domingo, 20 de febrero de 2011

Egon Schiele. El falso maldito



Autorretrato 1910. Lápiz carbón, acuarela y "gouache" sobre papel



Mujer desnuda arrodillada 1910. "Gouche", acuarela y lapiz negro sobre papel.


Eran los días en los que la inteligencia vienesa resumía el declive del imperio austrohúngaro y la inevitabilidad de la gue­rra con la irónica frase: "La situación es desesperada, pero no se puede decir que sea verdaderamente grave". Casi toda Europa es­taba todavía unida en torno al benigno, anciano y repetidamente derrotado emperador Francisco José, en un conjunto multinacio­nal, multilingüístico, multiétnico, que la propaganda de las poten­cias vecinas calificaba de "cárcel de pueblos". Un día de abril de 1912, cuando los agentes de la policía imperial y real irrumpieron en la casa del pintor Egon Schiele, en Neulengbach, en las afueras de Viena, con una denuncia por secuestro y perversión de una me­nor de edad, encontraron por todas partes –en las carpetas, colga­dos de las paredes, sobre las mesas– docenas de dibujos de desnu­dos sexualmente explícitos, en los que niñas y adolescentes mos­traban sus genitales. Uno de los dibujos mostraba a una chiquilla masturbándose apaciblemente; otros, al mismo artista en el mo­mento de entregarse a ese vicio reblandecedor del cerebro y dese­cador de la médula espinal; otro, en fin, era un autorretrato en to­nos rojos que mostraba a Schiele en el "momento después", des­plazándose perezosamente un párpado con un dedo, el rostro vacío de todo pensamiento y ocupado completamente por una melan­colía que es la tristeza que se les supone a los animales tras el coi­to. Eran imágenes demasiado crudas incluso para aquella Viena exaltadora de la sensualidad hasta la fatiga, en la que numerosos in­telectuales y artistas declaraban su inclinación por las Lolitas y don- -de tantos chicos y chicas de los insalubres barrios obreros alquila­ban sus cuerpos para ayudar a sus padres a pagar el alquiler.


Mujer sentada con pañuelo verde 1914. Lápiz y "gouache" sobre papel.


Schiele, que entonces tenía 22 años, fue encarcelado durante tres semanas. En el juicio, la acusación por rapto y seducción fue retirada, y la condena se redujo a unos pocos días más de cárcel por el delito de exhibir di­bujos pornográficos en un lugar al que tenían acceso los menores de edad. Esos menores de edad eran las niñas a las que Schiele recogía en el parque o en la calle y a las que pagaba unas monedas para que posaran, más o menos desnudas, en los dibujos que realizaba con frenética seguridad, sin corregir un trazo, y que vendía a los coleccionistas de arte eróti­co y pornográfico, gracias a cuyos pagos se ganaba la vida.


Autorretrato con alquequenjes 1912. Óleo y "gouache" sobre tabla.

Pero esos dibujos y acuarelas, una ex­celente selección de los cuales se puede admirar ahora en el Museo Picasso de Barcelona, no eran un mero trabajo alimentario, sino el arte puro y único de un pintor torturado desde niño por la sexualidad, la línea principal de su producción artística, mucho más numerosa en desnudos que en los soberbios retratos y los paisajes de ciudades apretadas como piedras y misteriosamente desiertas, y en cuanto a su supuesto carácter pornográfico, el pintor hubiera podido objetar que las imágenes que él plasmaba en el pa­pel estaban ausentes de la carnalidad e idealización, las promesas de satisfacción características de la pornografia. Por el contrario, los angulosos desnudos de Schiele muestran, más que la carne, los es­queletos que se ocultan detrás, y a menudo desprenden una sensa­ción de angustia, de enfermedad, cuando no una premonición de muerte. Sobre esas carnes macilentas, aisladas en el espacio vacío que las envuelve, los colores que aplica realzan su patetismo y des­valimiento: no son obras excitantes. Al representarse a sí mismo, a su compañera y modelo Wally y a las adolescentes de una tarde en poses descaradas, reservadas hasta entonces a la intimidad, más que los placeres voluptuosos, Schiele representaba los terrores, las an­sias, los enigmas y la fatalidad del sexo. Por eso algún analista de su obra ha llegado a la exageración de calificarla de "moralista".


Pareja de amantes 1914-1915. Lápiz, acuarela y "gouache".


De aquellos 24 días en la cárcel data su leyenda como artista maldito, una leyenda que él mismo, que tenía la coquetería de pre­sentarse como mártir de su arte (en diferentes momentos se retrató como san Sebastián alanceado, como Cristo coronado de espinas, como desvalido prisionero muerto de frío), alimentó con esmero. Quería verse como su admirado Van Gogh: pobre de solemnidad e incomprendido, dos condiciones sine qua non del genio.
Es más cierto que su increíble virtuosismo como dibujante gozó desde muy pronto de reconocimiento público y de facilidades económicas. Fue sostenido por su madre y su tío y tutor hasta que, como otros artistas de su generación disgustados de la enseñanza académica que se impartía en la Academia de Bellas Artes, la aban­donó. A los 18 años hizo su primera exposición e inmediatamente se aseguró la protección de varios coleccionistas de sus dibujos y pinturas. Gustav Klimt, el rey de la pintura vienesa, admiró ense­guida su talento, lo apoyó, intercambió con él dibujos, incluso le pasó a su modelo y amante. En menos de seis años, Schiele se vio reconocido y consagrado, con la salvedad rutinaria de algunos crí­ticos bienpens antes que denostaron su pintura como vulgar, ordi­naria, a-artística y sintomática de oscuros desarreglos psíquicos que el doctor Freud haría bien en analizar; exactamente como sucede a menudo con los artistas grandes y originales.


Composición de tres desnudos masculinos 1910. Tinta y lápiz sobre papel.


Schiele supo desde niño que estaba extraordinariamente dotado para el dibujo y que acabaría coronado con laurel. A un cliente le entrega el cuadro encargado adjuntándole la nota: "Probablemente, lo mejor que se ha pintado en Viena". Para reconciliarse con su tío y tutor le envió una carta en la que incluye algunos aforismos como el siguiente: "Mis cuadros deben colgarse en edificios especiales, como templos". (Sorprendentemente, este ataque de megalomanía no contribuyó a restablecer la armonía en sus relaciones con el tío Leopold). En una carta a su madre fue, si cabe, más explícito y rotundo: "En mí se dan cita toda la belleza y las cualidades nobles. ! Qué feliz tienes que ser por haberme pari­do!". Manirroto, obseso sexual, ansioso de martirio y gloria narci­sista, ególatra: son rasgos de su carácter no muy simpático, típicos de la inmadurez, y Schiele murió demasiado joven para depurarlo.

Muchacha de pelo negro con la falda levantada 1911. Lápiz, acuarela y "gouache" sobre papel.


A los 28 años. El último año de la I Guerra Mundial fue el me­jor y el último de la vida de Schiele. En atención a su débil cons­titución fisica había logrado escaquearse de los campos de batalla, y como soldado adscrito a los almacenes de intendencia del ejér­cito en Viena no padecía el racionamiento impuesto a los ciuda­danos por las derrotas de los ejércitos del Imperio. Llevaba tres años casado con una joven de clase media, y el orden doméstico había suavizado los contornos ásperos y angulosos de su pintura, que, menos estentórea y desgarrada, más contenida y ordenada, entraba en una etapa de clasicismo. Muerto Klimt a principios del año, los miembros de la Secesión que aquél había fundado y di­rigido le consagraron como su sucesor. Sólo Oscar Kokoschka, entre los artistas contemporáneos de vanguardia, podía hacerle sombra, pero estaba literalmente fuera de combate, convaleciente de heridas de guerra. (Por cierto que O. K., que vivió hasta 1980, ni si­quiera menciona a Schiele en su autobiografía Mi vida).


Autorretrato desnudo 1910. Lápiz carbón y "gouche" sobre papel.

Muchachas abrazadas 1914. Lápiz carbón y "gouache" sobre papel.


Una retrospectiva de su obra ge­neró numerosos encargos de retra­tos y de murales para lugares públi­cos, compras de obras por el Esta­do. Los Schiele se mudaron a un piso burgués, Egon contrató una se­cretaria; había llegado, y alcanzó a dibujarse a la cabecera de una mesa, rodeado de los artistas de la Sece­sión como Cristo en la Última Cena entre sus discípulos, frente a una silla vacía: la que le corres­pondía a su maestro Klimt, falleci­do a principios de aquel mismo año. Poco después, su mujer, emba­razada, fallecía víctima de una epi­demia de gripe que hizo terribles es­tragos en la capital y que al cabo de tres días se lo llevaba también a él. Prematuramente, como a todos. q
Texto: Ignacio Vidal-Folch

Autorretrato con la expresión desfigurada 1910. Lápiz carbón y "gouache" sobre papel.


BELLEZA ROBADA. La exposición que sobre Schiele podrá verse en el Museo Picasso de Barcelona desde el 18 de febrero hasta el 31 de mayo consta de más de 100 obras. Sin embargo, no estarán dos de las más bellas: Retrato de Wally y Ciudad muerta. Ambas han sido reclamadas por dos familias judías que aseguran que les fueron robadas a sus antepasados por el Ejército nazi en la II Guerra Mundial. Las autoridades de Nueva York, en cuyo Museo de Arte Contemporáneo (MOMA) se exhibían los fondos del Leopold Museum de Viena que se verán en Barcelona, decidieron inmovilizar los cuadros hasta que se aclare su situación y su futuro.




El Pais Semanal número 1113 Domingo 25 de enero de 1998

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