lunes, 28 de febrero de 2011

Goya y las mujeres








Las mujeres en los dibu­jos de Goya suplican, lloran y sufren. Las que pinta en sus cuadros despliegan, en cambio, riqueza y poderío. Para Goya las mujeres son un medio de expresar emo­ciones, sentimientos. Escruta en ellas la vanidad, el halago, y da a sus rostros una mezcla de severidad y abandono. Ningún otro pintor ha sabido reflejar mejor a las mujeres que Goya. "Tienen una impor­tancia fundamental en su pintura", a jui­cio del comisario de la exposición Goya y la imagen de la majen Francisco Calvo Se­rraller. "Hasta el siglo XVII, los niños y las mujeres eran artísticamente horripilantes por su aproximación a la naturaleza, algo imperfecto. En el XVIII, este concepto cambió y sus figuras son objeto de interés pictórico. Goya se acerca a las mujeres porque le interesan muchísimo".
En medio de ese siglo, el 30 de marzo de 1746, nace en Fuendetodos, Zaragoza, Fran­cisco de Goya, hijo de José Goya, de oficio dorador, y de Gracia Lucientes. Reinaba en España Felipe V, el primer rey Borbón, al que poco después sucedería en el trono Fernando VI. Vivían entonces en España algo más de 7,3 millones de habitantes, de los que cerca de la mitad eran mujeres. Era "un siglo femenino", en palabras de la his­toriadora, académica de la lengua, catedrá­tica de Historia de las Ideas y directora del Centro de Estudios Políticos y Constitu­cionales, Carmen Iglesias, "un siglo que iría dando paulatinamente protagonismo a las mujeres en la vida pública". Según los censos de la época, las mujeres contraían matrimonio hacia los 22 años y los hom­bres hacia los 25. Ellos eran los instruidos. La enseñanza era un privilegio de los hom­bres. Las mujeres estaban destinadas al matrimonio o al convento, no había otras opciones. Incluso entre los miembros de la grandeza, las mujeres quedaban excluidas de cualquier veleidad intelectual: "Instruir a la mujer era considerado como sinónimo de querer prostituirla". Las mujeres de Goya reflejarán, y en cierto modo resu­mirán, la España del siglo XVIII: el matri­monio, las modas, el lujo, la instrucción fe­menina y también la prostitución.
Casi tres siglos después, en España hay censados 40.499.791 españoles, de los que aproximadamente algo más de la mi­tad son mujeres. La media de edad para el matrimonio ha variado un poco. Ellas se casan a los 27 y los hombres a los 29, aun­que hay un alto porcentaje de mujeres que permanecen solteras por libre voluntad. La tasa de mortalidad infantil es la más baja del mundo, y el 53% de los universi­tarios son mujeres. Quizá al ver los cua­dros de Goya consideren pioneras de su condición a la condesa de Chinchón, a la duquesa de Alba o a la reina María Luisa de Parma; quizá sólo las valoren como una parte de la historia, que Goya convirtió en obra maestra y en tratado sociológico de una España que ya no existe.
Goya repasa, en efecto, todos los pro­totipos de mujer de su tiempo: las trabaja­doras, las charlatanas, las majas y las da­mas más selectas de la sociedad, por cuyas capas nobles o miserables se pasea el pin­tor aragonés. Goya exalta a las mujeres en sus cuadros, impone su presencia, y gra­cias a él sus pinturas documentan un siglo que va cediendo, aún con sutileza, a la voz de las mujeres. Una de ellas, la duquesa de Osuna, doña María Josefa Pimentel Té­llez-Girón, condesa-duquesa de Benaven­te, grande de España, princesa y una de las mujeres más ricas de la época, se jacta de ser también una de las más avanzadas de su tiempo. No sólo se disfrazó de mari­nero para acompañar a su marido, el du­que de Osuna, a la conquista de Menorca, sino que aspiraba a manifestar su supe­rioridad en el plano intelectual y a brillar en la sociedad de hombres. Fue elegida presidenta de la Sociedad Económica de Madrid y demostró su valía gestora admi­nistrando ella misma sus tierras y ha­blando de igual a igual con sus contables. Poco antes de que le llegara la muerte, nada menos que a los 92 arios, la duquesa de Osuna esperaba con ilusión un telesco­pio que se había hecho traer de París para observar las estrellas.
Es el mejor exponente de lo que Igle­sias denomina "las señoras avisadas", mu­jeres excepcionales que saben mantener su hacienda y cultivar el espíritu. La du­quesa es una mujer que pronuncia confe­rencias, se hace protectora de la literatura y congrega en torno a su figura a los jóve­nes escritores ansiosos de gloria.
Goya pinta su retrato en 1785. Altane­ra, de rostro largo y huesudo, de escasa be­lleza y dominadora. Goya refleja el poder representado por una mujer que va a en­cumbrar al pintor a lo más alto de una so­ciedad que se disputará sus retratos. Las paredes del palacio de los Osuna se cubren de pinturas del aragonés. Goya escribe a su amigo Zapater: "Amigo, ando en el aire por­que tengo a mi mujer mala y al niño peor y hasta la criada de la cocina ha caído con calentura". Es entonces cuando pinta el único retrato conocido de su mujer, Josefa Bayeu.
En el rostro de Josefa destacará la mirada triste de sus ojos.

Carlos IV ha sucedido en el trono a Carlos III y Goya inicia con el nuevo monarca su triunfal carrera como pin­tor de corte. Godoy, el favorito de la rei­na Maria Luisa, pasa por ser el protec­tor de las artes y las letras. Goya pintó a esa reina fofa y fea, de labios hundi­dos sobre mandíbulas sin un solo dien­te, una reina ajada por los innumera­bles partos, como una mujer que vive inmersa en sus placeres. Las sucesivas pinturas de Goya serán una crónica for­midable de aquel periodo de la historia de España. Goya retrata también a mu­jeres del pueblo, como la maja madri­leña, pero como pintor de moda recibe encargos de los personajes distingui­dos. Toda la sociedad española desfila ante un Goya complaciente que pone infinita ternura en sus pinceles cuando retrata a la condesa de Chinchón, Ma­ría Teresa de Borbón, la joven e infeliz esposa de Godoy.
En 1795, Goya realiza el primer re­trato del duque y de la duquesa de Alba. Ella luce un vestido de muselina blan­co con ancha faja roja. Una voluminosa cascada de cabellos negros le cae sobre los hombros. María del Pilar Teresa Ca­yetana de Alba domina en los salones madrileños en franca rivalidad con la duquesa de Osuna y goza de la anti­patía más absoluta de la reina María Luisa. De la pasión amorosa entre Goya y la duquesa quedan varias obras y el Cuaderno de Sanlúcar, lugar donde vi­vieron juntos una temporada. En este cuaderno Goya dibuja una especie de diario íntimo que refleja un humor cambiante. Garabatea actitudes, gestos, espía a su amada de la mañana a la no­che y anota sus celos. Serán los primeros esbozos de los Caprichos, la serie en la que denuncia las injusticias, se bur­la de las convenciones y critica los ma­trimonios desiguales impuestos a las hijas; maridos seniles, deformes, una galería de horrores ilustrados en lámi­nas como La boda, ¡Qué sacrificio! o Por casarse con quien quiso.
En el siglo XVIII las mujeres empie­zan a leer y comienza, según Carmen Iglesias, "una socialización de ciertos hábitos y costumbres que anteriormen­te sólo se daban en grupos muy pe­queños". La historiadora destaca como clave del momento la creación por pri­mera vez de escuelas públicas para la mujer. En 1783 se establecen las escue­las de niñas por todo el país, donde además de labores se les enseñaba a leer y escribir. En paralelo se impulsa el cul­tivo de la inteligencia. "Anteriormente, para leer, las mujeres habían de re­cluirse en el convento. Allí era donde se les permitía adentrarse en el mundo del conocimiento". Josefa Amar y Borbón fue la primera mujer en estudiar latín y griego y en acceder así a la Palabra, a los libros sagrados, algo vedado a las mujeres durante siglos. Otra mujer, María Isidra Quintina de Guzmán y la Cerda, se doctoró con 17 años en Filo­sofía y Letras por la Universidad Com­plutense. Otras, como Rosario Cepeda o Pascuala Caro, asombraron, a los 12 años, con sus conocimientos de latín, fi­losofía y artes. "Cambia, fundamental­mente, la visión de la mujer como un ser imperfecto o inferior, que hacía de­cir a Castiglione: 'La naturaleza que atiende a la perfección haría exclusiva­mente hombres".
Cintas, sedas, gasas. También de la moda del siglo XVIII en España es Goya un perfecto cronista. La ostentación de joyas y telas de la reina María Luisa abre el debate del lujo, todo un despil­farro que hará recaer del lado de las mujeres lo más grueso del debate mo­ral. Los ilustrados del siglo proponen la creación de un traje nacional, un uni­forme con distintos grados, que todas las mujeres llevarían sin excepción. La idea quedó sólo en proyecto, pero lo que sí caló fue la adopción del traje de maja: una chaquetilla y falda con encajes, ga­lones y volantes. Las damas de la alta sociedad acogieron con gusto el disfraz y la duquesa de Alba lo popularizó. Goya la retrató en 1797 con chaquetilla de brocado y una mantilla envolvién­dole el pecho. El cuadro, que preside hoy una de las sala de la Hispanic So­ciety, en Nueva York, fue la prueba de sus amores que el pintor aragonés dio al mundo. Efectivamente, la duquesa señala al suelo con una mano con dos anillos: en uno está escrito Alba: en el otro, Goya.
En su serie de los 'Disparates', Goya pinta a viejas monstruosas, brujas de aquelarre en las que ridiculiza las pa­siones que han rodeado su existencia. La vida que dibuja compulsivamente es una mascarada con personajes que ins­piran terror. En 1826 se instala en Fran­cia, y allí, en su exilio de Burdeos, su mano traza de nuevo el perfil de los mendigos, los borrachos y las modisti­llas. Pinta con ternura recobrada La le­chera de Burdeos. Es su último retrato de una mujer. Dos años después, Goya muere en aquella ciudad francesa. •
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'Goya, la imagen de la mujer' puede verse,
desde el 30 de octubre al 9 de febrero de
2002, en el Museo del Prado. Madrid.
La exposición `Goya y la imagen de la mujer' celebra el 20° ani­versario de la Fundación Amigos del Museo del Prado. "Toda la historia de esta asociación ha tenido que ver con Goya", señala el comisario de la muestra y crítico de arte Francisco Calvo Se­rraller. "Su primer director, Lafuente Ferrari (1980-1985), dedicó su vida de estudioso del arte a Goya, y, por otra parte, en los úl­timos 25 años, el Museo del Prado ha adquirido varios cuadros importantísimos de Goya: la marquesa de Santa Cruz, la con­desa de Chinchón, la duquesa de Abrantes, la duquesa de Alba y su dueña, el 'Vuelo de brujas' y un autorretrato de Goya. El mu­seo ha dedicado también una atención especialísima a las salas de Goya, las ha reformado y les ha dado más relevancia".
Amigos del Museo del Prado cuenta como socios con 4.500 particulares, más un centenar de empresas y una treintena de medios de comunicación. Su órgano directivo es un patronato formado por una veintena de personalidades del mundo de la cultura y de la empresa, presidido en la actualidad por Carlos Zurita, duque de Soria.
Desde su fundación, los Amigos divulgan el conocimiento deEl Prado. Ayudan a ver las salas de la pinacoteca, explican al vi­sitante los cuadros y editan unas guías en pequeño formato para cada sala que ayudan a comprender la obra del pintor y lo en­marcan históricamente. Para Josefina Aldecoa: "Sumergirse en la sala de tu pintor favorito, con una de esas publicaciones cui­dadas y magníficamente escritas, es un verdadero placer". El ga­binete didáctico organiza visitas monográficas, exposiciones y conferencias a las que invita a escritores y pintores.
Otro de los objetivos de la fundación es acrecentar el patri­monio de El Prado. En estos años ha donado al museo cinco pin­turas: 'Retrato de la condesa de Santovenia', de Eduardo Rosa­les; 'Retrato de enano', de Van der Hamen; 'Martirio de san Es­teban', de Bernardo Cavallino; 'Retrato de Aureliano de Beruete y Moret', de Sorolla, y 'Autorretrato en el estudio', de Luis Paret. Además de cinco dibujos de Fortuny, Murillo, Herrera el Viejo. José del Castillo y Goya, y una serie de 48 grabados de artistas contemporáneos: Alfaro, Arroyo, Barceló, Chillida. Gaya. Gordi­llo, Pérez Villaita, Ráfols-Casamada. Manuel Rivera Gerardo Rue­da, Saura y Tomer. •
El Pais Semanal Número 1309 Domingo 28 de Octubre de 2001

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