domingo, 13 de febrero de 2011

Herb Ritts: Clásico y provocador















Como fotógrafo de las es­trellas, se había hecho tan notorious, re­tomando el título de uno de sus principa­les álbumes, como sus célebres modelos. Por eso, tras su desaparición hace algu­nas semanas como consecuencia de una neumonía, Herb Ritts fue celebrado en el mundo entero tanto por los medios artís­ticos como por los del cine o la música. Finalmente, aquel que tanto había con­tribuido, en estos tiempos de famosos triunfantes, al éxito de aquellas y aque­llos cuya imagen había forjado se había convertido en uno de los VIP internacio­nales.
El caso de Herb Ritts es, por otra par­te, totalmente característico de las evolu­ciones y confusiones que han tenido lugar durante los 20 primeros años del siglo pa­sado. En efecto, el brillante profesionalcon aire de eterno joven, vestido con sus jerséis negros, franqueó, al exponer en numerosas galerías y museos, la frontera que separa la fotografía aplicada del mundo del arte. El futuro dirá si ello es­taba justificado.
Nacido en Los Ángeles en 1952, se traslada a la Costa Este para seguir los cursos del Barnard College, donde estu­dia economía. El azar le pone en relación con el medio del cine en los años setenta y comienza a fotografiar a sus amigos. A finales de los años setenta, un retrato de Richard Gere, prácticamente desconoci­do por aquel entonces, le propulsa a la es­cena internacional. El joven actor es la revelación de American gigolo, y es un re­trato hecho por Herb Ritts el que es uti­lizado profusamente para la publicidad del filme. Este retrato, que muestra al be­llo joven vestido con una camiseta blan­ca mojada, con los brazos sobre la cabeza y un cigarrillo que le cuelga de la comi­sura de los labios, tiene una fuerte carga erótica, como muchas de las imágenes masculinas del autor. Y es fruto de un puro azar: tras salir para una sesión foto­gráfica en el desierto, los dos amigos de­ben detenerse a consecuencia de un pin­chazo. Cambian la rueda, y Ritts acribi­lla con su cámara al actor cubierto de su­dor. Un año más tarde, la imagen recorre el mundo, y toda la beautiful people se pone a disposición de un fotógrafo suma­mente cortés, atento, respetuoso y agra­dable.
Elizabeth Taylor, Jack Nicholson, Mick Jagger y Cindy Crawford figuran entre sus modelos favoritos, pero Madonna será, sin discusión, su heroína y su musa. Su retrato de perfil, con la cabeza echada hacia atrás haciendo resaltar su cuello mientras cierra los ojos, se con­vierte en un icono. Y el fotógrafo se reve­lará como un excepcional director para la actriz cuando, para Vanity Fair, la hace posar para ilustrar la evolución del cuer­po y el vestido femeninos de decenio en decenio durante el siglo XX.


En sus pues­tas en escena, sabias y sofisticadas, Herb Ritts demuestra ser el mejor. Su dominio de la iluminación; su atención maniática a los detalles, servido por un extraordi­nario equipo de estilistas, maquilladores y peluqueros fieles; su preocupación la perfección hasta llegar al esplendor de las tiradas en blanco y negro sabia­mente trabajado, hacen de él uno de los profesionales más notables en el campo del retrato y la moda, detrás de Richard Avedon e Irving Penn y al lado de Bruce Weber. Patrick Demar­chelier y Annie Leibowitz. Siempre elegante, conseguirá, en 1989, hacer posar juntas y desnudas a las top mo­dels internacionales del momento: Cindy Crawford, Christy Turlington, Tatjana Patitz, Stephanie Seymour y Naomi Campbell, para una imagen an­tológica.
Como es natural, sus fotografías, esencialmente en blanco y negro, se encuentran en las páginas y en las por­tadas de Vogue, de Rolling Stone y de Vanity Fair que aprecian el saber ha­cer de este artesano refinado. Y estas publicaciones, en la perfecta lógica del sistema, le abren las puertas de la pu­blicidad, entre otros para DKNY y Cal­vin Klein, marcas para las cuales rea­lizará igualmente filmes publicitarios. Y con toda lógica, firmará uno de los objetos publicitarios más codiciados por los fotógrafos y coleccionado en el mundo entero: el calendario Pirelli.
Herb Ritts, fascinado por la perfec­ción física, de acuerdo con una lógica totalmente californiana, ha desarro­llado un conjunto muy abundante de desnudos, llegando incluso a realizar una gran serie de atletas en el traje de Adán con ocasión de los Juegos Olím­picos de Atlanta, en 1996. Sus investi­gaciones sobre el desnudo se centran esencialmente en torno al cuerpo mas­culino, ya que retrata a bellos jóvenes imberbes, negros esculturales o pare­jas homosexuales, que reúne en el li­bro Dúo. Esta tonalidad homoerótica de su obra es enormemente importan­te, ya que sus imágenes, aunque a ve­ces demasiado perfectas, con frecuen­cia huelen a artificio y no alcanzan nunca la potencia de un Robert Map­plethorpe. Hay que decir igualmente que el ambiente de los años noventa no tiene nada que ver con las reivindica­ciones del periodo de los setenta. Y Herb Ritts es perfectamente un actor de su tiempo y de la aceleración del consumo y la supremacía de los obje­tos con marcas triunfantes hasta, y quizá sobre todo, para la ropa interior.
El hecho de que sus efebos mus­culosos, sumergiéndose en mares pa­radisiacos o exhibiendo sus cuerpos sensuales, hayan recibido los honores de numerosos grandes museos, como el de Boston o la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo, no basta, sin embargo, para convencer del hecho de que sea realmente un artista. Si este ca­lificativo es innegable para un Richard Avedon, que evidentemente ha renova­do por completo la práctica del retrato, así como la de la fotografía de moda, es mucho más difícil que sirva para seña­lar las innovaciones de Herb Ritts. De linaje clásico, sigue siendo uno de los más brillantes actores del mundo de la fotografía aplicada, ya que llevó a la perfección la realización de ideas a me­nudo divertidas en el retrato, dentro de una forma perfectamente controlada (demasiado quizá, lo que le llevó a caer en el ejercicio formalista), pues se com­portó como un buen artesano enamo­rado de las obras bellas. Respetó los có­digos, los exaltó con pasión y amor, pero nunca los transgredió. Fue, como no han dejado de subrayar sus célebres modelos del mundo del espectáculo o el cine que expresaban su tristeza por ha­ber perdido a un amigo, el mejor servi­dor y uno de los más exigentes de un mundo cimentado sobre las imágenes que él inventaba. •

El Pais Semanal Número 1380 Domingo 9 de marzo de 2003

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