martes, 29 de septiembre de 2009

Ver lo visible



ANTONIO MUÑOZ MOLINA IDA Y VUELTA

Ver lo visible


En un cuadro de Vermeer hay sólo una o dos figuras y unas pocas cosas en una habitación y sin embargo no se termina de ver nunca. La luz que entra por una ventana situada a la izquierda viene filtrada por gruesos cristales y es casi siempre una luz de invierno o de patio, que roza delicadamente las caras, los tejidos, los objetos, y favorece sombras suaves, como halos de presencias fantasmas. No sucede nada o casi nada en apariencia y hay algo escondido que está sucediendo siempre, delante de los ojos que miran, que descubren más cosas cuanto más atentamente recorren el cuadro, mientras la conciencia deja en suspenso los propios pensamientos y la agitación de alrededor y poco a poco se queda apaciguada en una quietud muy semejante a la que representa la pintura. El cuadro, como una música, sucede en el tiempo. El silencio de la habitación interior se traspasa a la sala del museo. La luz nublada atraviesa la ventana con la monotonía de una mañana de invierno, reflejándose en una pared de yeso desnuda, pero uno de los cristales está roto, y en consecuencia un pequeño tramo del marco está más vivamente iluminado. Pero no es luz lo que fluye, aunque lo parezca: es una diminuta pincelada rosa, y haberla advertido es una satisfacción tan íntima como la de fijarse en el clavo de la pared y después en el agujero de un clavo arrancado. Al fin y al cabo, esta pared no es la de uno de esos gabinetes en los que las damas de Vermeer leen cartas o permanecen pensativas o escuchan una música o el relato de un viajero, sino la de una cocina, una cocina más bien destartalada en la que debe de hacer frío, y en la que una sirvienta de brazos fuertes y enrojecidos por el agua helada de los fregaderos está vertiendo poco a poco la leche de una jarra en un cuenco, sobre una mesa en la que hay un cesto de mimbre y panes de corteza rubia y crujiente, y una jarra de cerámica azul marino que probablemente contiene cerveza.

La lechera (1657-1658), de Vermeer, se exhibe en el Metropolitan.-


En el laberinto formidable del Metropolitan, un pequeño cuadro de cuarenta centímetros de lado borra esta mañana de septiembre todo lo demás: tesoros de milenios, templos egipcios enteros, ríos de turistas, hectáreas de pintura alegórica. Delante de esta mujer de Vermeer que mira ensimismada cómo el hilo de leche se desborda de la jarra y cae lentamente en el cuenco uno sabe que toda urgencia ha desaparecido, que al menos hoy no va a sentir la impaciencia de ver o hacer más cosas. Desde lejos deslumbra por encima de todo un azul que ninguna reproducción puede trasmitir fielmente, con una vibración de mineral y de ascua, hecho con lapislázuli molido. El blanco de la leche deslizándose sobre el pico rojizo de la jarra es el mismo que el del tocado sobre la cabeza de la criada, que tiene una textura tan áspera como su ropa de trabajo invernal, y está disuelto en los grises de la pared y en los cristales de la ventana. Incluso en una escala tan pequeña, la figura humana y las cosas humildes que la rodean tienen una cualidad escultórica, el misterio de una liturgia, la dignidad de un trabajo manual que se hace en la parte menos noble de la casa y sin embargo requiere destreza y concentración absolutas. La cocinera está probablemente preparando una especie de pudding; en el cuenco hay ya huevos batidos, y después de añadir la cantidad adecuada de leche y tal vez la cerveza de la jarra azul se pondrán en remojo los trozos de pan, y el cuenco, con una tapadera también de barro, se dejará en el horno durante varias horas. La caja que hay en el suelo es un brasero de pies: fijándose más se ve un recipiente de barro en el que hay unas ascuas, lo cual refuerza la sensación del invierno, de un frío acentuado por la humedad que oscurece la pared debajo de la ventana. Un cesto de mimbre cuelga de la pared, muy alto, porque se guardarán en él alimentos fuera del alcance de los ratones; junto a él, una vasija de cobre refleja la luz con un brillo metálico y proyecta una sombra débil sobre la superficie no muy limpia del yeso. Ajena a todo y ensimismada en su tarea, la cocinera tiene una expresión casi risueña, de labios entreabiertos y ojos entornados, complacida en lo que ven sus ojos y lo que tocan sus manos, el asa de barro cocido que sostiene la derecha y la panza que se apoya en la palma abierta de la izquierda.

El éxtasis de la mirada sobre las cosas concretas tiene una parte de misticismo y de poesía y otra de adelanto científico. Es probable que Vermeer conociera la invención enigmática de la cámara oscura, que permitía proyectar las imágenes de la realidad sobre un plano luminoso, ofreciendo un grado alucinante de detallismo. Pero sus habitaciones, pobladas de objetos tangibles que se repiten de unos cuadros a otros, son espacios ideales y no lugares cotidianos, y las damas elegantes que aparecen en ellas no tienen nada que ver con la vida del propio Vermeer, un artesano de éxito moderado que cayó en la ruina un poco antes de morir, a la edad temprana de 43 años. En las casas de la pintura de Vermeer intuimos un recogimiento entre contemplativo y sensual, habitado por voces que cuentan cosas en voz baja, por ecos de pasos sobre tarimas muy pulidas y tal vez ráfagas de música que vienen tras una puerta entornada, mezclándose con un tintineo sutil de copas de cristal. Pero la casa en la que él vivía y pintaba era de dimensiones mucho más mezquinas, y aunque cerrara la puerta de su taller no dejaría de escuchar el estrépito de sus 11 hijos, las voces de su mujer, que pasó embarazada la mayor parte de su vida adulta, el trajín de las criadas.

En la misma calle, en una casa cercana, alguien más se dedicaba al extraño oficio de mirar las cosas habituales como nadie las había mirado nunca antes. A unos pasos de Vermeer vivía Antonie van Leeuwenhoek, fabricante de microscopios y quizás también de cámaras oscuras, a quien se deben algunas de las primeras descripciones detalladas de los seres invisibles que pululan en una gota de agua o de saliva, en los restos de comida que quedan entre los dientes. Vermeer observa una corteza de pan o la superficie de la pared de una cocina y está viendo y mostrándonos mundos tan asombrosos como los que había descubierto Galileo cincuenta años atrás al mirar por su telescopio. Quizás Van Leeuwenhoek, que tenía una edad parecida a la suya y fue su albacea testamentario, le hizo observar las cosas ínfimas agigantadas por la lente del microscopio. No había nada que mirado atentamente no fuera memorable. Pintar era una tarea tan material, tan sagrada, como verter leche en un cuenco y preparar un alimento sabroso. Pintar era apresar ese instante fugitivo que parece inmóvil y sigue sucediendo todavía.

Vermeer's Masterpiece The Milkmaid. Hasta el 29 de noviembre. Metropolitan Museum de Nueva York. www.metmuseum.org/

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 26/09/2009

lunes, 28 de septiembre de 2009

El concepto de dibujo

Capitulo primero

El concepto de dibujo

Juan José Gómez Molina

Los límites de la palabra

El Dibujo es una de esas palabras que sobrepasan el ámbito del discurso artístico para instalarse en un marco más amplio de referencias; otras palabras, como “escultura”, también penetran en el lenguaje cotidiano, enriqueciéndolo de aquellos valores que la práctica artística le proporciona, pero la palabra Dibujo se introduce en él con un valor que parece exceder el uso de esa disciplina, para nombrar una serie de valores que pertenecen al fundamento de una actividad esencial, es un hecho mismo de comprender y nombrar las cosas. Es este valor excesivo el que proporciona al término su riqueza y la dificultad de su comprensión.

El dibujo es un término que está presente como concepto de muchas actividades, en lo que determina el valor más esencial de ellas mismas, en el hecho mismo de establecerse como conocimiento. Está siempre relacionado con movimientos, conductas y comportamientos, que tienen de común el ser sustento ordenador de una estructura, a través de gestos que marcan direcciones generativas o puntuales que sirven para establecer figuras sobre fondos diferenciados. Está referido también a los procedimientos que son capaces de producir esos trazos definidos, y al uso, y a las connotaciones que estos procedimientos han adquirido en su práctica histórica.

El dibujo se establece siempre como la fijación de un gesto que concreta una estructura, por lo que enlaza con toda las actividades primordiales de expresión y construcción vinculadas al conocimiento, a la descripción de las ideas, las cosas y a fenómenos de interpretación basados en la explicación de su sentido por medio de sus configuraciones.

El estructuralismo trató de reconstruir ese esfuerzo primario del pensamiento a través de unas ideas madre que explicasen el mundo como un proceso de creación de sentido: enlazaba con una tradición ancestral por explicar la estructura de los fenómenos por medio de sus gestos y las trazas de sus huellas. Cualquier acción humana termina por ser huella de ella misma, cualquier comportamiento formaliza su estructura y nos crea una imagen análoga de su razón más profunda. Las estructuras que determinan los gestos, marcan las propiedades con las que percibimos y reducimos el mundo antrópico de la percepción.

Las estructuras de los gestos

Los trazos que reconocemos son los rastros fijos de esos gestos que nos ayudan a comprender el proceso con el que las personas representan los conceptos de las cosas. Los fenómenos visuales permiten establecer el orden jerárquico de aquello que se valora. La enseñanza ha desarrollado a través de estos componentes: gestos y estructuras, los instrumentos para la interpretación de las ideas que en ellos se concretan. A través de esto, el dibujo, al mismo tiempo que configura una idea, comunica e informa de la estructura con la que cada persona capta el fenómeno, reflejando al mismo tiempo el valor simbólico que asume.

Todo del sistema compositivo estructurado es reductible a un análisis de sus partes, proporciones, ritmos, etc., y cada persona puede nuevamente traducir un orden estilístico por medio de su apropiación en un gesto personal, de la misma manera que las nuevas escuelas de Diseño, basándose en la creencia de un principio básico y común de la forma, desarrollaron un proceso de reducción formal para encontrar los elementos y las leyes interdisciplinares que sustentasen el auténtico estilo moderno. Un estilo que sería la superación de todos aquellos otros, atávicos y parciales; en sí mismo antiestilo, en cuanto rompía con la evolución histórica de ellos, y daba paso a la llegada de una nueva era, imperfectible, final de todas las utopías; estilo que surgía directamente del gesto íntimo, como afirmación personal y, por tanto, carecía del valor negativo y coercitivo del anterior sistema académico.

La práctica legal ha avalado desde Roma esta aseveración, convirtiendo a la escritura y sobre todo la firma, por lo que tiene de gesto personal, en el elemento fundamental de identidad individual. El gesto prototipo de este signo expresivo ha sido comparado con las antiguas practicas mágicas, que los etnólogos conocen muy bien, según las cuales, gracias al vínculo mítico que une la persona con el nombre que porta, bastaba perforar la firma para que la persona resultase perjudicada. Mientras que la estructuración del dibujo lo dirige a la objetivación, el gesto lo reintegra con la individualidad y retoma el valor animista de interrelación unívoca entre el signo de la persona y la persona misma.


La Épica Eslava (Slovanská epopej) por Alfonso Maria Mucha


La Épica Eslava (Slovanská epopej)

Alphonse Mucha , como cualquier buen artista que se precie, buscaba nuevas metas. No quería que su obra fuese únicamente el material publicitario de artistas de teatro, o diferentes anuncios. Decía Dalí que el día que crease el cuadro perfecto, se cortaría el cuello al instante porque ya no tendría nada más que hacer en la vida. Sin exagerar, Alfonso Maria Mucha aspiraba a crear una obra magna y ello se dedico al final de su vida. Los cuadros, paneles enormes de seis metros de alto, veinte escenas de la historia religiosa, cultural y militar de los eslavos en general y de los checos en particular.
Esta obra estuvo mucho tiempo oculta. En 1935 se enrollaron y guardaron los cuadros. Mucha murió en 1939. Y hasta 1963, casi 30 años después no se volvieron a exhibir, y tan solo nueve de los cuadros de la saga. En 1967 se expondría al publico toda la saga. En el castillo de Moravsky Krumlov, un lugar a varias horas de Praga, y tan solo se abría en primavera y verano debido a la dureza del invierno. En 2006 anunciaron que serian trasladados a Praga, pero hasta ahora no se ha hecho nada. La familia Mucha espera que antes de 2010 la exposición se pueda ver en Praga.

'Slovanska Epopej' Poster promocionando la exposicion, probablemente mas famoso que los cuadros que presentaba.


La exposición Klementium. La figura sentada es Mucha



1

Slavs in their Original Homeland

Los Eslavos en su Patria Originaria

Between the Turanian Whip and the sword of the Goths -

Entre el látigo de losTuranios y la espada de los Godos




2

*The Celebration of Svantovit - La Celebración de Svantovit

When Gods Are at War, Salvation is in the Arts

Cuando los Dioses están en Guerra, la Salvación está en las Artes


3

The Introduction of the Slavonic Liturgy - La Introducción a la liturgia Eslava.

Praise the Lord in Your Native Tongue - Alaba al Señor en tu Lengua Natal.




4

The Bulgarian Tsar Simeon - El Zar Búlgaro Simeón

The Morning Star of Slavonic Literat

- La Estralla de la Mañana del Literato Eslavo.




5

The Bohemian King Premysl Otakar II - El Rey de Bohemia Premisl Otakar II

The Union of Slavic Dynasties -

La Unión de las Dinastias Eslavas.


10

After the Battle of Grunwaldu Después de la Batalla de Grunwaldu

The Solidarity of the Northern Slavs

La Solidaridad de los Eslavos del Norte



14

Defense of Sziget against the Turks by Nicholas Zrinsky

Defensa deSziget contra los Turcos por Nicholas Zrinsky

The Shield of Christondom

El Escudo de Christondom


16

The Last days of Jan Amos Komensky in Naarden

Los Ultimos días de Jan Amos Komensky en Naarden

A Flicker of Hope

Un Rayo de Esperanza



17

Holy Mount Athos

La Montaña Sagrada de Athos

Sheltering the Oldest Orthodox Literary Treasures.

Protegiendo los Tesoros de la Antigua Literatura Ortodoxa


18

The Oath of Omladina under the Slavic Linden Tree.

El Juramento de Omladina bajo el Arbol de Tilo Eslavo.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Alfons Maria Mucha


















































Alfons Maria Mucha [ (1860-1939) fue un pintor y artista decorativo checo, ampliamente reconocido por ser uno de los máximos exponentes del Art Noveau.

Nació en la ciudad de Ivancice, Moravia el 24 de julio de 1860. Sus habilidades para el canto le permitieron continuar su educación secundaria en Brno, capital de Moravia; sin embargo desde niño se sintió principalmente atraído por el dibujo. Trabajó en empleos de pintura decorativa en Moravia, principalmente para puestas teatrales. En 1879 se mudó a Viena para trabajar con una compañía vienesa de diseño teatral logrando informalmente completar su educación artística. Cuando en 1881 un incendio destruyó el negocio de sus empleadores, regresó a Moravia, trabajando de manera independiente, haciendo pinturas decorativas y retratos. El Conde Kart Khuen de Mikulov lo contrató para decorar con murales el Castillo de Hrusovany Emmahof, y quedó tan gratamente impresionado que acordó apadrinar el aprendizaje formal de Mucha en la Academia de Bellas Artes de Múnich.

Mucha se mudó a París en 1887 y continuó sus estudios en la Académie Julian y en la Académie Colarossi, produciendo al mismo tiempo ilustraciones para revistas y publicidad. Su salto a la fama lo logró con su primer cartel litográfico para la actriz Sarah Bernhardt y su Théâtre de la Renaissance, el cartel anunciaba la obra Gismonda de Victorien Sardou, apareció en los primeros días de enero de 1895 en los muros de París, y causó una auténtica sensación. Sarah Bernhardt ofreció inmediatamente a Mucha un contrato de exclusividad por seis años. Los carteles realizados para ella contribuyeron a difundir la fama de la actriz más allá de las fronteras de Francia. Hasta 1901, Mucha no solo fue responsable de los carteles publicitarios, sino también de las escenografías y los vestuarios del Théâtre de la Renaissance. Fue esta obra, con su estilo exuberante y estilizado, lo que le dio tanto fama como numerosas comisiones.

Otros carteles famosos para el Théâtre de la Renaissance son:

§ La Dame aux camélias (1896)

§ Lorenzaccio (1899)

§ La Samaritaine (1897)

§ Médée (1898)

§ Hamlet (1899)

§ Tosca (1899)

Cuando Mucha visitó Estados Unidos fue reclutado por la excéntrica actriz Leslie Carter, quien trató de superar el lujo y la ostentación de las obras de teatro de Sarah Bernhardt, lo que finalmente la llevó a la ruina. El formato y la configuración de los carteles eran parecidos a los hechos para el Théâtre de la Renaissance antes de 1900, con una influencia de las alhajas creadas para Georges Fouquet.

Otra etapa del recorrido artístico de Mucha son las creaciones para la serie de alhajas realizadas por el joyero parisino Georges Fouquet siguiendo los diseños de Mucha. A Fouquet le llamaron la atención los adornos con los que Mucha engalanaba a las mujeres de sus carteles y paneles, reproducidos con gran lujo de detalles, también en sus propiedades materiales.Fouquet presentó una colección de joyas realizadas sobre diseños de Mucha en la Exposición Universal de Paris de1900, en esta prevalecían las reminiscencias orientales y bizantinas. Además, diseñó los interiores de la Joyería de Fouquet. Mucha renunció más tarde con el objeto de alcanzar grupos más amplios de compradores para sus obras.

Obra

Mucha produjo una gran cantidad de pinturas, pósteres, avisos e ilustraciones así como diseños para joyería, alfombras, empapelados y decorados teatrales (litographias) en lo que llegó a conocerse como el estilo Art Noveau. Los trabajos de Mucha frecuentemente introducían mujeres jóvenes, hermosas y saludables, flotando en atuendos vagamente neoclásicos, frecuentemente rodeadas de exuberantes flores las que a veces formaban halos detrás de sus cabezas. Este estilo fue imitado con frecuencia. De todos modos, Mucha intentó distanciarse de tal estilo a lo largo de su vida, insistiendo que más que adherir a cierto estilo en boga, sus pinturas se originaban en su propia inspiración. Declaró que pensaba que el arte existía para transmitir un mensaje espiritual y nada más; de allí su frustración por la fama que logró a través de un arte básicamente comercial. Por ende siempre quiso concentrarse más en proyectos elevados que ennoblecieran el arte y su lugar de nacimiento. Mucha visitó los Estados Unidos entre 1906 y 1910, retornando luego a tierras checas para establecerse en Praga, donde decoró el Teatro de Bellas Artes así como otros lugares distintivos de la ciudad.

Cuando Checoslovaquia obtuvo la independencia, tras la Primera Guerra Mundial, Mucha diseñó sellos postales, billetes de banco y otros documentos gubernamentales para la nueva nación. Pasó muchos años trabajando en lo que consideró su obra maestra, La Épica Eslava (Slovanská epopej), una serie de enormes pinturas que describen la historia de los pueblos eslavos, que fueron donadas a la ciudad de Praga en 1928. Mucha había soñado con completar esta serie, una celebración de la épica eslava, desde su juventud. Al invadir los alemanes Checoslovaquia, Mucha fue arrestado e interrogado por los ocupantes. Nunca se recuperó de la tensión de este episodio, ni de ver su país invadido y vencido. Murió en Praga el 14 de julio de 1939 a consecuencia de una pulmonía y allí fue enterrado, en el cementerio de Vysehrad. Su última pintura fue El juramento de unión de los eslavos.

Al tiempo de su muerte, el estilo de Mucha se consideraba ya pasado de moda, pero el interés por su arte revivió en la década de 1960, y continúa experimentando interés de manera periódica desde entonces, influyendo a ilustradores contemporáneos. Gran parte del interés en el trabajo de Mucha puede ser atribuido a su hijo, el autor Jiri Mucha, quien escribió extensamente sobre su padre y dedicó gran parte de su vida a llamar la atención hacia las obras de aquél.


Fuente: Wikipedia


En una próxima entrega veremos su obra magna : La Épica Eslava