso de imágenes hipnóticas mi escritor divertidísimo e ingenioso. Es posible que su de­cadencia artística tuviera mucho menos que ver con sus metamorfosis de revolu­cionario en reaccionario, con su paso de las vanguardias al populismo y de la com­placencia en la blasfemia a una religiosi­dad impostada, que al simple hecho bioló­gico de que con su juventud se desvaneció buena parte sus fuerzas creativas, como pasa tan a menudo, y en adelante vivió con los préstamos de aquella época.

La mayor aportación intelectual de Dalí, apasionado lector de Freud, fue el Mé­todo paranoico crítico, que expuso en su en­sayo La mujer visible, de 1930. El pontífice del grupo surrealista, André Breton, la ce­lebró como una formidable herramienta en beneficio de la intrusión del mundo irra­cional entre las convenciones de la odiosa "realidad". En esa estructura teórica, Dalí coagula su actividad plástica, autorrefe­rencial y mitologizante de sus propios, pa­ralizantes complejos, obsesiones y expe­riencias. Para recibir el impacto de sus te­las de los años veinte y treinta basta con prestarles la debida atención, pero para in­terpretarlos, o descodificarlos, Dalí reclamaba que consideremos los asuntos de su propia vida física y psíquica como un mito -que él se ocupó de contar, y muy bien contado, por cierto-, de la misma forma que buena parte del mensaje simbólico en la obra de los maestros antiguos es ininteligi­ble para quienes no conocen la mitología grecorromana y la cristiana.

Ese "método" nunca sistematizado como tal, y que sería más propio definir como "actitud", Dalí lo definía como "mé­todo espontáneo de conocimiento irracio­nal basado en la objetivación crítica y sis­temática de las asociaciones e interpreta­ciones delirantes". Consiste, de hecho, en potenciar a voluntad una paranoia de baja intensidad o controlada, y considerar todo fenómeno externo o interno, observado o sufrido por el paranoico-crítico, en rela­ción privilegiada con uno mismo. O sea, también, elevar a acontecimiento signifi­cativo cualquier nimiedad, casualidad, alu­cinación inducida o no, experiencia, que el paranoico-crítico decida arbitrariamente. Una variante del solipsismo, que aplicada a las actividades creativas acaso pueda ge­nerar cosas interesantes, pero Dalí insistía en aplicarla también como norma de vida, lo que ponía la suya bajo el imperio del ca­pricho, reducía a los demás a la condición de polichinelas y le liberaba de todo impe­rativo moral o pacto social. En el caso que nos ocupa, la estación de Perpiñán, en la que tomaba el tren a París, se convierte en el centro del mundo; la Virgen María tiene siempre el rostro de Gala; el cabo de Creus es el lugar más bello del mundo, donde ad­quieren forma sólida, pétrea, los fantas­mas del pintor; Guillermo Tell, el padre del artista; un encuentro trivial con Freud en Londres, al que el padre del psicoanálisis accedió a regañadientes, el espaldarazo de­cisivo a su consagración como artista vi­sionario; y su escueto juicio (poco más que "¡menudo fanático!"), su reconsagración. El golfo de León, un lugar providencial, porque aguantó las sacudidas tectónicas que separaron Europa de África, evitando que la península Ibérica se desgajase de Europa y derivase por el Océano, lo que nos hubiera condenado a estar donde está Australia. "entre los canguros". Etcétera, etcétera.

Nació en 1904, en la localidad de Fi­gueres, en la provincia de Girona, donde tiene su museo, el más visitado en España después de El Prado, y donde está enterra­do. Era hijo de un respetable notario, de mucho carácter, de mucha autoridad, de personalidad imponente, como se ve en los retratos que le hizo. Dalí creció en el seno familiar, sobreprotegido, como un niño mimado, lleno de fobias extravagantes -los saltamontes, por ejemplo, le daban un pánico que sus condiscípulos en el colegio de los maristas explotaban con las clásicas bromas pesadas-, y paralizadora timidez que combatía haciendo de tripas corazón, prodigando desplantes y alborotos acadé­micos. Eran los años de la revolución rusa, a la que se adhería muy convencido el hijo del notario de Figueres. Desde allí se man­tenía perfectamente informado de la diná­mica de las vanguardias artísticas en la capital mundial del arte, y desde allí pasó por sus etapas de fauvista, de futurista, de puntillista…

Consciente del talento de su hijo y de su determinación de convertirse en pintor, cuando éste cumplió los 18 años el notario le mandó a estudiar en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde se impartía la educación más liberal y refinada de Es­paña. En la Residencia, Dalí trabó con sus condiscípulos Luis Buñuel y Federico Gar­cía Lorca una amistad íntima y una com­plicidad intelectual que se reafirmó du­rante las estancias de Lorca y de Buñuel en la casa de la familia Dalí en Cadaqués; la amistad con Lorca cuajaría en unos amoríos que iban a obsesionarle toda la vida, y en numerosas alusiones en pintu­ras como El enigma sin fin, La metamorfo­sis de Narciso, Cenicitas, La miel es más dulce que la sangre; y la de Buñuel, a par­tir de su conversión al credo estético y combativo del grupo surrealista parisien­se, en el rodaje de El perro andaluz, el pri­mer cortometraje surrealista, que se es­trenó en París, en 1929, y su secuela La edad de oro, cuyo estreno, en 1930, boico­teado por miembros de la Liga Patriótica y de la Liga Antisemita, obtuvo una reso­nancia internacional.

Respaldado por Miró. Dalí se instaló en París. A los 25 años todavía pregonaba con satisfacción su virginidad, tomaba taxis para carreras de cien metros y pagaba sin mirar los billetes arrugados; vestía como un dandi, con siete u ocho moscas artifi­ciales en las solapas de la chaqueta del me­jor paño, y era un perfecto incompetente en las cosas prácticas. El grupo surrealis­ta, en el que militaban los pintores Yves Tanguy, Max Ernst, el fotógrafo Man Ray, el poeta Paul Éluard, etcétera, postulaba la liberación del hombre mediante una revo­lución de la conciencia que se había de operar incorporando a la actividad artísti­ca las fuerzas del subconsciente, la escri­tura automática, las asociaciones deliran­tes, el onirismo y otras potencialidades de la mente usualmente reprimidas por el control de la razón: "Un paseo perpetuo por plena zona prohibida", como lo definió Breton. Hoy, el papel del grupo surrealista parece decisivo para la historia del arte del siglo XX, pero hasta la incorporación de Dalí y Buñuel debió ser una presencia es­candalosa, pero poco más que testimonial en el ebullente París de entreguerras.

Los surrealistas estaban constituidos como una secta alrededor de la figura de André Breton, que cuando se ponía estu­pendo postulaba el asesinato gratuito como acción artística, y ello sin la ironía de De Quincey. Sus postulados estéticos habían tenido traducción en campos como la poesía, la pintura, la fotografía, pero El perro andaluz -una historia de amour fou cuya primera escena mostraba una hoja de afeitar cortando el ojo de una niña. para seguir luego con burros podridos tumbados sobre pianos de cola, manos cor­tadas con hormigas, etcétera-, y su secue­la La edad de oro -con sus esqueletos tocados con mitra de obispo, tumbados entre las rocas del cabo Creus—, parecían abrir campos inmensos por explotar. Todavía hoy esas películas, cómicas, líricas y bru­tales, resultan sensacionales.


Salvador Dalí y su hermana Ana María, en Cadaqués, 1925. La relación entre ellos fue estrecha. Ella adoraba a su hermano, le ordenaba la correspondencia, y de 1923 a 1926 fue su musa y la protagonista de algunas de sus mejores telas.

Jirafa ardiendo (1937)

El enigma sin fin (1938), el cuadro inspirado en la última fotografía que se hicieron juntos Dalí y Lorca.

La persistencia de la memoria (1931), la obra más famosa de Dalí, surgida tras una migraña.


La Madonna de Port Lligat (1949). Ésta fue la primera versión sobre la Inmaculada Concepción pintada por el artista. Gala posó para Dalí y el cuadro con su rostro fue presentado al Papa en el Vaticano para alejar el riesgo de posibles prohibiciones de la tela.

Dalí dibuja con sus pinceles en la frente de su amada Gala, captados por la cámara de Philippe Halsman en 1948. Éste, uno de los grandes fotógrafos del siglo XX, retrató en París a todos los fotógrafos y artistas surrealistas de los que aprendió a captar la fuerza de las imágenes. Intimo amigo de Dalí, estuvo con él cerca de 30 años. Participó junto al pintor en numerosos proyectos y consiguió algunas de las fotografías más espectaculares del artista, que fue su mejor modelo.

En pocos años el movimiento fue sate­lizado y luego dividido por el partido co­munista, y la iconoclasta "Revolución su­rrealista" se vio reducida a "El surrea­lismo al servicio de la revolución". Por entonces Dalí iba alejándose de sus deva­neos bolcheviques. Agregó al movimiento valiosas aportaciones: entusiasmo, ideas, ensayos, ocurrencias, parentescos insóli­tos, objetos. y sobre todo, pinturas como Vaca espectral, El asno podrido. El juego lúgubre, El gran masturbador, Los prime­ros días de la primavera o La vejez de Gui­llermo Tell, donde sus fantasmas se plas­maban con una claridad de transparencia, con una calidad fotográfica de la que ca­recían los compañeros Tanguy, Ernst y De Chirico, cuyos hallazgos plásticos suc­cionó provechosamente. Pero su obsesión escatológica, sus ambiguos elogios a Hit­ler —en cuya espalda le hubiera gustado hundir una cuchara, pues le parecía su­mamente comestible. "suculenta"-; su su­puesta ridiculización de Lenin en El enig­ma de Guillermo Tell —donde el líder so­viético aparece con una nalga inmensa, sostenida por una muleta—; su elogio de la crueldad, y su cada vez más exaltada vin­dicación del arte académico, entre otros desvaríos menos simpáticos, resultaban demasiado comprometedores. Fue expul­sado solemnemente del grupo en 1934 du­rante una ceremonia que él recrea, esa es la palabra, en las páginas más hilarantes de Mi vida secreta.

Breton ejercía en todas partes y tam­bién entre los suyos de Gran Inquisidor de desviacionistas y filisteos, pero no podía imponer moderación o sometimiento a Dalí, que ya había afrontado una ruptura harto más dolorosa con su padre. El nota­rio, ya viudo, tardaría años en perdonarle un dibujo brutal: sobre la silueta del Co­razón de Jesús. Dalí había escrito: "Par­fois je crache par plaisir sur le portrait de ma mére", o sea: 'A veces, para divertir­me, escupo sobre el retrato de mi madre", en una tela expuesta en 1929 en París, de la que la prensa barcelonesa se hizo eco que llegó a Figueres. La unión de Dalí con una mujer casada, diez años mayor que él, y de costumbres más liberales que las propias de la sociedad provinciana de Figueres, era muy penosa para el padre, pero nada comparable con el ultraje a su difunta es­posa. Le prohibió que volviera a poner los pies en Cadaqués, y Dalí tuvo que comprar una cabaña de pescador., que con los años iría ampliando, en Port Lligat, una cala muy cercana., algo melancólica, donde la vista del mar queda cerrada por una isla.

A lo largo de los años treinta, un galerista neoyorquino había ido organizando exposiciones de Dalí en Nueva York., con éxito creciente. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el pintor no esperó a comprobar si Hitler le había visto la gracia a sus elogios y decidió cruzar definitiva­mente el charco. A partir de su conquista de América, que empezó con exitosas ex­posiciones y escándalos debidamente pu­blicitados en Nueva York., y que se pro­longó desde 1940 a 1948, hizo tabla rasa de su vida anterior.

En adelante caminaría solo, con su mujer, que se ocupaba de buscarle tiempo, espacio y paz para trabajar, de curar o pa­liar sus complejos, de perfilar el personaje estrafalario que llevaría como una más­cara y de enseñarle a ganar grandes su­mas de dinero, convirtiéndose en una fi­gura pública siempre dispuesta al espec­táculo, a la boutade, a la declaración intempestiva e ingeniosa, lo que le valió la atención permanente de los medios de co­municación de masas y el descrédito de las élites culturales. Breton, desde París, le rebautizó con el venenoso anagrama de Avida Dollars, al que él replicaría con el aforismo "Que hablen de mí, aunque sea bien" y con el óleo La apoteosis del dólar. En América, banalizando hasta lo patético el estilo surrealista, retrató a infinidad de adineradas damas y caballeros. Quizá, como sugieren algunos, en su fuero inter­no era consciente del agotamiento de su estética, y por eso probó a iniciar, con sus memorias y su novela Rostros ocultos, una carrera paralela de escritor, guadianesca y progresivamente perezosa, pero a me­nudo interesante.

Los padecimientos de su familia du­rante la Guerra Civil española, sumados a sus deseos de regresar a Cadaqués y los escenarios de su infancia, contribuyeron a su sonora adhesión al franquismo y a la "Iglesia católica, apostólica y roma­na". Regresó en 1948, y en adelante siguió una rutina invariable: los meses de calor, en Port Lligat, y los inviernos, en hoteles de París y de Nueva York. Todo ello ani­mado con algún viva a Franco, alguna vi­sita al Papa y algún happening más o me­nos patoso o divertido. Predicaba que las restricciones políticas y artísticas esti­mulan la creatividad, y la religiosidad, la posibilidad de la transgresión, sin la que no hay placer que valga. Predicaba la ex­celencia de las formas clásicas para plas­mar, con el estilo más hiperrealista y fo­tográfico posible, imágenes delirantes. Creía de verdad que se libraría de morir, porque las ciencias, cuyos avances en to­dos los campos seguía con conocimiento y pasión, inventarían un remedio para él antes de que fuera demasiado tarde. En primavera y verano pintaba Madonnas atómicas y Cristos crucificados, suspen­didos sobre la playa; en sus telas, meti­culosamente detallistas, los personajes y los objetos flotan ingrávidos como si es­tuvieran en un éter al vacío, sin tocarse unos con otros, y a menudo descompues­tos en pedazos o esferas, dando menos la impresión perseguida de prodigio y de pureza que de frialdad y aislamiento.

En invierno vendía los cuadros y man­tenía en funcionamiento el circo Dalí anunciando nuevas epifanías cada dos por tres. Así vivió felizmente, hasta la muerte de la imprescindible Gala en 1982, que marcó el principio de una agonía larga y atroz, entre enfermeros y equipos de cola­boradores siempre cambiantes, siempre bajo sospecha pública. No tenía muchos amigos, y a los que tenía no los quiso ver, avergonzado de su propia decrepitud. Tumbado en la cama, entubado porque se negaba a tragar alimentos, escuchaba sin parar los tangos Noche de farra y Adiós muchachos, que le recordaban sus años con Lorca y Buñuel, y la ópera Tristán e Isolda, en la que veía reflejada su historia de amor con Gala. Murió en 1989.

Ahora, además del museo, que cada año incorpora alguna obra importante a sus colecciones, se puede visitar el castillo de Púbol que le regaló a su esposa para que se aislase de la fanfarria del circo cuando le viniese en gana, y también está abierta al público la casa de Port Lligat. Hay que pedir turno. Paseando por sus ha­bitaciones entre turistas, subiendo y ba­jando inesperados escalones, entre su mo­biliario de resonancias imperiales y gau­dinianas, junto a los libros que nadie lee, deambulando por la sala redonda donde nos recibió, con su colección de bibelots kitsch en la repisa, el lugar parece no una, sino cien veces vacío, y uno se siente pro­fanador de tumbas.

En el taller, los pinceles, ordenados sobre la paleta, junto al caballete vacío, aguardan inútilmente la mano que los anime. El oso disecado parece desteñido y apolillado: los mazos de retama en las esquinas, los cambien o no, parecen car­gados de polvo, y tapices, cortinas y col­gaduras: todo nos parece desarbolado, ajado, hecho jirones y desencantado, como alguno de sus cuadros que hubiera perdido la magia. •

Por Ignacio Vidal-Folch

Joven virgen autosodomizada por su propia castidad (1954)


El juego lúgubre (1929), uno de los cuadros fundamentales de Dalí.

Dalí, el segundo por la izquierda, con Luis Buñuel a su lado y otros amigos de la Residencia de Estudiantes, Barradas e Hinojosa.

Salvador Dalí, con su hermana Ana María y Federico Garcia Lorca, en Cadaqués, en 1927.

El Año Dalí se abre con una gran exposición: Dalí, cultura de ma­sas. Organizado por la Fundación la Caixa de Barcelona y la Fun­dación Gala-Salvador Dalí, de Figueres, la muestra agrupa 300 obras originales (óleos, dibujos, películas y objetos) que vinculan la conexión que Dalí tuvo entre su pintura y la cultura popular. Se pue­de ver en CaixaForum (avenida del Marqués de Comillas, 6-8), Bar­celona. a partir del 27 de enero. La muestra viajará el 26 de junio a Madrid. al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía; a San Pe­tersburgo, el 1 de octubre, y a Rotterdam, el 15 de febrero de 2005.

Fotografías: Exposición de fotografías de Joan Vehí en el Museo de Cadaqués. De enero a mayo de 2004.

Residencia de Estudiantes: Salvador Dalí, Federico García Lorca, Luis Buñuel y Pepín Bello, un cuarteto insólito. Seminario sobre las relaciones que todos ellos mantuvieron en la Residencia de Es­tudiantes. Mayo de 2004.

Dalí, Lorca, Buñuel: Madrid, París, Nueva York (1917-1936). Exposición itinerante que se presentará a partir del otoño de 2004 y que se clausurará en la Residencia de Estudiantes.

Rostros ocultos. Edición de la editorial Destino de la novela que escribió Salvador Dalí en 1943 y que incluye los fragmentos que fueron censurados cuando el pintor la publicó en España.

El Quijote. Una edición de lujo con reproducciones de las 38 ilustraciones que Salvador Dalí realizó en el año1945 para una edición de bolsillo publicada en inglés. Anotaciones de Martí de Riquer sobre El Quijote y acerca de la obra de Dalí a cargo de Monserrat Aguer, comisaria del Año Dalí. Coedición de la Fun­dación Gala-Salvador Dalí y el Grupo Planeta.

SALVADOR DALÍ. FUNDACIÓN GALA-SALVADOR DALÍ. VEDAR MADRID. 2004

Catálogo razonado de la obra de Dalí. Se publicará a lo largo de 2004 y hasta el 2006.

Rafael Santos Torroella. El primer Salvador Dalí (1914-1936). Libro editado en colaboración con el IVAM y la Residencia de Es­tudiantes.

Universo Dalí. Treinta recorridos por la vida y la obra de Salva­dor Dali. De Ricard Mas Peinado. Lunwerg editores.

Más información sobre el Año Dalí en la página oficial: www.salvador-dali.orgiesp/2004. •

El Pais Semanal Número 1423. Domingo 4 de enero de 2004

1 comentario:

Alfonso Antón dijo...

La pintura y Gala salvaron a Dalí de la inmadurez patológica y la locura,no es un ejemplo sino una excepción y bastante degradada.