domingo, 18 de enero de 2009

Al galope!

Esta copiado, pero de un maestro, y es que para mi, Hermman, es uno de los pocos autores magistrales que quedan de otra época de entender la historieta. Otra época, ni mejor ni peor que otras, pero que me toca más de cerca.

Muchachas




sábado, 17 de enero de 2009

¡A mí, las legiones!


CRÍTICA: LOS LIBROS DE LA SEMANA

¡A mí, las legiones!

El Ejército romano es el centro de tres estupendas novelas de muy distinto estilo, protagonizadas todas por centuriones

JACINTO ANTÓN 17/01/2009

No se debe soltar una ventosidad en una testudo. La frase no es del gran Vegecio, el autor latino del clásico Compendio de técnica militar (Cátedra), en el que uno puede aprenderlo todo sobre las legiones, incluso el manejo de una carrobalista o dónde colocar a los arqueros novatos -decisión fundamental-. El que formula esa inapelable sentencia sobre lo inapropiado (e insolidario) de la flatulencia en el cerrado ambiente de la tortuga, la célebre formación táctica de los soldados romanos, es un curtido oficial de Centurión (Edhasa), la nueva novela de Simon Scarrow, que transcurre durante las guerras contra los partos en el siglo I, con Claudio de emperador. Ese tono naturalista, cuartelero, de guerra de verdad, vamos, con sangre que salpica, ¡chof!, hasta al lector y gritos como los que pueden resonar en cualquier campo de batalla ("¡vamos, chicos, acabad con esos cabrones partos!"), es el que distingue en buena medida la serie sobre las legiones de Scarrow y el que le ha proporcionado el éxito de que goza. El contraste no puede ser mayor con otra novela de romanos que acaba de aparecer, El águila de la Novena Legión (Plataforma Editorial), de Rosemary Sutcliff, también estupenda y de ágil lectura pero insuflada de un lirismo y una delicadeza notables (el marchitarse de una rosa, el vuelo de un martín pescador), especialmente en lo referente a las relaciones humanas y al paisaje. Una tercera novela del género que merece ser destacada con las otras dos esCésar, las cenizas de la República (Edhasa), en la que un autor veterano como es Gisbert Haefs (el autor de Aníbal), recrea con sus característicos sentido del humor y atención minimalista al detalle las campañas de César en Galia y Egipto desde el punto de vista de un veterano que se reengancha con el gran Julio en funciones de... cocinero.



Centurión

Simon Scarrow.

Traducción de Montserrat Batista.

Edhasa.

Barcelona, 2008.

576 páginas.

28 euros.


Vayamos por orden: primero los manípulos de Scarrow. En Centurión, octava entrega de la serie, encontramos al protagonista, Quinto Licinio Cato, al que hemos seguido desde que era un bisoñooptio hijo de liberto en El águila del Imperio (aquí llega a prefecto interino de la segunda cohorte auxiliar iliria, que ya es cargo), y a su camarada de armas, el doblemente coriáceo centuriónprimipilus Macro, metidos en un notable fregado en Oriente. Deben conducir una avanzadilla casi suicida hasta Palmira para apoyar allí a los sitiados aliados de Roma contra los rebeldes y el ejército parto que los apoya. Dado que los refuerzos los comanda un altivo aristócrata que detesta a nuestros hombres -"sois prescindibles", les espeta en el más característico tono de hazañas bélicas-, las pasan canutas. Las marchas, contramarchas, asedios, asaltos, batallas y escabechinas abundan. Son mucho más frecuentes, como cabe imaginar, que las escenas de amor, que también las hay: Cato vuelve a enamorarse y la cosa va en serio. El realismo bélico, pura escuela Bernard Cornwell, es estremecedor y alcanza límites gorepocas veces vistos en la narrativa histórica. A un soldado se lo sentencia a muerte y sus camaradas lo ejecutan a palos; le rompen todas las extremidades y el cráneo: "Había huesos y sesos desparramados por la arena en un revoltijo de color granate grisáceo". Cato (y el lector) traga bilis ante el espectáculo, pero luego elimina a un enemigo clavándole la espada con gran profesionalidad: "La hoja atravesó diagonalmente el cuello del oficial, le rompió la clavícula y se detuvo al alcanzar su espina dorsal". Es un golpe clásico, pero duele. Las flechas repiquetean con realismo en los escudos o atraviesan la carne con un ruido "sordo y húmedo". La ventaja de meterse con Scarrow en las filas de los legionarios es que se ven cosas que no aparecen en Tácito o Amiano Marcelino: varios romanos caen por fuego amigo, a otros, malheridos, los despacha piadosamente el cirujano de la cohorte abriéndoles una vena -eutanasia sobre el terreno: puro Salvar al soldado Publio- y una chica patricia confiesa que sufría malos tratos de su marido, apellidado justamente Porcino. Técnicamente, Scarrow, un hombre que sin duda ha oído marchar a las legiones, "el crujido sordo de miles de botas claveteadas cruzando el desierto", es intachable. Véase si no cómo describe el funcionamiento del onagro, la carga de los catafractos o la ejecución del "tiro parto", que tanto hace sufrir a las legiones. La acción, además, la borda.

Rosemary Sutcliff (1920-1992) era hija de un oficial naval británico y ganó un enorme prestigio con sus novelas históricas especialmente las ambientadas en la Britania romana y de la edad oscura (artúrica). El águila de la Novena Legión parte del enigma histórico de la desaparición sin dejar ni rastro de la IX Legión Hispana -perdida, según algunas fuentes, en las nieblas escocesas- para construir con verdaderas gracia y sensibilidad una emocionante, conmovedora y muy romántica ficción (que, curiosamente, ¡está entre las novelas favoritas de Scarrow!). El hallazgo real de una pequeña águila de bronce en Silchester como la que coronaba los estandartes romanos le sirvió a Sutcliff de inspiración para imaginar la aventura de Marco Flavio Aquila (sic), un joven ex centurión de la época de Adriano, inválido por heridas de guerra (la propia escritora padecía una enfermedad crónica que la postró en silla de ruedas), en pos de la preciada insignia de la legión de su padre. Marco sufre la doble humillación de su baja forzosa de las legiones y la deshonra de la unidad de su progenitor, maldecida por Buodica y cuya sagrada águila ha caído 12 años antes en manos de los bárbaros en la frontera más septentrional del imperio. Acompañado por un guerrero brigante ex gladiador con el que ha trabado amistad, el romano (enamorado de una sabidilla muchacha icenia) se interna en el territorio más allá del muro y realiza su peligrosa pesquisa entre las tribus indómitas camuflado de curandero.

El somero argumento -añádase que el romano ha criado un lobo: Sutcliff tenía dos chihuahuas- no hace justicia a esta hermosa novela en la que Sutcliff puede detener la mirada sobre un nido de vencejo en el alero de un fuerte romano o sobre los serbales en flor que llenan el aire de aroma a miel. Hay acción, por supuesto, incluso un ataque de carros britanos y una vertiginosa persecución; también se forma la testudo -aunque aquí la novela está presidida por la nostalgia de la fragancia de las rosas y no por el hedor de los cuerpos en el matadero del combate-. Pero domina un tono pausado, una melancolía que se pega al relato como el musgo a las viejas piedras de Eburacum, donde penan los fantasmas de la legión perdida. En Sutcliff no hay como en Scarrow sangre a espuertas ni heridas atroces; la guerra, el combate, quedan como asuntos evanescentes, espectrales, subordinados a las reglas canónicas del género de aventuras: la búsqueda, el viaje, los peligros, la transformación del protagonista (que, cosa notable, no mata a nadie). En lugar de la moderna imagen brutal de la antigüedad -la de Scarrow, Cornwell, Gladiatoro la serie Roma- El águila de la Novena Legión plasma un mundo lleno de sutileza y humanidad en el que las diferencias entre los pueblos no son mayores que, como argumenta un personaje, las que hay, de diseño, entre la funda de una daga romana y el umbo de un escudo britano.

Si el mundo antiguo de Sutcliff es esencialmente limpio, elemental e inocente, el de Haefs está envuelto en la intriga, el cuchicheo, la violencia, la ambición y la corrupción espesadas por la política. Su César nos presenta una república romana agónica en la que los grandes personajes de la historia medran como peligrosos trileros de lujo. No obstante, el protagonista es un hombre honesto, Quinto Aurelio, un veterano centurión retirado -por lesión como Aquila: un galo le cortó el tendón de Aquiles- que se ha convertido en cocinero (todo un Ferran Adrià con toga que hace maravillas con los lirones) y regenta un restaurante, el Contubernium, en la carretera a Tusculum. A nuestro hombre le meten a la fuerza en una conspiración y le envían a espiar a su antiguo patrono, César, a la Galia. Llega en plena revuelta de Vercingétorix y Julio, que conoce a las personas y necesita profesionales sólidos, pronto cambia sus servicios gastronómicos devolviéndolo a su condición de soldado (evocatus) en calidad de prefecto. Haefs nos hace vivir así, desde la perspectiva del curioso personaje, que lo teme y admira, las vicisitudes de César, y nos cuela en los consejos de guerra o en el baño de Cleopatra, flexible señora de todas las serpientes. La descripción que hace del dictador es fenomenal: vital, inteligente, resolutivo, valiente, con mirada de gavilán; el lector se le rinde no menos que Alesia.

Una de las gracias de la historia es que el novelista emplea como personaje al poeta Catulo, que va de pinche de Aurelio. Como es habitual, Haefs adoba su relato con detalles económicos, sociales o sexuales. A Mamurra, oficial de César, lo llaman en la novela, por su promiscuidad, El Rabo: es cierto, Catulo lo denominaba directamente mentula,"polla"; Marco Antonio huele a vino; un aliado galo muestra cómo se limpiaba uno el trasero en los retretes de las legiones con hojas que se disponían al efecto en cestas de mimbre... Pura antigüedad vivida. -

Centurión. Simon Scarrow. Traducción de Montserrat Batista. Edhasa. Barcelona, 2008. 576 páginas. 28 euros. El águila de la Novena Legión. Rosemary Sutcliff. Traducción de Francisco García Lorenzana. Plataforma Editorial. Barcelona, 2008. 300 páginas. 19,95 euros. César, las cenizas de la República. Gisbert Haefs. Traducción de Carlos Fortea. Edhasa. Barcelona, 2008. 576 páginas. 35 euros.

Troya




Uno de los problemas, incomodidades, digamos polémicos, aspectos de la representación de una época antigua en la historieta es la falta de información acerca de todos los detalles que en apariencia no se repara en ellos de forma normal. Es decir, aparte del guión, de unos personajes, y de los paisajes y lugares (esa es otra polémica, con dos mil años por medio) tenemos que vestir a los personajes, hacerlos comer, y en general dibujar aquello que normalmente no viene reflejado en las grandes obras de Apuleyo, por citar a alguien. También es norma habitual que se pueda encontrar algún tratado interesante de una persona sesuda que haya investigado el tema en cuestión, pero es algo, como diría, un pelin árido. Y también por norma, se acude a las grandes superproducciones, sobre todo las de Hollywood. Un intenso trabajo de centenares de profesionales altamente cualificados que a veces ven realizada alguna que otra digna película. Así, una de las películas que encuentro con cierto interés para mi trabajo es Troya de Wolfgang Petersen con Brad Pitt batiéndose a lo macho y marcando paquete. A pesar de que se desarrolla historicamente mucho antes de la acción que pretendemos plasmar, no difieren demasiado en lo básico tanto el armamento como los vestidos, y un largo etcétera de detalles que siempre se agradecen estén disponibles en una pantalla tanto como consulta como discusión acerca de su validez o no.





Junior

lunes, 5 de enero de 2009

Atacan los romanos



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Gente y TV

Series

Atacan los romanos

Antena 3 coproduce la versión televisiva del clásico del cine 'Ben-Hur'

ROCÍO AYUSO - Los Ángeles - 05/01/2009

Tres series y una película inspirada en la superproducción Roma (Canal + y Cuatro) son la mejor muestra de que el género ambientado en el mundo clásico, griego o romano -peplum, según la denominación de los críticos- no está muerto. O por lo menos, en la pequeña pantalla. Espadas, sandalias, togas, mucha acción y buenos pectorales contraatacan.


Aquellos que daban al género por finiquitado tras la desaparición de Roma al final de su segunda temporada estaban equivocados. Su creador, Bruno Heller, ha confirmado su intención de llevar la serie al cine una vez comprobado el error económico que supuso su cancelación. Sam Raimi, por su parte, prepara la versión televisiva de Espartaco, inolvidable filme dirigido por Stanley Kubrick y protagonizado por el no menos inolvidable Kirk Douglas. Jasón y los argonautas es otro ejemplo de esta vuelta al pasado remoto. A esta moda también se sumará la edición remozada de Ben-Hur, una coproducción de Antena 3 con Alchemy, que en Estados Unidos estrenará la NBC.

Heller ha manifestado su deseo de "completar" la difunta Roma con un filme, ya en preparación, con los mismos personajes que hicieron de la superproducción lo que fue: un despliegue de lujo, sangre y corrupción, ganadora de 11 Emmy, pero cancelada antes de tiempo por su elevado coste. Sus productores no se dieron cuenta de que la serie funcionaba hasta que fue demasiado tarde. Para entonces los decorados construidos con exquisito detalle en los estudios Cinecittá de Roma estaban destruidos y sus actores, liberados de sus contratos.

Son errores que Raimi, el que hizo de Spiderman una de las franquicias más taquilleras del cine, quiere evitar. Conocedor del medio tras éxitos como Xena y Hércules piensa rodar casi la totalidad de Espartaco, basada en el esclavo del mismo nombre que lideró la revolución contra el Imperio Romano, en escenarios digitales. Los actores serán lo único real frente a una pantalla verde que aportará un estilo similar a la estética de filmes como Sin City. "Atraerá a un público joven que ha crecido rodeado de novelas gráficas y videojuegos y acostumbrado a un estilo visual hiperrealista", señala William Hamm, quien ya trabajó con Raimi en Xena y Hércules. Espartaco busca así abaratar el precio de esta serie de 12 entregas desarrollada para la cadena premium de cable Starz, aunque el presupuesto por episodio no baje de los dos millones de dólares (1,43 millones de euros).

Utilizando la misma estética, Jasón y los argonautas se adelantará a Espartaco en su estreno televisivo. Jasón..., además, quiere invadir a la vez la pantalla grande y la pequeña. Así, a la par que la serie existen dos proyectos en marcha para el cine, basados en la misma historia, esa que en 1963 revolucionó los efectos especiales gracias a las animaciones de Ray Harryhausen.

Completando la invasión asoma Ben-Hur. La miniserie, más allá de las connotaciones religiosas del filme o de su majestuosidad en escenas todavía memorables como la carrera de las cuadrigas, quiere apostar por una nueva era de efectos especiales. Según se atreven a confirmar sus responsables, superará con creces al clásico de Charlton Heston.