martes, 29 de junio de 2010

Alan Davis


Alan Davis, británico, es uno de los autores más interesantes no ya sólo del espectro superheróico en el que se mueve, sino del panorama mundial. Con ídolos de infancia de la talla de Jack Kirby, Gil Kane, John Buscema, Frank Belllamy. Neal Adams y sobre todo Jesús Blasco. Davis dio sus primeros pasos en el campo profesional a principios de los ochenta en el seno de la Marvel UK. Tras ganarse reconocimiento del público británico merced principalmente a CAPITAN BRITANIA y MARVELMAN, su definitivo salto a la fama llegó de mano de su colaboración con Chris Claremont y sus ubicuos mutantes. Desde entonces sus obras se han sucedido con una constancia encomiable en la calidad y el esfuerzo.




















































El Mundo Antiguo

El “carácter” de lo auténtico

¿Será preciso remitir la serie de los Alix de Jacques Martin al juicio severo del historiador y del arqueólogo? Los álbumes suministran, en la multitud de situaciones en las que se debaten Alix y el bueno de Enak, un repertorio casi completo de toda clase de vestimenta, decoración, arquitectura del mundo antiguo, unos 50 años antes de nuestra era, tanto en el centro del mundo romano, como en sus provincias más alejadas, hasta en sus extremidades geográficas más exóticas, por no decir las más improbables. Parece, pues, inevitable, el encontrar ciertos anacronismos, y confesémoslo, algunas inexactitudes.


Ni la consulta de las mejores obras puede evitar que se equivoque el autor de comics más erudito, o sencillamente que se deje llevar por su fantasía a la hora de “restaurar” en el dibujo, en la proyección, en detalles y en perspectiva, el foro romano, la ciudad romana, la Acrópolis de Atenas, así como pueblos africanos y galos, la ciudad imperial sobre el lago Yu Tsin, Lo Yang, la ciudad más grande del imperio chino, y Elephanta en la costa oeste de la India. ¿Quién cometería el destino de echárselo en cara?

Claro está que se puede, a modo de juego inacabable, verificar la exactitud de los lugares y monumentos. ¡Pero que importa! Si bien no todo es exacto, hay que reconocer que tiene todo el “distintivo” de lo real. Y la opera Omnia de Jacques Martin merecería los laureles de sus “colegas” de las escuelas francesas de Roma y Atenas… ¡Que aglomeración de documentación ha sido precisa para ejecutar las miles de viñetas de tantos álbumes! ¿Se imaginan la prodigiosa biblioteca que ha tenido que frecuentar, como hubiera hecho el más escrupuloso de los pintores de Historia?

Acaso no es lícito –aunque eso ya es otra historia- comprobar que la arquitectura, necesariamente omnipresente puesto que es ella quien data con mayor seguridad el momento de las hazañas de Alix, se encuentra, paradójicamente y en cierto modo, ausente, en la medida en que no es objeto de gran interés para los héroes?

Verdad es que ningún álbum de Alix pretende constituir un capítulo suplementario de las Historias de Viollet-le-Duc. Alix se traslada por todo el mundo de Tolomeo tan indiferente a la cultura de los pueblos como el conde de Chambord durante su viaje al Oriente. Las ciudades y sus monumentos, cuando aparecen ante ellos, no significan otra cosa que el poder o la riqueza. Alejandría es una “ciudad de lujo irritante”, y los jardines suspendidos, la producción de un “monarca o sátrapa lo bastante poderoso como para gastar fortunas a fin de mantener esas majestuosidades”.

Y ello por una razón muy sencilla. Las aventuras de Alix no son ni una novela histórica ni una excursión arquitectónica. El hijo de Astorix, convertido en amigo de César, es el héroe moral y político de un mundo a punto de alcanzar su efímera perfección.

El imperio todavía no ha degollado todas las barbaries, las enseñanzas del Galileo todavía no han embotado la virtud. El peligro acecha por doquier, en las ciudades, en las ruinas, al borde de los precipicios y en lo hondo de los bosques. Por regla general, los hombres son codiciosos, pusilánimes, perversos y malos; tan sólo el “corazón esforzado” de unos pocos y el Imperio de Roma y del derecho, pueden triunfar sobre ese mundo herido.

¡Imprevisible historia! Es la trascendencia, singularmente ausente en estos relatos, la que va, a no tardar y con respecto a la duración del mundo, a intentar reconciliar al hombre con el universo. San Sebastián es Alix entregándose por fin al cielo, atravesado por las flechas de sus ilusiones humanas.

Jean- Jacques Aillagon

Cairo Especial Arquitectura, 1985. Norma Editorial